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La crisis del turismo no es temporal

29/06/2022 | Actualidad

Empieza la temporada alta con caos en los aeropuertos, cancelaciones masivas y el turismo en general con una crisis industrial que no tiene nada que envidiar a la de los sectores más vetustos del capital nacional. Como otras consecuencias de la crisis y la guerra, la debacle del sector turístico no es un fenómeno temporal. Para los trabajadores de los países emisores se acaba el alivio de las «vacaciones fuera» y para los de los receptores el recurso al trabajo de temporada.

¿Cómo afectó a largo plazo la pandemia al capital invertido en el sector turismo?

Playa en Gran Canaria durante las primeras semanas de la pandemia. Los confinamientos significaron el paso a «Turismo cero».

La pandemia golpeó con fuerza y desde el primer día al sector turístico. Y si 2020 vio una bajada abrupta, 2021 fue aún peor: a nivel global, el turismo en 2021 facturó un 72% menos que en 2019. En países como España el peso del sector en el PIB cayó a mínimos históricos (5,5%). No fue solamente una mala racha de dos años. La capacidad de recuperación de lo que el turismo significa para muchos capitales nacionales, desde Tailandia a Costa Rica pasando por España, Grecia o Túnez quedó seriamente en duda.

En primer lugar porque las grandes cadenas hoteleras estaban ya seriamente endeudadas antes del Covid y los touroperadores, durante años a la cabeza de la financiariación, a duras penas sobrevivían en un entorno de tipos de interés casi nulos, como quedó claro ya en 2019 con la quiebra de Thomas Cook. Y a esa situación ya difícil para el capital invertido, se unía la perspectiva a medio plazo de un incremento de precios de combustibles de aviación por el endurecimiento del Pacto Verde.

Resultado: los bancos limitaron los créditos durante 2021 invitando a las hoteleras y los grandes agentes a vender a derribo.

De ese modo, los grandes capitales turísticos llegaron frágiles a 2022, endeudados hasta las cejas y vendiendo activos para pagar caja.

En Europa, la última esperanza de los grandes grupos es obtener un gran proyecto de reconversión sectorial (PERTE) a cuenta de los fondos UE. Pero, de momento, en el caso español al menos, ni está ni se le espera. Todo el acceso a fondos NextGen se limita a 3.400 millones a repartir entre los numerosos y endeudados agentes del sector.

¿2022 no está siendo un año de «recuperación»?

Caos en los aeropuertos de Europa

A pesar de todo el año no empezó mal para el amplio tejido de empresas e inversiones dedicados a explotar el turismo. Por seguir con datos españoles, el número de turistas internacionales en los cuatro primeros meses del año se elevó a cerca de 15,8 millones (+755,8% respecto a 2021) que gastaron 18.753 millones de euros (+840,7%). Pero la guerra de Ucrania, que acelera el desarrollo de las contradicciones del capitalismo a todos los niveles, no iba a hacer una excepción con el sector.

1 La subida de precios de combustibles puso contra las cuerdas a las aerolíneas. Fue más visible en países como Nigeria o India, pero en Europa y EEUU el impacto en costes no fue menor. Y con los costes de materias primas subiendo como la espuma, lo último que estaban dispuestos a hacer era subir salarios.

2 Pero los salarios de personal de cabina y gestión de equipajes (handling) de los aeropuertos, ya bajos, estaban siendo comidos por la inflación, así que muchos trabajadores que habían quedado en ERTE durante la pandemia, habían encontrado ya empleos alternativos en otros ramos mejor pagados y cuando las empresas les llamaron, no volvieron a sus antiguos puestos de trabajo.

Como resultado grupos como Lufthansa cancelaron millares de vuelos. El caos se multiplicó por los grandes aeropuertos europeos de salida de turistas, desde Londres a Franckfurt pasando por Schipol. Y los trabajadores, ahogados por el sobretrabajo y con los salarios reales perdiendo ya cerca de un 10%, empezaron huelgas en empresas señeras como Ryanair, Easyjet, British Airways, Aeroports de París o Brussels Airlines.

En Mallorca, Madeira, Tenerife, Túnez o Mikonos, los turistas esperados sencillamente, no llegaban.

Los trabajadores y el turismo: los dos lados de una contradicción fundamental

Tomar una baja en hostelería, entre otros muchos sectores, sea por dolor menstrual o por cualquier otra cosa, te pone en peligro de despido.

Los trabajadores de todo el mundo conocemos bien las condiciones de trabajo generales de la hostelería y el turismo: precarización extrema, horas impagas, sexismo violento e insoportable, son el pan nuestro de cada día.

A las condiciones salariales que el capital ofrece, las que garantizan su rentabilidad, incluso en países de salarios bajos en términos europeos como Croacia, dicen tener 10.000 puestos vacantes. En Francia, con uno de los salarios mínimos más altos de Europa, la cifra sube hasta 200.000. Unos y otros pujan por importar trabajadores temporeros desde el Norte de Africa y el Este de Europa.

Hasta ahora, el grueso de esta voracidad del capital se concentraba en bares, restaurantes y pequeños hoteles. La pequeña burguesía turística tenía en lo esencial los mismos problemas de la pequeña burguesía agraria o comercial: la dificultad de capitalizar explotaciones pequeñas y sostener el margen de ganancia en un sector que, en conjunto, atrae nuevos capitales sobre la concentración en grandes cadenas y la integración con sistemas online, touroperadores y líneas aéreas, algo fuera del alcance de los pequeños propietarios.

Pero ahora, esa necesidad apremiante por aumentar la explotación en términos absolutos, pagando menos en términos reales por las mismas horas, se hace omnipresente: las grandes cadenas hoteleras, los touroperadores, los aeropuertos... se enrocan y ni siquiera aceptan hablar de mantener la capacidad real de compra de los salarios de sus trabajadores.

No es muy distinto de lo que está pasando en otros sectores. Los trabajadores en toda Europa cada vez tienen más difícil salir de vacaciones, especialmente al extranjero.

Es decir, la reacción de la industria turística a la bajada de márgenes y ganancias -bajar salarios- es lo mismo que produce y alimenta el problema que trata de resolver explotando más a los trabajadores. Es la misma contradicción, una contradicción fundamental del capitalismo, vista desde dos lados diferentes.

¿La alternativa es el «turismo de calidad»?

Urbanización con campo de golf en Murcia

El espejismo estadístico al que se agarra el capital es que, como los ingresos familiares mínimos que permiten viajar al extranjero son cada vez más altos, el «nuevo perfil del turista» gasta más. La «gran idea» de la gran industria turística es centrarse en el futuro en ese mercado menguante pero aparentemente más jugoso. Es decir, la respuesta a la falta de masa de clientes es... reducir aún más de lo que el sistema se encarga por sí solo de reducir la accesibilidad de las ofertas turísticas.

A partir de ahí se construyen los discursos sobre el «turismo de calidad», la «reconversión ecológica» del sector, etc. La pequeña burguesía intelectual que siempre tuvo una resistencia a medias clasista y a medias xenófoba contra el turismo de masas, abraza el discurso como expresión de una nueva época ecológica y «respetuosa con las culturas» convirtiendo en falsa virtud las contradicciones del capital.

De fondo la realidad: la crisis se agudiza, el número de trabajadores de los grandes países emisores que puede pagarse un paquete turístico es cada vez menor, el Pacto Verde apuntalará y perpetuará la subida de costes de los viajes de avión que ya estamos viendo con la guerra, y tanto las divisas atraídas totales como los empleos generados caerán porque caerá el número de turistas extranjeros y la dimensión media de los establecimientos turísticos de costa.

Medidas como dejar fuera de la tasa de emisiones de CO2 a los vuelos internacionales a Canarias hasta 2030 pueden aliviar la caída que viene... en unos pocos destinos. Pero no su impacto global para el capital de los países receptores, empezando por destinos europeos en Iberoamérica, el Sur de Europa y el Magreb, seguramente por ese orden.

Para los trabajadores el declive turístico significa, desde ya, una tensión a la baja de los salarios reales y el acceso al consumo y la dificultad cada vez mayor de encontrar «trabajos de temporada» en zonas desindustrializadas de costa o montaña durante la temporada alta.