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La matanza del Covid en noviembre no es producto de la «irresponsabilidad personal» sino de las prioridades políticas

01/12/2020 | Comunicados

Las portadas de los diarios ya no dan los números de fallecidos por Covid. El presidente no emite mensajes al país sobre la situación sanitaria desde la televisión pública. Todos los mensajes son tranquilizadores: las muertes bajan, el próximo puente del 6 de diciembre se podrán visitar familiares y amigos en algunos lugares, podremos tener cena familiar en Nochebuena aunque no muy muy numerosa... La matanza y las secuelas de la enfermedad en decenas de miles de personas se orillan y en su lugar los titulares van a las personas con trastornos alimentarios, la importancia de la nutrición en los hospitales y mil temas accesorios más.

La resultante de los mensajes mediáticos es que no es para tanto, que basta con algunas precauciones personales para evitar contagiar y ser contagiados y que si hay una tercera ola será por nuestra propia irresponsabilidad. La expansión de la pandemia, presentada como un desastre natural, no sería el resultado del éxito o el fracaso, de la suficiencia o insuficiencia de las medidas públicas y de las condiciones sociales creadas por ellas, sino del comportamiento individual de las propias víctimas de la enfermedad.

¿No es para tanto?

PeriodoTiempoMuertes
Asesinatos terroristas2000-201818 años268
Muertos en accidentes laborales20191 año394
Víctimas mortales de ETA1968-201142 años864
Mujeres y menores asesinados por parejas y ex-parejas2003-202017 años y 11 meses1.073
Muertos en accidentes de tráfico20181 año1.896
Suicidios20181 año3.539
Covid (muertes directas)Noviembre 20201 mes9.200
Covid (exceso de mortalidad)Julio-Noviembre5 meses22.400

¿Decisiones individuales o condiciones sociales?

A estas alturas ya todos sabemos lo que mide la incidencia: el porcentaje de población que se contagió durante los últimos X días en un lugar. Normalmente se toman 15 días como referencia. Por lo mismo nos permite una aproximación al porcentaje de población que está sufriendo la enfermedad -aunque no lo sepa- y que puede contagiarla. Una incidencia del 500 por cien mil como la que existe hoy en las provincias de Granada o Burgos nos viene a decir que al menos 1 de cada 2.000 personas -quizá nosotros mismos- está en situación de contagiar a otros.

En un viaje de metro medio al centro de trabajo en hora punta coincidimos en un periodo de tiempo breve y en un espacio cerrado con más de 2.000 personas. Las medidas de protección personal (la mascarilla, lavarse las manos regularmente, no tocarse la cara ni las mucosas, guardar distancia cuando podamos con las personas con las que hablemos, etc.) reducen la probabilidad de que un encuentro en esos términos con un contagiado se convierta en contagio para nosotros. Pero las probabilidades siguen estando ahí: una bajada de guardia inconsciente, un roce accidental o una confianza indebida pueden disparar lo que queremos evitar.

Lo que es más importante: en grandes números los contagios se producirán inevitablemente. Porque lo que define la vida social, lo que la diferencia de la comunitaria y familiar, es que está hecha de grandes números y de una multitud incontrolable de interacciones personales, la mayoría de ellas inconscientes. Tanto va el cántaro a la fuente que al final (alguno de ellos) se rompe.

Por eso, no basta con las medidas de protección personal. Son útiles para reducir la probabilidad de los contagios dada una situación social, pero lo determinante es esa situación social: el número, la forma y la diversidad de las interacciones interpersonales. Es decir, decisiones políticas.

Dos formas de parar los contagios y las muertes

Por eso, mientras no estén disponibles vacunas, solo hay dos formas de luchar de modo efectivo contra la pandemia:

1Se localizan y aíslan todos los casos activos. Todos. Es lo que hemos visto en China: a un brote de una docena de casos en una ciudad de nueve millones de habitantes, se responde con once millones de tests en cinco días. De ese modo, el brote se corta de raíz y la actividad social no tiene que ser constreñida.

2Se restringe el número de interacciones sociales bruscamente para que los contagiados -que no se sabe quiénes son- no puedan contagiar más que a su entorno directo. Esto significa reducir drásticamente la movilidad, cerrar espacios comerciales, centros de trabajo no esenciales, etc. Lleva más tiempo, es inevitablemente más costoso para las empresas y las inversiones y tiene sus límites. Pero funciona y las muertes y el número de enfermos puede llegar a detenerse o reducirse en su inmensa mayoría haciendo posible el paso a la primera alternativa. Es lo que en la primera ola hicieron la propia China, Italia o España. Y, a pesar de que se limitó a mínimos en tiempos de confinamiento real -incluyendo centros de trabajo- y definición de empresas esenciales, funcionó.

¿Qué «salió mal» entre la primera y la segunda ola?

Una reapertura apresurada y una vuelta a clase cuyo objetivo era mandar a todo el mundo de vuelta al trabajo cuanto antes pero que no ofrecía las condiciones mínimas pues ni siquiera se contaba con la posibilidad de hacer los tests masivos necesarios para aislar todos los nuevos casos.

Es decir, los gobiernos españoles, empezando por el nacional, renunciaron de partida a la primera estrategia y limitaron la segunda a mínimos para no dañar la economía es decir, para no reducir la rentabilidad del capital invertido en empresas.

La matanza de noviembre es el producto de una serie de decisiones políticas que, desde el comienzo, han puesto salvar la rentabilidad de las inversiones por delante de salvar vidas. Ahora como en abril, como en septiembre, la única alternativa a la matanza es el confinamiento efectivo y el cierre de la actividad laboral no esencial hasta que los números bajen lo suficiente como para hacer viable los tests masivos permanentes y el aislamiento inmediato de los nuevos infectados.

Pero, como entonces, la prioridad fundamental de los gobiernos es salvar la economía, es decir, las ganancias y su acumulación... y hacerlo además a corto plazo y bajo coste presupuestario. Hacerlo pasa por someternos a una ola tras otra mientras se imponen nuevas condiciones laborales y echan la responsabilidad de los contagios sobre los comportamientos individuales. Como hemos visto, cada doblegamiento de la curva era simplemente instrumental: en verano para salvar el turismo, ahora para salvar el comercio y la campaña de Navidad. De modo que cada tregua en los contagios ha sido y es solo la antesala de una nueva oleada de la pandemia.

No podemos esperar una iluminación humanitaria. Y tampoco que medidas insuficientes tarden meses en reducir los partes diarios de muertes en cada oleada lo justo para otra campaña de ventas. Tal como están las cosas, con el estado volcado en recuperar los números de las grandes empresas y la pequeña burguesía cada día más desesperada y negacionista porque quiebran sus negocios, los únicos interesados realmente en parar el virus y salvar vidas sin condiciones somos los trabajadores. Tenemos que hacerlo valer porque ninguna otra clase o grupo social va a hacerlo por nosotros.