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La guerra en el Golfo y los trabajadores

26/06/2019 | Actualidad

Tras el derribo por la defensa antiaérea iraní de un drone estadounidense, el Presidente de EEUU aprobó la semana pasada bombardeos sobre Irán que canceló cuando los aviones ya estaban en el aire. Según Trump hubiera sido «desproporcionado» causar 150 muertos por un drone derribado. Un gesto para indicar que todavía están en la fase de negociación armada, aun no es la guerra. Para demostrarlo, en su lugar puso en marcha una serie de ciberataques contra lanzaderas de misiles y anunció una nueva escalada de sanciones. Pero las «negociaciones armadas» están al filo ya de las guerras. Por eso EEUU prohibió a sus aerolíneas comerciales sobrevolar Irán sin dejar de intentar contener y encuadrar a sus propios aliados regionales, especialmente Arabia Saudí e Israel, los más beligerantes contra Teherán.

En realidad, las tensiones entre EEUU e Irán son expresión de un escenario global en el que la guerra comercial impulsa día tras día un desarrollo general de las tensiones imperialistas en todos los países y regiones: desde el Mar de la China a Chipre pasando por América del Sur. La gravedad de lo que supone un escenario global de guerras comerciales y de divisas no pretende ni siquiera esconderse. La nueva doctrina de seguridad nacional de EEUU es explícita: la fuerza militar es parte central de la presión para renegociar los tratados comerciales y abrir nuevos mercados.

‎Imperialismo‎ de libro que no se reduce a EEUU sino que es parte de la lógica de todos los estados, impulsados por unos capitales nacionales que ya no «caben» en sus propias fronteras porque el mercado nacional no les ofrece ya ni demanda suficiente ni oportunidades productivas de colocación para sus capitales excedentarios. Mientras EEUU pone toda la carne en el asador del Brexit, China hace lo propio en Africa, Turquía en las aguas del Mediterráneo Oriental y Etiopía en Sudán... la lista no tendría fin. En el curso de los acontecimientos se forman alianzas impensadas -Tsipras y Netanyahu o Mourao y Xi, por ejemplo. Putin puede decir hoy que «los lazos rusos-chinos han alcanzado probablemente su punto más álgido en toda su historia y se siguen desarrollando» y el líder pakistaní proponer un jaque al dólar a ambos... y nunca significar más que nuevos elementos de conflicto, nuevos peligros globales potenciales, porque en un contexto de «negociaciones armadas» y competencia cada vez más acentuada, no hay alianza que pueda garantizar duración alguna. La confrontación imperialista produce una situación tan peligrosa como volátil.

No es casualidad que los vientos de guerra acompañen a la amenaza inmediata de una recesión. El capitalismo global no encuentra cómo sostener una nueva huida hacia adelante, ya ni siquiera se puede abrir más el grifo del crédito. Desde Brasil a España, la única manera al alcance de la mano de muchas burguesías nacionales es la apropiación directa de los mecanismos de previsión social y las pensiones. Pero salvar temporalmente al sistema financiero queda todavía muy lejos de «solvertar» las dificultades del capital nacional como un todo. La recesión solo puede suponer un incremento de las presiones para bajar salarios, ‎ precarizar aun más las condiciones de trabajo‎ y aumentar las jornadas reales. Las causas de la guerra se hacen sentir en todos lados, aunque sus consecuencias más destructivas estallen solo en unos cuantos puntos... todavía.

¿Y nosotros qué?

Por eso sería tan miope como suicida poner en los trabajadores iraníes la responsabilidad de parar la escalada bélica. No se les puede achacar desde luego pasividad. Pero la guerra es como la lava que pugna por emerger bajo la superficie de un capitalismo agotado: puede estallar a corto plazo allá donde la corteza sea más débil, pero no va a dejar de convulsionar el mundo bajo nuestros pies solo porque los trabajadores de un país le planten cara. Ni siquiera si, como los trabajadores rusos en 1917, tienen éxito. Podrán sacar a un país de la guerra, pero el capitalismo es un sistema global y produce guerras globalmente. La primera guerra imperialista mundial solo se detuvo cuando los trabajadores alemanes impusieron sus necesidades por encima de la lógica del capital y la guerra.

Hoy nos dicen que no tiene sentido luchar si la empresa no da beneficios. Pero es la imposibilidad de mantener los beneficios lo que impulsa la guerra. Y la guerra es la negación más radical de nuestras necesidades: negación de la vida de miles, de millones. Lo único que puede frenarla es negar el sometimiento de la necesidad humana al resultado del capital, al beneficio... y eso sí está en nuestra mano, y solo en nuestra mano, afirmarlo como trabajadores.