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Los chalecos amarillos tres meses después

30/01/2019 | Francia

Tres meses después, chalecos amarillos siguen en pie en Francia. Pero ni se desmovilizan ni avanzan, rompiendo el cepo de las reinvindicaciones y los planteamientos de la pequeña burguesía en desesperación. Para entender lo que es aparentemente un «movimiento inmóvil», resumimos sus logros y debilidades hasta ahora y reproducimos un comunicado del Grupo Internacional de la Izquierda Comunista que creemos aporta, incorporando la experiencia directa de intervención, claves muy importantes para entender el tipo de necesidades y problemas que enfrenta y enfrentará todavía por un largo periodo, la lucha de los trabajadores en la mayor parte del mundo.

Nuestro análisis

Los chalecos amarillos nacen como un movimiento ‎ popular‎, esto es, interclasista bajo la dirección de un programa de la pequeña burguesía pero el elemento de las reivindicaciones de clase crece sin llegar a diferenciarse lo suficiente como para llevar al gobierno de Macron a hacer las primeras concesiones significativas en décadas.

Si bastó el «fantasma» de una lucha de clase auto-organizada que solo estaba en el horizonte para que de repente Alemania y Francia se convirtieran en adalides de la «flexibilidad fiscal» con tal de permitir la subida del salario mínimo, fue porque -más allá de las trampas- estamos en un nuevo contexto global de lucha de clases e intensificación de los conflictos imperialistas. Dicho de otro modo: las principales burguesías europeas entendieron que el movimiento podía llegar a radicalizarse, auto-organizarse a otro nivel y superar el corsé de las reivindicaciones democráticas; y que mientras estuviera en pie, Francia no iba a poder liderar el rearme europeo, «apretando» a Gran Bretaña, empujando a Alemania hacia una unión estratégica y levantando un ejército europeo.

Y efectivamente, en un primer momento, el movimiento dio señales de desmovilización. El estado no cejó en sus esfuerzos por integrarlos en el juego político republicano: desde la adopción de las formas procesionales de los sindicatos a la identificación con los partidos pasando por la participación electoral y el «Gran Debate Nacional» de Macron. Y sin embargo, el movimiento y la combatividad que lo mantiene en pie, no se detiene... pero aparentemente tampoco avanza.

En realidad lo que estamos viendo concuerda con la comprensión marxista de la consciencia de clase: la consciencia de clase avanza a saltos y remoloneando detrás de los avances materiales de las propias luchas. Solo la existencia de grupos organizados de trabajadores -el ‎partido‎- que aporten perspectiva y azucen ese proceso, pueden evitar que las luchas se estanquen en uno u otro nivel de desarrollo.

La combatividad de la clase mana irresistiblemente, explosiva en determinados momentos, de su propio trasfondo histórico. Se cristaliza en hechos que sólo después son pensados por ella y le dan base y energía para ulteriores avances. Procede pues, en los hechos como en la consciencia, por saltos en el desarrollo, la continuidad de cuyo discontinuo ha de asegurarla su sector deliberadamente revolucionario. La propia victoria decisiva será para la mayoría de la clase una realización antes que una intención consumada. No en balde es la clase revolucionaria forjada por la historia a despecho de la opresión y el dirigismo intelectual que acompañan su vida cotidiana. Por lo mismo, en los núcleos obreros revolucionarios recae, mucho más que hace 150 años, un cometido en fin de cuentas determinante.

Consciencia revolucionaria y clase para sí, 1976

Los chalecos amarillos en Francia, las huelgas de masas en Irán hace unos meses y las de estas mismas semanas en México muestran la necesidad de que los trabajadores más conscientes, se conviertan en militantes organizados. Militantes que deben intervenir y ser la parte más activa de sus compañeros no solo para llamar a la revolución sino con un programa claro que conduzca hacia la organización de la clase mediante el progreso de sus reivindicaciones. Sin ellos, el movimiento no puede superar las trampas ideológicas -del ‎nacionalismo‎ a las ilusiones democráticas- y está condenado a topar con un callejón sin salida.

Por eso diferimos del fatalismo que intuimos en las frases finales de la declaración que reproducimos abajo. Es cierto que la debilidad de los comunistas en las luchas actuales refleja «la relación de fuerzas internacional e histórica presente entre las clases»... pero como en toda relación dialéctica, su solución verdadera es la afirmación de su contraria: si los comunistas queremos transformar la relación de fuerzas entre clases debemos comenzar por enfrentar nuestra propia debilidad a partir de los elementos a nuestro alcance.

Cualquier acción comienza necesariamente de una determinación individual o colectiva reducida antes de abarcar al conjunto de la clase. Es necesaria la práctica a todos los niveles (organizativo, político, social) de los elementos ya organizados a favor de la sociedad humana sin clases. Éstos no pueden bajo ningún pretexto autolimitar su acción. ¡El presente ya nos limita bastante! «Toca a la clase ésto, la clase sabe por sí misma aquello» etc. no más que subterfugios que favorecen la inacción donde precisamente la acción revolucionaria es indispensable. Sobre todo cuando la reacción se organiza y de qué manera (sindicatos, comités de empresa, asambleas prefabricadas, etc.). No basta con aceptar la organización de los revolucionarios, que ciertamente puede permitir discusiones fructíferas y la publicación regular de una revista teórica y de una revista de propaganda, sino que también es necesario que ésta no espere felizmente la espontaneidad de la post-crisis; se deben presentar propuestas concretas que puedan promover la unidad de clase atacando la base sobre la que se basa el capital (extracción de plusvalía): «no a la economía nacional», «menos trabajo y más paga», «no a los despidos», «contratación masiva de desempleados», «no al cronometraje», «no a la jerarquización de nuestra clase», atacan de lleno la acumulación de capital con miras a su abolición tomando el poder político del proletariado. ¿En nombre de qué principio no deberíamos defenderlos con uñas y dientes contra toda la escoria de la tierra de nuestras empresas? Además, estas instrucciones no implican ninguna mejora en el marco del sistema que nos explota, sino que tienden a la construcción dinámica de una unidad de clase lo suficientemente fuerte como para hacer que las cerraduras que sujetan nuestras cadenas se rompan irremediablemente. Si no hay necesidad de colocarse deliberadamente por encima de la clase proletaria considerándola sólo como una masa maleable, ¿por qué habría que ubicarse debajo de ella? ¡No! Somos proletarios. Somos proletarios revolucionarios y actuamos como tales, al menos eso es lo que decimos hacer. No hay voluntarismo ni activismo excesivo en nada de ésto: sólo estamos planteando problemas importantes que pueden ser resueltos dentro y por el movimiento comunista.

Por la organización de clase, (1985)

Comunicado del «Grupo Internacional de la Izquierda Comunista»

El undécimo sábado del movimiento de los chalecos amarillos en Francia, el 26 de enero 2019, ha visto la movilización mantenerse en todas partes del país. Según la policía, ha habido 69.000 manifestantes en todo el país. Sin embargo, es obvio que la cifra es ampliamente subestimada: anunciaba 2500 manifestantes en París mientras eran entre 8000 y 10.000 cuando las dos principales procesiones se juntaron a las cuatro de la tarde en la plaza de la Bastilla. Los enfrentamientos que estallaron en aquel momento, permitieron a la policía anti-disturbios dispersar a la multitud que iba a reunirse sobre la plaza.

Pero, en realidad, poco importa la cifra exacta. El hecho es que este movimiento de los chalecos amarillos expresa una rabia y una voluntad de oposición a la miseria creciente y prometida por el capitalismo y también una voluntad de confrontación frente al Estado, que la burguesía no logra extinguir.

Así como las huelgas en Irán del 2018 o incluso la huelga de masas de decenas de miles de obreros del norte de México en este mismo momento por solo mencionar algunas luchas1, la radicalidad, la combatividad, la obstinación de este movimiento de los chalecos amarillos señala el grado alcanzado por los antagonismos de clase y el hecho de que hemos entrado en un nuevo periodo de confrontaciones masivas entre las clases a nivel mundial.

Este clima generalizado de revuelta social, en parte potencial en parte ya en marcha es, esencialmente, el resultado de los efectos de la crisis del 2008 que todavía se hacen sentir y que exacerban las contradicciones actuales del capitalismo en todo orden de cosas: político, imperialista, ecológico, migratorio, social, etc.. Hoy en día, estas contradicciones se han acumulado y explotan una tras otra. En este ambiente internacional de revuelta social general en devenir, la «des-aceleración del crecimiento» –como lo llaman los economistas burgueses– y los riesgos de desplome financiero y bursátil sólo pueden acentuar este ambiente de fin del mundo, de fin del mundo capitalista para ser exactos, y llevar a las generaciones actuales de proletarios la necesidad, la consciencia y la voluntad de oponerse a la miseria y la guerra generalizada que nos prepara el capitalismo y, finalmente, a destruirlo.

El conjunto de la clase capitalista, al menos sus fracciones más claras, se inquietan al punto que los Estados se preparan tanto a nivel político como de represión violenta y masiva, y que

las eminencias reunidas en la cumbre de Davos estiman que ya es tiempo de «re-moralizar» la globalización (decía Klaus Schwab, fundador del Foro económico mundial) y de buscar las vías para una economía mundial «más inclusiva»

Libération, 23 de enero de 2019

Pero antes de volver sobre la situación en Francia de este fin de enero, cabe hacer un breve resumen de los acontecimientos desde el comunicado que habíamos publicado el 2 de diciembre, para los lectores que no viven en Francia y que no pudieron seguir de cerca el curso de la situación.

Los enfrentamientos violentos del 2 de diciembre en el Arco del Triunfo de París y por toda Francia, incluso en ciudades muy pequeñas, y la rabia que expresaban, sorprendieron, y en parte asustaron, a la facción en el poder, la de los cuarentones como Macron que, formados en las «Ecóles de Commerce» [escuelas de negocio francesas de élite], pensaban que la lucha de clases había desaparecido. Se necesitó el refuerzo de otras facciones políticas, la de Sarkozy y la de los grandes patrones, para imponer a Macron hacer «concesiones»2.

En ese mismo momento, los medios de comunicación se lamentaban de que los chalecos amarillos no tuvieran líderes «con quienes negociar» y de que los sindicatos estuvieran desacreditados e impotentes. Hasta la noche de la víspera de la manifestación del 8 de diciembre no se hizo un verdadero primer contacto con los principales portavoces de los chalecos amarillos. Estos fueron recibidos por el primer ministro y a la salida, aseguraron que esperaban una declaración de Macron que se les había prometido para la semana siguiente. Así [el gobierno] recuperaba la iniciativa y la contra-ofensiva política del Estado podía iniciarse.

Las manifestaciones del 8 fueron tan masivas y violentas como las del sábado anterior. El Lunes 10, Macron anuncio un aumento del SMIC [salario mínimo] de 100 euros –de hecho, un bono como supimos en los días siguientes– y algunas otras medidas. En sí, son concesiones marginales aun cuando obligan al gobierno a presentar une déficit presupuestario superior al 3% que exige la Unión Europea3. Políticamente, representan sin embargo el primer retroceso significativo del Estado ante una movilización masiva desde… 1968. Pero sobre todo, con ocasión del primero de enero, Macron anunció la organización de un Gran debate nacional... ¡hasta el 15 de marzo!, para responder a la reivindicación de los chalecos amarillos de democracia directa y, en particular a la de un «referéndum de iniciativa popular».

Desde entonces, es esta reivindicación típicamente pequeñoburguesa, la que el conjunto del aparato de Estado ha hecho suya e impuesto como cuestión central de la situación, haciendo pasar a segundo plano, si no al olvido, las reivindicaciones salariales y de condiciones de vida. Al mismo tiempo, la gestión de las manifestaciones semanales se limitó a su represión violenta que, además de los miles de víctimas graves causadas por las balas de goma y las granadas de dispersión, [en teoría «no letales»] prohibidas en la mayoría de los países europeos, buscaba reducir la popularidad masiva del movimiento en la «opinión pública». En esa ocasión, los discursos oficiales de los políticos, de los medios de comunicación y de los editorialistas rivalizaban en llamamientos a la represión más brutal y derrochaban altivez contra este «pueblo estúpido, odioso, faccioso, incluso fascista». Un ex-ministro de… Educación de Sarkozy, filosofo de profesión y gran burgués delicado y distinguido de los barrios elegantes de París, llamó aun a los policías a que

¡utilizarán sus armas de una vez ! (…) Basta ya de estos matones de extrema-derecha y extrema-izquierda o de los suburbios que vienen a pegar a policías. (…) Tenemos el cuarto ejército del mundo, ¡es capaz de poner fin a estas porquerías!

Luc Ferry, Radio Classique, 8 de enero 2019

El odio de clase de los versalleses de mayo 1871 contra los comuneros parisinos reaparece rápidamente. Aunque cabe destacar que estos discursos provocadores, llamando a la represión generalizada y hasta al asesinato, parecen haber contribuido al relanzamiento de la movilización de los chalecos amarillos, no se puede negar que, desde entonces, la iniciativa política ha quedado en manos de la burguesía. El conjunto del aparato de Estado se movilizó para enfocar toda la vida política en torno a la organización de este «gran debate»: el Presidente, los ministros, los prefectos, los diputados, los alcaldes de ciudades y pueblos, los medios de comunicación, el conjunto de los partidos políticos. Al punto de hacer que los chalecos amarillos se dividieran entre los que eran partidarios de participar y los que no. Incluso, los que rechazaron la participación, pensando con razón que sólo era un engaño, y en ausencia de cualquier otra perspectiva, se encerraron en el callejón sin salida de justificar el mantenimiento de las manifestaciones por la necesidad de presionar sobre… ¡el gran debate! La soga rodeaba ya sus cuellos. Sólo restaba apretarla poco a poco, evitando romper la cuerda por pura torpeza4.

Ahí es donde estamos hoy. El terreno está delimitado por la burguesía, que marca el tempo de los acontecimientos... hasta el llamado del sindicato principal, la CGT, para un día de acción y huelga el 5 de febrero al que los chalecos amarillos más «radicales», con la ayuda de los trotskistas, el NPA en particular, llaman a unirse para iniciar una huelga indefinida. En caso de que el fuego se reanude, el cortafuegos ya está presente. Todo está listo y todos los terrenos están ocupados por el aparato estatal burgués. Sólo la rabia y la ira pueden mantener por mucho o poco tiempo las movilizaciones de los sábados.

El movimiento de los chalecos amarillos se encuentra ahora pues en un callejón sin salida, sin perspectiva real mientras que el gobierno Macron y, tras él, el conjunto del aparato del Estado han retomado el control de los acontecimientos. Lo que era la fuerza y el dinamismo de los chalecos amarillos en un primer momento, hasta la declaración de Macron del 10 de diciembre, se ha convertido en su debilidad y sus límites en cuanto el gobierno ganó la iniciativa política. Su carácter «interclasista», identificándose con el pueblo francés y no como la clase proletaria, alimentó y mantuvo las ilusiones sobre la democracia popular, es decir, sobre la democracia burguesa, e hizo que las reivindicaciones de clase que tendían a emerger, fueran ahogadas y sofocadas en beneficio de un referéndum de iniciativa ciudadana y, finalmente, en beneficio de la organización por el gobierno y el Estado de un gran debate nacional sobre el terreno de la democracia burguesa. Sin embargo, incluso los comités locales de chalecos amarillos más estrechamente vinculados a la clase obrera, dentro de los límites de nuestro conocimiento, como los de Commercy y Saint Nazaire, están siendo arrastrados al callejón sin salida de la «auto-organización [popular]» y la mistificación ideológica de la democracia en nombre del pueblo :

Desde Commercy, estamos convocando una importante reunión nacional de los Comités Populares locales. Sobre la base del éxito de nuestra primera convocatoria, os proponemos que la organicemos democráticamente, en enero, aquí en Commercy, con delegados de toda Francia, para recoger los pliegos de reivindicaciones y compartirlas. También os proponemos que discutamos juntos las consecuencias de nuestro movimiento. Por último, os proponemos que nos decidamos por una organización colectiva de chalecos amarillos, auténticamente democrática, basada en la gente y respetando las fases de la delegación. Juntos, creemos la asamblea de asambleas, la Comuna de las comunas. Este es el significado de la historia, esta es nuestra propuesta.

El establecimiento de estructuras de auto-organización como las Asambleas Generales es ahora un tema central para el movimiento Chaleco Amarillo. ¡Viva el poder para el pueblo, por el pueblo y para el pueblo!

Segundo llamado de los chalecos amarillos de Commercy, 30 de diciembre 20185

En la confusión general y la heterogeneidad social que prevalecía, y sigue prevaleciendo dentro de los chalecos amarillos, sólo el mantenimiento de las reivindicaciones salariales, el aumento de los salarios mínimos, la «indexación» de las pensiones, por citar sólo las principales, pueden asentar su lucha y rechazar el terreno de la democracia burguesa en el que el «gran debate» quiere encerrarlos y sofocarlos. El aumento de los salarios y del «poder adquisitivo» era, todavía en el momento de escribir este artículo, la única reivindicación política en la que toda la clase proletaria puede identificarse como clase, que puede permitir aún una resistencia inmediata real a la contraofensiva del gobierno y de la burguesía.

A pesar de varios conflictos y huelgas locales, a veces ligadas directa o indirectamente con los chalecos amarillos, la clase obrera como tal, a partir de sus lugares de trabajo y como clase, no ha entrado directamente en lucha si dejamos al margen unos pocos, demasiado pocos, ejemplos como, en estos mismos días, los abandonos del trabajo en «Arc Internationale» en la ciudad de Arques en el norte o en el depósito de «Geodis» en Bonneuil, en la región parisina; las ocupaciones de oficinas de desempleo [Pôle emploi] en Vitry, Rennes y Lorient y las acciones de los chalecos amarillos ante los hospitales (información del Collectif Agitation et Gilets Jaunes IDF)6. [De haber entrado en lucha la clase como tal] se habría proporcionado otra perspectiva a la revuelta social. Perspectiva que podría haber roto el marco y la agenda del «gran debate» al imponer las reivindicaciones de clase como una cuestión central. Era la única vía. Todavía es la única vía aunque, conforme pasan los días, se torna más improbable.

No fuimos los únicos que lanzamos la consigna de constituir comités de lucha o de trabajadores y luchar por esta perspectiva que hubiera desplazado el marco y los términos políticos del enfrentamiento impuesto por el gobierno y la burguesía desde el 10 de diciembre. Cabe decir que, en nuestro conocimiento, no se ha logrado. Y que, por lo tanto, no se pudo presentar ninguna alternativa política de clase real y, menos aún, representar un factor material de la situación.

Sin embargo, el movimiento de los chalecos amarillos, aun cuando pueda mantenerse todavía unas semanas, marca un antes y un después en la dinámica del conflicto de clase en Francia y una referencia para el proletariado internacional. En particular, con gran perjuicio de los sindicatos y de su táctica de los «Días de acción», ha mostrado que un movimiento «incontrolado» y sin organización –incontrolado e inorganizado desde el punto de vista del Estado y de la ideología burguesa– puede hacer retroceder la burguesía7. También mostró que la negativa a aceptar la amenaza y la violencia represiva del Estado, la voluntad de no ceder a la represión y de seguir manifestándose masivamente a pesar del riesgo, podría forzar a la burguesía a ceder, bajo ciertas condiciones y en ciertos momentos, a algunas reivindicaciones. Por último, este episodio particular de la lucha de clases hizo entrar en el combate capas y generaciones de proletarios que hasta ahora permanecían ajenos a ella y cuya expresión en las luchas por venir, así como su toma de consciencia, no podemos prejuzgar. Es demasiado pronto para deducir que una nueva generación de militantes revolucionarios pueda, directa o indirectamente, surgir mecánicamente de este episodio.

Sin embargo, los revolucionarios también deben abordar esta tarea a través de la propaganda y la intervención. La debilidad de los comunistas y (nuestra) ausencia como fuerza política material en las manifestaciones y las rotondas por la dificultad de una intervención activa dada les reticencias políticas de los chalecos amarillos y su «interclasismo» abierto, es un elemento de debilidad, no en sí del propio movimiento que solo lo subraya, sino de la relación de fuerzas internacional e histórica presente entre las clases. No desarrollamos más este punto en el marco de este comunicado cuyo objeto se limita a proveer un posicionamiento inmediato sobre la situación para todos los interesados directamente y para el conjunto del campo revolucionario internacional.

Grupo Internacional de la Izquierda Comunista, 27 de enero 2019.

Notas

1. De los Estados-Unidos hasta la China, pasando por África y todos los continentes, huelgas y conflictos tienden a multiplicarse estos últimos meses...

2. Como tal, si el gobierno y Macron no entendieron lo que estaba sucediendo hasta el 10 de diciembre, el aparato estatal en su conjunto, empezando por su policía, pasando por los sindicatos y hasta las demás fuerzas políticas burguesas (incluido el antiguo partido de Sarkozy, pero también el PS), no ha perdido en ningún momento el control de la situación. Contrariamente a lo que sugieren los medios de comunicación, estábamos lejos de una situación insurreccional, o revolucionaria, incluso en el punto álgido de los enfrentamientos del 2 de diciembre. Macron y el gobierno han vacilado. No el aparato estatal en su conjunto, ni mucho menos.

3. Macron se había comprometido a respetarlo.... especialmente para establecer su credibilidad internacional –imperialista– con la burguesía alemana. Desde este punto de vista, el movimiento de los chalecos amarillos ha debilitado la credibilidad y la autoridad de Macron frente a sus aliados europeos, que se suponía que devolvería al imperialismo francés una posición central, en particular para impulsar el fortalecimiento del eje imperialista franco-alemán.

4. Ayer, 26 de enero, uno de los portavoces más populares y «pacifistas», Jérôme Rodrigues, recibió un disparo de bala de goma en el ojo mientras filmaba la escena –un facebook en directo– y pedía a los chalecos amarillos que abandonaran la Plaza de la Bastilla, aunque no había confrontación ni peligro de ningún tipo para la policía en ese momento. Puede que haya perdido definitivamente el ojo. Según la prensa de esta mañana ha caído en un coma artificial. Este desliz puede muy bien causar un salto en la movilización, o incluso cambiar los términos y momentos de la movilización tal como el gobierno supo establecerlos hasta ahora.

5. Véase hoy mismo, el informe de la reunión para una coordinación nacional de los chalecos amarillos llamada por los chalecos de Commercy realizado por «Matière et Révolution»

6. La difusión de este volante en la plaza de la República el 26 de enero, donde debían juntarse los chalecos amarillos después de la manifestación, ha sido prohibida por unos cuantos de ellos: «¡no a la política en los chalecos amarillos!». Siguió una discusión difícil en la cual eramos pocos para criticar este «apoliticismo» primario y para argumentar sobre la necesidad de abordar directamente la dimensión política de clase, en esta lucha como en toda...

7. Habíamos subestimado las potencialidades de este movimiento y descartado demasiado rápido cualquier posibilidad de «ganancia» para los proletarios en nuestro comunicado del 2 de diciembre:

Sobre este terreno, los obreros que se encuentran aislados y ahogados en tanto que proletarios en una masa con intereses heterogéneos y aun a menudo contradictorios, aislados y ahogados en el «pueblo», no ganarán nada.

La declaración tajante, probablemente porque quedamos atrapados por un esquema, fue contradicha por la realidad –al menos en parte. El hecho de que no fuéramos los únicos en equivocarnos sobre este punto en concreto, no le quita nada a la necesidad de comprender donde radica el error y cuál es su tamaño. En particular, no ponemos en cuestión el análisis general de este movimiento y de sus limite, producto de su «interclasismo».