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03/06/2018 | Crítica de la ideología

Salvini, convertido en nuevo viceprimer ministro y ministro del Interior de Italia, ha declarado que su principal prioridad es la expulsión de medio millón de inmigrantes. Hoy es muy posible que las elecciones en Eslovenia refuercen a los partidos anti-inmigración. En Turquía el identitarismo toma la forma de una creciente opresión religiosa sobre la mayoría laica de la sociedad. Y para qué hablar del independentismo catalán... El etnicismo, la xenofobia, el identitarismo, ligados muchas veces a una religiosidad difusa, parecen extenderse por Europa sin remisión. En una aparente paradoja, la izquierda levanta banderas también identitarias. El sexo, la raza, las preferencias en el deseo o «los papeles» se convierten en base de los sujetos políticos desde donde la «identity politics» pretende explicar el conflicto social. Con el identitarismo en centro de los planteamientos de la derecha y la izquierda, el capitalismo se desvanece como sistema de explotación y se redefine como un tejido de opresiones de todo tipo.

¿Por qué la política se ha vuelto identitaria?

La pequeña burguesía tiene cada vez más difícil encajar en el capitalismo de estado tras diez años de crisis. El estado no puede ofrecerle ya «desarrollo regional» ni rentas públicas. En la ciudad la proletarización de las profesiones liberales y la concentración de la propiedad, que resulta arrasadora para los pequeños burgueses en el comercio, por ejemplo, le empujan diariamente a perder su estatus. En el campo, las condiciones de competencia en mercados saturados solo le permiten acumular explotando salvajemente a los segmentos más débiles de los trabajadores, los emigrantes.

Unos y otros no pueden sino sentirse «oprimidos» por la burguesía y por el estado. Ambos les impiden «mantener su identidad tradicional», ambos la pinzan entre las deudas, una competencia a la que no pueden responder y los impuestos. El pequeñoburgués europeo siente que está perdiendo «su estado», que el estado prefiere proteger a los migrantes antes que su «modo de vida». Y de diferentes maneras, estemos en Madrid o en Barcelona, en Ajaccio o en París, en Liverpool o en Edimburgo, en Milán o en Palermo, en Munich o en Berlín, se envolverá en la bandera nacional -o regional- clamando por «recuperar» el sentido «nacional» de un estado que les ha abandonado. Lo que estamos viviendo en toda Europa no es una nueva «primavera de los pueblos» sino la descomposición del estado nacional por la fuerza centrífuga de una pequeña burguesía local asfixiada.

Es esta «opresión», intrínseca a la situación de la pequeña burguesía, la que le aboca también a un anticapitalismo reaccionario que no dudará en hacer «guiños sociales». Es el «liberémonos [de los migrantes y de Alemania] y repartamos» de Salvini y la Lega. Es el «Sol i paella: socialisme» de Anna Gabriel. La pequeña burguesía «se nos ofrece» para «repartir» a en el caso de que pueda conducir la frustración y la rabia de los explotados hacia el refuerzo -o la proclamación- del estado nacional. Estado nacional que asegura y no puede sino endurecer esa explotación para que sobreviva el capital nacional.

Por eso el estado y la burguesía se sienten seguros con estos movimientos aunque les resulten incómodos y añoren los años en que podían mantener una pequeña burguesía complaciente y satisfecha. Si se «exceden» y amenazan la ruptura del estado o de sus alianzas imperialistas básicas, los reconducen combinando palo y zanahoria. Puede resultarles costoso, como hemos visto en España, pero no pone en cuestión su dominio. Lo hemos visto estos días en Italia con la «vuelta al euro» del gobierno Conte y lo veremos en breve en la España de Sánchez con el nacionalismo catalán y vasco.

¿Y para qué hablar de la «identity politics»? Movimientos como la «huelga feminista» de éste año, la falsa solidaridad con los manteros y el siempre en la recámara, antifascismo. Todos ellos, y otros que vendrán, sirven para dividir a los trabajadores en función de «opresiones diferenciales» y al mismo tiempo llevar a la «fracción más oprimida» a colocarse bajo otra equivalente de la pequeña burguesía y la burguesía. Así las mujeres ministras y consejeras, los comerciantes y la pequeña -pero no menos voraz que la autóctona- burguesía migrante o los sectores democráticos de la clase dominante, se refuerzan y se presentan como más cercanos a la trabajadora de sexo femenino o los trabajadores «sin papeles», que sus compañeros de clase.

Los trabajadores somos una clase de migrantes, no tenemos otras raíces que las de la explotación a las que nos somete el capital. Explotación que consiste en lo mismo en todo el mundo -extraer plusvalía- y que une a todos los trabajadores, tengan la lengua, el sexo, la edad, el color o la orientación sexual que tengan. El capitalismo no es un sistema de «opresiones» sino un sistema de explotación que crea discriminaciones y opresiones de manera rutinaria porque, como para todo sistema de explotación, está en su naturaleza hacerlo para mantener su dominación. Por eso premia en general a quienes lo hacen... al modo en que el estado le conviene en cada momento. Las opresiones cambian, la explotación permanece y genera mil formas opresivas más. Solo el movimiento de los trabajadores representa la perspectiva de un fin de toda opresión porque solo la lucha universal de una clase que niega en sí misma toda forma de explotación, puede dar un horizonte de liberación real.

El identitarismo, sea en su forma xenófoba y nacionalista, sea en su forma de izquierdas, es una peste para los trabajadores. Nos invita a hacer frente común con una parte de la burguesía, invisibilizando que el centro de todo ésto es la explotación que mantiene vivo al capital y dividiendo a los trabajadores. No solo refuerzan el problema, desarman su solución y al hacerlo, impulsan a la sociedad entera, a nuestra especie, hacia la barbarie. Porque hoy, cualquier «disciplina», cualquier «sacrificio», es parte del camino hacia la pauperización y la guerra generalizada, la única «salida» de la que es capaz un capitalismo que está ya fuera de su tiempo histórico.