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Justicia Climática

11/03/2023 | Fundamentos
Justicia Climática

La realidad del Pacto Verde en estos días

El mercado de emisiones de CO2, la institución básica del Pacto Verde en Europa, alcanzó un récord esa semana. Eso significa no sólo un nuevo empujón a los costes industriales sino a los energéticos y a través de ambos a la inflación. Inflación que está reanimando los beneficios de las grandes empresas y capitales a costa de los salarios. No es sorprendente que el BCE se muestre moderado al respecto y se conforme con una bajada del ritmo de caída de los salarios reales.

Al mismo tiempo, la puesta en marcha del Pacto Verde en EEUU con la famosa ley IRA, ha supuesto una verdadera declaración de guerra comercial de EEUU a la UE y el arranque de un succionador masivo de capitales, como se ha visto en España con el cambio de sede social de Ferrovial, una de las mayores constructuras locales, o la puesta en cuestión del 79% de los proyectos de fábricas de baterías para coche eléctrico.

Y mientras, en EEUU los primeros beneficiarios de este acelerón del Pacto Verde van a ser, nada sorprendentemente, los gigantes de la industria petrolera, la respuesta de la UE parece que va a ser una combinación de proteccionismo y transferencias (subvenciones) directas a las grandes empresas.

A un lado y otro del Atlántico el Pacto Verde se confirma como la gran transferencia de rentas del trabajo al capital que los gobiernos planearon desde el principio como falsa respuesta al cambio climático real.

Pero, ¿no queda ningún asidero? ¿No hay un discurso sobre el Pacto Verde que intenta llevarlo hacia otro lado en nombre de la Justicia Climática?

¿Qué es la «Justicia Climática»?

No falta literatura sobre Justicia Climática. Si vamos a ONGs como Ayuda en Acción, tendría que ver con tener en cuenta las diferencias Norte-Sur global a la hora de repartir los costes del Pacto Verde. Es decir, se trataría de repartir costes entre países. Un planteamiento que acaba haciendo responsables a los trabajadores del Norte Global como si las clases sociales no existieran.

En ONGs ecologistas como Amigos de la Tierra, sin embargo, parecen tener una mirada más realista y hablan de los trabajadores de los países industrializados como víctimas también del cambio climático, pero cuando bajan a concretar las historias realmente echan para atrás. En una vídeo entrevista a una dirigente sindical andaluza por ejemplo, nos cuentan que al juntarse las campañas de la aceituna de mesa, la aceituna de aceite y la naranja por la sequía -que no es exactamente lo mismo que el cambio climático- los trabajadores inmigrantes de la construcción -en su mayoría varones- desplazan porcentualmente un poquito a las mujeres jornaleras. Ni Vox hubiera podido encontrar un relato más sexista y xenófobo.

Y cuando Oxfam compara ingresos con emisiones tampoco mejora la perspectiva. El titular nos dice que el 1% más rico es responsable del 50% de las emisiones globales. ¿Porque aplicó la lógica del capital y organizó el trabajo social y el desarrollo tecnológico de manera destructiva? No. Porque viaja mucho en avión y viven en casoplones costosísimos energéticamente. Savonarola y Calvino estarían orgullosos de ellos.

Como la metodología seguida sólo mide el acceso al consumo, las cantidades de emisiones adjudicadas a cada país son aproximadamente proporcionales al PIB per capita y dentro de éste se reparten tendencialmente igual por niveles de renta.

Lo que no sale en el titular es que el mismo informe responsabiliza a las rentas medias mundiales, es decir, a una buena parte de la clase trabajadora global, incluida la china, cuyos salarios nominales son mucho más altos que los ingresos de los excluidos, el campesinado y los trabajadores de los países semicoloniales más pobres, de las emisiones asociadas a cosas como ir al trabajo, calentar casas no acondicionadas decentemente o comer carne barata producida por la ganadería ultraintensiva. ¡Malditos pecadores contra la Naturaleza!

Resultado: la justicia climática, según nos cuentan Oxfam y otros, no sería sino una forma de abordar el Pacto Verde repartiendo reducciones de emisiones proporcionalmente al PIB per capita entre países y dentro de cada país como Unión Sagrada Climática, exigiendo sacrificios a los trabajadores a manta en nombre de una inexistente responsabilidad escondiendo la barbaridad bajo la bandera de impuestos especiales para los muy ricos.

La responsabilidad del cambio climático

Empecemos a desentrañar todo este lío comparando dos mapas. El primero el de emisiones de gases de efecto invernadero por países.

Emisiones de gases de efecto invernadero

Y ahora el mapa de producción industrial global por países

Producción industrial global por países

Vaya... la correlación es casi exacta. Aunque esto no significa que el total de emisiones de gases de efecto invernadero sea producido por la industria. Los estudios apuntan más bien a que aportaría aproximadamente un tercio de las emisiones de CO2.

Emisiones globales por sector

La cuestión es que, aunque la industria el principal emisor junto con la producción de electricidad, al alcanzarse un cierto grado de intensidad en el uso del capital, la agricultura, la construcción y el transporte se industrializan también.

Lo hemos visto en China en las últimas décadas: los acuerdos de libre comercio sirvieron para que grandes producciones industriales que hasta entonces habían estado en EEUU y Europa se relocalizaran allí buscando ganar competitividad aprovechándose de los bajos salarios. Acto seguido grandes capitales e inversiones fluyeron para construir las grandes fábricas que hicieron de China la impresora 3D del mundo.

Millones de campesinos y trabajadores agrícolas migraron a las ciudades del Este del país para trabajar en ellas. La escasez de vivienda produjo una nueva industria de la construcción que levantó ciudades enteras a base de torres de acero y cemento; el sistema de transporte se masificó y aumentó su alcance tanto para llevar al trabajo a esas masas de trabajadores -que cada vez vivían más lejos de sus fábricas- como transportar las mercancías que producían al último rincón del mundo; y el sistema alimentario, tradicionalmente frágil, fue haciéndose cada vez más intensivo para asegurar comida barata que permitiera mantener los salarios controlados hasta producir las famosas mega-granjas capaces de criar al mismo tiempo millones de pollos y cientos de miles de cerdos en grandes edificios de múltiples plantas.

Resultado: China se convirtió en una potencia industrial, el capital chino ganó una pujanza que le ha convertido hoy en rival sistémico de sus propios clientes e inversores (los capitales nacionales de EEUU, Gran Bretaña, la UE, Australia, etc.) y por tanto en un gran emisor de gases de efecto invernadero y otras formas de polución que, por cierto, mata a más de dos millones de trabajadores chinos al año.

Algo parecido cabría contar prácticamente de cada país industrializado. El cambio climático no es el resultado de las supuestas ansias consumistas de los trabajadores ni de un inexistente bienestar. Las emisiones se han multiplicado históricamente como una expresión de la lógica del capitalismo y de su incapacidad, alcanzado hace tiempo ya un desarrollo global, para que el crecimiento (del capital) genere como subproducto benéfico pero involuntario, desarrollo (humano).

Si se quiere encontrar un responsable del cambio climático, está ahí delante desde hace mucho tiempo: la dictadura de la acumulación de capital sobre todos y cada uno de los aspectos de la vida social.

¿De qué va en realidad la «justicia climática»?

Escena de COP27

El lema de COP27 fue: «juntos para la implementación»

La estrategia llamada Pacto Verde no es en su núcleo y objetivos últimos una estrategia contra el cambio climático, sino una estrategia para re-valuar el capital. Su esencia es forzar legal e internacionalmente un cambio tecnológico brusco para dejar obsoleto buena parte del capital fijo -desde vehículos a centrales eléctricas- dando un destino rentable a las grandes masas de capital ociosas que el sistema ha producido y no tiene donde colocar.

Como la nueva tecnología es menos productiva que aquella a la que sustituye -si quitamos los derechos de emisión, quemar combustible sigue siendo más barato que usar paneles solares- este cambio tecnológico pasa necesariamente por una transferencia de rentas masiva del trabajo al capital y la consiguiente restricción del consumo de los trabajadores, es decir, del acceso a sus necesidades básicas. Es lo que estamos viendo bajo la forma de inflación y bajada de salarios reales.

Si arrancara de aquí, exigiendo por ejemplo que se devaluara el capital y no el trabajo como resultado del Pacto Verde, la Justicia Climática podría tener cierto sentido: estaría defendiendo al menos el insuficiente nivel actual de satisfacción de las necesidades humanas. Pero no, se centra en el supuesto conflicto Norte-Sur Global. ¿De qué va eso?

Como vimos durante la pandemia, la burguesía, por su propia naturaleza, es incapaz de organizar una respuesta global coordinada ante nada salvo quizás, una revolución que la ponga globalmente en cuestión. Y evidentemente el Pacto Verde, por mucho que le interese de forma más o menos general a todos los capitales nacionales, no iba a ser una excepción.

Un cambio de reglas en el mercado global así de brutal y rápido no puede sino elevar de nivel las contradicciones entre los intereses de los distintos capitales nacionales aunque todos, en principio, acepten el marco general. A fin de cuentas es de las condiciones de acceso a mercados y capitales de lo que estamos hablando, el núcleo mismo de los intereses imperialistas de cada país.

El resultado es tangible en las últimas COP, conferencias organizadas por la ONU para coordinar globalmente el Pacto Verde:

En teoría el objetivo de las COP es hacer balance y coordinar las políticas de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero de los estados. En realidad se crearon como una herramienta multilateral para que la UE y EEUU bajaran línea a los distintos grupos de países para implementar el Pacto Verde globalmente imponiendo sus ritmos, formas e intereses.

En la práctica, las COP han ido haciendo aguas conforme a EEUU y la UE se les hacía cada vez más difícil imponerse a través de este tipo de organismos garantizando o restringiendo el acceso a capitales y mercados de terceros países. La erosión de los mecanismos de dominación estrictamente económicos, que culmina con el fracaso de las sanciones contra Rusia y el estallido de la guerra en Ucrania, han alejado a las COP de los resultados que el bloque mal llamado occidental pretendía imponer.

Cop 27, 20/11/2022

En este marco la Justicia Climática de la que hablan las ONGs, los gobiernos y los organismos internacionales no es más que un intento de recomponer una cierta coordinación de las distintas estrategias desde una negociación en la que los capitales y las clases dirigentes de los países semicoloniales tengan ciertas opciones de beneficiarse también. Nada más.

La cuestión es que los trabajadores, sean de eso que llaman Norte Global, de China o de los países semicoloniales quedan fuera del marco de tal Justicia. Lo único que queda claro es que en un lugar u otro, tienen que sacrficarse por el bien del planeta... mientras sus explotadores mantienen y mejoran los sacrosantos dividendos de sus inversiones.

¿Con qué responder a la «Justicia Climática»?

  • Las emisiones que producen cambio climático no se distribuyen de acuerdo a la población ni la distribución de salarios medios.
  • El mapa de emisiones prácticamente calca el mapa de grandes inversiones industriales. Estas, estuvieron concentradas durante casi doscientos años en los «países ricos», pero cuando se movieron hacia países como China, México o Brasil buscando salarios baratos, llevaron consigo las emisiones y las multiplicaron. Obviamente no fue una elección de los trabajadores.
  • El desarrollo industrial destructivo a su vez tira de un sistema energético y un modo de vida (sistemas constructivos y de transporte, distancia al trabajo, etc.) despilfarrador, que sólo responde a la lógica del capital (ganancia). El resultado a partir de ciertas escalas es un sistema tan destructivo de la vida humana como del medio rural y natural que la rodea. La «crisis climática» es sólo una faceta de la crisis de civilización capitalista.
  • Los trabajadores son, en cualquier lado del mundo y en todos a la vez, el principal recurso, la principal fuerza productiva. Pero no deciden las formas y lugares de su propia explotación.
  • La estrategia llamada *Pacto Verde* no es en su núcleo y objetivos últimos una estrategia contra el cambio climático, sino una estrategia para re-valuar el capital. Su esencia es forzar legal e internacionalmente un cambio tecnológico brusco para dejar obsoleto buena parte del capital fijo -desde vehículos a centrales eléctricas- dando un destino rentable a las grandes masas de capital ociosas que el sistema ha producido y no tiene donde colocar.
  • Como la nueva tecnología es menos productiva que aquella a la que sustituye -si quitamos los derechos de emisión, quemar combustible sigue siendo más barato que usar paneles solares- este cambio tecnológico pasa necesariamente por una transferencia de rentas masiva del trabajo al capital y la consiguiente restricción del consumo de los trabajadores, es decir, del acceso a sus necesidades básicas. Es lo que estamos viendo bajo la forma de inflación y bajada de salarios reales.
  • Entender la «justicia climática» como parte de un conflicto entre (capitales y estado de) países «ricos» y (capitales y estados de) países «pobres» es lo mismo que defender que hay «repartir» las ganancias extra del capital a costa de necesidades básicas de los trabajadores del «Norte» y del «Sur».
  • No parece muy «justo» que los explotados de un sistema se repartan como un coste reanimar su propia explotación y la buena salud de los dividendos de sus explotadores a cambio de que estos destruyan un poco menos el medio natural.
  • Lo «justo», en el sentido de lo correcto, lo necesario, es acabar con esa gran trituradora de todo lo vivo que es un sistema económico que se ha tornado antagónico de la vida en todas sus facetas.