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La nueva burbuja inmobiliaria española

05/04/2018 | España

Unidos por el yugo de una moneda única, los capitales españoles y portugueses vivieron la crisis como un proceso acelerado de «devaluación interna». Conocimos las delicias de la deflación y la bajada de precios. Entre ellos, el más rápido, nuestros salarios. La nueva situación convirtió en asequible para los trabajadores de los países centrales y durante una temporada al menos, para los británicos, pasar pequeñas «vacaciones low cost» en la península. Al principio, la aparición de la llamada «economía colaborativa» permitía intentar reducir las pérdidas salariales y los efectos del desempleo en la familia precarizando la cotidianidad del hogar. Alquilabas una habitación a turistas de fin de semana y arreglabas un poco las cuentas. La mano invisible de la pauperización unía hambre y ganas de comer. Si hasta entonces Londres había sido la capital turística del continente recibiendo cuatro turistas por residente, ahora Barcelona recibe cinco, Oporto ocho y Lisboa nueve. Si nos vamos a las ciudades turísticas de la península, como Albufeira, el ratio puede subir hasta 39 a 1.

Mapa de revalorización de alquileres en España.[/caption]

El ratio no pasó desapercibido a un capital que había perdido miles de millones con la devaluación del parque inmobiliario. Al principio vinieron las reformas para convertir edificios en «pisos turísticos». De ahí se pasó a construir torres más o menos céntricas con hipotecas para el inversor condicionadas a que sacara el piso en airbnb durante el periodo de pagos. El modelo dió el empujón que faltaba al mercado de alquileres en general. Cuando el alquiler turístico supone hasta seis veces el alquiler «normal», es difícil que no suban los precios.

Evolución histórica de rentabilidades: el nuevo modelo especulativo basado en alquileres triplica ya la rentabilidad del bono.[/caption]

El resultado es ese extraño «milagro español» en el que el consumo se desacelera sin esperanza y sin embargo el PIB crece porque llegan capitales de fuera atraídos por una rentabilidad inmobiliaria al alza que ya ofrece el triple de la rentabilidad del bono. Hoy el capital está feliz porque cree haber encontrado una nueva forma para la burbuja inmobiliaria de siempre: la propiedad ya no es del que vive en la casa, sino de un inversor y cada hipoteca va a asociada a un plan de negocio. Plan de negocio cuya rentabilidad última depende de que el Plan de Ordenación Urbana de cada ciudad sea lo suficientemente restrictivo como para que el número de nuevas viviendas en alquiler no supere a los incrementos de demanda. Dicho de otra forma: el monopolio político del uso del suelo permite la rentabilidad del naciente monopolio de la propiedad de la vivienda en alquiler.

La sustitución de la reivindicación del salario frente al capital por la culpabilización del turista.[/caption]

La «turistificación» es un primer aviso de las consecuencias sociales del modelo. El resultado directo de la turistificación no podía dejar de producir un nuevo shock social. Como había pasado antes en Londres, en ciudades con cada vez más desigualdad y precarización, los precios de un bien de primera necesidad como la vivienda pasaban a estar determinados por una demanda que no estaba relacionada con la economía local y cuyos salarios tenían mucha más capacidad de compra, es decir, no se trasladaban tan fácilmente al salario. En la práctica, el modelo que ha puesto en marcha la «turistificación» es una pura y simple exacción de plusvalia por el capital, un ataque contra los salarios. Sin embargo, tan pronto como el problema empezó a ser sentido masivamente, la izquierda nos invitó a dejar de pensar en que el salario ya no daba ni para pagar la casa y a hacer frente común con la pequeña burguesía comercial y los hoteleros contra airbnb y demás. Es el momento de las campañas de la izquierda nacionalista catalana y vasca, de la culpabilización del turista como «causante de miseria».

Manifestación contra la turistificación en Barcelona.[/caption]

Tal y como se está configurando ahora el nuevo modelo especulativo del suelo, los pisos turísticos y la turistificación no son imprescindibles para el gran capital. Ya han cumplido su función: poner en marcha de nuevo la máquina especulativa. Ahora las administraciones le darán «su lugar», dimensionando su espacio de mercado a medida de las necesidades de la pequeña burguesía local, sus comercios y sus inversiones. Lo que permanece y permanecerá son unos salarios por debajo del mínimo suficiente para vivir decentemente, lo que incluye pagar una vivienda digna. Nuestro problema nunca son los precios relativos, continuamente manipulados por el estado y los monopolios, sino el salario como un todo. Por eso, en este, como en tantos otros temas, la experiencia muestra tozuda que aceptar la mirada de la pequeña burguesía y participar en las batallitas internas entre grandes y pequeños capitales, nos desarma y nos empobrece.