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La crisis ¿ha vuelto?

10/06/2019 | Actualidad

Es oficial. Gran Bretaña ya está en recesión después de reducir su PIB dos meses seguidos. La previsión más optimista para las «economías avanzadas» es de un crecimiento del 1,7%, estancamiento a todos los efectos. En España despuntan ya las reducciones de plantilla y vuelven los desahucios. En el mundo cae el precio del petróleo ante la inminencia de una recesión global. ¿Qué es la crisis y qué cabe esperar de ella?

Crecimiento, recesión y crisis son términos que se refieren a la ‎acumulación‎ del capital. Recesión es pura y simple destrucción del capital, crisis la imposibilidad de sostener el crecimiento. En realidad lo que vuelve es la recesión, de la crisis no se ha llegado a salir. Apenas ahora se vuelven a alcanzar los niveles de empleo de 2008, que no los de salario.

La reproducción del capital no ha dejado de ser problemática ni cuando cantaron victoria: un depósito bancario de 50.000 euros contratado en 2017 ha perdido de media 1.339 euros de poder adquisitivo. A todo esto, el BCE sigue considerando -tras diez años de transferencias- que la capitalización de los bancos es insuficiente para que resistan a un nuevo episodio de quiebras financieras. Y la situación no tiene pinta de mejorar. Los bancos centrales bajan tipos ante las tendencias recesivas y el BCE, que de hecho está en tipos negativos, anunció que hasta 2020, como mínimo, ni se planteaban prestar con interés positivo. No es baladí ni tecnicismo: el tipo de interés indica la tasa de reproducción media del capital, su horizonte general, que lleve años en negativo o cero, indica que el capital no está consiguiendo reproducirse. Y sí, además, bajar los tipos del banco central sirve, en teoría keynesiana, para incentivar la inversión y reanimar el ciclo. Pero el mecanismo, es obvio, está oficialmente roto cuando estando a tipos cero o negativos, el BCE ha dejado pasar años sin poder volver a subirlos... y ahora se lamenta de no tener margen para bajarlos.

Es este marco el que explica la guerra comercial y no al revés. Con Trump EEUU se ha adelantado a sus rivales redefiniendo reglas de juego con toda su fuerza militar y económica para asegurar y ganar nuevos mercados, repatriar producción y recuperar tasas de ganancia. La cuestión es que las guerras comerciales y de divisas se orientan y preceden a las guerras armadas. La guerra comercial de EEUU y China está así prefigurando bloques y discursos, dando progresivamente forma bélica al juego imperialista. Lo hemos visto en los últimos dos años y lo vemos cotidianamente. Hoy mismo Martin Wolf, uno de los principales cronistas de los grandes capitales financieros anglosajones, aseveraba abiertamente que la guerra comercial «se está convirtiendo en un principio organizador de las políticas económica, exterior y de seguridad» de EEUU. La tendencia, por supuesto, no está limitada a los dos grandes protagonistas. Hay una verdadera carrera de armamentos global en marcha, desde Brasil a Australia. Y los elementos ideológicos, accesorios hoy, pero fundamentales en caso de guerra, se desarrollan a toda velocidad también en Europa.

Para los trabajadores la agravación de la crisis quiere decir que no va a haber respiro: los salarios seguirán, previsiblemente, concentrándose en las puntas de la distribución: el salario medio de los trabajadores se acercará cada vez más al mínimo y el de la pequeña-burguesía corporativa -muchísimo menor en número de personas- seguirá creciendo muy por encima del PIB. Además, desde Brasil a España y más allá, el desmantelamiento de los sistemas de pensiones se pondrá en primera línea como último esfuerzo por salvar a la banca. En Brasil será de un golpe, en España y otros países podrá tomar una velocidad -un poco- más pausada a través de «mochilas» y fondos «complementarios». Pero no hay duda de que si una nueva oleada de quiebras bancarias se hace inminente o las recesiones se multiplican, los ataques a las condiciones de vida y de trabajo escalarán en virulencia y velocidad. La tendencia a la ‎ empobrecimiento de los trabajadores‎ y la ‎precarización‎ de nuestras condiciones de trabajo, solo puede agravarse. Lo que es seguro es que ser trabajador y vivir en pobreza va a ser cada vez más común, el 14% actual crecerá.

Desde el punto de vista de la respuesta de los trabajadores el «cuanto peor mejor» sencillamente no es cierto. Más ataques no significa más resistencia y ni mucho menos, más ‎consciencia‎. La experiencia de los años ochenta hasta mediados de esta década lo atestiguan: no fue la implosión del bloque imperialista ruso la que hizo «desaparecer» la lucha de clases, sino la aceptación de que «no tiene sentido pedir lo que las empresas no pueden dar» que ya había ahogado la combatividad a finales de los 80. Ni siquiera la crisis económica global más dura del capitalismo -la comenzada en 2008- podía obtener respuesta mientras esta barrera no fuera superada. En los últimos dos años, años de supuesta recuperación del crecimiento (del capital), hemos visto sin embargo los primeros conatos de un despertar de la clase, desde Irán a México pasando por España. Pero el ejemplo iraní es importante y llamativo: tras más de un año de luchas intensas y serios conatos de extensión, tanto el gobierno iraní como sus rivales imperialistas vieron en los desastres de las inundaciones y el agravamiento de las condiciones económicas por el bloqueo liderado por EEUU, la base objetiva de un rebrote revolucionario. No ha sido así hasta ahora. El nacionalismo al que se aplicó el régimen parece estar desviando de modo efectivo la rabia causada por las estrategias de supervivencia del capital nacional. Cuando los trabajadores planten cara de nuevo será porque habrán aprendido a enfrentar la gran mentira nacionalista.

¿Qué es lo que viene?

La nueva explosión de crisis económica llega en países como España o Portugal en un momento de «rejuvenecimiento» de los métodos socialdemócratas de ataque a los trabajadores -registro de jornada, «mochila austriaca», el miedo a «la vuelta del fascismo»...- en Europa nos vuelven a vender las nacionalizaciones y sobre todo reverdecen el ecologismo pensándolo ya como una herramienta ideológica del juego imperialista. En las Américas y Asia, el nacionalismo es el bálsamo de Fierabrás a derecha e izquierda de un capital nacional en guerra social abierta contra sus trabajadores.

La agudización de la crisis económica solo puede añadir dificultades a la tarea del momento, vencer la vieja gran mentira sobre la que se sostienen las demás: la «imposibilidad» de satisfacer nuestras necesidades mientras el capital nacional no obtenga beneficios. Pero «más dificultades» no quiere decir «batalla perdida», quiere decir que el trabajo de los revolucionarios es más importante que nunca, que debemos ser más claros, tener estrategias mejores para llegar a más compañeros, tener una moral más alta y redoblar fuerzas para ayudar al rebrote de consciencia. Rebrote que hará las mismas luchas posibles y de éstas la base de una afirmación capaz de crecer, aprender y superar su propia condición, la nuestra, de sometimiento a un sistema que hace demasiado tiempo que es ya destructivo para la sociedad y nuestra especie.