La Estrategia de Seguridad Nacional de Trump
Todos los medios del mundo comentan la «Estrategia de Seguridad Nacional» publicada por el gobierno Trump. El documento, de tan solo 68 páginas no tiene desperdicio. Vamos a resumirlo y analizarlo siguiendo el índice y comenzando por los «cuatro pilares» en los que afirma reposar: seguridad interna, seguridad económica, «preservar la paz mediante la fuerza» y «ampliar la influencia americana».
I. Seguridad interna
Los enemigos con capacidad de hacer daño en suelo americano. De entrada los esperados: Corea del Norte y sus armas nucleares, Irán y su antiamericanismo y el Estado Islámico y Al Qaeda, a los que trata como equivalentes a estados. Luego habla explícitamente de los «actores no estatales»: las grandes mafias globales de la droga y el «tráfico de personas», es decir, los proveedores de servicios clandestinos a los emigrantes. Y, sin nombrarlos, Rusia y China, aquellos que «roban y explotan nuestra propiedad intelectual y nuestros datos personales, interfieren en nuestros procesos políticos, toman por objetivo nuestra aviación y nuestra marina y ponen en riesgo nuestra infraestructura crítica».
¿Qué hay de novedoso? Poco, salvo una nota específica a un «paraestado», Hezbollah, que es la punta de lanza de la expansión regional iraní, hacedor de gobiernos libaneses apoyados por Europa, en un epígrafe que se llama significativamente «perseguir las amenazas hasta su origen». Y la evidencia de que la descomposición avanza: los «actores no estatales» -mafias transnacionales, redes jihadistas- no solo siguen ahí sino que se solapan y confunden con las potencias regionales en afirmación imperial (Rusia) y la guerra comercial (China), haciendo de la ciberguerra, el espionaje industrial y el sabotaje un frente cotidiano. De hecho, el epígrafe final de este «pilar» de la defensa se llama «promover la resiliencia americana» y no es otra cosa que «crear una cultura de la preparación» ante los desastres, naturales y bélicos que, se da por hecho, serán permanentes.
II. Seguridad económica
Como analizamos en nuestro post sobre Trump y el proteccionismo EEUU introduce ahora la balanza comercial entre los criterios para definir amigos y enemigos en términos militares. El imperialismo, como señaló Rosa Luxemburgo, no es más que el producto de la imposibilidad de realizar toda la plusvalía en el mercado interior cuando el capitalismo ha convertido ya en asalariados a la mayor parte de la población. Estos, por su condición de generadores de plusvalía no pueden comprar todo lo que produjeron y el mercado no capitalista -los productores autónomos- no da para absorber todo el valor extra. Esa fue la fuerza que impulsó a EEUU a expandir sus fronteras y jugar una estrategia cada vez más agresiva en la segunda mitad del siglo XIX. Trump representa una vuelta a aquella lógica básica del primer imperialismo que abría mercados a base de enviar a la armada (como a Japón en 1852). Van a recuperar capacidad exportadora a base de cañoneras, como en los primeros tiempos de su expansión imperial.
Durante 70 años, los EEUU han adoptado una estrategia basada en la creencia de que el liderazgo de un sistema económico internacional estable (...) servía a nuestros intereses económicos y de seguridad. (...) Ese sistema económico sigue sirviendo a nuestros intereses, pero debe ser reformado para ayudar a los trabajadores americanos a prosperar, proteger nuestra innovación y reflejar los principios sobre los que el sistema se fundó. Los socios comerciales y las instituciones internacionales pueden hacer más para equilibrar las balanzas comerciales y reforzar las reglas de ese orden. Hoy, la prosperidad y la seguridad americanas se ven desafiadas por una competencia económica que se juega en un contexto estratégico más amplio.
Los objetivos económicos de la política militar americana según declara el documento son «rejuvenecer la economía en casa beneficiando al trabajador americano, revitalizar la base manufacturera americana, crear trabajos de clase media, animar la innovación, preservar la ventaja tecnológica, proteger el medioambiente y conseguir el dominio energético». Una vez más, toda la estrategia gira en torno a usar la hegemonía militar para renegociar los acuerdos comerciales con aquellos países con los que la balanza comercial es negativa para revitalizar el empleo industrial y el mercado interno, reduciendo de paso la transferencia tecnológica, si es que eso es a estas alturas todavía posible por mucho que, entre otras cosas, se proponga modificar la concesión de visados de estudios a estudiantes de potencias rivales.
El último punto, el «dominio energético» no es menor. Proteger las exportaciones energéticas, solo la electricidad entre los tres estados de Norteamérica, sino allá donde las empresas petroleras americanas venden o mantienen infraestructura, se convierte en cuestión de seguridad nacional. Esto no solo supone el fin de las políticas de cambio climático, sino que convierte en prioritarias a todas aquellas regiones productoras de gas y petróleo.
III. «Preservar la paz mediante la fuerza»
El discurso toma tintes de crudeza schmittiana cuando llega al núcleo de la doctrina: el uso de la fuerza.
Una continuidad central en la Historia es la lucha por el poder. El tiempo presente no es diferente. Tres conjuntos principales de contendientes están compitiendo activamente contra EEUU, nuestros aliados y socios: las potencias revisionistas china y rusa, los estados canallas de Irán y Corea del Norte y organizaciones transnacionales amenazantes, particularmente los grupos terroristas jihadistas. Aunque difieren en naturaleza y magnitud, estos rivales compiten en el terreno político, económico y militar, y del uso de tecnología e información para acelerar esas disputas con el objetivo de cambiar los equilibrios regionales de poder a su favor.(...) Para prevalecer debemos integrar todos los elementos del poder nacional americano: políticos, económicos y militares. (...) EEUU buscará áreas de cooperación con sus competidores desde una posición de fuerza, sobre todo asegurando que nuestra potencia militar no quede detrás de nadie y esté plenamente integrada con nuestros aliados y todos nuestros instrumentos de poder. Un ejército fuerte asegura que nuestros diplomáticos puedan actuar desde una posición de fuerza. De este modo podemos, junto con nuestros aliados y socios, disuadir y si es necesario derrotar agresiones contra los intereses estadounidenses e incrementar la posibilidad de gestionar a los competidores sin conflicto violento.
Estamos ante un discurso franco de guerra comercial total. Si es un farol es un farol muy alto porque se postula el uso de armas nucleares más allá de la amenaza existencial. Es además, la gran fiesta del militarismo: aumentará el presupuesto militar y el volumen de la fuerza armada, pero sobre todo los pedidos al conglomerado militar industrial, abriendo el espacio y el ciberespacio a una nueva carrera tecnológico-armamentística sin precedentes.
IV. «Ampliar la influencia americana»
El pilar final entiende que EEUU puede ampliar su influencia en cuatro ejes: «nuevos socios» -países atrasados y descompuestos- reorganizando los organismos multilaterales y «promocionando con vigor [«championing»] los valores americanos». En realidad estamos hablando de imperialismo puro y duro en el primer caso, chantaje en el segundo e injerencia interna en el tercero. Veamos.
El los países atrasados promete «modernizar las herramientas financieras para el desarrollo de modo que las compañías estadounidenses tengan incentivos para capitalizar oportunidades en países en desarrollo. Con estos cambios, EEUU no quedará atrás mientras otros países usan su inversión y financian proyectos para ampliar su influencia». Para ello propone «poner en valor las nuevas tecnologías» -y da el nada inocente ejemplo de bancarización masiva mediate fintechs- e «incentivar las reformas». Es decir, la primera prioridad de la estrategia de seguridad americana es la exportación de capital para llegar al control sobre los mercados de los países menos desarrollados, ésto es, aquellos donde siguen habiendo mercados extracapitalistas. En la tradición marxista eso tiene un nombre: imperialismo.
Cuando hablamos de países frágiles estamos hablando pura y simplemente de cómo evitar que la extensión de la descomposición del capitalismo afecte demasiado a EEUU. La idea es «usar las herramientas diplomáticas, económicas y militares simultáneamente». El ejemplo es Afganistán. Es decir, EEUU mantendrá estados artificiales e insostenibles aceptando el gasto que comporta porque abandonarlos a su suerte supondría un coste aun mayor.
En su experiencia multilateral, EEUU ha aprendido que cuando «cede el liderazgo de esos cuerpos a sus adversarios, las oportunidades de dar forma a sus desarrollos que son positivas para los EEUU se pierden». Con todo reconoce que «no todas las instituciones son iguales» y reconoce sin ambages que «priorizará aquellas que sirven a los intereses americanos». En la práctica supone la muerte del multilateralismo y la retirada de EEUU de aquellas instituciones en las que no puede ejercer su «liderazgo», es decir, su hegemonía y la reforma -a su favor- de aquellas donde todavía pueda ejercer influencia suficiente como para cambiar las reglas presionando en el uno contra uno a sus integrantes.
La ayuda humanitaria, la defensa de las minorías y las causas universales nunca han sido ni humanitarias, ni desinteresadas, ni universales. Lo que marcan son los arietes de penetración allí donde se quiere romper una clase dominante. El énfasis en los desplazados y refugiados «cerca de sus hogares» y sobre todo en las minorías religiosas marcan las nuevas prioridades americanas y fijan un punto de partida para sus simpatías iniciales que, como en el reciente caso de los rohingya tendrán más o menos consecuencias en función del botín esperado.
Guerra comercial total
Las perspectivas regionales de la estrategia dibujan un mapa del mundo coherente con ella: Asia ocupa tres de las seis «regiones» de la mirada americana (Oriente Medio, Indo-Pacífico y Asia central y meridional). Las dos siguientes son Europa y Africa. Suramérica ni siquiera tiene un apartado propio y aparecen solo de refilón Venezuela y Cuba dentro de ese cajón de sastre llamado «Hemisferio Occidental». Es la forma más clara de expresar que el término clave de la estrategia militar americana es balanza comercial.
EEUU se ha dado cuenta de que las reglas del multilateralismo que impuso al final de la guerra fría -el famoso «nuevo orden mundial»- ya no le dan rentas suficientes como para paliar una descomposición social que se ha tornado peligrosa. Va a poner todo su poder militar al servicio de una renegociación global de los acuerdos comerciales, dándolo todo para contener a China en un área de influencia estrecha, ganar nuevos mercados y expulsar a la competencia de terceros países.
Por supuesto ésto no puede más que zarandear con consecuencias imprevisibles el tablero imperialista mundial. Puede que alguna de las fisuras que ya están -Corea del Norte o Oriente Medio- estallen en el corto plazo. Lo que es seguro es que se abrirán muchas otras y que la «guerra comercial total» nos coloca un paso más cerca de la guerra generalizada.