Italia para la producción no esencial, el resto de gobiernos europeos se resiste a pesar del coste predecible
Finalmente, tras centenares de huelgas y después de llegar a casi 800 muertos diarios el gobierno italiano decide suspender toda actividad productiva no esencial. Mientras en España, Portugal, Francia y Alemania, siguen resistiéndose con uñas y dientes a hacer un confinamiento realmente efectivo en medio de la mayor oleada de huelgas y la peor epidemia en un siglo.
Desde el último recuento, el viernes, el canal @huelga de Telegram no paraba de recoger más y más huelgas en toda Italia: los trabajadores de Lidl, Unes, Iper, Amazon, Hydro Aluminio... entraban en huelga con una visibilidad que hacía imposible el bloqueo mediático. La burguesía italiana se estaba enfrentando a un verdadero estallido de los trabajadores que empujaban a la única manera de poner coto a las cifras cada vez más escandalosas de muertes y nuevos contagios. Y ha tenido que recular.
Es una victoria agridulce. Dulce porque se produce tras una extensión espontánea que ha roto en relativamente poco tiempo las medidas de contención de la alianza patronal-sindicatos. Pero agria también porque deja atrás cientos de nuevos contagiados y muertos que hubieran sido perfectamente evitables desde la declaración del confinamiento hasta hoy si el confinamiento no hubiera estado supeditado a estirar dos semanas más los dividendos de las empresas. En cualquier caso es importantísima: cierra una etapa y prepara una salida de la epidemia con mucho menos margen de maniobra para los gobiernos y sus estrategias de depauperar a los trabajadores con tal de reanimar las inversiones y el capital. De hecho, Conte ya está diciendo claramente a Alemania y Holanda que la Italia post-covirus no puede ser una nueva Grecia. Merkel y sus aliados nordistas en la UE se resisten y el resultado, de momento, se aplaza.
Alemania
La «dureza» alemana es en realidad una apuesta siniestra. Con las fronteras cerradas esperan que las burguesías de los países del Sur carguen con la peor parte del coste económico de la epidemia, transitando la crisis evitando cierres y pérdidas de mercados para ganar aun más peso relativo en el mundo post-epidemia. Si la apuesta era que no hubiera contagio comunitario en el interior del país... hace tiempo que la perdieron. Ahora sabemos que si las cifras muestran una ausencia increíble de mortandad es porque en Alemania no se hacen tests post-mortem de coronavirus.
Así, con sordina estadística, solo los lander más afectados empiezan, descoordinadamente, a imponer medidas parciales de confinamiento, mientras Merkel interpreta el numerito de la «normalidad» yendo a hacer la compra en un super de conveniencia de Berlín para reafirmar la ilusión de normalidad que mantiene las calles llenas de niños y la vida comunitaria a niveles normales, sin que nadie se plantee que ir a trabajar es un peligro para todos.
España y Portugal
En España, Sánchez salió ayer a la defensiva en televisión, visiblemente nervioso y dando lo «mejor de sí mismo», es decir, recurriendo a las trampas discursivas más cínicas. Cuando el diario «El País» le preguntó si iba a extender el confinamiento a la producción no esencial, salió por peteneras preguntándole a los periodistas si lo que querían era prohibirle a la madre de un niño autista que le diera un paseo a su hijo o comprar el pan. No se le ocurrió nada mejor.
La imagen de un Sánchez con mal color, arropado por un gobierno trufado de generales y machacando un discurso nervioso de «unión nacional anti-vírica» es significativa del grado de contradicciones en el que se halla a estas alturas la burguesía española. De momento, el bloqueo informativo les está saliendo relativamente bien, aunque una parte de la pequeña burguesía se le está yendo ya de las manos y agita sus cacerolas con pasión en las húmedas noches de Madrid.
Sin embargo, a diferencia de Italia, los medios de comunicación han establecido un cordón sanitario sobre las protestas y huelgas de trabajadores tal que para descubrir la huelga de los trabajadores de Vesta, una de las mayores empresas industriales de la Mancha... ha habido que ir durante días a la prensa corporativa europea en inglés; las primeras noticias en español no se publicaron hasta ayer y en un rincón perdido en la web de un sindicato regional de base. No es ni mucho menos el único caso. Los cierres conseguidos por huelgas de trabajadores son presentados en la prensa, si es que se da noticia de ellos, como medidas a iniciativa de los propietarios.
Pero parece que hace aguas y por eso el mensaje principal de un Sánchez cínico, condescendiente y crispado fue que no creyéramos las noticias que no vienen de «canales autorizados» y que llamáramos a los amigos para darles ánimo... en vez de andar por internet y las fábricas subvirtiendo el orden, se entiende. Toda la escena no dejó de transparentar el grado creciente de las contradicciones que tensan al capital nacional.
En Portugal, la situación podría evolucionar de una manera muy parecida con la previsible extensión de la epidemia. Otra cosa es la respuesta del gobierno en un país en el que la burguesía nunca enfrentó una huelga de masas o una revolución obrera y siempre se sintió más fuerte a la hora de recurrir a la represión directa. De hecho, la declaración de estado de emergencia suspende el derecho de huelga y ya ha servido para imponer la requisa civil en el puerto de Lisboa donde los estibadores venían ya de una dinámica de huelgas que se solapó con la epidemia.
Francia
Esta vocación de convertir las restricciones del confinamiento en palanca para hacer colar, bajo la amenaza de represión, el programa del capital nacional, es la expresión más auténtica del significado de la «unión nacional anti-virica». Y, cómo no, ha tenido su punta de la lanza en Francia: Macron no ha perdido la oportunidad de las leyes de excepción para hacer pasar una reforma permanente del estatuto de los trabajadores, imponiendo límites a las bajas y vacaciones pagadas así como atacando la semana de 35 horas.
Pero el foco de los esfuerzos del estado y la burguesía francesa está en atacar el «derecho de disentimiento». Este derecho legal reconoce a los trabajadores la posibilidad de abandonar el puesto de trabajo cuando se convierte en un peligro para sus propias vidas. Ni que decir tiene que decenas de miles de trabajadores en todo el país lo están ejerciendo. Centenares solo en Amazon. Otros, como los trabajadores de centros de reciclaje también usan su derecho de disentimiento para paralizar las actividades.
La medida de la potencia y el potencial del movimiento de huelgas y disentimientos queda patente porque el estado está intentando evitar las confrontaciones directas e intentando encontrar un cierto nivel de concesiones que evite el cierre total de los centros de trabajo. Por ejemplo, ahora propone que las empresas puedan enviar a los trabajadores a casa bajo vacaciones pagadas... Eso sí, al estilo de siempre del macronismo, no aclara si estos días se descuentan o no del total anual. Es parte de un juego de ambigüedades que partió del anuncio de que gobierno utilizaría como herramienta el despido temporal remunerado al 100%. En los primeros veinte días casi 26.000 empresas solicitaron acogerse a esta fórmula afectando a 560.000 trabajadores. Al hacer las cuentas el total del presupuesto requerido fue creciendo y el gobierno moderó la promesa del 100 al 70% del salario. Pero cuando llegó a 1.700 millones de euros... simplemente empezó a denegarlos.
¿Qué hacer?
Merkel en Alemania engaña en las cifras y fuerza alargar una «normalidad» arriesgando la vida de miles de personas y lesiones permanentes para cientos de miles. Macron en Francia juega a mantener la producción calmando con promesas que no piensan cumplir con una mano e imponiendo ataques aprovechando el estado de sitio, con la otra. Sánchez en España se escabulle como puede de la presión creciente por cerrar los puestos de trabajo no esenciales. Solo en Italia han tenido que recular y aceptarlo tras la presión de cientos de huelgas por todo el país.
No hay otro camino si el objetivo es salvar vidas, no inversiones. Es más, de la capacidad para imponerlo dependerán las condiciones de la post-epidemia: si podrán organizar con libertad una nueva transferencia masiva de recursos de los trabajadores al capital o no. Hacer huelga ahora para forzar el cierre de los centros de trabajo durante la epidemia es afirmar la prioridad de salvar vidas hoy y no dejar que destruyan las de otras dos generaciones mañana.