La UE, primera derrotada de la guerra de Ucrania, enfila hacia una larga crisis y amenaza ruptura interna
Mientras EEUU aprueba el enésimo paquete de soporte al estado ucraniano, esta vez de 40.000 millones, para sostener la guerra, Francia, Alemania y tras ellas Italia y España comienzan a reconocer una derrota estratégica... frente a Washington. Se expresa un creciente resentimiento ideológico, impotencia política dentro de la UE y la perspectiva, cada vez más aceptada, de romper la UE en dos. No es «sólo política»: el desarrollo de las contradicciones imperialistas dentro de la UE y en relación con EEUU no pueden sino acelerar la ofensiva de los capitales nacionales contra las condiciones de vida de los trabajadores.
Alemania y Francia, y con ellas Italia, España y Portugal cada vez más periféricas
Estonia manda callar a Macron y sus intentos de reavivar las negociaciones entre Rusia y Ucrania. Zelenski, con un aparato militar cebado hasta el límite por la propia UE y EEUU, los descalifica sin más. Evidentemente Europa no es lo que era.
Las burguesías alemana y francesa empiezan a preguntarse cómo llegaron hasta aquí. «Caminamos como sonámbulos», escribía un alto burócrata francés en Le Figaro comparando la situación con el estallido de la primera guerra imperialista mundial. En Alemania las elecciones renanas de este fin de semana mandan una señal clara a Scholz: el abuso de la propaganda belicista orienta la balanza de la opinión hacia los Verdes, el partido más pro-EEUU del arco político, que se había visto reforzado ya con la cartera de exteriores, limitando aún más la capacidad de maniobra de los intereses industriales que el SPD protege.
Francia y Alemania descubren que «el frente Occidental» no sólo ha puesto en cuestión las aspiraciones de «autonomía estratégica» de la UE, sino que ha condenado al eje franco-alemán a un papel marginal dentro de su propio corralito imperialista: la UE.
Europa descubre que el juego de EEUU le lleva a la quiebra
El juego estratégico de EEUU no promete a las potencias europeas nada que no sea un agravamiento de las tendencias actuales impuestas por el equipo Biden. EEUU está decidido a ir hasta el final y financiar la guerra hecatómbica soñada por los nacionalistas ucranianos y rusos para romper definitivamente la urdimbre económico-energética que une Rusia a la gran industria centroeuropea.
La vocación de una guerra «hasta el final» es tan clara que incluso el New York Times y el Washington Post alertan que alargar indefinidamente la guerra de Ucrania hasta convertirla en un peligro existencial para el capital nacional ruso y su régimen político, podría ser contraproducente y abrir rápidamente un escenario nuclear.
La trampa es evidente. El escenario resultante desindustrializaría a la UE sin remedio, no sólo a Alemania. Es más, la estrategia de EEUU ha dejado ya periclitada la estrategia del Pacto Verde europeo, que sin la complicidad de EEUU y sus mercados de capital pasará indefectiblemente de balón de oxígeno de la rentabilidad -a base de extraer rentas de los trabajadores- a lastre en las exportaciones. Hasta la prensa española capta la situación y denuncia el significado que para los capitales europeos tiene el «cambio de rumbo» del gobierno Biden.
Con la llegada de la guerra, el mapa ha cambiado por completo. Nada de ese programa de Biden se está poniendo en marcha, los combustibles fósiles vuelven a estar en el centro de las prioridades, como lo está la industria armamentística, el new deal está olvidado y el dinero de las inversiones está yendo a parar a la ayuda a Ucrania. En este nuevo escenario, la retórica del establishment estadounidense se diferencia escasamente de la que podía dominar en la era Trump. Y la política exterior vuelve a estar dominada por posturas neocon, por las armas, el combustible y el dinero.
Para la Unión Europea este giro tiene enormes consecuencias. En primera instancia, porque su abastecimiento energético va a ser mucho más caro si se desacopla de Rusia, con todas las consecuencias derivadas en cuanto a escasez de suministros y dificultades para las familias y para las empresas (y, por extensión, para su espacio en el comercio internacional). En segundo lugar, porque enquistar la guerra para debilitar a Rusia no puede hacerse sin un daño económico grande para el continente, algo que los estadounidenses no sufrirán
Los dos perdedores con la invasión de Ucrania. El Confidencial.
El creciente resentimiento franco-alemán
La frustración lleva al resentimiento y éste mina ya las relaciones entre las grandes cancillerías y la Comisión von der Leyen a la que los columnistas de opinión reprochan ya hasta su cesión al imperialismo lingüístico anglófono, reconocido ahora como símbolo de una supeditación suicida a Washington.
Hemos renunciado al viejo proyecto europeo, al igual que la Sra. von der Leyen ha renunciado al lenguaje de Goethe en favor de la lengua del Washington Post. El angloamericano no es, sin embargo, el idioma del Viejo Continente, sino la herramienta internacional de las élites que la mayoría de la población entiende poco o nada –por lo que la Presidenta de la Comisión haría mejor en expresarse en alemán, con traducción simultánea .
El carácter plural de nuestra civilización debería incluso llevar a cada uno de sus representantes a privilegiar su propia lengua. Por el contrario, el uso del inglés es un mimetismo de la sumisión que convierte a esta Unión en la única entidad geopolítica importante que habla en un idioma que no es el suyo, menos aún desde el Brexit.
Va más allá de los símbolos. Y el presidente Macron, a pesar de su fe en una hipotética «soberanía europea» y sus pocos esfuerzos por la independencia diplomática, parece poco probable que cambie esta triste realidad de una Europa cada vez más estadounidense en la forma en que actúa, piensa, expresa y, de aquí en adelante, ¡combate [las guerras]!
Ursula von der Leyen, la alemana que se creía americana, Marianne
La impotencia franco-alemana: ¿hora de romper la UE?
¿Tan pronto dan por perdida Alemania, Francia y sus aliados la batalla por la reforma de los tratados?
La verdad es que la propuesta franco-alemana de reforma, con la eliminación de la unanimidad, ha servido hasta ahora sólo para constatar que la mitad de la UE ya no baila al son de la música de París y Berlín. Los bálticos y buena parte del cinturón Este viven para el conflicto con Rusia. Los antiguos aliados de Gran Bretaña (Dinamarca, Holanda, Suecia) no están por perder un peso en la determinación de normas y políticas económicas que demográficamente no tienen, ni «autonomizarse» militarmente de EEUU. Y hasta Grecia considera ya más seguro apoyarse en EEUU que en Francia para cubrirse frente al riesgo turco.
La paradoja es que la única alternativa que queda a Berlín y París es precisamente aquella que quiere eliminar para todos: boicotear las nuevas ampliaciones en los Balcanes, Ucrania y Georgia que quieren acelerar los países que una vez fueron parte de Rusia o del bloque ruso. España, Portugal y Grecia ya se han posicionado por esta vía: «La UE debe ser reformada antes de una nueva ampliación». Pero ni por esas salen los números.
De hecho, incluso en la política exterior, para la que los propios tratados contemplan la posibilidad de pasar a un sistema de mayorías cualificadas, países como Polonia no quieren ni oír hablar de un cambio por mucho que presione Alemania. A fin de cuentas, la propia Comisión, en pago por sus servicios de guerra, ha renunciado en su batalla contra Varsovia y descongelado los fondos sin necesidad de que el gobierno cambie un ápice su posición sobre la primacía del Derecho local sobre el de la UE. ¿Por qué iba a renunciar a su principal baza de negociación, la capacidad de veto?
Esta propuesta es inaceptable para nosotros ya que significaría la dictadura de los países más fuertes de la UE sobre los países más pequeños, privando a nuestra región de voz
Jacek Sasin, viceprimer ministro polaco
Así que lo que la opción que queda no es otra que la ruptura interna. Macron ya afirmó que «Europa no debe esperar a los más escépticos o los más vacilantes», apuntando el camino de la «cooperación mejorada», es decir, conformar un bloque dentro de la UE que intente abiertamente convertir al resto, es decir, a la UE propiamente dicha, en un área de influencia.
Esto sin embargo no sólo agravaría las tensiones imperialistas internas, echando definitivamente en brazos de EEUU al Este y a la mayoría de los nórdicos, haría aún más complejo el ya complicadísimo sistema de equilibrios de la UE, amenazando su viabilidad organizativa básica. El barroquismo organizativo nunca ha hecho otra cosa que acelerar la decadencia de los estados y las organizaciones paraestatales. Y el sistema UE ya se parece demasiado al de las oligarquías venecianas del XVII como para liarse aún más.
La Europa que viene y los trabajadores
El desarrollo de las contradicciones imperialistas dentro de la UE y en relación con EEUU no pueden sino acelerar la ofensiva de los capitales nacionales contra las condiciones de vida de los trabajadores.
La elección de Elisabeth Borne por Macron como nueva primera ministra francesa da algo más que pistas. Sus principales méritos: haber doblado, mano a mano con los sindicatos, la huelga de ferroviarios más larga de la historia francesa, haber atacado el seguro de desempleo como ministra de Trabajo -según ella era «excesivamente generoso»- y haber sido una de las diseñadoras de la fallida reforma de pensiones macronita.
¿Cabe alguna duda de cuáles van a ser las prioridades del nuevo mandato de Macron con independencia del resultado de las legislativas? ¿En la Italia de los salarios en picada? ¿Y en España, país del gobierno de las «cosas chulísimas» y los debates falseados?