La invasión de Ucrania y los trabajadores del mundo

¿Por qué mueren y matan los que van a morir y matar en Ucrania?
El bloqueo comercial, tecnológico y financiero que anuncian en represalia EEUU, Gran Bretaña y los estados europeos, es otra forma de ataque cuyas víctimas principales serán los trabajadores rusos y el daño colateral los del resto del mundo a través de los precios de la energía y su impacto en el coste de la cesta básica.
Las sanciones reflejan con claridad la naturaleza tanto de la guerra imperialista como de la «integridad nacional»: las clases dirigentes atacan los «negocios» de sus rivales, su «libertad» para mover, colocar y rentabilizar capitales a nivel personal y colectivo, es decir como estado.
En el curso de la matanza armada y en el cálculo del impacto de las sanciones, las vidas de los explotados son meros instrumentos de cada clase dirigente para conseguir mejores condiciones «estratégicas» en guerras futuras, mercados, infraestructuras, materias primas y, a fin de cuentas, rentabilidad.
Los «sacrificios» que todas las clases dirigentes anuncian ahora con distintas excusas no son sino sacrificios por la rentabilidad de sus inversiones actuales y por las expectativas futuras de cada capital nacional.
Seamos claros: Los soldados rusos van al frente a morir y matar a sus iguales para que la gigantesca finca de sus explotadores esté mejor «posicionada» en conflictos futuros. Los soldados ucranianos para que la finca de sus explotadores no se vea saqueada y dividida por los rivales vecinos. Los trabajadores del resto de Europa y América son llamados a tragar sacrificios en sus condiciones de vida más básicas (calentarse, cocinar, iluminar sus casas) en «solidaridad con Ucrania». Pero la palabra Ucrania, en ese contexto no señala a la gran masa de los habitantes de su territorio, sino al negocio de sus dueños y aliados.
Esta guerra, como todas las demás, expresa que «sacar el negocio adelante», el objetivo principal de «los dueños de todo ésto», es cada vez más incompatible con la necesidad humana más básica y universal: mantener la vida. Ya tuvimos un adelanto contundente con las «políticas pandémicas»: prácticamente ningún estado dudó a la hora de abrir la espita de los contagios y las muertes humanas cuando la viabilidad del negocio se puso en cuestión. Ahora vemos la versión armada de la misma lógica: la pérdida de vidas de soldados y civiles, rusos o ucranianos, no va a hacer temblar el pulso ni de Putin ni de sus rivales, aunque las usen retóricamente.
¿Cómo detener una guerra?
No hay un ápice de aceptación en reconocer ésto: Las guerras son inevitables en un sistema, el capitalismo, basado en la competencia entre capitales. Especialmente cuando, como en nuestros tiempos, compiten por un botín de mercados y oportunidades de inversión insuficiente para que todos los competidores prosperen. Pero son completamente «evitables» en la medida en que el sistema y sus clases dirigentes pueden y deben ser combatidos.
La cuestión es cómo y sobre todo, por quién. Es fundamental darse cuenta de que, en todos lados, «el enemigo está dentro del propio país», pero no basta. Del mismo modo que no basta con señalar la necesidad de superar el capitalismo de una vez aunque sea la única forma de acabar con la dinámica infernal de crisis y guerras.
Intuitivamente todos sabemos que no tenemos nada que esperar de todas esas clases y capas sociales que en cada país se abrazan a la bandera y se llenan la boca de patriotismo, desde el tendero ultra y el propietario agrario al catedrático progresista. Los primeros tienen una versión a escala, si acaso más brutal por más miserable, del mismo hambre de beneficios que impulsa las guerras. El segundo es un cuentacuentos del estado que las organiza.
Tampoco cabe esperar mucho del utopismo del pacifista y el intelectual. Llevan un siglo vendiéndonos que es posible un capitalismo pacífico, «inclusivo», «verde» y llegados al delirio hasta «socialista» y «de cuidados». Pero un capitalismo «bueno para todo el mundo» es tan imposible como una guerra sin víctimas. Por bienintencionados -y ciegos- que los pacifistas quieran ser, sus nulos logros hablan por ellos. En más de un siglo han conseguido embelesar minorías y desviar la resistencia a la guerra de unos pocos, pero nunca parar una matanza imperialista en marcha.
Y desde luego de las «preocupaciones» y el «pragmatismo» de los partidos de estado -socialistas, conservadores, liberales, verdes, etc.-, es decir, del brazo político de las clases dirigentes, no cabe esperar otra cosa que lo que nos llevan ofreciendo desde siempre: sacrificios y confianza vana en que lo que sea bueno para el capital nacional -nuestro propio empobrecimiento, precarización y llegado el caso, matanza- acabará, de algún misterioso modo, generando un capitalismo de «bienestar» en el que deberíamos creer.
Históricamente sin embargo, un movimiento ha sido capaz, no una sino unas cuantas y relevantes veces, de parar una guerra imperialista masiva: la movilización y lucha auto-organizada de los trabajadores. La razón es sencilla: las clases dirigentes no pueden llevar a la sociedad entera a la guerra cuando la maquinaria de la explotación cotidiana se detiene porque los trabajadores paran la producción y condicionan su dirección.
Esta guerra transformará la vida de todos los trabajadores en Europa y más allá
La invasión de Ucrania por Rusia no es una guerra regional más. Consolida un cambio profundo en las formas de la competencia entre capitales nacionales. Que la amenaza de «sanciones demoledoras» no haya parado el ímpetu imperialista de la clase dirigente rusa no tiene nada que ver con la «locura» de Putin.
Significa que la intensidad y violencia de las contradicciones entre los intereses imperialistas de Rusia y sus rivales es ya tal que la clase dirigente rusa considera que si no pone una guerra en marcha el futuro de su negocio y de su continuidad al mando del estado, se verán comprometidos. Por eso el salto cualitativo de la «presión armada» de los últimos meses a la guerra de hoy. Por eso les da igual perder su principal mercado de exportación y entrar inevitablemente en una profunda recesión económica.
Por eso, también, aunque EEUU, Gran Bretaña y los países de la UE no vayan a entrar en esta guerra de manera directa, las consecuencias sobre la población van a ir más allá de la escasez energética y la erosión consecuente de los salarios.
Para todas las potencias, grandes y pequeñas, queda claro que los grandes repartos de áreas de influencia y negocios se dirimirán cada vez menos con amenazas económicas, bloqueos y negociaciones y «guerras por actor interpuesto» en terceros países. Rusia ha pasado en pocos años de armar y organizar mercenarios a través de los cuales intervenir en regiones relativamente pequeñas de Ucrania, a movilizar de forma masiva al conjunto de su ejército y ejecutar una invasión a gran escala.
Es decir, entramos en una fase histórica en la que, cada vez más, las amenazas y los choques van a tener por protagonistas directos a los grandes estados y capitales nacionales.
Y eso en la práctica y en todo el mundo va a significar una aceleración de la carrera de armamentos ya en marcha y una tendencia acelerada y redoblada hacia el militarismo. El militarismo, con todo lo que significa, pesará como una rueda de molino sobre el cuello de una clase trabajadora ya ahogada por las «políticas anticrisis» y la transferencia de rentas ya en marcha a través del Pacto Verde.
A los «sacrificios» que nos exigieron para reanimar los beneficios de un capital renqueante, sumaron después aún más sacrificios para que reducir algunas de las emisiones causantes del cambio climático genere beneficios extraordinarios a los grandes fondos de capital. Ahora nos exigirán una ración extra de sacrificios «para evitar la guerra» rearmando las capacidades militares del estado y multiplicando las operaciones militares en las fronteras calientes.
Y por supuesto esto no se limitará a Europa ni a EEUU. Los próximos focos de tensión están ya activándose, repartidos por todo el mundo: Taiwán, Malvinas, Argelia... Ningún capital nacional va a quedar fuera de las consecuencias de lo que en realidad es un paso firme hacia una mundialización de la guerra a medio plazo.
Una respuesta universal y de clase contra la guerra
¿Qué tenemos por delante? Matanza en Ucrania y perspectiva de repetir el modelo mafioso de ultra-explotación militarizada que ya sufren los trabajadores del Donbass. Pauperización máxima e incluso hambruna en Rusia para millones de trabajadores de la ciudad y el campo que han sufrido como nadie la recomposición del capital nacional bajo el putinismo. Nuevos «sacrificios» y empobrecimiento de los trabajadores de toda Europa. Y globalmente, una aceleración del militarismo y las tendencias hacia la guerra.
Sí, el enemigo está dentro de cada país. Pero no sólo en los países contendientes, hoy Rusia y Ucrania, sino en todos los países. No basta con llamar a la revuelta de soldados y trabajadores rusos y ucranianos -sin oportunidad inmediata- y luego dar por buenas las procesiones ciudadanas «por la paz» y las acciones cosméticas de los sindicatos en las industrias de guerra.
Obviamente, a día de hoy, como al comienzo de todos los grandes conflictos imperialistas hasta ahora, no va a haber una respuesta instantánea y universal de los trabajadores contra la guerra imperialista, o lo que es lo mismo, contra las clases dirigentes. No se trata de esperar que la consciencia de clase aparezca por arte de magia. Se trata de aportar a su desarrollo a partir de las condiciones concretas que se desarrollan ante nuestros ojos. Una lucha que ni empieza ni acaba con la guerra en Ucrania.
Tenemos que incorporar a las plataformas de todas las huelgas y conflictos la confrontación directa y abierta contra el militarismo y el desarrollo bélico en cada país.
Tenemos que empezar a organizar un verdadero movimiento de trabajadores contra la guerra y el militarismo en cada país desde barrios y empresas; y tenemos que hacerlo alrededor de la única posición sostenible desde las necesidades universales de los trabajadores: el derrotismo revolucionario.
Acabarán las batallas de este episodio sanguinario y lamentable. Quedarán los cadáveres, las ruinas y las miserias como testimonio y promesa de lo que la supeditación de las necesidades humanas al beneficio -lo mismo en lo que acuerdan patronales y sindicatos en todo el mundo- nos reserva a las generaciones presentes. Y tendremos que redoblar entonces la movilización y la organización contra la guerra y el militarismo. En cada huelga, en cada reunión, en cada empresa y en cada barrio.
Las víctimas principales de bombardeos y sanciones son los trabajadores de ambos lados del frente
La guerra expresa el antagonismo creciente entre el capitalismo y la vida humana
En todos los países el enemigo está dentro del propio país, llamando a sacrificios y a supeditar las necesidades humanas universales al beneficio de las empresas y las inversiones
En cada huelga, en cada reunión, en cada empresa y en cada barrio hagamos visible el militarismo y la guerra y organicémonos como trabajadores contra ellos