La moral de una trituradora de carne
Cada vez hay más evidencias clínicas de que el Covid también se transmite por aerosoles además de gotitas y que eso está relacionado con la aceleración global de la pandemia. Los sistemas de ventilación de mataderos, fábricas, oficinas e incluso hospitales deberían estar siendo revisados con urgencia. Pero no, da igual: Trump ya presiona para reabrir las escuelas en mitad de un nuevo pico epidemiológico, Sánchez con decenas de rebrotes nos dice que no hay que tener miedo y que lo importante es recuperar la economía, es decir, la rentabilidad del capital a toda costa. La misma cantinela que el oficialismo francés. El mensaje cala. No es de extrañar que Merkel esté tan agradecida a los medios por los servicios prestados. Pero los hechos, y el virus, son tozudos.
Bajo los datos de la pandemia el antagonismo entre necesidades humanas y lógica del capital
Hoy descubrimos que la tardanza en imponer el confinamiento en los principales centros industriales de Lombardía, que tuvo un gigantesco coste en vidas, fue resultado de una política consciente para salvar inversiones antes que vidas de trabajadores. Una jerarquía de objetivos que ha sido universal y constante durante la pandemia y se ha acelerado durante el desconfinamiento.
Es muy posible que nunca sepamos el número total de muertos en las residencias de mayores. Los informes internos del Ministerio de Sanidad español recién publicados, elevan cada vez más la cifra. Lo que queda claro es que es la lógica de su gestión por el capital la que los convirtió en el centro de la matanza.
Lo que sí sabemos -aunque solo sea por notas periodísticas marginales más empeñadas en negar el dato que en explicarlo- es que mientras solo estuvieron abiertos los centros de trabajo esenciales los suicidios cayeron espectacularmente en Japón y que en España el número de mujeres asesinadas por sus parejas durante el estado de alarma pasó de ocho a dos, es decir, cuatro veces menos. Como para negar que ambas enfermedades sociales son el producto directo de esa trituradora de carne que son las condiciones de trabajo y el desempleo en el capitalismo de hoy.
La moral de la revuelta pequeño burguesa
La nueva normalidad no está siendo otra cosa que la normalización de la dictadura de las necesidades del capital sin tomarse siquiera la molestia de vestirlas de necesidad social. Las campañas electorales que han seguido al confinamiento, desde Croacia a España, pasando por Francia, han sido un lamentable promocional en el que las necesidades inmediatas a corto plazo de la rentabilidad se presentan como prueba del carácter supuestamente auto-evidente de la necesidad de organizar transferencias de rentas masivas del trabajo al capital. Da igual que suponga unos costes humanos enormes. Esta apatía intelectual, que es una renuncia moral, tiene el valor de una confesión: la burguesía no se siente con fuerza para llevar a la sociedad a ningún lado. Gestionan lo que el capital exige: transferir rentas como locos del trabajo al capital para reanimar la acumulación pero ni siquiera tienen el coraje -o el descaro- de prometer que conducirá a un crecimiento mayor, aunque no implique desarrollo.
Sus propios ideólogos profesionales se dan cuenta y lo saldan con la tremenda banalidad de que el futuro está pasado de moda... lo que equivale a decir que no hay fundamento moral posible. Están en línea con la deriva iconoclasta de las últimas revueltas de la pequeña burguesía en el mundo anglosajón. Llámenlo postmodernidad o como quieran. No hay idea más delirante que la que caracteriza a estas revueltas a nivel global: la idea de que el deseo es generador de realidad y que la modificación de la representación de esa realidad -sea mediante el uso de un registro lingüístico concreto o mediante el derribo de estatuas- transforma la materialidad acercándola al ideal deseable. Comportarse de acuerdo al deseo, sin preguntarse siquiera a qué intereses materiales responde, concurría a realizarlo mágicamente. Lo moral -lo personal- sería por sí mismo, político. O dicho al revés: la acción política se reduciría a gestos moralizantes individuales fundados en un deseo no cuestionable.
En realidad es puro idealismo aunque jibarizado a formato youtuber. Exactamente equivalente a las demencias conspirativas tipo Qanon de la alt-right estadounidense: Trump es... lo que quieres que sea. Como ideología tanto los iconoclastas como los qanon son la versión más degradada posible de las grandes construcciones ideológicas que produjo el capitalismo ascendente. Pero por su propio carácter delirante son contagiosas: aparecen carteles Qanon en las manifestaciones alemanas contra el confinamiento y no falta quien trata de explicar a los trabajadores locales en barrios obreros españoles y marroquíes que están podridos por el consumismo y se benefician del privilegio blanco.
Pero no son solo locuras de la pequeña burguesía intelectual en sus juegos revoltosos. Si se producen y difunden es porque al final responden a una lógica íntima del sistema. Si las pseudo-farmacopeas como la homeopatía tienen carta de existencia social es porque su industrialización supone un terreno para la acumulación de capital. Si China convierte en delito -en plena pandemia- las críticas a la llamada medicina tradicional china es porque sirve a sus intereses imperialistas, especialmente en Africa. Bajo la idea de que castigarán a las potencias anglosajonas al rebajar el nivel del uso del inglés hay algo más que una concepción idealista del papel del idioma. Hay una materialidad conveniente: reforzar las tendencias de la burguesía nacional a dejar sus hijos en casa en vez de mandarlos a estudiar con el rival.
La moral capitalista y la pandemia
Pero la moral de una sociedad es la de su clase dominante. Y lo bueno para el sistema es lo socialmente aceptado por bueno. Y hoy por hoy la única prioridad de la clase dominante es reanimar la acumulación a cualquier precio. Si tienes miedo de ir a trabajar, el médico te recetará tranquilizantes. En España, hoy, se receta el doble que antes de la pandemia. Los jornaleros sin papeles resultan ser focos de contagio pero no por las condiciones infames de trabajo sino por su problemática social. Que duerman hacinados no es consecuencia, al parecer, de los salarios de miseria. Las calles concurridas y la gente apiñada en los negocios sin mascarilla ni precauciones como si todo estuviera bien, se nos presentan como una buena noticia en los medios aunque las consecuencias sean casi inmediatas. El antagonismo de intereses entre el capital y los trabajadores, entre la acumulación y la vida, es también un antagonismo moral.