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Jaque ruso en el Sahel

26/08/2020 | Sahel

Los medios no parecen conmoverse demasiado por un golpe de estado en Malí, un país de apenas 20 millones de habitantes con un PIB per cápita inferior en casi un tercio al de Bolivia. Sin embargo para las cancillerías y los estados mayores europeos ha sido una conmoción: el constante flujo de soldados franceses -y españoles- se ha cortado en seco. Francia ha expulsado al país de la Françafrique, azuzado las condenas internacionales y dirigido un bloqueo financiero internacional contra el régimen. Hasta China percibe como un peligro estratégico para sus inversiones el golpe. Y no es para menos: trastoca todos los equilibrios de poder en el Sahel y el Mediterráneo en un momento de tensos y precarios equilibrios entre potencias.

¿Cómo llegamos hasta aquí?

Desde hace más de siete años Malí es el centro de operaciones de la última aventura imperialista francesa en Africa. Lo que empezó como una misión temporal se ha convertido en una guerra de largo aliento en la que está involucrada toda la UE y que abarca prácticamente todo el Sahel, redefinido como el flanco Sur profundo de la defensa europea.

Pero una larga e infructuosa guerra, montada sobre una burguesía nacional maliense fragmentada y débil, tenía que dar mil oportunidades a los rivales imperialistas de la potencia ocupante. Y eso ocurría además en un momento en el que la guerra de Libia, con su proyección sobre el Magreb y el conjunto del Mediterráneo, apuntaba ya a colocar a Rusia en la frontera Sur de Europa con un cierto poder sobre lo que la UE había considerado hasta entonces como su principal contrapeso al abastecimiento de gas ruso.

La alianza táctica del ejército francés con los grupos tuaregs a los que había combatido originalmente, estaba convirtiendo en permanente la pérdida de control del gobierno de Bamako sobre el Norte del país y generando un descontento creciente entre los militares. Rusia jugó la baza siguiendo paso por paso el libro de estilo de la guerra fría. En un primer momento alimentó el descontento, ayudando a que creciera el apoyo público a la idea de que Francia apoyaba al jihadismo (tuareg), que el gobierno había vendido la soberanía territorial a la ex-potencia colonial y supeditado a sus militares a los mandos franceses. En noviembre pasado llegó el primer aviso y la crisis política se hizo explícita como protestas anti-francesas.

Unos meses más tarde, la divisoria Francia/Rusia atravesaba ya toda la vida política maliense y el presidente se veía forzado a buscar un acuerdo entre facciones. Pero ya no funcionaban las reglas tradicionales. Los distintos grupos de la clase dominante podían encontrar, al menos temporalmente acomodo, pero no las potencias que las sostenían. La violencia se apoderó de las calles en mitad de una nueva oleada de protestas contra el presidente Keita que, para salir del paso con una concesión sustancial, disolvió prácticamente al Tribunal Constitucional, monopolio de facción francófila. Pero no bastó, la revuelta se extendió, y su represión fue aun más contraproducente. Abocado a nuevas concesiones, Keita liberó a los líderes de las protestas y obligó a dimitir a su propio hijo de uno de los puestos clave en la estructura de poder.

Tras las bambalinas, Rusia y los militares estaban desmontando pieza a pieza la estructura de poder que sostenía la alianza con Francia. Lo que venía era percibido con claridad por los gobiernos de la región. Chad, otro escenario para las tropas francesas en su batalla contra los jihadistas que tiene la frontera norte -con Libia- convertida en tierra sin ley, fue el primero en mover pieza. Temiendo la extensión de la jugada, el gobierno de Chad se convertía rápidamente en un gobierno de concentración nacional.

No es que en Malí Francia se quedara quieta. Impulsó a través de Marruecos un proceso de mediación internacional, pero Keita y los sectores que representaba estaban ya en caída libre. El último intento, que movilizó hasta a Bamako a los presientes de Ghana, Senegal, Niger, Costa de Marfil y Nigeria se saldó con un estruendoso fracaso.

El golpe

Nadie se sorprendió cuando hace una semana el golpe de estado forzó la dimisión de Keita. El guión seguía paso a paso todas las etapas esperables. Los manifestantes pro-Rusia eran ahora la expresión del apoyo popular a los militares golpistas. La rápida transición hacia nuevas elecciones se convertía en cuestión de horas en un horizonte a tres años. Los gobiernos de los países vecinos reaccionaban a la defensiva. En parte por su dependencia de Francia, pero también porque debido a ello se temen víctimas de un siguiente golpe ruso.

Los golpistas

Pero el mensaje más claro era la propia composición de la Junta militar. A la cabeza el exjefe de las fuerzas especiales que encabezó en su día la guerra contra el independentismo tuareg; flanqueado, eso sí, por los dos coroneles a los que se considera organizadores del golpe: Sadio Camara, exjefe de la Academia Militar y Malick Diaw, subcomandante de la base de Kati que fue la que ejecutó el secuestro del presidente Keita. Estos dos últimos militares llevaban desde enero en Moscú, de donde regresaron a Bamako solo diez días antes del golpe.

¿Qué viene ahora?

Ni los militares golpistas, ni los sectores de la clase dominante maliense que los apoyan ni, sobre todo Rusia, han dado este paso para mantener ahora el status quo. En el juego ruso Mali es al mismo tiempo una base desde la que penetrar en el Africa subsahariana, una palanca para volver a jugar un peso destacado en Argelia y una retaguardia desde la que asegurar sus posiciones en Libia.

Esto último es especialmente relevante y puede que haya sido determinante en la rapidez con la que se ha organizado el golpe. Mercenarios rusos controlan a día de hoy campos petroleros clave en Libia y su objetivo inmediato parece ser consolidar el uso de bases militares propias en el desierto, algo que Emiratos y Egipto toleran porque es fundamental para contener al ejército turco. Pero que podría acabar abruptamente si se llega a un acuerdo entre EEUU y Turquía para eliminar la presencia rusa y desmilitarizar Sirte. Mali es no solo una forma de dar más peso negociador a Putin ante tal eventualidad, es una salida airosa si su posición se debilita.

En cualquier caso, Rusia está ocupando cada vez más posiciones en Africa. Convirtiendo a sus mercenarios en un apoyo fundamental para gobiernos como el de Mozambique que enfrentan por primera vez a grupos jihadistas y utilizando esa nueva posición de refuerzo militar para ganar grandes contratos... lo que no puede hacer gracia ni a EEUU ni a China, que cada vez tiene más problemas para cobrar los créditos con los que financió ferrocarriles y explotaciones petroleras.

Es pronto para medir hasta qué punto las tensiones en el Mediterráneo se verán azuzadas por ésto. Lo que es cierto es que lo que pase en Malí no va a quedar en el Sahel. El cambio de timón -y alineamiento imperialista- de un país que hasta ahora ha sido la última frontera de Europa, es una piedra que cae con violencia sobre las ya intranquilas aguas de los equilibrios africanos. Dejará a su paso ondas de guerra.