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La «nueva izquierda» europea se ensaya en Madrid y Lisboa

09/07/2018 | España

Solo han pasado unos meses. Errejón, montado todavía sobre el mito del 15M, admonizaba a la burguesía europea asegurando que el futuro pertenecía al «populismo» y que solo le cabría elegir sabor: el identitarista de la derecha o el neo-peronista que se consolidaba en España. Había que «reinventar la izquierda», rediseñar el aparato político entero, para una época en la que la desafección de la pequeña burguesía en todo el continente amenazaba ya con hacerse permanente. La verdad, sin embargo, es que el fracaso de la solución electoral a la crisis catalana erosionó en primer lugar a un Podemos con cada vez más dificultades para encuadrar a sus «confluencias» regionalistas y bajo peligro de acabar destrozado por las fuerzas centrífugas regionales que albergaba.

Podemos encuentra techo

El empujón del nacionalismo español entre otra parte de la pequeña burguesía, aunque encontró pronto su techo poniendo en jaque la «Operación Rivera», llevó a Podemos a evolucionar a marchas forzadas hacia un nacionalismo españolista girondino. De repente el «alto mando» de la formación veía en la Transición española «defectos» y no la «gran estafa franquista» que denunciaba hasta hace poco. Iglesias, un pasito por delante, dejaba entrever una nueva estrategia «republicana» que aglutinara en torno al cambio en la jefatura del estado los descontentos territoriales y sociales. Errejón, en cambio, apostaba por pasar a un «discurso de orden», aprovechar las oportunidades de un parlamento fracturado y demostrar la utilidad de Podemos y las confluencias, es decir, de un proyecto estatal único para toda la pequeña burguesía en revuelta, atrayendo, si era posible, a los trabajadores a una nueva ilusión democrática.

Pero el que supo jugar esta carta fue Sánchez. Su llegada a Moncloa encontró a Podemos con el pie cambiado, llevando a plebiscito la compra del chalet de Iglesias y Montero como única respuesta posible ante la desafección creada entre sus propios valedores por una ostentosa compra inmobiliaria que recogieron los medios de toda Europa. El plebiscito de «Villa Podemos» consiguió más participación de la esperada, pero evidenció la patrimonialización de Podemos por la pareja dirigente que solo podrá hacer frente a los pagos de la hipoteca si mantienen sus cargos, o similares, durante décadas. «Anticapitalistas», la corriente mandelista de la formación, heredera de la antigua LCR, aprovechó la situación para cerrar un acuerdo con el viejo PCE stalinista transmutado en iu-Andalucía que muy posiblemente le permita fortificarse en las primarias que vienen contra los intentos «pablistas» de imponer una candidata alineada con la dirección central. Dicho de otra manera: el affaire Villa Podemos dio aire a las fuerzas centrífugas regionalistas y amenazaba con llevarse por delante el centralismo pablista trabajajosamente mantenido durante lo más duro de la crisis catalana.

No cabe duda de que este fue uno de los motores del aparentemente suicida apoyo incondicional de Iglesias a Sánchez. Podemos no ganó cartera alguna -con lo que la estrategia de la «fuerza de orden» se hacía imposible- el PSOE le dio cuerda para un par de reformas legales difícilmente movilizadoras y el control de RTVE. Y las encuestas devuelven una inevitable bajada de expectativas electorales. El «vía crucis» podemita parece que no ha hecho sino comenzar.

Podemos y la reinvención de la izquierda europea

Este fin de semana Errejón e Iglesias «descorcharon» confesando, cada uno a su manera, que «el momento populista ha pasado en España». Lo que se dibuja es la aceptación de un destino institucional como muleta izquierda de Sánchez:

La esencia populista de Podemos queda tocada en la nueva coyuntura política. El mejor ejemplo es que la formación está transitando del eje ideológico de «los de abajo contra los de arriba» al de «izquierda contra derecha». El líder de Podemos lo asumía ante los suyos en el Consejo Ciudadano Estatal al reclamar a Pedro Sánchez que «mire a su izquierda». Durante el último programa de 'Fort Apache', que presenta Iglesias, profundizaba esta lectura al reconocer el cambio en la política de bloques: «En las próximas elecciones habrá una realidad de gobierno en la que o bien manda PP con Ciudadanos o mandamos nosotros con el PSOE».

Es decir, Podemos valida la jugada a medio plazo de Sánchez, renunciando a postularse como esqueleto de la renovación del aparato político de la burguesía española. Es un fracaso brutal, una demostración de la impotencia histórica de la pequeña burguesía española para dar forma al aparato político del estado. Una confesión en los hechos solo comparable a la impotencia del independentismo catalán. Y precisamente por eso tiene trascendencia continental.

Una «izquierda de la izquierda» para Europa

La primera confesión durante la presente crisis de esta impotencia histórica de la pequeña burguesía no se produjo en España, sino en Grecia: la conversión de Syriza en la ejecutora de la troika al estilo de los viejos partidos socialistas, su transmutación en orgullosos campeones del capital griego y su imperialismo regional. El burdo cortoplacismo de la ideología «nordista» del imperialismo alemán presentó entonces el «giro griego» como un éxito de la política ejemplarizante de la UE. Pero la victoria local iba a convertirse irremediablemente en debilidad a medio plazo para los intereses de la propia burguesía alemana y europea. Disciplinar a Grecia ejemplarmente, humillar a Syriza forzándole a renunciar a toda «decoración de izquierdas» del ataque brutal sobre las condiciones de vida de los trabajadores, quemaba irremediablemente las ilusiones democráticas de las nuevas expresiones de la pequeña burguesía.

Como respuesta, sus pares franceses y alemanes («la Francia insumisa» de Melenchon y «die Linke») expulsaron con la abstención de Podemos a Syriza de su grupo parlamentario europeo. La iniciativa para definir a una «izquierda de la izquierda» quedaba a Melenchon. Pero el sistema electoral francés, en el que Melenchon sirve como contrapeso izquierdista a Lepen, hace que la burguesía francesa no se haya molestado ni en considerar como posible partido de gobierno. El peso de los fantasmas de la RDA, que han vuelto a salir de paseo con la crisis migratoria, alejan también del gobierno a «Die Linke». Ni uno ni otro sirven para contener y reconducir hacia el estado las revueltas de la pequeña burguesía si van más allá de lo esporádico y temporal. Ante una situación de crisis sostenida, es mucho más sólida y satisfactoria tanto para la burguesía como para la pequeña burguesía, la alternativa identitarista como se ha visto en Italia.

Por eso, a pesar de la tradicional invisibilización de Portugal, la triangulación con el Bloco, que es parte de la coalición de gobierno articulada por Costa, ha sido tan importante en la actividad internacional de Iglesias.

Es un equilibro difícil, casi un fonambulismo, pero la apuesta podemita y bloquista parece orientarse a redefinir a esa «izquierda de la izquierda» llevándola a un lugar entre el gobierno y la oposición. Soporte de «gobiernos progresistas» presentados como «mal menor» que pretendan hacer tragable los envites de la guerra comercial y la crisis ya peremne; y al tiempo alternativa «cultural» desde un radicalismo verbal que mantenga la ilusión electoral entre los sectores más activos de los trabajadores. Por eso es previsible que Podemos, como el Bloco, teatralicen una y otra vez el fracaso de iniciativas retóricas de apuntalamiento del sistema de protección social, irremediablemente saboteadas desde los partidos socialistas en el gobierno en nombre de la «responsabilidad» o la falta de mayorías suficientes. Acto seguido Bloco y Podemos asegurarán con gesto contrito no tener más remedio que apoyar parlamentariamente a los socialistas para evitar el mal mayor de la derecha y cifrarán el cambio al triunfo en unas futuras elecciones. La «nueva izquierda» pretende hacer de su propia impotencia virtud, vendiendo ilusiones electorales inconducentes desde la cómoda poltrona de oposición interna de los bloques de gobierno. «Villa Podemos» no fue un desliz sino un ensayo escénico.