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Las 32 horas de Errejón

21/10/2019 | España

Cuando el «sanchismo» empieza a tener vías de agua, Errejón llega al rescate más sanchista que Sánchez. Plantea la reducción de jornada a 32 horas semanales. Lo importante es mantener con vida la «ilusión», que es como llaman a los trucos de ilusionista de la «nueva socialdemocracia».

¿Qué es el sanchismo?

El «sanchismo» es la idea de que es posible mejorar la situación de los trabajadores, su estabilidad y sus ingresos sin poner en cuestión la acumulación, es más, revivificándola a través de un rebrote del consumo. Sánchez, sería campeón de los trabajadores por lo mismo que la burguesía le adora. Magicamente habría creado un círculo virtuoso de verdadero desarrollo social. La realidad: cada medida estrella, cada «viernes social», es un «acierto» desde el punto de vista del capital porque le permite avanzar contra las condiciones de los trabajadores, vendiéndonoslo como un favor y una «conquista histórica». En realidad, el sanchismo es la ideología tramposa de un desarrollo social imposible, un veneno narcótico para trabajadores, no una cura para un capital destructivo. Veamos.

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Los «aciertos» de Sánchez para la burguesía española

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Errejón al encuentro del sanchismo

Errejón busca un espacio propio que encaje con Sánchez. Su primer «aporte», antes de entrar en la carrera electoral, fue un «Green New Deal» a la madrileña. No arrastra multitudes pero se sube al coro de Greta, sale en el telediario de la televisión pública con una mani de fieles, empieza a ser verde para conseguir liberar su imagen de la principal contradicción de su posición: representar un nacionalismo español renovado desde la pequeña burguesía universitaria, que solo puede auparse como suma de movimientos centrífugos periféricos.

Mientras tanto, incapaz de culminar la renovación del aparato político de la burguesía española, Sánchez no solo ha ido a nuevas elecciones, ha ofrecido a PP y C's hacer juntos en modo «gran coalición» las dos grandes tareas de la burguesía española en este periodo: entregar las pensiones o la gestión de sus fondos al sistema financiero y reordenar el mapa territorial del estado para contener a la pequeña burguesía de las regiones. Le sirve de cobertura la sentencia del Supremo, que pone en primera línea de nuevo la «cuestión catalana». A Sánchez se le ve la patita.

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La hoja de ruta del capital español

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Por su lado, Errejón necesita un movimiento dramático para salir de la polarización españolismo-independentismo que resulta mortal para sus opciones. También sabe que no se llega al «centro del tablero» -una de sus metáforas recurrentes- sin apoyarse en posiciones ya construidas, por débiles que sean. Así que junta todas sus fuerzas. Aparece en TV3, representando un partido local de Madrid hablando un catalán más que correcto. Toma el tobogán ecofeminista, bienqueda pero lejos de ser vibrante.

Y cuando parece que va a dar con el culo en tierra... pirueta argumental y final digno de campeona olímpica de gimnasia rítmica: a las 32 horas de jornada no por los trabajadores -sujeto inexistente en su discurso- sino por el bien del clima y la conciliación familiar.

https://twitter.com/MesPaisCat/status/1183145986505498625

La propuesta es tan sanchista que ni siquiera tiene que contar el argumento general. Pero introduce novedades argumentativas: reducir la jornada sería parte del programa de «unión sagrada climática» con la burguesía y por tanto ni siquiera hace falta nombrar a los trabajadores. «Más País» se convierte así en la izquierda de Sánchez que Sánchez llevaba pidiendo a los reyes desde sus primeras elecciones.

El programa de «Más Pais» no es un todo coherente y argumentado. No lo necesita ni pretende. No es la función a la que se propone. Las propuestas «errejonitas» son apuntes de ideas para futuras piruetas sanchistas. No tienen otra perspectiva ni aspiración que quedar para «un poco más adelante» mientras los diputados que obtengan harán bloque con el PSOE para «seguir avanzando» sobre las ideas geniales del presidente... ideas que no son otra cosa que «repartir con justicia el coste de la crisis», es decir, organizar según criterios supuestamente «sociales» el reparto entre los trabajadores del mayor porcentaje posible de las mermas que el capital sufra en el nuevo embate de la crisis. Traducido: se trata como siempre de mantener la renqueante acumulación del capital español a toda costa.

¿Es posible la reducción de jornada a 33, 32 o 30 horas semanales?

Errejón no es el único en apuntar a la reducción de jornada. Carlos Slim, la mayor fortuna de Iberoamérica, propone pasar a 33 horas para «repartir el trabajo», UGT hace suyas las 32, los laboristas británicos también... aunque a 10 años vista. En la lista cabe hasta el mismísimo Jack Ma -el dueño de Alibabá- habla de la jornada de seis horas a la semana mientras impone y defiende la jornada de 12 horas diarias seis días a la semana.

No es solo efectismo y bombas de humo. Por supuesto que pueden reducir la jornada por ley manteniendo los salarios nominales y sin tocar la acumulación de capital, mejorando de hecho su rentabilidad. Pero tan «sanchista» ilusión requeriría soberanía monetaria para que el armatoste de los equilibrios de mercado redujera los salarios reales más que proporcionalmente a través de la inflación. El resultado sería un «reparto» mayor del empleo, un mayor consumo (los que cobran menos consumen todo su salario porque no les llega), una productividad mayor (las primeras horas de jornada se rinde más)... y salarios reales por hora menores o como mucho iguales. Es decir: manteniendo la sacrosanta acumulación de capital, «todo es posible», si aceptamos ser más pobres, trabajar y vivir peor.

Pero para poder hacer eso necesitan soberanía monetaria. En el momento en que se lo planteen mínimamente en serio, como pasó con medidas equivalentes como las que tomó Macron para parar el ascendente de reivindicaciones de clase en los «chalecos amarillos», necesitarían que los capitales nacionales de Alemania y Francia aceptaran cargar con parte de los costes vía inflación. Como se vió en el caso francés, esto puede darse perfectamente... si la lucha de clases les obliga.

Y ese es el marco en el que la reducción de jornada hoy es posible: como concesión -todo lo temporal que puedan hacerla- a la lucha de clases. Si abren un debate sobre su posibilidad, veremos como surgen inmediatamente voces para explicar que dadas las necesidades de competitividad no podría sacarse adelante algo así si no es como una medida coordinada de toda la eurozona. Es decir, de entrada, ni hablar, porque el capital nacional no puede aceptarla si supone ver erosionada una acumulación que ya se ve en jaque por la crisis y la guerra comercial.

El capitalismo de hoy, el desarrollo social y el comunismo

La conclusión de todo lo anterior es que el capitalismo de hoy solo produce verdadero desarrollo a su pesar y cuando se siente amenazado. Y lo hace porque a diferencia de ‎ cuando era progresivo‎, crecimiento -es decir, acumulación- y desarrollo, se excluyen mutuamente. Por eso todos intentan que demos por hecho que el capital no puede devaluarse… Pero ese es precisamente el único horizonte progresivo hoy para la Humanidad y la única vía de desarrollo para las luchas de los trabajadores. Una perspectiva que apunta a que:

Los trabajadores tomemos el aparato productivo para tomar la producción y la distribución de lo producido directamente en nuestras manos y repartir las tareas del trabajo según las capacidades y el producto según las necesidades. Al principio se produciría más, para dar respuesta a las necesidades de todos y para hacerlo se incorporaría a producir a quienes hoy son excluidos de la producción contra su voluntad, los parados. La gestión directa de la producción apuntaría entonces a eliminar el salario y el mercado, entregando directamente lo producido a quien lo necesita. ¿Hacia dónde se encaminarían los objetivos? Hacia reducir el tiempo dedicado al «trabajo esclavo de la necesidad». Es decir, la jornada dedicada a producir, extendiendo y liberando el conocimiento y la tecnología del cepo en el que los mantiene el capitalismo de hoy. Reorganizar el sistema productivo para satisfacer las necesidades humanas sólo es posible rompiendo con la supuesta y sagrada necesidad de valorización del capital. A partir de ahí la liberación de la Humanidad se mide en términos de libre desarrollo personal, es decir de reducción del tiempo dedicado al trabajo social necesario.

Y ésto no es algo que podamos esperar, ni como horizonte remoto, de ningún programa electoral, ¿verdad?