Lo que no quieren contarte de Lavapiés
Ayer un trabajador precario, Mame Mbaye, que vivía de la venta ambulante, cayó a plomo cuando, como es cosa diaria, era perseguido por la policía municipal. Le dio un infarto y falto de atenciones, murió. Corrieron mensajes y rumores asegurando que la policía no dejó intervenir a una enfermera presente, los municipales por su parte negaron que le estuvieran persiguiendo primero y aseguraron luego que le habían reanimado hasta la llegada del SAMUR. Comenzaron protestas que se extendieron a lo largo del día y la noche. Los medios se lanzaron a hacer el retrato de un barrio «multicultural» a la defensiva y engañado por las ilusiones vendidas por los políticos; Podemos-Ganemos, la fuerza política que dirige el ayuntamiento y la policía municipal que acosa a los ambulantes, se rasgó las vestiduras y comenzó a agitar con consignas anti-racistas... la colección de despropósitos e hipocresía no podía ser más repugnante. Nadie estaba interesado en responder la pregunta básica: ¿Quién se beneficia de la precariedad de los manteros?
Lavapiés comenzó una «gentrificación» por capas en los años 90. Era entonces un barrio envejecido, barato y con las peores infraestructuras del centro de la capital. Los áticos de progres y los bares Manu Chao comenzaron a convivir con las primeras tiendas al por mayor de sirios, marroquíes y senegaleses. Las batallitas nocturnas entre las mafias locales alimentadas por tenderos protegidos por servicios de información, se superponían a la noche alternativa de los universitarios pequeñoburgueses y a los centenares de jóvenes precarios que compartían pisos infames. La situación se polariza aun más a partir de los 2000. Son los años de boom migratorio, también de fusión de las primeras redes ultras islamistas -ligadas a algunos tenderos- con el lumpen «de toda la vida» del barrio. Estaba cuajándose el 11M como expresión marginal de una parte de la nueva pequeña burguesía inmigrante del barrio. Mientras, su equivalente senegalés también había crecido y dentro de ella la estructura de cofradías, especialmente las «mourides», ofrecían un sistema de solidaridad en la llegada, apoyo mutuo, centros sociales (las «escuelas») y... trabajo precario.
En paralelo, la apertura de la «Casa Encendida», la vecindad del Museo Reina Sofía, las galerías e incluso la filmoteca, junto a los bajos precios y el ambiente «multicultural», neocolonial, en el que precarios e inmigrantes daban el fondo ideal a la foto «alternativa» de los «cool progresistas» en las terrazas de Argumosa, atrajo la inversión y la restauración de casas por un buen número de aquellos que habían sido estudiantes pequeño-burgueses y pronto se convertirían en cuadros y ediles de Podemos, sus confluencias y sus redes clientelares. El barrio brilló por su vida cultural, su «espíritu solidario», sus huertos urbanos en pleno centro y mil «iniciativas sharing» y alternativas características de la nueva juventud dorada heredera del 15M.
¿Qué era de los trabajadores inmigrantes mientras tanto? Trabajaban a destajo en redes organizadas por los tenderos, tenían que comprar paquetes de entre 300 y 450€ de mercancía por adelantado y sacarles el margen que pudieran. Los meses buenos el salario real podía subir hasta 500€, los malos a la mitad. Y a eso hay que restar la voracidad de la policía municipal. En una época y en algunos casos, amansada por redes de complicidad con los propios tenderos patrones. En otras, especial y brutalmente violenta.
¿Y las asociaciones? El fenómeno de las asociaciones de inmigrantes, que empieza a principios de los 90 con la URA (Unión de Refugiados Africanos) fomentada por el POSI, evolucionó pronto a articularse en torno a una migración especializada de burócratas político-sindicales que fue nutriéndose y complementándose con la pequeña burguesía tendera migrada. Cómodos a la pequeña burguesía, hermandad de clase, eran los «amigos» ideales de los jóvenes futuros cargos de la izquierda española: «gente como uno». De esa mezcla se explica que el ahora famoso «sindicato de manteros» sea el único sindicato que no hace ni siquiera el gesto de discutir lo que paga el patrón o el infame sistema de destajo y pago por adelantado... sino que se centre en los papeles -lo cual es sin duda importantísimo pero no puede servir para ocultar la explotación a la que es instrumental- y se deslice cada vez más hacia un discurso «antiracista» presto a dividir a la clase por razas que se ve ahora inspirado por el «éxito» para la burguesía del modelo dado por la «huelga feminista».
Lavapiés es el corazón de «la izquierda» madrileña y expresa bien lo que ésta significa para los trabajadores: invisibilización de la explotación, hipocresía rabiosa respecto a la opresión, entrega de los trabajadores a mafias y bandas, precariedad sin límites y la promesa de movilizaciones destinadas a culpabilizar y dividir a la clase.