Las «organizaciones sectoriales» de la IIª y la IIIª Internacional
La Primera Internacional agrupó expresiones de clase muy heterogéneas. La Segunda y la Tercera Internacionales, impulsadas por su ala izquierda agregaron al tejido ya existente, organizaciones enfocadas a sectores específicos de la clase (jóvenes, mujeres, etc.). ¿En qué marco? ¿Bajo qué condiciones? ¿Tiene sentido hoy en día?
Nada que ver con «identidades»
La Primera Internacional heredó una serie de expresiones organizativas (cooperativas, sindicatos). Los partidos de la segunda Internacional agregaron a estas estructuras -al menos en los países plurilingües o con movimientos nacionalistas-, grupos específicos, con sus respectivos periódicos, aparatos de propaganda y dinámicas, dedicados a difundir el programa entre las minorías nacionales. El ala derecha de la socialdemocracia tenderá a reconocer estas organizaciones como organismos autónomos, si no independientes. La izquierda (Lenin, Luxemburgo, Trotski, Jogiches, Mehring etc.) defenderá la expresión organizativa de la unidad de intereses (programa de clase), reduciendo a los distintos núcleos lingüísticos y «nacionales» del partido a grupos de propaganda especializada, es decir negando la necesidad de representar o configurar el partido en base a «identidades» y afirmando en cambio el centralismo.
Y sin embargo... fue la izquierda de la segunda Internacional la que promovió la formación de organizaciones juveniles y femeninas. ¿Por qué? ¿No era una contradicción?
En primer lugar debemos dejar claro que estas organizaciones no estaban, en absoluto, en «pie de igualdad» ni con los partidos ni con la Internacional. Seguían el modelo de «grupo de propaganda especializado» dentro del partido y con el programa del partido. Este modelo será el que tome y enarbole la Tercera Internacional, que encarga a sus secciones crear secretarías específicas de propaganda y coordinarlas en organizaciones y conferencias internacionales. Estas no estaban dedicadas a representar a las mujeres, los jóvenes, los trabajadores sindicados, los cooperativistas o los grupos culturales en el partido. Al revés, estaban destinados a llevar el programa y la agitación del partido sector por sector, porque como afirmó con rotundidad Clara Zetkin:
No hay más que un sólo movimiento, una sola organización de mujeres comunistas -antes socialistas- en el seno del partido comunista junto a los hombres comunistas. Los fines de los hombres comunistas son nuestros fines, nuestras tareas.
No se puede decir que la formación de estas organizaciones de propaganda fuera posible por el auge de la democracia liberal característica del capitalismo ascendente. Al revés, no nacen en el momento liberal de la democracia parlamentaria... sino cuando esta empieza a verse superada por las condiciones del imperialismo. Es el momento en el que los parlamentos empiezan a dejar de ser el lugar de representación de intereses en conflicto porque los monopolios y el estado empiezan a fundirse y en que los sindicatos dan las primeras señales de integración en el estado. Las organizaciones juveniles socialistas aparecen en 1894 en Austria, el 1903 en España, en 1907 Karl Liebknecht que en aquel momento no era considerado ya «joven» (tenía 36 años), anima la creación de la una organización Internacional. Ese mismo año Clara Zetkin convoca la primera Conferencia Internacional de mujeres socialistas. No es solo una cuestión de fechas, las organizaciones de jóvenes se ligarán específicamente a la propaganda contra el militarismo, las de mujeres a la lucha por el sufragio universal primero y a la lucha contra la guerra imperialista después... Es decir, las tareas que adoptan están específicamente ligadas a las necesidades de enfrentar las distintas -y entonces novedosas- consecuencias de la fase imperialista en la que está entrando el capitalismo como un todo.
¿Por qué mujeres y jóvenes?
Otra cuestión interesante es por qué, de todos los focos posibles, la izquierda se concentra en llevar el programa precisamente a mujeres trabajadoras y jóvenes obreros. No fue desde luego porque creyera que fueran sujetos políticos definidos por una «opresión» particular... sino porque representaban estados liminales, fronterizos, en la composición social de la clase que los hacían especialmente débiles y relativamente ajenos al movimiento obrero organizado hasta el momento.
Buena parte de las mujeres de clase trabajadora eran lo que se conocía como «amas de casa», no teniendo relación asalariada directa con la producción, otras muchas seguían bajo el modelo del trabajo a domicilio, algunas de las jóvenes en trabajos administrativos o del sector servicios (enseñanza, como la misma Clara Zetkin). Es decir una parte amplia de las mujeres de la clase estaba aislada de la vida de las Casas del pueblo y sus equivalentes. Es a ellas a las que se dirigen las organizaciones de mujeres de la socialdemocracia que impulsa la izquierda.
Otro tanto pasa con los jóvenes, de 14 a 21, que eran casi por definición «vagos», es decir, no cualificados, no tenían oficio y la aparición de la nueva organización les permitió unirse al «sindicato de oficios varios». Es decir, las nuevas organizaciones llevaron literalmente a las sedes socialistas a trabajadores que hasta entonces no se habían visto integrados en la experiencia social de la militancia de clase y que por las condiciones en las que eran incorporados al trabajo tenían difícil hacerlo. Los estudiantes, es decir, los universitarios, solo se organizan mucho más tarde. En España, donde el PCE nace de las Juventudes en 1920, ni siquiera llegarán a estar formalmente bajo la dirección del PSOE.
La vida militante en la Segunda, la Tercera Internacional y después
El resultado sobre la vida cotidiana del militante de la II Internacional es un elemento importantísimo para entender a la generación de revolucionarios de 1914:
Si vamos a la II Internacional, con sus asambleas semanales, sus escuelas obreras, sus ateneos, sus asociaciones de tiempo libre, sus Casas del pueblo, sus cancioneros… realmente nos cuesta imaginar hasta que punto la expresión política independiente de la clase articulaba a su alrededor una cotidianidad que multiplicaba la lucha obrera y su representación política en cada aspecto de la vida. Una multitud de pequeñas cosas que nos ayudan a entender a más de un siglo y unas pocas derrotas de distancia, la profunda relación con el partido obrero de millones de trabajadores, el drama que supuso la traición de la socialdemocracia y la fortaleza de los comportamientos militantes de la época revolucionaria que la siguió.
La Tercera Internacional no solo hace suyo el modelo, lo lleva a campos que a la Segunda le habían venido «heredados» y habían mantenido una autonomía organizativa propia: sindicatos -un lógico desastre-, cooperativas y organizaciones educativas/culturales. Errores de concepto (Internacional Sindical Roja) y el ascenso del stalinismo impedirán su desarrollo. Pero eso no quiere decir que el tejido organizativo quedara en nada.
Todavía en los años 30, podemos ver la importancia de todo lo construido por la IIª en la la experiencia de la Izquierda Comunista Española en Llerena. Allí las huelgas de masas de jornaleros del 31, el 32 y el 34 culminan y confluyen con la Revolución en la insurrección del 19 de julio del 36. Esa evolución resulta inexplicable sin la formación de un grupo de la Izquierda Comunista Española en el seno mismo de la Casa del Pueblo del PSOE que acabará agrupando a la vanguardia del proletariado local (casi 800 militantes en una comarca de 10.000). Pero el tejido organizado en torno a las posiciones revolucionarias va mucho más allá de esos 800 compañeros: los trabajadores salen a bloque de la UGT y crean una federación propia que será la mayoritaria, se crea una organización juvenil, un programa cultural y educativo y una cooperativa de jornaleros que se hace con tierras y cubre las espaldas a los represaliados y sus familias. Todo residenciado en el mismo espacio físico, un pequeño palacio Kchesinskaya local.
La experiencia de la Segunda y la Tercera Internacional nos habla de un modelo organizativo centralizado en torno al partido pero multiplicado por grupos de propaganda específicos a los que podían adherirse individuos y grupos trabajadores sin que tuvieran que integrarse directa o formalmente en la organización política. El resultado fue «hacer partido», permitir espacios de vida política de clase y dar sostén a un modo de vida militante que fue fundamental para la aparición de minorías revolucionarias con capacidad de orientar al conjunto de la clase. En la práctica, esta forma de organización fue la que permitió romper con la idea de «partido de masas» y dar lugar al nacimiento de organizaciones revolucionarias con verdadera influencia y capacidad de dirección.
Esto es lo que vino a destruir el fascismo. La crisis creada por la contrarrevolución en el movimiento obrero no eliminaba por sí, ni lo suficientemente rápido para las necesidades de los grandes capitales nacionales, todo ese entorno que Trotski llama de «democracia obrera». Mientras existiera, la posibilidad de que se multiplicaran las «llerenas» por toda Europa y algunos países de América y Asia, seguía abierta. El fascismo venía a completar la obra destructiva de la socialdemocracia y el stalinismo arrasando la base organizativa que daba sentido a una hipotética dirección revolucionaria.
El fascismo no es solamente un sistema de represión, violencia y terror policiaco. El fascismo es un sistema particular de Estado basado en la extirpación de todos los elementos de la democracia proletaria en sociedad burguesa. La tarea del fascismo no es solamente destruir a la vanguardia comunista, sino también mantener a toda la clase en una situación de atomización forzada. Para esto no basta con exterminar físicamente a la capa más revolucionaria de los obreros. Hay que aplastar todas las organizaciones libres e independientes, destruir todas las bases de apoyo del proletariado y aniquilar los resultados de tres cuartos de siglo de trabajo de la socialdemocracia y los sindicatos. Porque es sobre este trabajo sobre lo que, en última instancia, se apoya el partido comunista.
La contrarrevolución triunfó. Tomó en algunos lugares la forma fascista, en otras la stalinista y dio paso a una nueva guerra mundial. A su fin, a pesar de los intentos de la clase por convertir la guerra en Revolución, todo aquel tejido de vida de clase quedó completamente destruido. La integración en el estado de los sindicatos, que se había producido ya antes y que se evidenció con total claridad de la Revolución española en adelante, convirtió a estos, país por país y como no podía ser de otra manera, de sustento de aquel tejido más amplio, en lápida casi inamovible.
Pero sin un tejido organizativo más amplio debajo, los núcleos internacionalistas fueron incapaces de volver a tener una influencia real en el conjunto de la clase ni siquiera en los periodos en los que la lucha de clases se desarrolló internacionalmente con mayor virulencia. La impotencia de los revolucionarios fue indistinguible en el Este y en Oeste, en los países centrales del Norte y en los del Sur.