Las «Casas del pueblo» y la IIª Internacional
Pocos elementos de la historia de la clase están todavía hoy tan presentes entre los trabajadores como el recuerdo de las «Casas del Pueblo» de la IIª Internacional en España. Fueron la mayor experiencia de organización de grupos militantes de la época, pero sobre todo, representaron un esfuerzo masivo de formación y discusión obrera. En ellas nacieron los dos grupos fundadores de la IIIª Internacional en España y la sección más numerosa de la Izquierda Comunista Española. A estudiarlas descubrimos en verdadero rostro de lo que fue la IIª Internacional en un país donde la mayor parte de los sindicatos se alineaban con el anarquismo y se nos caen algunos mitos sobre el PSOE de los tiempos de Pablo Iglesias.
Las «Casas del Pueblo» nacen de la iniciativa de Antonio García Queijido. García Queijido fue uno de esos pocos militantes que participaron del nacimiento de las tres primeras Internacionales. Tipógrafo, cabeza de la izquierda del PSOE, contrario a la «conjunción» con el republicanismo, internacionalista durante la guerra, fundador y brevemente secretario general de UGT, se convertiría en el primer secretario general del PCE unificado bajo dirección de la Internacional Comunista en 1922. Aunque la historiografía actual le recuerde sobre todo como «el marxista» a la izquierda de Pablo Iglesias y como director de «La Nueva Era», la única revista teórica relevante que dio la Internacional en España, en realidad García Queijido fue ante todo un organizador y un «educador de muchedumbres» según la expresión de Morato. Habiendo sido uno de los fundadores y dirigentes de la «Asociación del Arte de Imprimir», cooperativa de tipógrafos de la que surgiría el movimiento internacionalista en España, mantuvo siempre un fuerte activismo cooperativista sobre los lineamientos del Consejo de la Iª Internacional. De ahí y de su conocimiento de primera mano de las primeras «Casas del Pueblo» belgas, nacería el movimiento español.
El cinco de septiembre de 1897, García Queijido convoca una reunión formal de doce organizaciones obreras. Participan desde el Montepio Obrero -representado por Morato en la reunión- hasta la asociación de camareros, pasando por el propio Partido Obrero representado por Pablo Iglesias. García Queijido les da, según las actas, «extensas explicaciones sobre el proyecto, haciendo resaltar los magníficos resultados que están dando las Casas del Pueblo en los diferentes países donde ya existen». Los historiadores oficiales han querido siempre presentarnos «las casas» como un contenedor de sindicatos, pero esa ni fue la idea de su promotor ni la realidad hasta muchos años más tarde. El nombre oficial de lo fundado en aquella reunión resulta ya significativo: «Aglomeración Cooperativa Madrileña Casa del Pueblo». Como apunta uno de los pocos estudios publicados sobre el movimiento:
La intención era, pues, muy clara: fundar una cooperativa obrera que, a imitación principalmente de las que funcionaban en Bélgica, como la de Bruselas o el «Vooruit» de Gante, impulsara la acción socialista y el crecimiento del número de militantes, primero en Madrid y luego en el resto de España, creando un tejido de cooperativas y, a su través, de una red de Casas del Pueblo por todo el país.
Los estatutos de la «aglomeración» remarcaban que su objetivo era: «Proporcionar a los interesados en ella auxilios benéficos, instrucción y cuanto contribuyera a elevar su nivel intelectual y moral o a mejorar su condición material» y su fuente de financiación las actividades cooperativizadas, tanto en consumo como de producción. El sueño que expresa el primer plan: llegar a cubrir las necesidades de alimentación, vestido, calefacción, iluminación y asistencia médica de los trabajadores mediante medios cooperativos al tiempo que «la Casa» se establecía como editorial-imprenta, biblioteca-escuela para los trabajadores y sus familias.
La financiación de la puesta en marcha del proyecto se estableció mediante 200 participaciones de las organizaciones obreras, cada una de 250 pts. Era más o menos el jorrnal de 100 días de trabajo. No era un esfuerzo abrumador para las organizaciones, sería el equivalente hoy de poner una aportación de unos 3.200€. Pero aunque el Montepío y el Partido hicieron aportes, la mayoría de los sindicatos se pusieron de perfil y parece que no se llegó ni siquiera a obtener 50 participaciones. García Queijido intentó remontar la situación movilizando directamente a los trabajadores, cuyos aportes se fijaron en 25pts, el jornal de diez días de trabajo. Esta nueva estrategia, saltándose a las organizaciones, fue mucho más exitosa: 12.000 trabajadores se hicieron socios. Tras esta primera capitalización, en 1899 pidió al Centro Obrero de Madrid -que estaba en la Calle de la Bolsa- que permitiera utilizar sus bajos a la cooperativa para abrir bajo la forma de cooperativas de consumo, una tienda de comestibles y un café, y como obra conjunta de ambas una biblioteca obrera. Inauguraron a toda prisa el 18 de marzo -el 28º aniversario de la Comuna de París. Y la «aglomeración» comenzó a generar los ingresos estatutarios de 5pts para sus socios ese mismo año. Tras la mudanza del Centro Obrero a la calle Relatores, ambas organizaciones se fundieron y la actividad cooperativizada creció. La cooperativa se convirtió entonces en «Cooperativa Socialista Madrileña» con 83 organizaciones y 21.000 asociados. Bajo ella, la fuerza creciente de la sociedad de albañiles «El Trabajo», que acabó imponiendo en 1906 que el Centro Obrero se diera por objetivo comprar un edificio y reformarlo. Este edificio, el palacio del marqués de Béjar, sería finalmente la Casa del Pueblo de la calle Piamonte inaugurada en 1908.
Los muchos frentes de las Casas del Pueblo
Las Casas del Pueblo fueron ante todo espacios comunes de lo que entonces era el partido de clase, una mezcla de sociedades obreras, sindicatos, partido con aspiraciones parlamentarias, grupos culturales, agrupaciones educativas y cooperativas. Como todo espacio público, su mera existencia afirmaba un poder. En un único espacio todo el «movimiento obrero consciente» se fundía y compartía conversaciones y actividades, se discutía la prensa y se preparaban luchas. Tomás Meabe las definió como «nuestra base física de propaganda socialista». Pero el fortalecimiento político de la clase, encontró en las casas del pueblo muchas más herramientas que el espacio en sí mismo, por mucho que éste ayudara a favorecer la coordinación espontánea o enfrentar la atomización. Ahí es donde el partido típico de la IIª Internacional encontró su verdadera función de orientación y dirección de la clase, donde surgieron por primera vez discusiones de ámbito nacional. Una de ellas llevó en 1920 a la transformación simultánea, el mismo día a la misma hora, del 90% de las agrupaciones de las Juventudes en la primera sección española de la Internacional Comunista.
Pero esas conversaciones se producían y tenían un impacto inmediato porque las Casas del Pueblo bullían de vida de una manera a la que no pueden aspirar una «Universidad Popular» ni el centro cultural más activo. El «obrero consciente» descubría colectivamente la capacidad de su clase a través del conjunto de su actividad militante. Actividad que no se limitaba a participar de las luchas y la reflexión, sino que venía alimentada por la mutualización de cuando podía mutualizarse y la organización de cooperativas de trabajo para cuanto debiera producirse. Destacaremos dos ejes en esa otra parte de la vida militante -el conocimiento y la salud- para pasar después a los nuevos modos de socialización -el café, las relaciones entre sexos, las pequeñas ceremonias cotidianas, las excursiones culturales y propagandísticas...- que intentaban expresar la moral comunista que emergía.
Vivir el conocimiento
Desde los primeros momentos aparecen bibliotecas, algunas de ellas con «sección circulante», es decir, libros en préstamo que los trabajadores podían llevarse a casa. Toda una novedad en una España en la que solo había bibliotecas públicas en las grandes ciudades y las pocas que había o bien exageraban la ajenidad de los trabajadores o bien les impedían directamente entrar (como sigue haciendo a día de hoy la Biblioteca Nacional española). Primaba, como es lógico, la literatura socialista. Y por Zugazagoitia descubrimos que dentro de ella había no pocas «traducciones anónimas» -dando a entender que no muy buenas- de los grandes autores franceses, italianos y alemanes de la IIª Internacional. Las bibliotecas eran el centro de una vida propia: maestros dedicados a alfabetizar, grupos esperantistas que enseñaban el nuevo idioma neutral que prometía hacer accesible las publicaciones de todo el mundo... En general la biblioteca servía de atractor y base para todo tipo de actividades educativoa. Para adultos en muchos casos, pero cuando se podía también para los hijos de los trabajadores. En Villareal (Badajoz), la escuela de la Casa del Pueblo tenía 300 alumnos, Sama y Turón -en los valles mineros astures- tenían 250 y 200 alumnos respectivamente y otros 200 Chamartín de la Rosa en Madrid. La escuela de la Casa de Mieres sigue activa hoy... como colegio público.
Los salones de actos eran teatros preparados para grandes mítines partidarios que se usaban también para representaciones teatrales, música y cine. El de Madrid, el mayor de ellos, tenía cabida para 4.000 personas, el de Vigo 2.000, Palma y Salamanca 1000, Gallarta y Tarazona (la Mancha) 800, Oviedo y Mieres 500... Grupos especializados, como la «Asociación Artístico Socialista de la Casa del Pueblo de Madrid», movida por una reflexión cercana a lo mejorcito del movimiento Arts & Crafts, se encargaban de dinamizar los espacios y alentar la formación de grupos teatrales y orfeones como el de Madrid o Bilbao, que fue el primero en publicar un cancionero del movimiento obrero.
Conquistar la Salud
La creación desde 1903 de cooperativas de consumo junto a las de producción -un movimiento que comenzó en Manlleu y Bilbao- fue pronto seguida por el mutualismo de Salud. Seguramente fue la prioridad de muchas de las Casas del Pueblo de la época, pues consultorios, médios e incluso quirófanos aparecen en muchos casos casi inmediatamente a la creación de seguros de baja laboral. Estos seguros no cubrían las bajas producto de reyertas particulares -aunque si las bajas resultado de heridas sufridas en la represión- ni por alcoholismo. Cubrían a toda la familia, formando aunque hoy se olvide, la primera red de asistencia ginecológica y al parto existente en España. La asistencia sanitaria se acompañó con mutuas farmacéuticas que organizaban dispensarios en las propias sedes o pactaban precios con boticarios. El mutualismo supuso por primera vez el acceso de los trabajadores a algo minimamente parecido a un sistema de salud y en muchísimos casos simplemente a la asistencia sanitaria.
Se alineaba con todo un conjunto de actividades que surgían espontáneamente de las necesidades de los trabajadores al acceder al conocimiento científico básico por primera vez: dietas sanas con productos garantizados por el economato, cultura del consumo moderado de alcohol -el café vs la taberna-, las primeras conferencias y programas de salud sexual y anticoncepción...
El conjunto es de una coherencia extraordinaria: la asistencia sanitaria y el cambio de modo de vida van de la mano. Autores de la época señalan ya entonces que entre los obreros socialistas se guardan normas de higiene, el alcoholismo es sensiblemente menor y que su mortalidad disminuye.
(Continuará...)