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La crisis de la ciudad y el capitalismo

14/12/2021 | Fundamentos
La crisis de la ciudad y el capitalismo

Se prevé que entre el 65 y el 70% de la población mundial llegue a estar concentrada en ciudades en el año 2050. En las noticias llegan avisos de que la población urbana de los países tropicales se está literalmente asando en sus ciudades, mientras no hay semana en la que imágenes y vídeos de alguna nueva ciudad fantasma china -hija de la especulación inmobiliaria a gran escala- aparezca en algún medio internacional.

En ningún período de la historia de la humanidad el grado de urbanización ha sido mínimamente cercano al actual, se trata de un cambio cualitativo y no solo cuantitativo en nuestro modo de vida, derivado de un cambio de relaciones sociales... Y este efecto del ordenamiento social conlleva un número de graves consecuencias al ser llevado al extremo.

La ciudad pre-capitalista

A primera vista el estado actual no parece tan sorprendente, de hecho han existido ciudades enormes desde hace milenios.

La imagen del mundo premoderno como una extensión rural con pequeños núcleos urbanos es más una excepción basada en la situación especial de Europa cristiana medieval-moderna que la norma. En la Corea del siglo IX existía una capital -Gyeongju- con más de 900.000 habitantes, tal vez un millón, mientras los condes carolingios paseaban de fuerte rural improvisado en fuerte improvisado. Incluso en Europa, el nivel de urbanización de la región ibérica islamizada era notablemente superior, es bien sabido que la Córdoba del siglo X tuvo al menos entre 350 y 450.000 habitantes.

Angkor, la capital del imperio Jemer, tenía hasta 900.000 habitantes según los estudios recientes en un momento -el siglo XIII- en el que las ciudades comerciales de la Europa cristiana no conseguían pasar de los 30.000 y las capitales de los 50.000 como mucho. La Londres de principios del XVIII, la ciudad de lejos más ascendente de la Europa cristiana, tenía 600.000 habitantes, por detrás de los 750.000 del Estambul en 1740 y muy por detrás del millón de habitantes de Edo -hoy Tokio- durante la misma época.

La crisis urbana asiática de los siglos XVIII y XIX

Vista de los arrabales de la ciudad de Edo, hoy Tokio, en el siglo XVIII

Sin embargo, este éxito empezó a venirse abajo durante los siglos XVIII y XIX en Asia. La fuerza motriz del desarrollo urbano se encuentra en realidad en la organización del mundo agrario y este caso no era ninguna excepción. Comparado con el mosaico territorial medieval europeo, los estados en Asia estuvieron mucho más centralizados desde el principio y no es ninguna casualidad que casi todas las ciudades que hemos mencionado fuesen capitales de reino o imperiales.

No es algo tan sorprendente, de hecho la Roma de la antigüedad es un buen ejemplo europeo de ciudad enorme de más de un millón de habitantes, y su auge y declive también dependieron en buena medida de los acontecimientos en el mundo agrícola, desde su capacidad de explotación de esclavos hasta la extensión del colonato hacia el fin de sus días como potencia.

Aunque el fenómeno ocurre casi simultáneamente en toda Asia oriental, el caso japonés es ejemplar. El país fue definitivamente unificado a principios del XVII y centralizado alrededor de un gobierno militar, el Bakufu. Los gobiernos regionales, los «han», se ocupan de recolectar los impuestos y enviarlos a la nueva sede del estado, Edo.

Un detalle importante es que estos impuestos no se pagan en dinero, sino en toneladas de arroz producidas. El estado empieza a organizar campañas de desbroce y puesta en cultivo de grandes extensiones de tierra, de hecho la superficie cultivable se dobla en promedio y hasta triplica en varias regiones. La población se multiplica en el campo y las ciudades empiezan a crecer más rápido que nunca, la productividad por hectárea sube y permite el crecimiento de las ciudades y la aparición de grandes comerciantes durante todo el siglo XVII.

Pero el gobierno militar ha declarado una guerra de clases sin cuartel contra la burguesía, a la que la ideología oficial considera como la clase inferior y más zafia de la sociedad. El sistema de propiedad en el campo se paraliza, se intenta impedir la mercantilización en las ciudades y se fuerza a pagar en especie allá donde sea posible.

Las ciudades no estaban pobladas principalmente por trabajadores ni clases productivas. Del millón de habitantes de Edo, la mitad eran una amalgama hipertrofiada de sirvientes y séquito de los nobles. Entre otras cosas porque el sistema, que perseguía mantener la centralización territorial, obligaba a los señores de los «han» a vivir un año en su territorio y otro en Edo. Un proceso parecido de movimiento de los señores y su séquito hacia la capital inmensa se dio en la Gyeongju del siglo IX.

Al cabo de un siglo, la situación de los campesinos empieza a parecerse al estado miserable del resto de Asia oriental. Debido al sistema de subdivisión entre herederos y a la gran dificultad de vender o concentrar tierras, el tamaño medio de las explotaciones familiares de arroz sigue bajando continuamente hasta pasar por debajo del umbral de subsistencia.

La situación es idéntica en China y Corea a lo largo del XVIII, donde el tamaño medio se divide a la mitad e incluso a un tercio del original. La inflación galopante (el precio de los alimentos se había duplicado 20 veces en 60 años) y las devaluaciones monetarias en cadena habían empujado a los gobiernos regionales japoneses a estrujar más y más el campo, intentando maximizar la productividad por hectárea.

Un proceso similar ocurrió en los países vecinos, donde se abandonó a gran escala el uso de animales de tiro debido a que era más barato usar la mano de obra que superpoblaba el campo y se trajeron cantidades cada vez mayores de abono desde cada vez más lejos.

Cada vez hacían falta más horas de trabajo en el campo para un aumento de productividad por hectárea progresivamente menor. En Japón, los campesinos arriesgaban sus vidas para huir de la miseria del campo hacia las ciudades, y el gobierno pagaba desesperadamente a los habitantes de la ciudad sin empleo estable para que volvieran al campo. A mediados del XVIII, los campos del delta del Yangze, los más fértiles y superpoblados de China, se sobresaturaron de abono y su productividad empezó a caer en picado. Al Bakufu no le fue mucho mejor.

Los problemas del sistema eran bien visibles para los «reformadores» de la época, principalmente intelectuales confucianos como Ogyu Sorai, pero solo podían sugerir aumentar la represión social, fosilizar el esquema de propiedad feudal y redoblar los esfuerzos de contención de la mercantilización y la economía monetaria:

Generalmente, gobernar un país es como dividir un tablero de go en cuadrados. Cuando no se ha dividido el tablero, no se puede jugar independientemente de lo habilidoso que uno sea.

En una época en la que no hay un límite entre la ciudad y el campo, los granjeros se dedican más y más al comercio y el país se empobrece. Es una situación grave cuando los granjeros se dedican al comercio y esto ha sido condenado por las autoridades desde los tiempos más antiguos.

Cuando la gente puede ir y venir desde las provincias y establecerse donde quiera, la población a lo largo del país cae en el desorden. La confusión se extiende y se vuelven residentes temporales allí donde viven.

[En las ciudades] Una investigación debe llevarse a cabo para determinar quienes son los propietarios inmobiliarios y quienes son arrendatarios. Los propietarios deben ser tratados como si fuesen campesinos propietarios y los arrendatarios como campesinos arrendatarios. Todos ellos deben ser atados a un bloque de viviendas, no solo ellos mismos sino también sus hijos y nietos generación tras generación. Además, no se debe permitir a los arrendatarios cambiar libremente de residencia.

En el campo, los grandes terratenientes tienden a contratar a arrendatarios para que se ocupen de sus campos, como si fueran rentistas inmobiliarios de Edo. Muchos de ellos han aparecido en estos últimos años. Todo ello debe ser también prohibido.[…]

Hoy en día somos prósperos y la gente espera que sus negocios sigan floreciendo; pero si algo pasa en las provincias del norte, el arroz de Sendai probablemente no llegará a Edo. Si algo ocurre en el este, el arroz de los alrededores de Kyoto puede que no llegue. La gente de Edo pasará hambre y habrá revueltas. Será imposible aplacarlas independientemente de las medidas que se tomen [...] Si esto ocurre, no habrá nada que podamos hacer. Como todo el arroz de los impuestos señoriales es vendido a los comerciantes [para cambiarlo por dinero], el sufrimiento en las provincias será también horrible. No es para nada imposible que esto ocurra al final de esta era.

Ogyu Sorai, Discurso sobre el gobierno (政談) 1720

Las predicciones de Sorai se acabaron cumpliendo apenas unos años después de su muerte. Las primeras hambrunas y revueltas urbanas y campesinas empiezan en los años 1730 y empeoran hacia el final del siglo XVIII, cuando el aparato productivo se hunde tras unos pocos años de sequía, dejando millones de muertos.

El crecimiento poblacional lleva estancado un siglo y el maltrecho mundo agrícola parece haber alcanzado un límite. Acumular a más gente en las ciudades se volvió aparentemente imposible. En el Japón del siglo XIX, la lucha interna llevó al hundimiento del Bakufu y un proceso de industrialización del país. Sin embargo, en la Corea del siglo X, el hundimiento de Gyeongju empeoró el bajón de la productividad agrícola y conllevó la extensión de la esclavitud hereditaria a gran escala en el campo a partir del siglo XI y durante varios siglos.

A primera vista se ha alcanzado un límite malthusiano, específicamente la capacidad de carga -K- del entorno. 

¿Limites malthusianos o decadencia de un modo de producción?

Pero para una especie animal capaz de transformar el medio, K no es simplemente una función resultante de combinar lo innato y los recursos naturales.

El tamaño y complejidad de las sociedades vienen dados por su capacidad de organizar a gran escala esta transformación de su entorno, es decir, su capacidad de organización del trabajo social. Esto se ve claramente cuando comparamos sociedades con tipos de organización del trabajo distintos, como la Inglaterra del siglo XVIII con el Japón de la misma época.

Las ciudades inglesas eran más pequeñas, pero la situación urbana y rural eran notoriamente distintas. Desde el siglo XVI, un movimiento de mejora de la productividad agrícola y de cercado de campos se extiende entre los propietarios agrícolas.

Después de varias luchas contra el estado y la iglesia para conseguir romper en vez de congelar la antigua propiedad agraria, el proceso de concentración de tierras y reducción de la mano de obra necesaria para trabajar el campo consigue echar a los campesinos de sus parcelas para llevarlos a trabajar primero a talleres y luego a fábricas urbanas.

Esta extensión de la condición asalariada -férreamente opuesta por el Bakufu y Sorai entre otros- es la que permite aumentar la productividad del trabajo agrícola, reducir la población rural necesaria y mover productivamente a toda esta masa de campesinos a las ciudades, donde pasarán a ser asalariados, sin sobrecargar el campo.

Cuatro crisis de la ciudad hiperconcentrada

Ciudad de Sao Paulo

Las nuevas relaciones sociales causan una concentración desmesurada de población en las ciudades, lo que en una fase inicial permite un aumento de la productividad física al concentrar los trabajadores e impulsa la coordinación a gran escala del trabajo por el capital.

Aun en el siglo XIX, la población urbana se mantenía en el 20-30% del total en la mayor parte de países europeos salvo en Gran Bretaña, pero hoy en día, la población urbana es mayoritaria en gran parte del mundo.

Como acostumbra a ocurrir con los fenómenos sociales e incluso naturales, lo que originalmente fue una tendencia positiva se vuelve dañina pasado un punto al cambiar las condiciones generales, y ni un nivel de organización social del trabajo dado ni las ciudades enormes son una excepción. Veamos unos ejemplos de efectos nocivos a diversos niveles, del físico al social, causados por el tipo de sociedad actual y su urbanismo.

1. Balance energético

El hecho mismo de amontonar a una masa de gente y edificios causa grandes desequilibrios energéticos con el entorno. Se generan «islas térmicas» debido a una interacción compleja entre la ciudad y el medio, pero no se trata simplemente de un aumento de temperatura debido a la actividad humana concentrada.

De hecho, las causas de estas islas cambian según sea de día o de noche. De noche, la mayor parte del efecto térmico es efectivamente debido a la actividad humana. De día, la fuente energética principal cambia a la energía irradiada por el sol, que no puede ser reflejada en la misma proporción que en el ambiente circundante.

Por ejemplo, la superficie vegetal cumple varias funciones en la regulación térmica, no solo absorbe menos calor y lo retiene durante menos tiempo que el asfalto, hormigón o ladrillos, sino que, en un fenómeno llamado evapotranspiración, las plantas disipan buena parte de la energía que les llega a través de la evaporación del agua que bombean desde las raíces.

Tendencias energéticas ciudad

Cuando las ciudades crecen en superficie y densidad, el problema se agrava. Y en un mundo donde el cambio climático sube además las temperaturas promedio, los habitantes de no pocas ciudades de climas tropicales y ecuatoriales ya se encuentran por encima del umbral de temperatura peligroso para la salud y supervivencia

De hecho, el número de días al año con temperaturas peligrosas para la vida se ha triplicado en las grandes ciudades desde los años 80 como efecto combinado del aumento de población urbana y de la subida del calentamiento urbano (mezcla de cambio climático y de efectos urbanísticos).

2. Balance de masa

Pero no se trata solo de una cuestión de balance energético, las ciudades enormes también están gravemente descompensadas en su balance de materia. Olvidémonos por un momento de los bienes, en forma de mercancía, y de las personas que se mueven dentro y fuera de las ciudades y concentrémonos en los flujos naturales.

El flujo de agua, por ejemplo, se ve gravemente alterado por el grado de concentración y urbanización. Buena parte de los suelos son capaces de absorber un volumen considerable de precipitación antes estar completamente saturados y el agua tenga que fluir en escorrentía por la superficie.

Balance de masa ciudades

Sin embargo, los suelos y superficies urbanos son duros e impermeables y el agua de escorrentía fluye en mayor volumen y velocidad, multiplicando el riesgo de inundaciones y graves daños tras subidas puntuales en la precipitación.

Pero el agua no es lo único que se intercambia a gran escala entre el medio y la ciudad, toda la química atmosférica está afectada también por la acumulación de gente en las ciudades.

Hasta hace exactamente 50 años, se creía que la atmósfera no era más que un recipiente inerte que acumulaba todos los gases y contaminación que le echaban la industria y las ciudades. Esto es debido a que la única fuente conocida de energía capaz de iniciar reacciones químicas en la atmósfera, la radiación ultravioleta, reacciona a gran altura para formar ozono y se creía que no llegaba a participar cerca de la superficie de la tierra.

Algo no cuadraba sin embargo, ya que las grandes emisiones de monóxido de carbono (CO) de las ciudades tendrían que habernos matado por asfixia hace varios decenios ya si la atmósfera fuese pasiva. El CO es tan denso como el aire, lo que quiere decir que se acumularía si hubiese algún fenómeno que no lo estuviese destruyendo más rápido de lo que se produce.

En realidad, los rayos UV sí que reaccionan con los gases atmosféricos a la altura del mar, algo que se descubrió desagradablemente tras la generación de masas de ozono tóxico en las grandes ciudades en la segunda mitad del siglo XX.

Y el ozono es solo una pequeña parte de la historia, se generan grandes cantidades de radicales al reaccionar los rayos UV con el vapor de agua, que son los que por una parte eliminan el CO y por otra generan todo tipo de neblinas tóxicas y partículas que ahogan a los desafortunados habitantes de las megaciudades.

Todo ello resulta en un complicado ciclo de nitrógeno, azufre y carbono en el aire de las ciudades que es muy difícil de resolver incluso con las mejores intenciones del Pacto Verde. Por ejemplo, aunque la eliminación de las emisiones de los coches de combustión reduciría los óxidos de nitrógeno, los planes de usar llamas de hidrógeno para la calefacción volvería a empeorar el problema, ya que tienden a generar óxidos de nitrógeno debido a su elevada temperatura.

En este caso, más que las reacciones en sí, gran parte del problema es el apilamiento de una montaña de gente en el mismo sitio.

3. Enfermedades infecciosas

A nivel biológico, uno de los efectos más severos de la hiperconcentración en las ciudades es la proliferación de enfermedades infecciosas. De hecho, la relación entre urbanización y la evolución de ciertas enfermedades es tan estrecha que el «reloj genético» derivado del genoma del virus del sarampión predice perfectamente la fecha de aparición de las primeras ciudades en Oriente Medio.

El virus más cercano al del sarampión es un virus infeccioso que vive en los grandes tropeles de bovinos, y esta familia de virus solo puede expandirse en un lugar donde la población de sus huéspedes está estructurada de un modo en el que la alta densidad se mantenga en el tiempo.

La importancia de la estructura y densidad de la población es bien visible en estudios sobre la gripe estacional en EEUU, donde el potencial de transmisión de la infección no correlaciona limpiamente con la población absoluta de las ciudades (muchas de las «ciudades» estadounidenses son en realidad extensión de suburbios con baja densidad), sino con el grado de urbanización y densidad de las localidades.

Grado de transmisión de la gripe en ciudades con baja densidad (por ejemplo, Miami) comparado con una ciudad de mayor densidad. Correlación entre potencial de transmisión y tamaño de las ciudades. Adaptado de Dalziel et al., 2018

Y no solo se trata de una cuestión de aumento del potencial de transmisión. Por ejemplo, se ha descubierto que los mosquitos que transmiten el Dengue y el Zika cambian su comportamiento y ciclo vital al urbanizarse el medio. Estos mosquitos prefieren picar originalmente a los roedores del bosque, pero al urbanizarse el medio se adaptan y empiezan a preferir a los humanos.

4. Las relaciones sociales

Pero estas ciudades enormes no cayeron del cielo, son -como ya hemos visto- el resultado de una serie de relaciones sociales específicas. Y son estas, principalmente la extensión del trabajo asalariado y la subordinación del trabajo social a la acumulación de capital, las que definen buena parte del urbanismo actual y del modo en el que funciona el aparato productivo. Es la supeditación de la distribución de bienes y comida a la acumulación del capital -en forma de mercancía- la que ha moldeado las redes de aprovisionamiento de las ciudades y las ha hecho mucho más frágiles según los estudios recientes.

Y no se trata solo del flujo de mercancías. Desde hace siglos, los grandes propietarios urbanos descubrieron que era mucho más rentable invertir el dinero en construir viviendas -lo más apiñadas y verticales posibles ya en las ciudades medievales- que comprar suelo.

Ya en el siglo XII-XIII, los grandes comerciantes enriquecidos dejaron sus negocios y se pusieron a invertir en vivienda incluso en las ciudades con mayor actividad comercial de Europa. Y la tendencia no ha frenado, construir colmenas de apartamentos para trabajadores en el menor espacio posible sigue siendo un gran negocio, bien preferido hoy en día por los grandes fondos de capital.

Mirando hacia el futuro

Reconstrucción digital de Talianki, ciudad del comunismo primitivo, hace unos 5000 años.

Existen incontables ejemplos más relacionados con los cuatro niveles que hemos mencionado, pero lo importante es que estos problemas son resultado del capitalismo, el modo actual de organización del trabajo social, en su fase actual y no son algo que se pueda solucionar simplemente con leyes y decretos. La acumulación y concentración del capital requiere y a su vez produce la concentración y masificación de la población urbana.

Pero han existido multitud de tipos de asentamientos y ciudades a lo largo de la historia. No todo eran las densas ciudades con enormes templos y palacios centrales como en Mesopotamia y el Mediterráneo antiguo.

Han existido ciudades con miles de habitantes que por no tener no tenían ni calles, la gente se movía por los tejados. Han existido «ciudades jardín» centralizadas pero con mucha más tierra expuesta y extensiones de marismas y agua que mejoraban la escorrentía de aguas y hasta han existido ciudades en el comunismo primitivo en lo que hoy en Ucrania que eran más grandes que las ciudades medievales europeas y estaban distribuidas con un urbanismo completamente diferente al de las sociedades posteriores y actuales.

Todas respondían no tanto a la voluntad e ideas de un «planificador», sino a las necesidades y tendencias de un tipo específico de organizar la sociedad y el trabajo social. No se trata de intentar imponer trabas a las tendencias sociales y productivas como intentaba hacer Sorai en el XVIII y hace hoy el capitalismo, sino de hacer avanzar la capacidad de coordinación del trabajo social liberándolo de los grilletes de esta sociedad actual de explotación. Y cuando esto ocurre, como durante la Revolución tras Octubre de 1917, se desata entre otros procesos una transformación del urbanismo:

No es a las escuelas donde hay que mirar, sino en los grupos de trabajo de los soviets, como el Taller de arquitectura del departamento de economía del soviet del Petrogrado revolucionario. Sobre este taller recayó la realización de las propuestas para reconstruir la ciudad tras el sitio de 1919. No era un grupo de creadores en torno a una mesa de dibujo buscando una solución ideal, era un grupo de técnicos trabajando con los soviets de barrio, recogiendo expectativas y necesidades concretas de los trabajadores.

Lo que salió de aquellos trabajos fue una propuesta para la transformación de la capital revolucionaria de abajo a arriba: nuevos barrios pensados ya bajo el modelo de socialización que ensayaba el movimiento comunal y que había teorizado Bebel. Con ellos, como es lógico, toda una nueva familia de equipamientos: comedores colectivos, salones y centros culturales, guarderías, casas de baños (spas), etc. Todo unido por cinturones verdes y transportes colectivos, reciclando conceptos de los higienistas, la Ciudad Lineal y la Ciudad Jardín a medida de las necesidades de los trabajadores en vez de supeditándolos a las lógicas de revalorización.

El barrio obrero de Viborg en el que había comenzado la Revolución de febrero y que fue el primero en convertirse en bastión bolchevique, tendrá el plan más radical: casas comunales pequeñas de tres alturas o menos compartirían con las viviendas unifamiliares, comedores comunales y servicios de lavandería, guardería, bibliotecas, centros sociales... en un entorno verde. El resultado, ni aldea ni ciudad, tendrá ya en 1919 todo lo que reivindicarán unos años después los desurbanistas, pero no es una propuesta de escuela, es una propuesta política nacida de uno de los soviets más a la vanguardia durante la Revolución.

Vivienda y urbanismo en la Revolución rusa, 5/6/2021

Contrariamente a lo que predica el ecologismo, la capacidad humana de transformación del medio no es un tipo de maldición o pecado original, es nuestra capacidad como especie para satisfacer nuestras necesidades y enfrentar positivamente nuestras contradicciones con el medio natural. Tomemos control consciente de esta capacidad. Como clase.