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21/02/2020 | Actualidad

Esta semana los dos grandes temas globales han sido la aceleración de la crisis hacia la recesión global y la tensión insostenible entre Turquía y Rusia en Siria. Y en Europa, la campaña de «Reconquista republicana» de Macron ha alimentado las tertulias de radio de medio continente mientras los resultados de las grandes empresas y los movimientos especulativos hablaban de una crisis más profunda que el mero impacto de los problemas de China por la epidemia de neumonía de Wuhan. Pero hubo más temas importantes, las primeras definiciones de Europa tras el Brexit, la lógica de la guerra comercial y... cómo no, el ataque general a los sistemas de pensiones.

Confirmando la tendencia a la recesión y la guerra, la Conferencia de Seguridad de Munich había servido de escenario para que Macron esbozara la UE que quiere dentro de diez años: «política de defensa efectiva, un presupuesto más amplio y mercados de capital integrados». Dicho de otro modo: más seguridad para los capitales, autonomía vía militarismo para resguardar los intereses imperialistas comunes y una cierta mutualización de riesgos económicos a través de transferencias entre países articuladas por el presupuesto comunitario. La llamada «Europa de los capitales» en estado puro, en teoría, la versión más destilada del «proyecto europeo».

No ganó muchos aplausos en Bruselas, sin embargo. La nueva presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha roto con la tradición de sus predecesores para tomar la posición violentamente beligerante contra Francia de los sectores más derechistas de la CDU alemana. Al principio parecía que se adaptaba las formas burocráticas de Bruselas, respondiendo al veto francés a la adhesión de Macedonia del Norte y Albania con una propuesta de reforma del mecanismo de adhesión. La excusa francesa había sido precisamente la falta de un mecanismo modernizado, aunque en realidad sencillamente devolvía otros golpes a Alemania.

Pero esta semana von der Leyen fue más alla. El domingo, mano a mano con Alemania y con el presidente del Consejo Europeo, Michel, organizó un «encuentro franco» con los gobiernos de los dos países rechazados. El martes, levantó una diplomática bandera de guerra con los países que han manifestado que vetarán el acuerdo con el Mercosur al organizar un sistema de cumbres bilaterales anuales de la UE con el Brasil de Bolsonaro. Era, una vez más una aspiración casi exclusivamente alemana y abiertamente enfrentada a Macron, que teme una nueva revuelta de la pequeña burguesía agraria y que ya había usado los incendios en el Amazonas este verano para, con Irlanda y Finlandia, adelantar un veto al tratado de asociación.

Por si quedaran dudas del «sesgo alemán» de von der Leyen, la discusión de los límites presupuestarios de la U.E. para los próximos años, las disiparon. El punto de partida de las negociaciones era el 1,07% de la renta nacional bruta presentado por Michel, supone un recorte del 14% para la PAC y del 12% en los fondos de cohesión. Evidentemente los países del Sur, empezando por Francia, Italia y España, la rechazaron por «decepcionante»... pues obviamente no puede sino agravar la revuelta agraria. Y a fin de cuentas esperaban que con la presión del Parlamento, que pide un 1,3% para financiar el «pacto verde», pudiera llegarse a algo más cercano a lo que era, oficialmente, la posición de la Comisión desde 2008: el 1,11%... pero no. Von der Leyen se «siente cómoda» con la propuesta de Michel y juega así, de nuevo, con el «frente nordista» -Alemania, Austria y Holanda- que habla abiertamente de reducir el presupuesto para mermar las ya escuetas transferencias de rentas de los países exportadores hacia el Sur y el Este.

Y es que la fuerza dominante en Europa ahora mismo es la batalla entre Francia y Alemania. Batalla diplomática y burocrática, pero también de capitales. Hemos pasado de la defensa común de la fusión Alstom-Siemens, frustrada por la Comisión Juncker por excesivo poder de mercado, a que la compra de la división ferroviaria de la canadiense Bombardier por Alstom sea rechazada por Alemania por crear un «poder de mercado excesivo» que habría que compensar abriendo barreras a la competencia china.

No menos violenta se dibuja la tensión entre la UE y Gran Bretaña. La semana comenzaba con el ministro francés de exteriores declarando sin pudor que «Gran Bretaña y la UE se destrozarán mutuamente en la negociación comercial post-Brexit». Por su lado los británicos rechazaban que la UE fuera a imponerles reglas y declaraban buscar un tratado al estilo de Australia o Canada, que no implican la supeditación a los estándares y normativas de producción de Bruselas. La respuesta de Bernier, no se hizo esperar. El modelo canadiense no era aceptable. Y para acabar de mostrar la «buena voluntad» de los continentales, Bruselas incluyó la demanda de devolución de los frisos del Partenón, expuestos en el Museo británico, en el borrador de negociaciones.

Por su parte, el gobierno británico publicó su nueva ley de extranjería que entrará en vigor a partir de abril de 2021. Un sistema de [visados de trabajo por puntos](https://jornaleconomico.sapo.pt/noticias/quer-ir-trabalhar-para-o-reino-unido-precisa-de-obter-70-pontos-549577 (foto)) (mínimo 70 para poder hacer la solicitud) en el que, entre otras cosas es obligatorio hablar bien inglés y llegar con un contrato de más de 30.000 € anuales

Mientras la prensa de toda Europa mostraba un asombro no carente de indignación, Escocia pedía al gobierno central la transferencia de los poderes para otorgar visados de trabajo en su territorio. Algo más que un guiño en búsqueda de la complicidad continental.

Es decir, el Brexit podrá ser más o menos brusco pero lo seguro es que va a ser «duro». Los países europeos que más exportan a Gran Bretaña empiezan a inquietarse. Y es significativo de la lógica general de la guerra comercial que viene que Portugal esté evaluando ya, antes de que las negociaciones empiecen siquiera, subsidiar la Sanidad de los turistas y residentes británicos. Las exportaciones -y el turismo es una exportación de servicios- son sagradas.

Trump por su lado también lo tiene claro. Una cosa es meter aranceles a mansalva a los productos chinos invocando la seguridad nacional y otra muy distinta invocar la seguridad nacional para vetar una venta de tecnología sensible como si estuviéramos en la Guerra Fría. Reequilibrar a favor la balanza comercial, exportar más e importar menos, ese es el objetivo de la guerra comercial, la guerra tecnológica que la ganen las empresas, vino a explicar el Presidente norteamericano en uno de sus famosos hilos de tuits. Los ganadores son los que exportan, y los que no, como Argentina que lleva 10 años intentando sin éxito encontrar cómo exportar más productos industriales y servicios, no podrán convertir su propio mercado en base de capitalización y acumulación de capital, e indefectiblemente les tocará menos en el reparto de las ganancias globales.

Una lógica que, evidentemente, exacerba el nacionalismo y alimenta sus expresiones más miserables, algo que tampoco faltó esta semana. En Rumanía vimos la xenofobia contra los panaderos srilankeses, en Italia brotes de sinofobia a cuenta de la neumonía de Wuhan y en EEUU descubrimos que la mitad de los delitos de odio en Nueva York durante el año pasado fueron sufridas por judíos y no precisamente porque el resto de delitos de odio haya descendido significativamente, sino porque el antisemitismo crece como nunca.

No, ni una sola de las nefastas tendencias que definen la actual crisis de acumulación, afloja. Y desde luego no lo hace el movimiento global de los estados a asaltar, erosionar y privatizar las pensiones de los trabajadores. Esta semana, en Argentina, el gobierno confesó querer abrir el debate sobre la subida de la edad de jubilación.

En España se confirmó la transferencia del gobierno central a Euskadi de la gestión de la Seguridad Social... primera fase para romper la caja única con «fondos complementarios» privados organizados ya por el gobierno vasco como voluntarios, fondos que pasarán a ser obligatorios con la «mochila austriaca» que el gobierno Sánchez ha comunicado ya a Bruselas que quiere implementar.

En Francia, en las huelgas y movilizaciones contra la reforma de pensiones, artificialmente alargadas y hechas costosas por los sindicatos, empieza a sentirse el agotamiento. Y en Grecia empezaron esta semana también movilizaciones contra la reforma de pensiones que ultima el gobierno Mitzotakis y que entre otras cosas elevará la edad de jubilación a 67 años. Como en Francia, los sindicatos comenzaron limitando la movilización a una huelga de transportes, esta vez al menos de solo un día, por lo que las fuerzas no se resienten. Todo dependerá ahora de la capacidad para salir del corsé de los sindicatos.

El balance de esta semana no puede ser sino precupación. La velocidad a la que se están desarrollando las tendencias hacia la recesión y la guerra, la violencia de los ataques a las condiciones de vida, cuando no a la vida misma, de millones de trabajadores en todo el mundo, no tienen todavía correlato en el nivel de la respuesta alcanzada por las luchas de los trabajadores en lo que va de año. Y no se trata de esperar a ver qué pasa con los brazos cruzados. Hay que romper la complacencia interesada de la ideología y el bombardeo mediático. Hay que abrir las conversaciones que importan en los centros de trabajo con nuestros compañeros. Y hay que organizarse para colectivamente redoblar ese esfuerzo.