Los chalecos amarillos se desmovilizan... ¿Y qué de malo hay?
París amaneció una vez más en estado de sitio: movilización total del aparato de seguridad del estado francés para el «acto quinto» de los chalecos amarillos. Primero la televisión francesa, luego la brítánica y finalmente la prensa de todo el mundo constataron lo obvio: había más periodistas y policías que manifestantes. Los chalecos amarillos se desmovilizan. Pero... ¿qué de malo hay?
Tras la cuarta movilización masiva de los chalecos amarillos, el gobierno Macron -apoyado directamente por el imperialismo alemán- hizo concesiones sustanciales a la plataforma reivindicativa que, con un fuerte contenido de clase, estaba emergiendo en el movimiento. Esas «concesiones» en parte se recuperarán por el capital nacional bajo la forma de inflación y en parte se distribuirán a través del mecanismo del euro entre los países de la eurozona. Lo que es claro es que han elevado las contradicciones del proyecto imperialista franco-alemán como un todo y las del capital francés en particular. En el capitalismo decadente que vivimos cada concesión solo es el preludio de un ataque renovado. Es el capital el que no funciona e impone la supervivencia de su acumulación sobre la de la sociedad en general y la de los trabajadores en particular.
Hoy sabemos que el movimiento de los chalecos amarillos es la última entrega de un proceso de desarrollo de la combatividad de clase que comenzó en 2016 y que con la huelga de ferroviarios topó de bruces con la lógica reaccionaria de los sindicatos. Podemos decir que la movilización de «los chalecos», en principio relativamente distante del terreno de clase y nunca hasta ahora definitivamente en él, ha servido de cauce para que la combatividad de los trabajadores pudiera resolver ese problema y otro fundamental ligado a él: la «necesidad» de «salvar la empresa» para poder satisfacer las necesidades humanas genéricas.
Es decir, el momento «chaleco amarillo» del movimiento de clase ha resuelto las cuestiones por las que se planteó: ha obtenido un triunfo material y superado el nudo gordiano que atrapó a la clase durante el retroceso de los últimos treinta años. La desmovilización escenificada hoy, es «lo que toca». El siguiente nivel de reivindicaciones planteado -dimisión de Macron- sin haber desarrollado antes una organización unitaria era utópico y por tanto reaccionario. Pero las condiciones para esa organización unitaria ( comités, consejos, soviets..., como queramos llamarlos) todavía no podían plantearse bajo las premisas del actual momento de lucha. El movimiento no se ha agotado, se ha agotado su forma momentánea bajo una plataforma difusa que sin embargo se ha impuesto al estado y la burguesía nacional.
Por eso, para los elementos más conscientes de la clase el trabajo dista de estar acabado o de poder darse por cerrado. La tarea ahora no es movilizar bajo un esquema de un momento ya superado, sino agrupar a los elementos más decididos del movimiento, acendrar con ellos la claridad teórica básica y preparar el siguiente nivel... cuya necesidad será planteada irremediablemente por el siguiente ataque del capital nacional. Eso significa no solo discutir la necesidad de la organización asamblearia, sino el marco de reivindicaciones que supere, en la nueva fase, la «recuperación» de lo concedido por la burguesía. Es decir, se trata de participar en la tendencia en marcha a la creación de partido de clase. Lo que exige una consciencia clara de su función en este momento: no solo afirmar el programa comunista como perspectiva y objetivo necesario ya, sino servir al planteamiento del siguiente nivel de reivindicaciones y organización sin esquivar su concreción y materialidad.