La guerra del cerdo
Con la marca de origen «El Terrat» bien presente, es decir con esa peculiar mezcla de narcisismo y clasismo con derivas racistas que caracteriza a todo el «entorno Roures», el espacio de Jordi Evole en la Sexta rara vez deja de dar espectáculo.
Esta semana pasada nos presentó una granja de pesadilla: cerdos malformes, enfermos, moribundos o directamente muertos, en un entorno oscuro, sucio y descuidado. El mensaje, repetido por un equipo de aguerridos reporteros que parecían un homenaje a los «Cazafantasmas», era contundente: éso es lo que coméis, eso es lo que os vende «El Pozo».
«El Pozo», por su parte, lanzó un comunicado al día siguiente en el que explicaba con bonitas palabras que la tal granja era en realidad un moridero de animales enfermos («área de recuperación sanitaria») que se separan de la cadena de producción. Y que si no los sacrifican directamente es por la intención de la industria de cubrirse ante eventuales campañas animalistas al estilo de las que se dan en EEUU («aseguramos el bienestar animal»). Entre unos y otros movilizaron inmediatamente a la prensa que se dedicó a buscar veterinarios y especialistas e intentar sacar a «El Pozo» una respuesta que diera titular. Pero había poco que rascar. Todos callados. ¿Por qué?
Escenas de competencia
El embutido y la industria cárnica es un mundo de pequeña burguesía industrial local segada una y otra vez por los grandes capitales. En Cataluña el campeón, «Casademont», acabó cayendo y malvendiéndose con la crisis. Su principal competidor regional, «Casa Tarradellas», otro negocio familiar, solo sobrevivió agarrado al clavo ardiente de Mercadona, una jugada genial de Conrad Blanch director general adjunto en los ochenta y hoy único consejero de la firma sin el apellido Tarradellas. Blanch es un hombre con una gran capacidad de relación, exdirector de una estación de ski andorrana, alto cargo en la organización de las Olimpiadas del 92, organizador de los Alumni de ESADE -como Roures- en la micronación pirenaica... Nadie mejor para transmitir el sentir de una de las últimas firmas bandera de la pequeña burguesía catalana comprometida con el «territori».
Y la verdad es que deben estar agobiados. Porque el españolismo las puso en primera línea de boicot y les asoció con el independentismo desde el día uno. Lo que es peor, empezó a asociar, a través suya, Mercadona al independentismo, organizando incluso campañas de firmas en Change.org. Un verdadero troleo que, al parecer, empezaba a hacer que los Roig, dueños de Mercadona, se plantearan optar por otro proveedor de confianza: «El Pozo».
Solidaridad burguesa
Nadie puede saber las motivaciones ni las reflexiones de otro. Pero el hecho es que no resulta difícil pensar que entre Evole y «Casa Tarradellas» hay una solidaridad que va más allá del amor por los cerdos enfermos. Solidaridad que tiene que ver con una cierta forma de «hacer país», con amigos y relaciones sociales comunes y con una común mirada hacia la competencia meridional. Solidaridad en el seno de una clase, la pequeña burguesía local, cuyas ocurrencias y violencia crecen exponencialmente con sus dificultades en el mercado, pinzada como está por el gran capital y las cadenas que monopolizan la distribución. Una clase que, precisamente por éso, entiende la «competencia» con una violencia y unas herramientas que van mucho más allá de bajar precios o introducir innovaciones.
De todo esto hemos de sacar una lección o al menos sentirnos advertidos: las batallas en el seno de la burguesía y especialmente en sus capas pequeñas y medias son y serán cada vez más fuertes. Por supuesto no van a contar lo que hay debajo: la lucha por rentas públicas, monopolios, contratos... Nos las van a vestir una y otra vez bajo «causas» como la salud, el medioambiente, la igualdad entre hombres y mujeres, el humanitarismo, la lucha contra la corrupción... Siempre, eso sí, con mucho cuidado de no hablar de la explotación nuestra de cada día. Simplemente no podemos picar. Que se maten entre ellos en nombre de sus repúblicas y sus tabarnias, a nosotros nos dan igual los contratos, los éxitos y los fracasos comerciales de esa clase hecha de trolls.