La pandemia y la moral de la clase dirigente
Cuando la pandemia comenzó a extenderse fuera de China, los estados europeos retrasaron cuanto pudieron los confinamientos y se resistieron con especial tenacidad a cerrar las empresas. A pesar de la propaganda sobre los escudos sociales, las ayudas y demás, nos quedaba claro que estaban priorizando sostener las inversiones en marcha sobre salvar vidas. Cuando finalmente y apenas por poco más de una semana, se cerró la producción no esencial, la curva se redujo en España. Pero lo que parecía podía llegar a ser el fin de la matanza se puso inmediatamente en entredicho por una apertura precipitada guiada por las urgencias de facturar de las empresas, especialmente las vinculadas al turismo. Y aunque el desarrollo del verano dio todas las señales de que estaba incubándose un otoño terrible... septiembre arrancó con una vuelta a clase que no podía sino propiciar una explosión de contagios y muertes. En ello estamos.
[info]
Comunicados de Emancipación durante la pandemia
- «Coronavirus: Salvar vidas, no inversiones», 14 de marzo
- «España: hay que parar de nuevo la producción no esencial», 13 de abril
- «¿Vuelta a clase «segura»?», 3 de septiembre
[/info]
Una matanza evitable... si fuera la principal prioridad
La prioridad de salvar las inversiones del capital ha guiado todo el proceso y socavado al extremo la capacidad de resistencia ante los rebrotes. Los mismos medios que metían en el saco de las fake news a cuantos advertían de lo que estaba pasando y hacia dónde conducía, descubren ahora lo obvio. Ayer mismo el director de opinión de El Confidencial, un periódico nada sospechoso de anticapitalismo, apuntaba:
En realidad, parece que unos y otros decidieron que esto ya no podía parar, que había que abrir todo lo más rápido posible y que, una vez relajada la primera ola, la economía exigía volver a hacer vida normal cuanto antes. [...]. Las presiones desde los sectores económicos con más peso para regresar cuanto antes a la actividad llevaron también a que las políticas de contención del virus dejasen pronto de ser efectivas. Y, en segundo lugar, las instituciones regresaron a una política de contención del gasto para evitar incurrir en un déficit todavía mayor, después del gran golpe que supuso la llegada del coronavirus. La ausencia de rastreadores, de personal sanitario en atención primaria o la muy deficiente gestión del transporte público , al igual que la enorme demora en la tramitación de muchas de las solicitudes formuladas a la administración, empezando por los ERTE, tienen un núcleo común: es necesario mucho más personal, pero no se quiere incurrir en más gasto. Ambos elementos tuvieron un efecto obvio, que fue dejar las cosas en manos de la responsabilidad individual, lo que no suele ser buena idea en una pandemia.
De modo que sí, sabemos que el virus existe, pero todo está supeditado a una necesidad superior, por lo que se toman medidas para intentar contenerlo que resultan raramente efectivas. Por ejemplo : limitar la movilidad en zonas afectadas es útil, pero si se mantienen los colegios abiertos, los habitantes de esas zonas siguen teniendo que ir a trabajar y los bares no cierran, su eficacia disminuye sustancialmente. En esa contraposición entre lo económico y la sanitario, lo primero niega lo segundo...
Evidentemente el juego de los partidos tenía que intentar diluir esta obviedad inmediatamente. Está para eso. Hoy mismo el ministro de Transportes, uno de los pesos pesados del gobierno Sánchez, salía con cinismo brutal a reconocer que efectivamente había sido así... pero solo en el gobierno regional de Madrid...
Es evidente que en Madrid se ha antepuesto el principio de una concepción que no es exclusiva del PP y que hemos visto en EEUU: poner la economía por encima de la salud. También se ha ido recortando el sistema público y se ha ido agrandando el privado. Y luego hay una visión también diría ciertamente clasista, que a veces se desliza. Como cuando [Ayuso] habla de las costumbres de vida de algunos, ignorando que no son costumbres sino condiciones de vida a las que se somete a una parte de la población.
Cualquiera que haya seguido durante estos meses al gobierno y sus expertos no puede sino quedarse con la boca abierta. El gobierno de España fue el primero en marcar la prioridad de salvar la economía. Los recortes en atención primaria y UCI han sido una constante de décadas... y fueron organizados por gobiernos tanto del PP como del PSOE como de PNV e independentistas catalanes, desde el Ministerio de Salud y desde cada comunidad autónoma. Incluso si sumamos todo el llamado gasto social esencial, que incluye el despliegue de la atención domiciliaria durante la última década, en 2018 todavía no se había recuperado el bajón de 2010-14 y en 2019 volvieron a bajar de nuevo en todas las autonomías. El resultado ha sido abrumador en algunas comunidades: desde 2009 en Cataluña fue del 19,6% y en Castilla-La Mancha del 15,4%.
¿Escudo social?
Lo que el gobierno Sánchez ha sabido hacer es lanzar un bombardeo propagandístico para intentar convencernos de que había establecido un escudo social contra los efectos de la recesión basado en dos pilares: el Ingreso Mínimo Vital y los ERTEs. Pero, cuando por fin parecen despejarse los colapsos burocráticos, resulta que ni una ni otra son lo que prometían.
El IMVs no llegará ni a 100.000 familias y los pleitos con comunidades autónomas parecen apuntar a que la articulación con las ayudas que ya daban éstas va a acabar en una reducción del total distribuido, como apuntaba ya la Asociación Estatal de Directores y Gerentes de Servicios Sociales.
Los ERTEs, el otro supuesto pilar, nunca tuvieron por objetivo cubrir a los trabajadores. Si la CEOE ha hecho de la extensión de los ERTEs su caballo de batalla no es por una súbita y apasionada preocupación humanitaria. El Banco de España es claro al respecto: defiende su prórroga indefinida para salvar a las empresas. Y si quedara alguna duda, el recorte en los ERTEs para salvar las cuentas del estado, se está diseñando de modo que no afecte las empresas sino a las prestaciones de los trabajadores.
La moral de la clase dirigente
La moral capitalista se justifica sobre dos pilares. El primero de ellos es el binomio libertad-igualdad.
La religión de la mercancía constituye al individuo como sujeto y le dota de una moral muy particular, la moral del intercambio mercantil. [...] Es esta moral la que permite sustentar que el intercambio de iguales (toda mercancía se intercambia por otra de igual valor) produciría por mera magia repetitiva un incremento de la riqueza global.[...]
¿Qué significa? [...] Simplemente que el lazo social del intercambio -base de la explotación de la fuerza de trabajo- es voluntario y no genera mayores responsabilidades en quien compra fuerza de trabajo que en quien compra un objeto cualquiera: pagar el salario. Salario que no es más que el valor social de esa fuerza de trabajo en virtud de la igualdad de todo lo intercambiado voluntariamente. Como la explotación no es una relación individual sino de clases y como la relación capital trabajo se invisibiliza bajo un intercambio «justo» y «libre» y por tanto entre valores socialmente «iguales»… la explotación ¡¡desaparece!
Entrada «Religion» en nuestro diccionario
Para la moral del intercambio mercantil, es libre cualquier intercambio al que las partes accedan por sí mismas, dan igual sus condicionantes. Y si aceptamos eso, la escasez y el riesgo de muerte serían el verdadero motor social, es más, el combustible del progreso social. Porque solo la escasez lleva a que por sí mismos los desposeídos acepten trabajar bajo las condiciones impuestas por la acumulación, algo que entendieron muy bien los primeros teóricos de la moral burguesa:
Thomas Malthus construye un nuevo orden moral que rompe con todo lo anterior. Allí donde Smith apunta que el «laissez faire» librecambista lleva al mejor de los resultados gracias a la acumulación, Malthus ordena poner en funcionamiento lo que él mismo llama la «máquina» social cortando las ayudas y forzando a los pobres a trabajar para sobrevivir. La vida es actividad, y esta actividad sólo puede ser garantizada por la amenaza del mal de la escasez. Toda la obra estadística de Malthus sobre la necesidad de controlar la población, cuyas famosas ratios nunca demuestra, sirven de justificación para el argumento moral que ocupa los dos últimos capítulos del tratado.
«La toma de la circulación mercantil por el capital y la afirmación de la moral burguesa», agosto 2019.
Unamos todo esto a lo que hemos experimentado y visto durante la pandemia. Desde el primer momento quedaba claro que la propagación pondría en jaque la acumulación. Aun antes de llegar, los mercados para las exportaciones empezaron a reducir sus demandas. Y según comenzaron los contagios el objetivo del estado se limitó explícitamente a evitar que los hospitales colapsaran. Con tasas de contagio relativamente bajas, incluso los objetivos de encuadramiento ideológico como la manifestación del 8M, se pusieron por delante. Los contagios escalaron y se pasó a un estado de alarma cuyo principal objetivo fue evitar el cierre de la producción no esencial... lo que al final tuvieron que hacer aunque en menor medida y con menores tiempos de los que hubieran sido necesarios para romper la propagación. Por si esto fuera poco, tan pronto se decretó el fin del confinamiento, la nueva prioridad pasó a ser salvar el turismo: el presidente del gobierno en persona animaba a salir a celebrar y hacerlo sin miedo, la ministra de Exteriores priorizó abrir fronteras para captar turistas... con tanto empeño que el tiro les salió por la culata: los contagios subieron, se perdió la consideración de destino seguro y la temporada acabó con cifras desastrosas para las inversiones turísticas. A finales de agosto todo recomendaba reconsiderar reapertura de colegios. Todo menos los intereses del capital: no debía obstaculizarse la vuelta de los trabajadores a las empresas haciéndoles cargar con niños, no debía restringirse el consumo con nuevos confinamientos, pasara lo que pasara.
Ahora tenemos una epidemia al alza y una crisis acelerada. ¿Qué podemos esperar que prioricen? Las necesidades humanas -empezando por la más básica de todas, no contagiarse ni contagiar una enfermedad mortal- ha sido supeditada desde el principio de la pandemia a mantener la viabilidad de las inversiones de capital. El paro reconocido está ya en un nivel récord, abrumador si le sumamos el escondido bajo los ERTEs con subsidios de miseria. Se apunta a que llegará a un 23%. ¿Verán en la situación de los trabajadores una necesidad humana a satisfacer o verán en ella las fuerzas de la escasez preparando el camino para que libremente aceptemos las reformas que llevan años intentando imponer?