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La reunificación alemana entre el «true crime» y la lucha de clases

03/10/2020 | Artes y entretenimiento

Hace hoy treinta años, el 3 de octubre de 1990, la RDA se integró en la República Federal Alemana. Hoy, todos los canales de TV alemanes son prácticamente monotemáticos. En la prensa y los noticieros todos los políticos, desde los herederos del SED stalinista que gobernaba la RDA a los del ultraderechista AfDm se felicitan de la liberación. Siempre hay un momento de recuerdo para la situación social en el Este, claro. Es dificil obviar que el desempleo es todavía dos puntos mayor que en Oeste, los salarios un 14% más bajos como media y que la descapitalización y desindustrialización nunca revirtieron su curso.

Pero lo que de verdad molesta a los medios alemanes es que, tímidamente, sin poner en realidad nada en cuestión, algunas voces menores del mainstream afirmen que el Este se había liberado solo y que nadie preguntó a los locales si querían la unificación acelerada a costa de perder sus empleos. Fina piel la de la burguesía alemana.

La «caída» del muro, vista desde la RFA significaba la doble oportunidad de una expansión territorial y de poner fin a la bipolaridad de la guerra fría. La primera chocaba contra la movilización obrera y su evidente peligro… tanto al Este como al Oeste de la frontera de bloque. La segunda contra las resistencias de la burocracia dirigente de la propia RDA -herida de muerte por las huelgas de masas y la generalización de la revuelta- y las reticencias de los dos cabezas de bloque imperialista. La «solución» les llevaría un año y fue una combinación de bombardeo democrático-nacionalista y promesas económicas a las masas -que a dia de hoy aun no se cumplieron-, intercambios de impunidad por rapiña entre las burocracias de las dos alemanias y equilibrios entre Washington y Moscú.

«Lecciones del fin de la Historia», 13/11/2019

No es de extrañar la irritación de la prensa alemana ante la más mínima señal de disidencia con la letanía oficial sobre todo aquello. Si se pone en cuestión incluso lo más burdo de un relato que resulta insostenible para cualquiera que viviera aquello, el siguiente paso es recordar que la unificación consistió realmente en el reparto apresurado y destructivo del capital acumulado por el estado de la RDA entre la burguesía de la Alemania Federal y unos pocos, muy pocos, amigos de fuera.

Pero toda aquella rapiña descarnada no pasó inadvertida a los trabajadores del Este. Había miles de personas en las calles día sí y día también. Así que el corolario inevitable, de reconocer lo que pasó tiene muy difícil no hacer visible la línea que une la insurrección obrera de 1953 en el Este con el movimiento de los lunes que acabó tirando el muro... y su continuidad tras la reunificación. Porque las manifestaciones de los lunes, un movimiento de miles de trabajadores del Este que se negaba a aceptar los cierres masivos y los millones de despidos, siguió. Fue de hecho una de las razones invocadas en su día para acelerar la reunificación por Kohl. E incluso después de la reunificación se consideró su principal obstáculo. Un peligro que en la época no podía taparse ni invisibilizarse. Y que sin embargo, acabó de golpe y en la desmoralización cuando ya amenazaba con convertirse en determinante.

¿El momento de quiebre? Para algunos, el asesinato de Detlev Rohwedder en 1991, el gerente que en su día había reconvertido la Hoesch -uno de los buques insignia históricos del capital alemán- a base de miles de despidos y a quien Kohl encargó, literalmente, reestructurar o liquidar todos los activos del Este, desde los kioskos a las siderurgias y las fábricas de automoción. Es decir, organizar la gran piñata de la burguesía alemana.

Es cierto que el asesinato de Rohwedder, tanto en la versión oficial que culpaba a la RAF -un grupúsculo terrorista ultra-stalinista nacido de la movida estudiantil sesentayochista- como en la que apuntaba directamente a la Stasi, sirvió entonces de confirmación de una de las grandes campañas ideológicas de la historia: el discurso según el que cuando el movimiento y las luchas de los trabajadores van más allá de lo razonable, es decir, cuando pone por delante las necesidades humanas universales sobre el beneficio del capital invertido en las empresas y la economía nacional, solo puede conducir al terror, el totalitarismo y el desastre económico. Suena familiar, ¿verdad?

A decir verdad, en ese momento el movimiento ya era dócil. El bombardeo de imágenes y discursos sobre el triunfo del capitalismo, las ansias consumistas reprimidas en el Este y el fin del comunismo, contribuía a ello. Pero sobre todo fue idea salvífica de que la ‎democracia‎ permitiría a los trabajadores defenderse de los despidos y la miseria lo que dio la dirección del movimiento a lo más granado del aparato de izquierdas de la RFA, desde los grandes sindicatos socialdemócratas a los Verdes. Si no les costó disolverlo después del crimen fue porque la confusión política era total. El asesinato de Rohwedder les sirvió para dar el tiro de gracia, no el pistoletazo de salida.

El escándalo Netflix

Siquiera de forma tangencial el documental de Netflix, Detlev Rohwedder: unificación y asesinato y liberación, bajo la forma de un reportaje de investigación vuelve a poner todo aquel ambiente contradictorio sobre la mesa. Para la TV pública alemana resulta chocante que en el programa se hagan graves acusaciones. A fin de cuentas, su programación de aniversario está llena de espacios con títulos tan sugestivos como Reunificación: ¿La hora de los millennials?, que evidentemente no ofenden a nadie y acarician la historia oficial. La vieja Süddeutsche Zeitung, en cambio, más acostumbrada al ordeno y mando de la fábrica, tiene claro donde habría que cortar:

Técnicamente, sobre todo visualmente brillante, Rohwedder investiga el asesinato aún sin resolver del hombre bajo el cual Treuhandanstalt privatizó la enferma economía de la RDA y que en 1991 era una de las personas más odiadas en Alemania Oriental, devastada por un desempleo repentino. El episodio uno, la introducción, y el episodio dos, «RAF Connection», forman un documental poderoso que vale la pena ver. Si tan solo sus creadores se hubieran detenido allí, o al menos después del episodio de la Stasi. Pero luego el documental se desliza lentamente como un barco sin timón, luego imparable y cada vez más rápido en la oscuridad del mar.

¿Qué cuenta el último capítulo? ¿Qué aparece que nos lleve de cabeza a las profundidades del mar? En busca de un móvil, se pregunta sencillamente qué se desencadenó después del asesinato. Y nos muestra como el movimiento de los lunes, que iba en ascenso y que se manifestaba precisamente frente a las oficinas del organismo liquidador dirigido por Rohwedder, acaba subitamente con... un minuto de silencio en repulsa por el asesinato.

Y como cierre, sigue esta constatación con el relato la muerte de los dos miembros de la RAF que supuestamente habrían cometido el crimen según la versión de uno de los servicios de inteligencia alemanes, aderezándolo con las declaraciones de un miembro de otro de esos servicios que apuntaba a un crimen bajo falsa bandera de alguna de las varias organizaciones de inteligencia y contrainsurgencia de la República Federal. Un lío sí. Pero no del cuento, sino de la organización del estado alemán.

Sea lo que sea, resolver el caso es solo la excusa del documental. Su objetivo real es narrarnos como era la Alemania y por extensión la Europa de 1989-90. Es el primer producto audiovisual alemán con difusión en toda Europa que lo hace rompiendo el plúmbeo discurso de la feliz liberación y la reunificación de la nación alemana. Han tenido que pasar 30 años para que podamos ver la estrategia de la burguesía alemana como lo que fue, un true crime.