La formación en la IIIª Internacional
El tercer y cuarto congresos de la Internacional Comunista se celebraron en medio de un retroceso de la oleada revolucionaria mundial. Por eso, si los dos primeros habían girado en torno la clarificación teórica y las urgencias de la lucha por la toma inmediata del poder, los dos siguientes se plantearán cómo crear una táctica revolucionaria y construir el partido en tiempos de resaca. Es el momento en el que la nueva Internacional se da cuenta de que con luchar por la dirección y empujar a los trabajadores organizados del tejido heredado de la IIª no basta y que los jóvenes partidos revolucionarios tienen que retomar por sí mismos el impulso organizador y dirigirlo coherentemente. Se fortalecen las verticales orientadas a la propaganda y la organización de jóvenes obreros y mujeres trabajadoras, se organizan fracciones comunistas en sindicatos y cooperativas y alrededor de estas últimas se crea una nueva generación de «Casas del pueblo», ya comunistas, en Francia, España y otros países. Es en ese marco en el que reexamina el trabajo formativo desarrollado durante el periodo anterior y se definen las tareas y las formas de abordarlo para los comunistas.
Buena parte de las bases de la IIIª Internacional se habían alfabetizado y formado -incluso desde un punto de vista técnico- en las casas del pueblo, las «Universidades Populares» y todo el tejido educativo obrero desarrollado alrededor del movimiento obrero del último capitalismo ascendente. Cuando el tema se trata por primera vez de manera explícita en el IVª -y último- Congreso de la Internacional, la resolución insiste en que:
Desarrollar formación marxista es una tarea esencial de todos los partidos comunistas. La meta de este trabajo es elevar la capacidad de todos los miembros y «liberados» para la formación, la organización y la lucha. [...] La formación comunista debe ser un componente integral del trabajo del partido como un todo.
La conclusión explícita es que que la formación revolucionaria de los trabajadores debe centralizarse en el partido y que «donde se desarrolla en organizaciones particulares fuera del Partido Comunista», los comunistas deben realizar un «trabajo sistemático» en el seno de tales organizaciones. La formación es estratégica. Pero ¿a qué se están refiriendo con «formación»? El debate previo a la aprobación de la resolución deja claro que va más allá de la formación marxista para el aparato de los partidos. Se quiere romper con la lógica del periodo socialdemócrata en la que el partido se dedicaba a la «formación de cuadros» y los sindicatos y las universidades populares daban formación cultural general y técnica a los trabajadores. Hoernle, del KPD, que presenta la moción para su aprobación, insiste:
En contraste directo con los partidos reformistas, el énfasis del trabajo partidario comunista no se pone en un pequeño número de líderes, sino en las masas de miembros. No vemos a éstos solo como peones electorales, bulto que llena asientos en los mítines y pagan un carné, sino como aquellos que se hacen cargo y tienen la responsabilidad del trabajo del partido. La forma en la que el partido saca adelante su trabajo a través de fracciones y células exige que cada miembro individual tenga unos mínimos de comprensión política, formación marxista y, también, habilidades formales como elocuencia, capacidad de debate, saber hacer para conducir un mitin, capacidad de organización y tantas otras cosas.
Pero es en en la formación orientada a las grandes masas de trabajadores organizados donde se ve más clara la diferencia entre el reformismo y los comunistas.
El trabajo de formación reformista se dirige sobre todo al egoísmo individualista. Da al trabajador individual una oportunidad, por limitada que sea de elevarse sobre la media de compañeros de su clase y alcanzar a su costa una mejor existencia. Lo hace siendo personalmente solícito, escuchando conferencias de divulgación sobre temas académicos y formándose en campos particulares. [...] El trabajo formativo reformista entrega al trabajador un paquete cerrado de conocimiento pobremente vulgarizado. Busca presentar los dudosos frutos de la ciencia y la cultura burguesa cebando al trabajador con migas envenenadas pero creando la ilusión de que está dándole pan de verdad. El trabajo de formación comunista muestra al proletario como todo el conocimiento burgués es moldeado por las condiciones de clase y declara una guerra intensa a toda la ciencia, el arte, la moral y la religión burguesas... Muestra como las tendencias burguesas encuentran expresión en cada ámbito, no solo en las ciencias sociales o políticas, sino en las ciencias aparentemente neutrales en lugares de donde aparentemente habían sido eliminadas.
Pero, si todo está por criticar (=demoler), ¿por dónde empezar? En mitad de la primera década revolucionaria no hay duda: por todo lo que se necesite para la lucha. Pero eso implica una amplia gama de temas, desde «formación especializada» para la agitación entre sus propios liberados -que incluía habilidades prácticas como la tipografía o la expresión en público- hasta «en países en los que amplias masas del proletariado son todavía analfabetas [...] impartir formación básica». Y para hacerlo:
Los partidos comunistas deben poner medios para asegurar que su propaganda y agitación utilice nuevos métodos, métodos que estimulen, que hagan posible ganar la atención de masas indiferentes y despertar su interés. Observemos que habilidosa es la burguesía en su dominio de las masas a través de medios como el cine, las presentaciones de diapositivas o la pompa de las ceremonias religiosas. Los partidos comunistas deben aprender a usar esos métodos -presentaciones de diapositivas, películas, celebraciones artísticamente diseñadas, actuaciones teatrales, obras de propaganda política y más- un campo que ha sido muy dejado de lado en Europa Occidental y que tiene que desarrollarse sistemáticamente.
La IC pretendía llevar toda esa producción cultural y de agitación no solo a sus propios canales, que evidentemente priorizaba, sino al del tejido entonces existente «en prácticamente cada país» de asociaciones culturales obreras: el «Proletkult» y los grupos obreros de «librepensadores» en Alemania, la «Plebs League» en Gran Bretaña... incluso, «bajo ciertas circunstancias», a las «Universidades Populares» de los ayuntamientos, comunes entonces en los países latinos. No se trataba de «colar» contenidos, se trataba de abrir brechas, de convertir el aula de adoctrinamiento en campo de batalla de perspectivas de clase.
El partido debe intentar fortalecer su influencia y la de las organizaciones de lucha proletaria como un todo en tales instituciones educativas. Debe intentar llevar a las masas de trabajadores que escuchan y aprenden allí a afirmarse en oposición a los profesores y maestros burgueses. Debe exigir que los métodos de enseñanza mediante conferencias sean reemplazados por la discusión abierta. Debe llevar a sus mejores miembros a intervenir en ellas y levantar una oposición intelectual frente a la influencia burguesa.
Trabajo formativo y agitación se entrelazan y funden a lo largo de todo el debate hasta hacerse indistinguibles en la intervención de Krupskaya, que insiste en la necesidad de utilizar métodos visuales e interactivos para transmitir y debatir, comenzando por los propios militantes, según «la tradición de nuestro partido [bolchevique]». Dicho esto, el mensaje del congreso es la centralidad y la necesidad de centralización mundial del trabajo de formación en el ámbito más amplio posible dentro de la clase. Al punto que propone una comisión de la Internacional que se asegure de que los partidos no lo desatienden y pone, para mejorar y asegurar contenidos, los recursos del estado de los soviets (la «Academia Socialista») a trabajar para las necesidades de los partidos sobre el terreno. Porque...
...En pocas palabras, el mínimo exigible a los partidos comunistas hoy es impartir formación, dirigida y organizada centralizadamente, entre sus miembros; y formación especializada entre sus liberados. Además, su agitación debe ser más profunda, científica y marxista, y debe ligarse a propaganda que sea genuinamente accesible en la forma, apoyada sobre materiales artísticos, visuales, musicales y dramáticos de todo tipo.
¿Qué podemos rescatar hoy?
Noventa y nueve años después de aquel congreso, la revolución no ha dejado de estar a la orden del día un solo momento. Al revés, su necesidad no ha hecho sino crecer ante la afirmación anti-humana y anti-histórica de un capitalismo cada vez más deforme y destructivo no solo para nuestra clase sino para nuestra especie toda. Sin embargo ya no estamos en mitad de una oleada revolucionaria mundial, ni siquiera en un reflujo. La contrarrevolución stalinista, que se presentaría ya poderosa en el siguiente congreso, arrancó de cuajo el bastión de dictadura de clase esbozado por la revolución rusa en los años que siguieron. El fascismo y el nazismo arrasaron el tejido organizativo masivo heredado de la IIª Internacional, incluidas las organizaciones educativas. Aparentemente seríamos herederos de un marasmo de ruinas irreconocibles.
Para rematar, el desarrollo necesariamente totalitario del capitalismo de estado, con sus medios de comunicación masivos, sus sistemas educativos, sus campañas propagandísticas mundiales, pareciera hacer imposible cualquier expresión de clase independiente fuera de las luchas. Y sin embargo, espontáneamente, aquí y allá, en barrios e incluso en grupos dentro de empresas, surgen pequeñas asociaciones culturales de trabajadores, tertulias, iniciativas de autoformación, que no quedan satisfechas con la «divulgación» degradada de la ideología que destila el sistema.