Las contradicciones del «bolsonarismo»
¿Qué significa Bolsonaro? En la interna oxígeno para la pequeña burguesía, liderazgo de la agroindustria exportadora frente al capital paulista y ataque directo a los trabajadores, en la externa una alianza con EEUU para convertir a Brasil en imperio «tributario» y transformarse en centralizador continental, liquidando Mercosur y creando de la mano de Chile una estructura institucional nueva para sus intereses imperialistas. Pero todo eso están en cuestión ya... desde el mismo centro del capitalismo de estado brasileño.
A nadie se le escapó el significado de poner al mando de Itamaraty -la temida diplomacia brasileira- a Ernesto Araujo. Araujo no tiene tirón en la maquinaria institucional y diplomática, pero es el hombre de confianza de Olavo de Carvalho, un trumpista antes de Trump que es el ideólogo de cabecera de EEUU y que vive en EEUU. Todo iba muy a juego con el equipo económico, liderado por Guedes, que colocó a su vez al ministro de Justicia. Todos hiper-pro-EEUU, todos decididos a «limpiar» el estado de la «infiltración» del partido de Lula. El bloque «neoliberal-nacionalista» tuvo su momento de gloria con la ofensiva contra las pensiones. Cada vez que Bolsonaro avanza un paso hacia la reforma de las pensiones (privatización y paso a un modelo de capitalización como el chileno) el capital internacional celebra inyectando capitales y produciendo una subida general en la bolsa. La llegada de capitales ante la promesa de la destrucción del sistema público de previsión, la perspectiva de una reordenación continental y la bajada de salarios es todo el secreto del «milagro Bolsonaro»: 173.000 empleos, superávit comercial y duplicación de la inversión externa. Pero el ritmo parlamentario es cadencioso, los propios capitales yankis se impacientan y Guedes empieza a ofrecer plazos... lo que no es sino caer en la más vieja de las trampas parlamentarias. Resumiendo: el sector más pro-EEUU, el núcleo duro bolsonarista, está ocupado en la batalla central: culminar el ataque a la clase trabajadora. Y eso abre el juego.
Y el juego principal hoy por hoy es el posicionamiento imperialista. El principal contrapeso del aparato del estado hoy frente a Bolsonaro es el vicepresidente Mourão, cabeza del grupo de poder militar que apoya a Bolsonaro. Hoy sabemos que fue Mourão el que echó para atrás entregar una base militar a EEUU y el que luego negoció con el presidente que se hiciera sin cesión de soberanía. Han sido públicos los frenos de los militares a la voluntad bolsonarista de invadir Venezuela e incluso la guerrilla informativa: si el hijo de Bolsonaro trazaba un paralelismo con la intervención de la OTAN en Libia, los militares liberaban informes después mostrando el peligro de abrir una llaga de caos y descomposición con el mismo ejemplo.
Pero la señal más importante y llamativa ha sido la visita de Mourão a China: la oportunidad de desarrollar inversiones en Asia ha encantado al capital paulista mientras que la seguridad de mantener e incluso ampliar las exportaciones agrarias ha tranquilizado a la burguesía agroindustrial. En conjunto Mourão y el sector militar del poder político actual representa el viejo posicionamiento de Itamaraty: Brasil no debe casarse con EEUU en exclusiva ni focalizar sus intereses imperialistas principalmente en América del Sur. Si Bolsonaro hubiera muerto a consecuencia de las complicaciones del atentado que sufrió, Mourão estaría liquidando ahora el «americanismo» bolsonarista para regocijo de un agro exportador que sabe que no puede confiar en Trump.
Queda claro que el bolsonarismo, como el lulismo, es en realidad es un frente no excesivamente coherente de clases y capas burguesas. Si el lulismo original se apoyó en la Teología de la liberación, es decir, en la parte de la iglesia católica especializada en el control del territorio y los barrios populares, Bolsonaro lo hizo en las iglesias evangélicas, símbolo de la nueva pequeña burguesía de «comida al paso» y taller mecánico, punta de lanza de la penetración brasileña en América del Sur. Pero al estado no le gusta ni el cambio de la pequeña burguesía intelectual «de toda la vida», que sigue huyendo en masa a Portugal, EEUU e incluso Argentina, ni las pretensiones de la nueva capa envalentonada por su relación privilegiada con Bolsonaro. El bloqueo por la Justicia federal del pasaporte diplomático de Edir Macedo, fundador de la «Iglesia Universal» («¡Pare de sufrir!»), es solo un destello de las muchas chispas que están saltando a todos los niveles de la maquinaria estatal.
Pero el frente interno más peligroso que se le abre a Bolsonaro es el de la pequeña burguesía en precarización. Los camioneros, que en su día fueron el comienzo de su ascenso a presidenciable, preparan ya una nueva movilización acusándole de incumplimiento. Puede ser el signo definitivo de ese divorcio latente con una pequeña burguesía que sigue ahogada por la crisis y que de Ceará a Sao Paulo denuncia día sí, día también, la impotencia del estado para imponerse al terror del lumpen organizado de los «comandos».
Las contradicciones de la burguesía brasileña
Lo que tenemos enfrente son los primeros síntomas de las contradicciones internas de la burguesía brasileña. Contradicciones que tienden a alinearse, como en todo el mundo, alrededor de los polos del principal conflicto imperialista emergente: EEUU vs China. Pero la contradicción fundamental, la única que puede además poner fin al desastre permanente en que se ha tornado el sistema es otra bien diferente. De momento, permanece invisible, latente, como esperando una señal...