La imposibilidad de desarrollo capitalista
Crecimiento no es desarrollo. Y ni cabe esperar que el capitalismo vuelva a traer desarrollo «alternativo», ni «humano» ni que las caídas en el crecimiento, las crisis de acumulación, produzcan mágicamente un despertar revolucionario de los trabajadores.
Editamos en la Escuela de marxismo de Emancipación un texto publicado originalmente en Alarma en 1972, que es crucial para entender la realidad del capitalismo de hoy y las potencialidades y focos de la tarea de los revolucionarios.
Una sociedad o tipo de civilización está en desarrollo mientras van ampliándose y propagándose los factores estructurales y superestructurales contenidos en su original impulso, aquellos que han constituido su razón de ser, su necesidad histórica, su justificación humana. Porque un tipo de civilización -vale decir una clase- nunca se ha formado y elevado al rango de dominante sino como representación positiva, siquiera incompleta, de todas las clases, incluso de las que cargan con la peor suerte. Su sistema ha de consentir a todos un mejor estar material, cultural, moral, una brizna siquiera de libertad relativamente a la situación anterior. Ese contenido es lo único que cabe llamar desarrollo social.
Lo hemos visto con gran claridad durante el ascenso de la sociedad capitalista. Más que ninguna otra civilización desde la aparición de las clases y del Estado ha acrecido ella la cultura general, la libertad política, las posibilidades nutritivas y cuanto toca a la producción y reproducción de la vida humana, sin mencionar la multitud de consecuencias buenas que trajeron consigo esos tres factores. El mayor dominio de la Naturaleza característico de la civilización capitalista, aún siendo por y para la burguesía principalmente, repercutía más o menos en las clases pobres y explotadas.
Del capitalismo actual ya no puede decirse lo mismo. Su dominio de la Naturaleza, desde la física y la química hasta la genética y psicoanálisis, sigue aumentando. Pero en general ya no redunda sino en peoría pera la gran masa de clases pobres. Se fabrican hoy metales tan resistentes que permiten a las cabinas espaciales atravesar las capas densas de la atmósfera, pero, desde la cacerola hasta el automóvil, los productos ofrecidos en el mercado son de una mala calidad calculada para obligar a renovarlos pronto; se sabe fabricar tejidos de duración más que vitalicia, pero el traje o las medias vendidos por decenas o centenares de millones están confeccionados para convertirse pronto en harapos; se sabe producir alimentos de excelsa calidad y pureza, pero se han vuelto inencontrables, manjar de potentados, para la gran masa, a partir del simple pan, productos adulterados, cuando no tóxicos, envueltos en plásticos que modifican su composición química; se sabe seleccionar especies animales de carnicería y establo del mejor abasto pero el bistec, el pollo, el cerdo, etc. contienen las hormonas con que los animales han sido cebados artificialmente, mientras la leche es un aguachirle empobrecido de las substancias más indispensables a la nutrición infantil; se pueden construir edificios de habitación más resistentes que una catedral, pero la casa o el apartamento del común de los hombres entran en ruina antes de terminados de pagar.
Complemento inseparable de lo anterior, la radio y la televisión, potentísimos instrumentos de información y de formación cultural, engañan y embrutecen premeditadamente y en todos los continentes a miles de millones de personas, siempre secundadas por la prensa cotidiana; en los centros de enseñanza técnica y universitaria, la juventud es canalizada y conformada según proyectos estatal-capitalistas, al paso que la calidad de la enseñanza va degradándose año tras año; el propio psicoanálisis sirve en fábricas, establecimientos de orientación, publicitarios y policíacos, a operaciones repugnantes que rebajan la mente individual y colectiva.
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