La «fiesta» del 1 de mayo y el ánimo sindical
¿En qué se ha convertido el 1 de mayo? ¿Qué significa la «fiesta de los sindicatos» hoy? ¿Qué mensaje difunden sobre la clase trabajadora a estas alturas?
Las falsas «fiestas» de la clase trabajadora
Hicimos el viaje histórico con el 8 de marzo, pero es constatable para todas las jornadas de lucha instituidas por la Segunda Internacional: el triunfo de la contrarrevolución las convirtió en celebraciones del control social por el capitalismo de estado en todas sus formas.
Y si el 8M -día de lucha por la mujer proletaria, y luego aniversario del arranque de la Revolución Rusa- se convirtió en celebración del feminismo, es decir, el estricto opuesto de lo que pretendían sus creadoras, el 18 de marzo -aniversario de la Comuna de París- se convirtió en una fiesta del nacionalismo francés en la que el PCF paseaba imágenes de la mismísima Juana de Arco.
Y para qué hablar del 1 de mayo: hasta el origen y objetivos de esta jornada se han reinventado completamente para convertirla en la gran procesión sindical anual. A nadie parece llamarle la atención que durante décadas la organizaran con igual devoción y similar pasión coreográfica estados stalinistas, fascistas o democráticos.
En el colmo de la inversión de significados, el 19 de julio, aniversario de la Revolución Española, fue tal cual borrado de la historia, equiparado al día anterior (18 de julio, aniversario del intento de golpe de estado militar) y convertido en recordatorio de las bondades de la democracia frente al fascismo.
En toda esta inversión brutal y descabellada de significados, en el paso de las jornadas mundiales de lucha de la clase trabajadora a las fiestas democrático-nacionalistas de hoy, los sindicatos han sido organzadores y vanguardia. Con tanto éxito, hay que decir, que despojado el 1 de mayo de toda conexión con lo que fue y sobre todo con lo que quiso ser, ya no consiguen ni siquiera llenar la procesión de acólitos.
El ánimo sindical y su fondo este 1 de mayo
Hoy la prensa amiga de los sindicatos nos dice que «la conciencia de clase languidece». Dejando al margen la referencia religiosa del término «conciencia», tan diferente de «consciencia» (de clase), el mensaje repite un llanto de la burocracia sindical de todos los colores. Los «cambios sociales» estarían transformando al capitalismo y eliminando la misma existencia de la clase trabajadora.
El Secretario General de CCOO habla de una «corporativización en la sociedad», el periodista, interpretando a Varoufakis, dice que «el capitalismo se transforma en un tecnofeudalismo» y el ex-Secretario General de la OTAN, Javier Solana, dice y se queda tan pancho que la «figura de empleado asalariado es menos frecuente». ¿Perdón? Más del 80% de las personas activas en España son asalariados en el sector privado y de los que quedan, la gran mayoría en el sector público. Por mucho que hayan crecido los cuadros medios los trabajadores asalariados, son la gran mayoría de la sociedad.
Otra cosa es la afiliación a sindicatos. Los propios dirigentes sindicales reconocen que las tasas de sindicación han caído. En España, con cierta exageración al alza, dice ser del 12,5%. Así que, siguiendo a Biden, repiten que «sin sindicatos fuertes no existe prosperidad». La precarización sería culpa nuestra por no habernos sindicado.
El mantra bidenita, es tramposo. De hecho, aplicado a Europa o España, lo es aún más y desvela la mentira original. Biden quiere «sindicatos fuertes» para tener convenios colectivos de industria, a los que atribuye la clave de la prosperidad y la resistencia a la baja de los salarios.
Pero, a diferencia de EEUU, una anomalía histórica a este respecto, tener unas tasas de sindicación bajísimas no impide a los sindicatos europeos negociar convenios colectivos en nombre de prácticamente todos los trabajadores. Es su función en el capitalismo de estado y está legalmente establecida con independencia del número de afiliados que tengan.
De hecho, como reconoce el artículo citado, en España, el 80,1% de los trabajadores está cubierto por convenios colectivos firmados por los sindicatos. Una cantidad similar a la de Dinamarca (82%), Suecia (88%) o Finlandia (88,8%), los países de mayor tasa de sindicación de la UE (67%, 65,2% y 58,8% respectivamente).
¿Y entonces? ¿En qué queda el mensaje de fondo sindical de este 1 de mayo?
Culpar a los trabajadores de lo mismo que ellos promueven. Dice una de maquinistas de CGT que «cuesta mucho movilizar a la gente, no sale a la calle, existe tanto individualismo que solo piensa en sus intereses»... y no en los de los liberados sindicales y sus intereses coreográficos que acaban indefectiblemente en compadreo con las empresas, como vimos en Cádiz.
Otra, de UGT comercio dice, contra toda evidencia demoscópica que «la gente joven está absorbida por Vox». Más sincera, otra delegada de CGT, sindicato cercano a Podemos, confiesa que «mi generación [tiene 38 años] ha dejado de creer en los políticos y en los sindicatos por lo que han vivido». Obvio.
Pero las quejas más conmovedoras vienen del mismísico Secretario General de CCOO: «buena parte del empresariado español ve al sindicato como una agresión» asegura, implicando que en realidad es el sindicato es un amigo solícito injustamente tratado por los empresarios. El mejor amigo de la empresa. Faltaría más.