La Casa de Papel y el asalto podemita a los (nuevos) ministerios
Le llaman segunda temporada, pero es la tercera. Un profesor fanático del control, se enfrenta a las «cloacas del estado» tomando por asalto los Nuevos Ministerios -que por algún motivo, cree que son el Banco de España- con una pandilla en plena efervescencia hormonal de machorros lamentables y feministas de taller de krav maga que, a la que se descuida y aleatoriamente, follan como conejos o se saltan los ojos, poniendo en peligro «el plan».
Por si hubiera alguna duda, el nuevo golpe comienza repartiendo desde zepelines-drone unos pocos millones entre la multitud madrileña, multitudes que pululan por Callao como si fuera siempre Navidad y a las que la banda dice «haber inspirado» en sus luchas. Tienen hasta un minuto de emoción cuando entran en el parking del Ministerio de Trabajo y los ven tirando huevos. Emoción que hay que dejar de lado, según Tokio, porque solo es «poesía» y aquí hemos venido a otra cosa. En cualquier caso, las masas son muy útiles a la banda, formarán un cordón de apoyo que entretendrá a la policía mientras ellos se cuelan en los Nuevos Ministerios disfrazados de pelotón de paracaidistas. Más casualidades, al mando va un nuevo personaje, Palermo, un porteño que fue el íntimo del hermano del profesor. Nueva casualidad: está interpretado nada más y nada menos que por Rodrigo de la Serna, el actor que deslumbraba en «El puntero», la mejor serie hasta ahora sobre peronismo de barrio en Argentina.
La serie, que ha tenido su mayor éxito internacional en Portugal y Grecia -donde hasta se rodó un fandom protagonizado por abuelitas cretenses- se basa, como el primer atraco, en el morbo de ver como un plan rigurosamente trazado por el jefe parternalista y amoroso, se va cumpliendo paso a paso, burlando al estado gracias a que «el profesor» conoce mejor que nadie los procedimientos maquinales del estado. Eso sí, en este segundo golpe, el asalto a los Nuevos Ministerios, tiene el extra de que los servicios de inteligencia se saltan sus propios límites y protocolos desde el momento uno. Todo vale para el malvado estado que sin embargo, será inexorablemente tomado por asalto por la alianza del profesor paternalista y sus banda de «antipatriarcales»... con una ayudita peronista.
A nadie llama la atención que los mismos que confundieron el CSIC (Centro Superior de Investigaciones Científicas) con la Casa de la Moneda, confundan ahora el Ministerio de Trabajo con el Banco de España. Ni que el «momento chalet» de la temporada sea cuando el único de los personajes que tiene una cierta edad y alguna habilidad laboral reconocible (aunque nos prometieron un asalto con «los mejores científicos y expertos») asegura que «ser un buen padre es comportarte igual que cuando no lo eras». Debe ser por aquello de la «carga simbólica». Lo cierto es que en ocho episodios el director de CNI, varios policías chungos y una Naiwa Nimri convertida en un Villarejo embarazado, se llevan todo el protagonismo, pero el presidente -que tiene un país alzado y las cloacas al aire- ni está ni se le espera. Y tal vez por eso todos los finales se insinúan y ninguno se precipita. A seguir esperarando.