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La nueva ultraderecha y el «momento populista»

03/09/2020 | UE

Este sábado pasado, la manifestación negacionista en las puertas del Reichstag puso los pelos de punta a los medios alemanes. Durante la semana anterior los políticos habían debatido si deberían cambiar las leyes para poder prohibirla mientras los servicios de inteligencia y contrainsurgencia advertían que el movimiento se había fundido ya con la extrema derecha. Spiegel escribía:

Lo que quedará después de este día son las fotografías de hasta 400 personas que de repente se paran en las escaleras del edificio del Reichstag, a pesar de todas las barreras, con banderas en la mano, muchas con los colores del Reich alemán, negro, blanco y rojo.

Hoy sin embargo la aparición del _Barómetro del Populismo 2020_, una encuesta masiva realizada por la Fundación Bertelsmann no solo ha sido festejada en todos los medios, sino celebrada como el fin de una época: la del ascenso populista.


El tema de este artículo fue elegido para el día de hoy por los lectores de nuestro canal de noticias en Telegram (@communia).


La encuesta mide la afinidad de diez mil entrevistados con una batería de enunciados que muestran ciertas formas de descontento con el sistema político. Por ejemplo: Los partidos solo quieren los votos de los votantes, no les interesan sus puntos de vista o Lo que se llama compromiso en política no es en realidad más que una traición a las propias ideas.

El resultado de este año muestra un vuelco respecto a 2018: entonces un 32,8% de los votantes compartía valores y opiniones populistas, hoy el 20,9. De un tercio a un quinto. Lo que es aun más tranquilizador para la prensa y el aparato político alemán, los abiertamente opuestos pasaron del 31,4 al 47,1%.

La particularidad alemana

La conclusión principal del estudio es que el aparato político alemán reemerge fortalecido de los confinamientos. Los Verdes y los miembros de la Gran Coalición se fortalecerían de nuevo con votos de la AfD. Los socialdemócratas renacerían de las cenizas electorales incluso con un candidato tan comprometido con Merkel como su ministro de finanzas, Olaf Scholz. El giro sería tan profundo que, según los autores, los partidos principales ya no deberían tener incentivos para incorporar los temas bandera del AfD como las restricciones migratorias. Los autores lo atribuyen a la confianza generada por Merkel y sus ministros durante la crisis sanitaria. Este cambio demoscópico sería por tanto el último gran éxito de la canciller que tras no pocas vicisitudes habría salvado el aparato político alemán de la crisis de desafección a la que parecía abocado.

¿Puede haberse desinflado en tan poco tiempo la revuelta de la pequeña burguesía alemana? Sí. La pequeña burguesía alemana ha pasado verdadero miedo durante la primera ola de la pandemia. Miedo a la enfermedad pero sobre todo a la quiebra o el despido: el consumo se retrajo a niveles de 1990 y las exportaciones pasaron de la caída al derrumbe. Pero el gobierno, con Merkel y Scholz a la cabeza, ya en marzo aumentó el presupuesto un 50%, captó deuda masivamente e hizo sentir al pequeño industrial, tendero o burócrata que iba a estar protegido. La contundencia y la mano firme de la canciller devolvieron al redil a la mayor parte de la pequeña burguesía descontenta.

No toda la Galia

Los autores del informe advierten sin embargo que lo que queda en el descontento amenaza con volverse más radical que antes. Ahí entraría en primer lugar la base social de la AfD. El 56% de los que seguirían votando a este partido estaría claramente en la ultraderecha y sería difícilmente reconducible en el futuro. Entre otras cosas porque esa ultraderecha ya estaría completamente en el delirio, alimentada por teorías de la conspiración. Es decir, al sistema político alemán le queda de la pasada crisis una lesión permanente.

El bannonismo que vimos emerger con fuerza este verano en toda Europa se habría hecho por tanto con una buena parte de la extrema derecha alemana. Todavía hoy la BBC se sorprendía de cómo delirios tan burdos y propios de grupos marginales de EEUU como Qanon, estaban absorbiendo y fundiéndose con el negacionismo de la pandemia en EEUU y Gran Bretaña mientras encuentra aliados por Hispanoamérica. Hay sin duda elementos culturales en las formas. Pero hay un fondo más profundo: el pequeño burgués siente el sistema como una conspiración contra su persona y sus intereses. Dificultado por la naturaleza individualista de sus intereses para la acción colectiva, descubre en la conspiranoia un relato que le victimiza y enaltece como víctima social; convierte su eterna suspicacia en resistencia ciudadana; libera la expresión de sus fobias y miedos bajo un espíritu revolucionarista, vagamente anticapitalista; y le envuelve de una mística que le permite superar su heterogeneidad... y la diferencia de intereses con sus pares y patrones.

Por eso, superada la fase de revuelta general de la pequeña burguesía, a la extrema derecha solo le queda radicalizarse, es decir dejarse llevar por las derivas más o menos místícas y conspirativas. Al menos mientras la crisis no avive de nuevo las brasas del descontento general haciendo que una parte sustantiva de la pequeña burguesía deje de ver en los partidos sistémicos la seguridad y protección que ansía.

¿Y España?

En España el PP, tras despachar a Cayetana Alvarez de Toledo, parece haber optado por la vía Feijoo. El presidente gallego, que gobernará con mayoría absoluta en un parlamento sin Vox, intenta jugar al estilo Merkel: ignorar a la extrema derecha, mostrar fortaleza, diferenciarse de los socialistas y, sobre todo, mostrar que sabe cómo controlar la pandemia. Hoy mismo: bombo al 100% de negativos en PCR en Lugo y la generalización de los tests de saliva a bajo coste.

Estando en la oposición, el PP nacional no tiene las mismas opciones que Feijoo o Merkel. Pero mientras la revuelta independentista de la pequeña burguesía catalana no renazca, tiene posibilidades de que la estrategia le salga lo suficientemente bien como para que Vox se arrincone solo. Por otro lado, Sánchez, que no piensa en un nuevo adelanto electoral, parece haber dejado de hacerle el juego a Abascal. A día de hoy todo tiende a devolver las bases de Vox al alineamiento con el PP y condena al partido ultra a buscar bases y militantes en caladeros más excéntricos. Y de hecho, a partir del momento en que el PP anunció que no apoyaría la moción de censura de Vox, la formación ha entrado en deriva. La última nota resulta especialmente simbólica: ha llamado a su fundación Disenso, el mismo nombre de la ultraderecha universitaria de los años noventa. La deriva hacia el delirio de Vox parece ir por ahí más que hacia la convergencia con el negacionismo anti-mascarilla.

Lo que es cierto es que con la aceleración de la crisis la ‎pequeña burguesía‎ no va a ver la luz ni va a dejar de ser reaccionaria por no se sabe qué milagro. La única cuestión es cómo va a expresarlo: cerrando filas entorno a los partidos sistémicos en busca de seguridad o retomando el camino de una revuelta que, en cualquiera de sus sabores, está condenada a la impotencia. Vox es solo una de las formas -y ni siquiera la más numerosa- de este segundo camino. La forma específicamente derechista del nacionalismo español más rancio, la deriva ultranacionalista del aznarismo. Más parecidos en su burdo anticomunismo y extracción de clase a los hooligans brexiters del UKIP británico que a los seguidores de Lepen, son sin embargo convencidos pro-UE que hablan de los dictados de Bruselas con devoción de pastorcillo de Lourdes. Es esta obediencia la que les coloca en una posición muy distinta a la del resto de la ultraderecha europea. Por eso no asustan a la burguesía española. A diferencia del independentismo o incluso Podemos -de quien sigue temiendo sin mucho fundamento una deriva Spexit- les consideran un estorbo, no un peligro. No les les empujarán, les darán la espalda.