Italia en la Ruta de la Seda
Malta, Portugal, Bulgaria, Croacia, República Checa, Hungría, Grecia, Estonia, Letonia, Lituana, Eslovaquia y Eslovenia, son ya parte de la «Ruta de la Seda» china. Y ahora Italia. El primer país del G7 en hacerlo.
Para China es un movimiento sobre todo simbólico, aunque el puerto de Trieste tiene un valor estratégico intrínseco para comunicar dos de las «rutas de la seda» diseñadas desde Pekín. Para Italia, 20.000 millones en acuerdos representan un balón de oxígeno y una oportunidad de renovar a bajo costo sus infraestructuras.
A día de hoy este acuerdo sin embargo, no puede sino tensar aun más las relaciones imperialistas. Merkel y Macron hicieron vigilia con Conte discutiendo qué venía ahora. Y hoy Xi visita Francia para encontrarse, a invitación de Macron, con Merkel en un intento de reducir tensiones y marcar un terreno de juego de «reciprocidad asegurada».
En China no se hacen ilusiones y temen que el movimiento italiano solo haya servido para despertar al gigante alemán. Son cada vez más las voces que advierten internamente sobre la imposibilidad de «hacer bloque» con Europa. Pero en realidad, no pueden hacer otra cosa que «seguir jugando» mientras la mano les de de sí. La guerra comercial con EEUU ha pasado de lo arancelario -exportación de mercancías- a las infraestructuras -exportación de capitales- evidenciando su naturaleza imperialista.
En Italia, mientras tanto, el acuerdo ha acentuado aun más la fractura en la coalición gobernante que representa, a su vez, aunque de forma distorsionada, la cambiante correlación entre la facción de la pequeña burguesía ligada al capital productivo y orientada hacia EEUU (Salvini) y la pequeña burguesía furiosa y en deriva del agro, los servicios y el estado (M5S). Ésta se está derrumbando electoralmente, engordando los resultados de la primera y enfrascándose en una batalla suicida contra el tren de alta velocidad y la política de defensa. Salvini, que juega sobre seguro y espera recoger el descontento y el miedo entre los industriales locales, tranquiliza a EEUU asegurando que sus aliados «ignoran los riesgos», levanta el discurso contra la «colonización china de las empresas italianas» y prodiga gestos como negarse a cenar con Xi.
Italia y lo que viene
Podría parecer otro despliegue intrascendente de dramatismo mediático, mucho ruido para pocas nueces. Mattarella, en tanto que representante del conjunto del estado y la burguesía de estado italiana, dijo en su discurso frente a Xi que «Italia no romperá sus alianzas». Y a fin de cuentas Bruselas no tuvo nada que decir contra el acuerdo y le dio su visto bueno, pero...
Lo simbólico es importante cuando está respaldado por miles de millones de euros en capital detrás. Europa teme que China pase de ser un refuerzo para sus propias necesidades de capitalización en situaciones de crisis a un competidor interno en la colocación de capitales. El monopolio de la obra civil es uno de los pocos pilares de rentabilidad de un sistema financiero europeo ya muy tocado y en espera de una nueva reconversión vía fusiones. Tocar a unos es tocar a otros y Alemania o Francia no quieren ni pensar en ver sus bancos dirigidos desde China. Incluso España puede ceder puertos estratégicos (Valencia, Algeciras) pero huye espantada ante la idea de compartir con Pekín el corazón del capital nacional. Por eso, la batalla ahora está en impedir que las empresas chinas concurran a licitaciones de obra civil en igualdad de condiciones que las europeas.
Y es que además, la experiencia italiana refuerza un miedo que los españoles ya intuyeron en la crisis catalana: la capacidad del capital chino para azuzar las fracturas en el interior de la clase dirigente dentro de cada país. Pero el caso es que, como se escenificará en unas semanas en Dubrovnik, donde los mandatarios chinos se reunirán con sus 16 socios europeos, no todos miembros de la UE, China juega ya en la política europea y en el diseño de sus infraestructuras estratégicas.