La recesión que está llegando

¿Puede EEUU parar la inflación global?
Las causas de la inflación global no son ningún secreto. Sobre la tendencia de fondo del Pacto Verde, que ya se estaba haciendo sentir con fuerza en Europa en los precios de la electricidad, las sanciones de EEUU y los países de la OTAN -que incluían la prohibición de comprar petróleo ruso- y la restricción de exportaciones rusas y ucranianas de granos, fertilizantes y aceite de girasol, elevaron los costes de producción industriales al tiempo que reducían drásticamente el poder de compra de los salarios.
En principio el gobierno de EEUU no pensó que el impacto de la guerra económica contra Rusia pudiera afectar a su propio mercado energético. No desde luego a niveles comparables con los de Alemania. Pensaba por el contrario que una cierta subida de precios podría compensarse con los beneficios de las nuevas ventas de gas y combustibles a Europa.
Pero a mediados de mayo tuvo que anunciar ya una liberación de reservas masiva. Y a pesar de todo, menos de un mes después, la Reserva Federal impuso la mayor subida de tipos desde 1994. Y ni por esas: la inflación siguió su curso. Y no sólo en EEUU, aliados y neutrales estaban sufriendo aún peores cifras.
Para entonces, los precios del petróleo estaban ya a 121$ por barril, un 70% más que un año antes. Así que era claro que el descuento sobre precio de mercado de un 30% a sus nuevos compradores asiáticos (India, China, etc.) no estaba dañando en absoluto los ingresos petroleros rusos que Washington había pretendido asfixiar.
Por eso Biden cerró el mes empujando al G7 hacia un esquema bastante absurdo para forzar a Rusia a vender petróleo a precios bajos. El plan, inaplicable en la práctica a la escala que Biden pretendía, no tenía otro objetivo real que evitar que algún aliado se desdijera del bloqueo petrolero a Moscú resquebrajando el naciente bloque en torno a la OTAN.
Como se esperaba no funcionó. Ni contra Rusia ni contra la inflación. Los precios del petróleo sin embargo habían empezado a bajar por el doble efecto de la liberación masiva de reservas y el miedo a una nueva subida de tipos de la Fed contra la inflación. Dos semanas más tarde las bajadas llegaron a los precios de la gasolina. Pero no aumentó en absoluto las expectativas.
«En los últimos 30 días, el precio promedio de la gasolina ha bajado 40 centavos el galón, un respiro para las familias estadounidenses», se felicitaba ayer Biden en Twitter. «Un pequeño y agradable respiro en medio del verano, basado en más oferta y menos demanda» apostillaba en el New York Times hoy Tom Kloza, jefe global de analistas del «Oil Price Information Service».
Kloza remataba diciendo que bastaría con que una refinería del Golfo de México tuviera que cerrar en la temporada de huracanes para que los precios de la gasolina y el gasoil, que a su vez tira de los costes agrícolas, subieran a la estratosfera una vez más. El caos y la especulación en las refinerías no sólo no ha acabado sino que puede empeorar todavía más.
Ante ese panorama y con las elecciones de noviembre a la vuelta de la esquina, a Biden sólo le queda una carta: obtener de la OPEP un aumento significativo de la producción mundial de petróleo. Así que hizo las maletas, se fue de gira anteayer y se dispuso a «abrir un nuevo y brillante capítulo en la relación con Oriente Medio». Hoy llega a Arabia Saudí.
¿Puede EEUU conseguir una bajada de precios a través de la OPEP?
EEUU quiere que Arabia Saudí abandone el consenso OPEP+. Y aunque algunos funcionarios estadounidenses dicen que el giro saudí está ya cocinado, los saudíes dicen lo contrario. Según declararon dirigentes saudíes al Wall Street Journal, «están comprometidos a tomar decisiones sobre el petróleo a través de la OPEP+ y en consulta con Rusia».
Como mucho, en esta visita Biden consigue restablecer comunicaciones fluidas con Riad. Luego... ya se verá. Y es que tiene todavía que pagar las consecuencias de haber intentado jugar desde una posición de dominio abrumador que ya no es la de EEUU.
Todo viene del asesinato de Khamal Khashoggi. Las medias tintas de Trump a la hora de «castigar» al príncipe Salman por la muerte del colaborador del Washington Post se convirtieron pronto en un argumento electoral de los demócratas. Durante la campaña presidencial, Biden adelantó que aprobaría represalias y prometió convertir a Arabia Saudí en un «paria». Y cuando tomó el mando de la Casa Blanca, escenificó desde el primer día que mantendría su determinación, negándose siquiera a hablar por teléfono con el príncipe Salman.
Salman, no se amilanó. Al primer mal gesto de Washington envió a su ministro del petróleo a Moscú. Desde entonces, la OPEP+, es decir, la OPEP más Rusia, se dedicaron a saldar diferencias estratégicas con Qatar y Emiratos e imponer una política consensuada de precios. De poco valieron las exigencias de la Casa Blanca al cartel petrolero para que aumentara la producción global. Washington no consiguió poner en jaque el equilibrio establecido por los saudíes entre Emiratos y Rusia.
El estallido de la guerra de Ucrania lo dejó claro: saudíes y emiratíes ya no podían considerarse parte del bloque estadounidense. Se dedicaban a abrir una nueva época de relaciones con China y Turquía al margen de los intereses de Washington. Ahora era Salman el que se negaba a atender las llamadas telefónicas de Biden. Quedaba claro que en Riad tenían su propio juego petrolero y su propia estrategia imperialista.
A estas alturas, a pesar del falso optimismo de los off the record del departamento de estado, ni siquiera los medios afines a Biden en Washington esperan que tras el viaje de su presidente se abra la espita petrolera garantizando una bajada duradera de precios.
¿Qué pasará si de aquí a otoño EEUU no consigue reducir la inflación?
Hace dos semanas se reunía en Sintra el foro que todos los años organiza el Banco Central Europeo. Entre los invitados, banqueros centrales de EEUU, Gran Bretaña, Canadá, Sudáfrica y Australia. Una verdadera OTAN de los bancos emisores. El mensaje que recogieron los medios fue bastante explícito:
El presidente de la Fed, Jerome Powell, se ha mostrado convencido de que tendrá «éxito en devolver la inflación al 2%» porque cuenta con herramientas para ello y, aunque causen daño a parte de la población, ha defendido que el mayor problema sería dejar que la inflación se convirtiera en persistente. (...)
«Lo que tenemos que hacer es devolver la inflación al 2%», ha coincidido la presidenta del BCE, Christine Lagarde, quien ha mostrado su «determinación» para cumplir el objetivo principal del banco central justo el día que se ha conocido que la inflación alcanzó en junio el 10,2% en España y el 7,6% en Alemania.
No es noticia que para controlar la inflación y mantener en pie la acumulación, la clase dirigente esté dispuesta a causar «daño a una parte de la población». Es vital para el capital hacerlo. Los líderes de las patronales francesa e italiana se lo recordaban ayer mismo a sus gobiernos. Lo que es noticia es que el BCE esté dispuesto a llevar a grandes países UE como Italia o España a una nueva crisis de deuda, dando por bueno el «riesgo de fragmentación» del euro, es decir, la salida de la eurozona de los capitales más débiles.
Por eso, estos y otros comentarios similares que circularon por Sintra como expresión de un grave consenso general no pasaron desapercibidos a los analistas.
En un abrir y cerrar de ojos hemos pasado de la transitoriedad de la inflación y las buenas perspectivas económicas para el futuro a la inflación sin control y la fuerte desaceleración económica que amenaza con convertirse en recesión.
Se habló de la necesidad imperiosa de reducir la inflación, pero solo atacando parte del problema, la demanda, ya que los bancos centrales no tienen ningún control sobre la otra variable, la oferta. Dejaron claro que, con tal de conseguir su objetivo, inflación del 2% a largo plazo, sacrificarían a la economía, al consumidor, a los mercados financieros y a cualquiera que se pusiese por delante. Para encontrar un mensaje tan crudo como este hay que remontarse a la década de los 80, cuando Volcker, presidente de la FED en aquella época, provocó dos fuertes recesiones económicas en EEUU subiendo los tipos de interés hasta el 20% a fin de frenar las presiones inflacionistas existentes.
El verano, con el turismo actuando de flotador, tasas de desempleo aun a la baja y con algunos ahorros generados durante la peor época de la pandemia cuando no podíamos consumir, hace que las cosas no parezcan tan malas como en realidad son.
A medida que el barco zozobre, las presiones de inflación remitirán y darán paso a otra realidad muy dura, la recesión económica. Esta nueva fase obligará a muchas empresas a plantearse su viabilidad y a muchos ciudadanos a perder su trabajo.
Los mercados financieros vivirán una gran crisis, porque no están acostumbrados a vivir sin el cuidado continuo de la política monetaria ultra expansiva. Como en todas las grandes crisis, aparecerán otros cadáveres en la economía que hoy ni siquiera sabemos que existen, porque en todo ajuste severo la caída de las piezas de domino destapan desequilibrios y excesos que a primera vista no eran aparentes.
Una nueva época de Economía de guerra, recesión y militarismo
No hay que decir lo que esta nueva recesión significará de forma directa para las condiciones de vida de los trabajadores. La segunda parte de 2022 lleva todo el camino de convertirse en una versión agravada del 2011 griego o el 2012 español.
Pero ya no estamos en 2012. El suelo está mucho más bajo. La austeridad impuesta entonces ha dejado cicatrices profundas en los servicios básicos y en los salarios.
El contexto además es el de una marcha acelerada hacia la generalización de la economía de guerra con su inevitable colofón militarista. Hoy mismo Macron ha puesto en la agenda inmediata la vuelta al servicio militar obligatorio.
Para los trabajadores viene algo más que un empeoramiento de la situación en la que ya estamos. Estamos a unos meses de un cambio cualitativo. Nunca en los años recientes fue tan urgente recuperar la moral, retomar la discusión y organizarse.