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La grieta

09/08/2022 | Actualidad
La grieta

EEUU, locomotora de la recesión global

La Reserva federal está ya anunciando nuevas subidas de tipos sin importarle aparentemente que en realidad EEUU ya esté en recesión. Su único objetivo ahora es frenar la inflación y parece que no le importa abrir las puertas a un largo periodo de destrucción de capacidades productivas y estancamiento de la acumulación.

La subida de precios se debe a la estrategia de aislamiento de China y Rusia de los propios EEUU. Una estrategia de largo recorrido cuyas consecuencias sobre los precios de componentes industriales, alimentos y materias primas esenciales se han acelerado con la guerra en Ucrania y las tensiones militares crecientes en Taiwán.

Pero para enfrentar la inflación y reiniciar el sistema, la Fed solo tiene una herramienta: aumentar los costes financieros de las empresas para que estas inviertan menos, contraten menos y paguen salarios menores, produciendo una caída del consumo en paralelo a la de la inversión.

Por eso, el dato decisivo que parece orientar a los banqueros centrales hacia políticas aun más recesivas fueron unas cifras de empleo excesivamente buenas en julio: la tasa de desempleo cayó al 3,5%, el mínimo de los últimos veinte años... y el consumo, especialmente el de bienes duraderos, sigue al alza.

Y esto es lo aparentemente extraño. Aunque en conjunto los salarios subieron un 7,1% desde principios de año, cuando se descuenta la inflación los salarios reales cayeron un 3,1%. Es decir los asalariados tienen menos capacidad de compra. Pero... ¿Cómo puede ser que ganando cada vez menos consuman más?

Otra vez las clases

Trabajadores de Amazon en EEUU

Trabajadores de Amazon en un dentro logístico en EEUU

Las claves para entenderlo nos llevan una y otra vez a división en clases y la evolución de la situación de la clase trabajadora durante los últimos años.

  1. La primera cuestión es que el conjunto de los asalariados y la clase trabajadora no son lo mismo. Por supuesto, salvo una parte de los autónomos y monotributistas, la clase trabajadora está formada mayoritariamente por asalariados. Pero hay muchos más. La pequeña burguesía corporativa -todos esos jefes, cuadros medios y capataces que pueblan las grandes empresas- es una clase muy amplia. Y generalmente también figuran como asalariados la gran burguesía corporativa -altos directivos, gerentes y consejeros de las mismas empresas- y una parte de la pequeña burguesía comercial e industrial que se autoemplea o emplea a los miembros de su familia directa.
  2. En los llamados «países ricos», la combinación de despidos baratos, contratos «cero horas» como los británicos o los «fijos discontinuos» españoles y salarios mínimos al alza han producido un verdadero hundimiento de los salarios medios: el porcentaje de trabajadores cuyos salarios pivotan alrededor del mínimo vital tiende a ser cada vez mayor.
  3. En cambio, tanto en EEUU como en Gran Bretaña, España o Alemania, los salarios de la pequeña burguesía corporativa, que ya venían al alza antes de la pandemia, han subido más que la inflación. Es decir, la pequeña burguesía corporativa ha capturado una parte de la transferencia de rentas proveniente de la bajada de costes laborales de los trabajadores.
  4. Es decir, mientras el efecto de la inflación sobre la capacidad de consumo de los trabajadores es desproporcionadamente alto, no sólo en relación a otras clases, sino también en comparación con la recesión de hace una década, la pequeña burguesía corporativa y profesional parece estar viviendo sus felices años 20.

El panorama resultante es difícilmente comprensible si se usan categorías como «los consumidores» o «los asalariados» invisibilizando la división en clases sociales. Porque el resultado global es que, como recoge el New York Times, «los consumidores están comprando menos leche y menos huevos» porque a duras penas consiguen llenar una cesta básica de alimentos y «sin embargo, también salen a comer a restaurantes con más frecuencia».

Obviamente unos consumidores y otros no son los mismos. Son dos mundos opuestos, dos clases antagónicas separadas por una grieta cada vez más profunda y dramática.

Pero visto desde la Fed lo que cuenta es el resultado global y no es otro que un aumento del consumo. La mayor parte de los trabajadores tienen que gastar todo lo que ingresan para sobrevivir e incluso comerse los ahorros, mientras que la pequeña burguesía, temerosa de que la inflación se coma sus ahorros, no sólo gana más sino que gasta un porcentaje mayor de sus ingresos.

Los trabajadores, la inflación y la recesión en EEUU

Banco de alimentos en Nueva Jersey

Reparto de alimentos en Nueva Jersey

En EEUU, la primera potencia mundial, estamos hablando de alquileres impagables, precios de la energía imposibles e incluso de inseguridad alimentaria y hambre como algo común entre los amplios segmentos de trabajadores precarizados formados por millones de personas. Si en enero el 10% de las familias tenía ya dificultades para comer lo suficiente, en julio eran ya el 12%. Por algo las colas de los bancos de alimentos son cada vez mayores.

Mientras como decía un economista al Times, «los que tienen están realmente cómodos en este momento», incluso los trabajadores de salarios más altos ven su capacidad de consumo cada vez más erosionada y su situación general en un equilibrio cada vez más inestable. Aunque estén más cualificados y relativamente más protegidos de la caída de salarios medios por contratos colectivos, sus salarios crecieron menos que la inflación. Además, los gastos que han subido significativamente por encima de la inflación global son los más difíciles de reducir -los alquileres, la energía y la alimentación- lo que les resta aún más margen para una adaptación suave.

Y es que no sólo en EEUU sino en prácticamente todo el mundo, hasta ahora la inflación ha supuesto una verdadera transferencia de rentas del trabajo al capital. No sólo los arrendadores de vivienda sino las grandes empresas han aumentado sus beneficios por encima de la inflación... lo que a su vez ha alimentado la espiral de precios.

Y si ahora, como se ha anunciado, la política monetaria persevera subiendo tipos para parar la inflación al punto de provocar una recesión, la grieta se ensanchará aún más porque se contratarán menos horas de trabajo a menor salario por hora.

La grieta se extiende a Europa

Banco de alimentos en Gran Bretaña

Banco de alimentos en Gran Bretaña

En Gran Bretaña, con la producción cayendo de forma sostenida, la inversión en picada y una crisis de vivienda a la vista la situación ya está un paso más allá que en EEUU. La combinación de inflación y recesión es ya una realidad.

La grieta se está abriendo también. La pequeña burguesía corporativa, especialmente la ligada al sector financiero, está obteniendo subidas de hasta dos dígitos mientras los trabajadores, incluída la supuesta aristocracia obrera está en una situación cada vez más crítica.

El hogar medio británico sufrirá este año una pérdida de 3.058 euros en su poder adquisitivo y muchos hogares tendrán que decidir entre comer o poner la calefacción el próximo invierno. [...]

Se estima que 7,3 millones de adultos y 2,6 millones de niños han experimentado serias dificultades para acceder a comida. Un millón de británicos pasan al menos un día sin comer, según datos de la Food Foundation y más de dos millones recurren habitualmente a alguno de los 2.500 bancos de alimentos que se duplicaron en todo el país tras las políticas de austeridad de la era Cameron.

La subida de precios en los supermercados ha convertido algunos alimentos básicos en productos inaccesibles para muchos: la leche desnatada ha aumentado un 26% en un año, la mantequilla un 21%, la harina un 19% y el aceite de oliva un 18%.»

La crisis de precios desata el verano del descontento en Reino Unido, El Mundo.

«The Bread and Butter Thing» y la falsa solución del consumidor

The Bread and Butter Thing

Camión de reparto the «The Bread and Butter Thing»

El resultado es que ya no son sólo los trabajadores precarizados los que se ven en una situación crítica y tienen que recurrir a bancos de alimentos. Sectores cualificados e incluso funcionarizados recurren crecientemente a ONGs como BBT (Bread and Butter Thing).

A base de comprar alimentos recientemente caducados o a punto de caducar y excedentes sin colocar de los distribuidores, BTT y otras consiguen abaratar sensiblemente la cesta básica.

En el Norte de Inglaterra, donde nació, BTT tiene ya 70 clubs y 1.400 voluntarios repartiendo cestas de alimentos básicos pasaditos de fecha en la puerta de las iglesias. Sólo en esas comarcas, el número de beneficiarios crece a razón de 1.700 miembros al mes.

A los miembros les cuesta admitir su situación. «No venimos aquí porque seamos pobres», declaraba un profesor de instituto a un periodista mientras recogía su cesta a la puerta de una iglesia. No es de extrañar. Se trata de un nuevo tipo de «charity», organizaciones privadas sin ánimo de lucro amparadas generalmente desde gobiernos locales, que señaliza la pobreza laboral, lo que no deja de ser estigmatizante.

Tal vez por eso, en otros países como España, el hueco está siendo llenado en parte por empresas que organizan compras en grupo para obtener precios ligeramente más bajos que los supermercados.

Pero la lógica es la misma: nos invitan a enfrentar la pauperización como consumidores. Es decir, nos invitan a aceptarla y paliarla malamente invisibilizándonos como trabajadores y disfrazándonos de ecológicos -por comer alimentos caducados- o colaborativos -por hacer compras en grupo.

Estamos en las antípodas de las Aglomeraciones Cooperativas y las Casas del Pueblo de la IIª Internacional. Aquellas partían de la auto-organización de los trabajadores, les afirmaban como tales y eran motivo de orgullo y refuerzo de su capacidad de lucha. Eran una forma más de resistencia que impulsaba la acción colectiva alimentando tanto las cajas de resistencia como las capacidades organizativas y educativas. Y sobre todo, como remarcó la IIIª Internacional más tarde, preparaba a los trabajadores para articular y dirigir un mundo organizado en torno a la satisfacción de las necesidades humanas reales y concretas.

La brecha y la recesión que se hará evidente en otoño

Pintada en Buenos Aires

Pintada en una calle de Buenos Aires

El súbito empobrecimiento de los trabajadores en dos movimientos -inflación y recesión- empezó en los países semicoloniales como vimos desde Ceilán a Argentina. Ahora lo estamos viendo en EEUU y Gran Bretaña. Y la UE pasará muy probablemente a recesión antes de Año Nuevo.

Tanto inflación como recesión son resultado de la crisis global del capitalismo y su desarrollo cada vez más belicoso, pero la ausencia de luchas colectivas de cierto empaque y posibilidades de extensión ha permitido a la clase dirigente reaccionar sin casi oposición y cabalgar la inflación poniendo en marcha una transferencia de rentas del trabajo al capital de dimensiones masivas.

Ahora, cuando la inflación empieza a ser una dificultad para el propio capital, la propia clase dirigente está decicida a autoinfligirse una recesión para reiniciar la acumulación. La idea es, una vez más, reanimar al capital a costa de los trabajadores.

Un sector amplio de la pequeña burguesía en cambio, no sólo ha quedado a cubierto sino que ha conseguido participar de la intensificación de la explotación directa de los trabajadores, beneficiándose en el mundo corporativo de salarios mayores, en el mundo agroindustrial de subidas de precios finales mayores que las de salarios y materias primas, y en el mercado inmobiliario de la revalorización de sus propiedades.

El resultado esta siendo la apertura de una brecha de ingresos cada vez más profunda. De un lado los trabajadores, más brutalmente afectados primero, con la inflación, los más precarios y con salarios más bajos, y después, especialmente con la recesión, aquellos con mejores coberturas contractuales y salarios. De otro, una parte sustancial de la pequeña burguesía y la burguesía.

Si las primeras reacciones frente a la inflación fueron fundamentalmente de adaptación -renunciar a las vacaciones o modificarlas, reducir el consumo de alimentos, rebajar el consumo energético hasta el límite de lo posible, etc.- frente a la recesión son más los trabajadores que se verán en la tesitura de recurrir a cosas cada vez más parecidas a bancos de alimentos y remates de caducados.

En realidad la única respuesta que nos puede fortalecer y ayudar a resistir es organizarnos como trabajadores. Que un paso hacia eso sea para conseguir el abastecimiento asequible para todos mediante compras grupales en escala a costa de los márgenes de comisionistas y distribuidores, puede ser un avance importante y ayudar a resistir. Pero el mayor avance nunca será rebajar un precio ni siquiera organizar la solidaridad en el barrio o la empresa.

El mayor avance es el hecho de organizarse. Y lo es porque abre la puerta a lo único que puede poner un freno a la deriva militarista y rapiñera a la que está abocado el sistema: luchar colectivamente.