La difícil tarea de hacernos creer en la nación
En la última entrega de esta serie vimos cómo se sentaron las bases para que la creencia en el poder de la burguesía para crear riqueza se convirtiera en algo tan «de sentido común» como la creencia en el poder sanador para personas y reinos de las últimas dinastías absolutistas europeas. Sin embargo, para cumplir la fantasía circulatoria de la burguesía, aún faltaba lo más importante: pasar de convencerse a sí misma de la realidad del cuerpo de la nación por ella imaginada, a convencer a la población misma del estado de que formaba parte de un cuerpo así. Y ello no iba a ser tarea fácil ni automática, ni siquiera en la relativamente homogénea Inglaterra de principios del XVIII.
No es ningún detalle técnico, es que sin la aprobación del parlamento -por mucho que este órgano representara a las clases poseedoras- no se iban a financiar los grandes proyectos necesarios. Se tardaron varios decenios en poder aprobar las leyes sobre canalizaciones y reformas económicas en Inglaterra. En el caso aún más exagerado de la Francia absolutista, Du Pont de Nemours insistía, todavía a finales del XVIII, que Francia no constituía ningún estado integrado y que sus súbditos apenas se reconocían como parte de un ente mayor:
La raíz de este mal, mi Señor, proviene de que a su Reino le falta una constitución. Es una sociedad compuesta por órdenes escasamente unidos y por una sociedad cuyos miembros están unidos por muy pocos lazos sociales: donde, como resultado, a casi nadie le importa nada más que su propio interés, donde casi nadie cumple sus deberes ni sabe cómo está conectado a los demás. Lo que implica... Que su Majestad debe tomar cada decisión por sí mismo o a través de mandatarios.
DuPont de Nemours a Louis XVI, 1775
Contrariamente a la hagiografía resplandeciente que se hace de sí misma la burguesía, la nación como un cuerpo social que conformaba un pueblo unido era incomprensible. Los reyes absolutistas habían ido añadiendo regiones a sus dominios en las idas y venidas de los aparentemente inacabables conflictos dinásticos europeos, regiones que en gran parte aún conservaban sus fueros y estaban estrictamente divididas en clases sociales. Leyes suntuarias (restringiendo el tipo de ropa y en qué actividades cada clase podía participar), variación lingüística y festivales feudalizantes insistían continuamente en las particularidades locales de la división del poder en cada sociedad. En Francia la situación era especialmente problemática, ya que las familias burguesas que se lo podían permitir compraban títulos nobiliarios para dejar de pagar impuestos sobre la tierra (la taille)... Y luego invertir en la empresa recolectora de impuestos -la Ferme Generale- que estrujaba el conjunto de las clases productivas, siempre encontrando formas creativas de aumentar las arcas reales. Esta situación era económica y socialmente intolerable:
La Guerra de Sucesión Austriaca costó a Gran Bretaña 43 millones de libras, de las cuales 30 millones fueron añadidas a la deuda nacional. Con el impuesto sobre la tierra a 4 shillings por libra, los alarmistas en el gobierno anunciaron la bancarrota nacional. Sin embargo, Gran Bretaña aguantó los costes, mientras que el sistema financiero francés -aun siendo Francia un país mucho más poblado- se hundió completamente.[...] Los Ingleses sufrían unos impuestos más elevados que sus vecinos europeos: 17.6 libras (francesas) per cápita comparadas a 8.1 libras en Francia. Sin embargo, aunque Gran Bretaña divirtiese entre el 61 y el 74 por ciento de todo el gasto nacional en la guerra -más que Francia- esto solo representaba entre el 9 y el 12.5% del PIB.
Benno Teschke, The Myth of 1648
La muerte por ahogamiento material y productivo del antiguo modo feudal está clara; cómo se pudo pasar de una sociedad tan fracturada y jerarquizada a una nación moderna no es tan evidente. ¿Los destacamentos de guardias nacionales de las diversas regiones que entre 1789 y 1790 declararon su lealtad a la nación francesa lo hicieron por iluminación divina? En Inglaterra, los sueños revolucionarios cromwellianos de formar una «mancomunidad inmortal» basada en el modelo circulatorio de Harvey a mediados del XVII, se toparon con la contrarrevolución y la adoración de Carlos II por una gran parte de la población. No bastaba con los planes abstractos.
Pitágoras y el hidromante
Como vimos en el capítulo precedente, en la nueva sociedad se «construía» literalmente la moral y, quién podría ser más indicado para empezar a crear mitos nacionales que nuestro viejo conocido, el arquitecto John Wood. Efectivamente, Wood elabora a lo largo de su vida un largo y delirante relato de génesis nacional para Gran Bretaña. Wood presenta al rey celta Bladud como fundador de la Bretaña celta original. Bladud habría viajado por el mundo y conocido al mítico sabio, Pitágoras, del que habría aprendido no solo las reglas de la matemática y la arquitectura, sino cómo construir una verdadera mancomunidad. Para cuadrar el círculo místico, Pitágoras habría aprendido las verdaderas proporciones del Templo de Salomón y Bladud las habría aplicado mas tarde para construir Stonehenge y Bath, fundando así la nación Británica... Los delirios nacionalistas de Wood no levantaron en sí gran interés en la primera mitad del XVIII, pero los mitos que este estaba plagiando descaradamente sí eran centrales para la Ilustración. El rey pitagórico que funda una mancomunidad no es otra cosa que una referencia poco velada al mítico segundo rey de Roma, Numa Pompilio. Numa es un verdadero mito telescópico. Los romanos mismos mitificaron a Numa asociándolo a Pitágoras y luego San Agustín procedería a mitificarlo aún más acusándolo de ser un hidromante en el mismo libro, «De civitate Dei», en el que la burguesía buscará sus mitos fundacionales... Lo que indigna a Agustín es justamente lo que fascina a la burguesía: Numa es el creador de la religio cívica Romana. Lo que le falta a la burguesía, un culto a la nación -es decir, al capital nacional- es lo que les ofrece Numa en su fundación de la mancomunidad Romana. Rousseau será absolutamente claro al respecto:
Los que ven a Numa únicamente como alguien que instituyó ritos religiosos y ceremonias han cometido un gran error de juicio. Numa fue el verdadero fundador de Roma.[...] Fue Numa quien convirtió a Roma en una unidad duradera uniendo a esos bandidos en un cuerpo indisoluble, transformándolos en ciudadanos, no a través de leyes, sino a través de moderadas instituciones que los unieron los unos a los otros y todos de ellos a su tierra de modo que finalmente santificaron su ciudad con esos ritos aparentemente frívolos y supersticiosos.[...] La Confederación de Bar [El grupo polaco a quien va dirigido el texto] salvó a la madre patria moribunda. Debéis grabar esta gran época en caracteres sagrados, en cada corazón polaco. Me encantaría ver un monumento erigido en su memoria y los nombres de los confederados inscritos en él [...] Que haya celebraciones solemnes cada diez años. Que los ciudadanos que tuvieron el honor de sufrir por la madre patria sean elogiados con dignidad.
Jean-Jacques Rousseau, Consideraciones sobre el gobierno de Polonia 1772
Aunque Pitágoras, como pronto veremos, será una figura fundamental para los grupos y sociedades ilustradas del XVIII, los ingleses no carecían de un culto religioso nacional previo. De hecho, la religión oficial será el cemento del primer nacionalismo Británico. Con la «Revolución Gloriosa» de 1688, el último rey católico de Inglaterra había sido expulsado. La nueva casa real hará del protestantismo su bandera nacional. William Pitt y el gobierno de Guillermo III se esforzarán en hablar del «Público Británico». y en la necesidad de defender a toda costa la religión ante Francia y España. El patriotismo clerical anglicano se reflejará en el patrioterismo de los sermones diarios de la iglesia. Este esfuerzo estatal, unido a la extensión de los periódicos y la prensa, contribuirá lentamente a la creación del «pueblo» que ya empieza a identificarse como tal al principio de la Revolución Industrial:
Existen muchos miembros del pueblo fuera de la esfera de influencia del hombre opulento, es decir, ese tipo de hombres que existen entre los muy ricos y muy pobres, esos hombres que poseen demasiadas riquezas como para someterse a su vecino, pero son demasiado pobres como para instituirse ellos mismos en tiranos. En este orden medio de la humanidad se encuentran todas las artes del saber y las virtudes de la sociedad. Este orden es el único conocido como el verdadero guardián de la libertad, y se le puede llamar el Pueblo.
Oliver Goldsmith, The Vicar of Wakefield 1766
La burguesía francesa en cambio, no tiene tanta suerte: no se puede apoyar sobre una iglesia católica que legitima al poder absolutista.
El círculo virtuoso
El gusto por los círculos, desconocido por nuestros padres y copiado de los Ingleses, ha empezado a naturalizarse.»
Louis-Sebastien Mercier, Tableaux de Paris 1781
Oh Círculo Social! Esperanza cada vez más suave de un pacto general De los pueblos oprimidos tu liga fraternal Juro la liberación, entera, universal.
Nicolás de Bonneville 1793
El culto a la geometría y las proporciones sagradas que ya vimos en los masones ingleses, se propagará de Inglaterra a Francia entre la aristocracia y élites. Numerosas sociedades se instalan en las ciudades alentando un nuevo tipo de moral. Dentro del círculo social -dibujado por el proverbial compás- las diferencias de clase y estamento son eliminadas y sustituidas por la fraternidad, supuestamente meritocrática, de los iniciados. No es solo la masonería, varios movimientos ilustrados se basarán directamente en el pitagorismo para construir la nueva moral necesaria para sus grandes planes de reforma social. Entre ellos está un viejo conocido de esta serie, la secta de los fisiócratas (también conocidos como los Economistas), con Quesnay y Dupont rindiéndole culto a Pitágoras, Hermes y Confucio. ¿Cuál era el problema con el cuerpo social según Quesnay?
La monarquía es un cuerpo organizado cuya cabeza está en continuo cambio, lo que convierte a este tipo de gobierno en especialmente temible, y la experiencia nos demuestra sus efectos extremadamente bien. Deberían ser la organización del cuerpo la que regulase la cabeza. Es esta organización la que no ha sido aún establecida de modo seguro.
Francois Quesnay a Mirabeau
¿Cómo solucionar el problema de la organización del cuerpo social? Quesnay se vuelve hacia la misma alquimia Helmontiana que sirvió de modelo a los economistas de la Royal Society un siglo antes.
[Quesnay] mostró un interés ecléctico en las diversas escuelas de los siglos XVII y XVIII asociadas con van Helmont, Stahl, Hoffmann y Boerhaave, así como una gran fascinación por un ‘fluido activo’, ‘el agente primario del mecanismo del universo’, que como un ‘éter o espíritu vital’, estaba extendido no sólo por la economía animal a través de los nervios, sino que también estaba presente en cada objeto.
Michael Sonenscher
Pero ¿cómo asegurar el flujo ininterrumpido en un cuerpo social tan desconectado y partido como el que el propio Dupont le describía al rey al principio de este capítulo? Los fisiócratas tienen un plan con su «filosofía rural»: grandes ceremonias rituales en el campo -inspiradas en las sociedades fraternales- para borrar las fronteras de clase del antiguo régimen.
Inspirado por Gebelin, Dupont presentaría sus festivales agrarios como momentos de gran felicidad, que uniesen a todos los miembros de la sociedad e «inculcasen en ellos los mismos principios, los mismos gustos; promoviendo el amor por el orden, la virtud y el trabajo productivo».
The Physiocrats and the Enlightenment
La obsesión de la secta por Leibniz (que sostenía -junto a los jesuitas- el origen chino de Hermes) y la China confuciana, llevaría a Dupont a copiar abiertamente rituales confucianos en sus propuestas de festivales agrarios, dando pie a la burla de sus críticos que compararon gráficamente el «Tableau Economique» de Quesnay con el I Ching. Irónicamente, será alguien inspirado en la fisiocracia y la «química» de van Helmont quien precipite los acontecimientos de la revolución. Lavoisier, después de varios intentos de racionalización de impuestos y de aumento de la productividad agrícola, acaba ordenando la construcción de un lujoso muro de peaje alrededor de París, a costa del contribuyente. Será uno de los desencadenantes directos de la insurrección parisina.
La linterna mágica
A partir de 1789, las multitudes van al asalto de la Bastilla, tumban el muro de Lavoisier o marchan sobre Versalles, y tantos otros grandes éxitos de los primeros momentos de la revolución, salen del Palais-Royal. Es el palacio del duque de Orleans -jefe del Gran Oriente-, lleno de teatros y con una Opera. Aquí es donde Camille Desmoulins se pone la hoja verde y donde se acuerda la noche del 12 de Julio la toma de la Bastilla. Uno de los hermanos del Palais-Royal que planea el asalto y será luego oficial de la guardia nacional es Bonneville, el ideólogo del «Círculo del Pueblo Franco» y su periódico revolucionario «La Boca de Hierro». No es alguien cualquiera, es el modelo de los radicales de la revolución, y un tal Babeuf trabajó con el. Veamos cuáles son los argumentos revolucionarios de Bonneville en junio de 1789. Su obra termina así al cabo de una espiral ascendente sobre religiones y sociedades:
El pueblo, que anima la constitución del estado como la sangre que vivifica la constitución del hombre, debe llegar a todos los lugares, como la sangre que circula por todo el cuerpo humano. Esta comparación que nos ofrece la naturaleza ¿acaso necesita comentario?
Sobre los brujos [sorciers]
Hace mucho tiempo se creía en los brujos, dijo Voltaire, y los jueces que no eran brujos los hicieron asar a fuego lento para salvar sus almas.[...]
Los primeros que hablaron seriamente de dividir las herencias, y que encontraron en este compartir universal el verdadero arte social fueron los que los iniciados llamaron entre ellos los brujos.
Sobre los magos
Los magos, como los brujos, se ocuparon de la división [igualitaria] de las tierras y no vieron en el éxito de sus operaciones más que la división sucesiva, universal, que debía traer la comunidad.
Sus anillos mágicos representaban el año; sus círculos mágicos eran parcialmente el emblema de una constitución universal y una sanción anual, donde el todo gobernaba el todo; el círculo luminoso o linterna vulgarmente llamada la linterna mágica.
Bonneville, De l’esprit des religions 1789 (circulado en junio de 1789, publicado en 1791)
El texto continúa representando diferentes tipos de constitución del cuerpo estatal como círculos mágicos, para acabar insistiendo en que el objeto es la búsqueda de una verdadera constitución nacional.
Los Jacobinos, que se habían mantenido al margen del Palais-Royal, ordenan su cierre forzoso en 1793. Sin embargo, la centralización y racionalización de la circulación y el territorio seguirá en auge. No es que la idea de la "religión cívica" haya sido solo la bandera de los radicales, los Girondistas moderados con Lanthenas a la cabeza también proponen festividades y una religión cívica mucho más moderada basada directamente en Rousseau. Los grandes festivales y rituales en las provincias que han estado efectivamente celebrándose desde 1789. Tomemos como ejemplo los grandes festivales. Las grandes procesiones simbólicas y festivales para celebrar la unión simbólica de las regiones en la nación se repiten a lo largo del territorio del estado, con las estatuas de la razón, la nación y la libertad renaciendo debajo de las cenizas de las estatuas de la anarquía y el vicio:
Después de que la Convención nacional aceptase su deseo de unión a la República francesa, la Asamblea nacional de los Allobroges decreta que todos los municipios del nuevo departamento del Mont-Blanc organicen un festival cívico para celebrarlo. Sallanches no es más que un pueblecito y no tiene los recursos para montar una ceremonia sofisticada. Después de una misa de acción de gracias, un desfile, muy marcial, recorre las calles antes de llegar al ayuntamiento delante del cual se canta la Marsellesa.[...]
La estatua monstruosa de la anarquía es atravesada por un rayo proveniente de la palabra Ley, que en lo alto de los cielos hace saber que se encuentra por encima de todas las pasiones humanas y que siempre triunfa.[...]
El orador pronuncia un discurso apropiado a las circunstancias. Los 84 guerreros se acercan al altar de la Unión: dos de ellos posan los corazones que aguantaban en sus manos y los ponen a arder. Todos los soldados vienen, posando sus sables sobre el escudo de la Unión, para jurar paz y fraternidad a todos los pueblos y la unidad de la República francesa.
La Savoie, la France et la Révolution: repères et échos 1789-1799
Por mucho que la revolución acabe siendo derrotada, la construcción nacional acabará siendo un éxito, como lo evidencia el fanatismo inducido por la madre patria durante las guerras napoleónicas. A despecho de las intenciones universales y igualitarias de sus planes originales, la nueva sociedad sigue dividida en clases y con un nuevo modo brutal de explotación que se irá desarrollando durante el siglo posterior a la Revolución. Irónicamente, bajo la cobertura ideológica de un alumno directo de la secta de los economistas que había ido a estudiar con Quesnay en París, un tal Adam Smith.