Las iglesias y la colonización sectaria de los barrios
Las iglesias no son un molesto resto de la feudalidad, un atavismo en lenta desaparición. La base de la superstición organizada es la fractura de la sociedad y la alienación que genera. Alienación y miedo que el capitalismo eleva al máximo. Por eso no solo no se van, sino que vuelven. Y ahora, por la puerta grande: encuadrando trabajadores en masa para el aparato político del estado y ganando una relevancia que la iglesia católica había perdido hace décadas.
AMLO dará un canal público de televisión a cada iglesia evangélica, no es ningún secreto que Bolsonaro las tiene por su principal apoyo social y que están tras el recule en derechos de matrimonio de la nueva constitución cubana y de buena parte de las masas puestas en la calle por los antiabortistas argentinos. Y no se limitan a América del Sur: en EEUU donde desde los 80 son acarreadores de votos para el partido repulicano, Trump modificó las leyes de financiación de partidos para darles aun más peso en la política estadounidense. En España, están cada vez más presentes en los barrios. Están alcanzando, si no sobrepasando ya, a las organizaciones católicas «de base». Las más extremistas de éstas, como «los kikos» o «hazteoir», han copiado a su vez el modelo evangélico y ahora son una de las principales columnas de Vox.
Lo que aportan al estado todos estos grupos es la posibilidad de suplir las dificultades crecientes del aparato político de la burguesía para organizar masivamente a los trabajadores. Esto es especialmente atractivo cuando se quiere dotar de «base popular» y legitimar renovaciones drásticas de mapa partidario. Bolsonaro es el ejemplo. Cuando AMLO habla de las iglesias evangélicas como aliados para «moralizar» México, lo que está señalando es que el apoyo político y el control de los barrios desde abajo que ofrecen las iglesias le sale «barato»: restricción de libertades, discriminación de mujeres y gays, bruticie en las escuelas y pacatería mediática. Una ración de infierno cotidiano más para nosotros que ni de lejos afecta los intereses del capital nacional. De hecho permite de paso desviar la atención mediática hacia la política cultural o sexual incluso en los peores contextos de degradación social súbita y hundimiento económico, como ha sabido jugar por ejemplo Macri en Argentina.
La cuestión es por qué colonizan los barrios de nuevo las iglesias y por qué ahora. Basta acercarse a cualquier iglesia evangélica para darse cuenta. Ofrecen, sobre el lecho narcótico de las supersticiones cristianas, «soluciones prácticas»: redes de apoyo mútuo para los parados, ayuda para obtener «los papeles» a los familiares de los migrantes miembros, actividades extraescolares para los hijos, campamentos, tratamientos y apoyo a los drogadictos y ludópatas, sesiones para problemas de pareja... Ayudas que para tantas familias de trabajadores empobrecidos significan la frontera entre hundirse o poder seguir. Y para rematar... ofrecen un espacio, un espacio con sentido colectivo en ciudades y barrios donde todas las relaciones están mercantilizadas y la vida atomizada. Espacios donde muchos creen poder encontrar el reconocimiento y el sentido de pertenencia que comunidades de amigos y familias rotas por la precarización general de las condiciones de vida ya no pueden ofrecer.
Todo va regado indefectiblemente con una mezcla de mensajes reaccionarios que machacan que no hay otra realidad que el darwinismo social más terrible, pero que se puede superar con la ayuda de un amigo invisible que, al parecer, está muy interesado en el sostenimiento y desarrollo de la burocracia eclesial. No hay sesión sin colecta ni actividad social que no recave apoyo económico. Pertenecer cuesta y cuesta a cada miembro un porcerntaje de su salario. En muchas el diezmo deja de ser tal y sobrepasa con mucho el 10% de los ingresos. Es decir, el refugio de la atomización, el ansiado espacio de pertenencia... al final está mercantilizado al extremo. Tan al extremo que hasta los «milagros» son de pago. Las iglesias no son «restos feudales», ni expresión de la resistencia comunitaria a la precarización. Son puro capitalismo atomizador y destructivo en acción.
El éxito de las nuevas iglesias en los barrios nos habla de una sociedad en la que crujen todas las costuras, en la que la cohesión social se hace trizas. Una sociedad en la que las relaciones humanas se descomponen y mercantilizan cada día más. Pero sobre todo nos habla de cómo los barrios de la clase trabajadora están bajo sitio de la descomposición social más terrible. Y de cómo la desesperación de nuestros compañeros y vecinos les lleva a agarrarse a un clavo ardiendo. Nos habla, sobre todo de un vacío. El vacío de una perspectiva propia. Nos habla de que es urgente levantarla.