Cerrar
Emancipación;

Communia

Internacionalistas

Blog de Emancipación

También mantenemos el
Diccionario de Marxismo,
la Escuela de Marxismo y los canales @Communia (noticias internacionales) y @Huelga (huelgas en el mundo) en Telegram.

Comunicados de Emancipación

Buscar

  • También puede serte útil nuestro Mapa de navegación: todos nuestros artículos organizados en secciones y ordenados cronológicamente

Entender el ahora

Su moral y la nuestra

En el comunismo...

Decadencia: El antagonismo entre el crecimiento capitalista y el desarrollo humano

Los límites del conocimiento bajo el capitalismo

Historia de clase

Crítica de la ideología

Los orígenes de la ideología y la moral burguesa

«Identidad obrera» no es conciencia de clase

05/07/2018 | Crítica de la ideología

La deriva, cada vez más enloquecida de la pequeña burguesía se expresa ideológicamente de mil formas. Las más pujantes hoy son identitaristas: nación, raza, étnia o género se presentan como base de otras tantas «identidades» generadoras de supuestos sujetos políticos, alternativos o cuando menos protagonistas y por encima de conflicto entre clases. En este blog hemos hecho balance de la batalla de Rosa Luxemburgo, Clara Zetkin y el ala izquierda de la IIª Internacional contra el feminismo y de la misma Luxemburgo y Lenin contra la concepción del partido de clase como una suma de grupos representantes de «identidades oprimidas». Pero el identitarismo tiene todavía más vueltas de tuerca. ¿Qué pasa cuando la clase trabajadora es entendida como una «identidad»? ¿Conciencia de clase y «cultura de clase» son equivalentes?

E.P. Thompson

Ha habido varios intentos de sustentar teóricamente una operación así. El más conocido hoy es seguramente el de E.P. Thompson en los años sesenta. Partiendo de una historia de las opiniones y los valores, Thompson define cultura como «los modos en que el ser humano se halla imbricado en particulares, determinadas relaciones productivas» es decir, como el conjunto de prácticas, opiniones y valores que identifican a una persona o grupo como parte de la clase trabajadora. Esta relación entre el reconocimiento social de la pertenencia a la clase y las opiniones y valores expresados, entre clase sociológica y cultura, constituiría para Thompson la «identidad histórica» de la clase trabajadora.

Atribuir el término de «clase» a un grupo que carece de conciencia de clase o de cultura de clase y que no actúa en una dirección de clase, es una afirmación carente de significado (...) Una clase no puede existir sin alguna forma de conciencia de sí, si no, no es o aún no es una clase: es decir, aún no es «algo», no tiene ninguna clase de identidad histórica

E,P. Thompson, «Algunas observaciones sobre la clase y falsa conciencia». Historia Social, 10, 1991.

En principio suena bien. La cuestión es que para el marxismo la «conciencia de sí» de la clase trabajadora se expresó desde muy pronto a través de la mera existencia de luchas en tanto que clase.

En principio, las condiciones económicas habían transformado la masa del país en trabajadores. La dominación del capital ha creado en esta masa una situación común, intereses comunes. Así, esta masa viene a ser ya una clase frente al capital, pero todavía no para sí misma. En la lucha, de la cual hemos señalado algunas fases, esta masa se reúne, constituyéndose en clase para sí misma. Los intereses que defienden llegan a ser intereses de clase.

Carlos Marx. Miseria de la Filosofía,1847

La operación de Thompson traslada la «conciencia de sí» de la lucha de clases -la existencia de luchas de los trabajadores en tanto que trabajadores- al plácido terreno de la sociología cultural. La «cultura», todo eso que permite reconocer a otro como «alguien de la misma condición», fundamentaría la «identidad histórica» de los trabajadores. La conciencia de clase se dirimiría pues en el territorio que va desde las letras de canciones populares al repulgue, desde los lugares comunes a las prácticas comunitarias de resistencia cotidiana. Aquello de lo que la clase trabajadora es capaz en términos políticos, vendría delimitado por la proyección de los valores reflejados en estas prácticas y costumbres. Prácticas y costumbres que como toda cultura bajo el capitalismo, destaquemos de paso, son fundamentalmente nacionales. No es de extrañar que Thompson formara parte con Hobsbawn, Torr y otros del grupo de historiadores del muy stalinista Partido Comunista Británico.

Estamos en las antípodas de Marx, por supuesto. Para Marx, la «identidad histórica» de la clase, aquello en lo que consiste su conciencia de clase, no es otra cosa que el programa al que históricamente se ve abocada por razón del lugar que ocupa en la sociedad capitalista. Programa que es universal, idéntico en cada país como la condición asalariada misma. Por eso...

No se trata de saber lo que tal o cual proletario, o aun el proletariado íntegro, se propone momentáneamente como fin. Se trata de saber lo que el proletariado es y lo que debe históricamente hacer de acuerdo a su ser. Su finalidad y su acción histórica le están trazadas, de manera tangible e irrevocable, en su propia situación de existencia, como en toda la organización de la sociedad burguesa actual.

Marx y Engels. La sagrada familia, 1844

Es más, la expresión ideológica de ésa «cultura obrera», necesariamente nacional o regional, era para Marx, cuando menos sospechosa. Porque todas esas ideas dominantes en un momento, como cualquier idea u opinión masiva de cualquier clase explotada de la Historia, solo puede provenir y expresar su pasado y su presente, es decir su subordinación, su alienación, y articularse a través de las ideas que le atan a su situación subalterna.

Las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes, las mismas relaciones materiales dominantes concebidas como ideas; por tanto, las relaciones que hacen de una determinada clase la clase dominante, o sea, las ideas de su dominación.

Marx y Engels. La ideología alemana, 1845

El proletariado, para el marxismo, no es la clase revolucionaria por ser clase explotada. Esclavos y siervos le precedieron en esa condición sin ser clases revolucionarias en absoluto. No es la realidad o la cotidianidad de la explotación lo que le convierte en clase revolucionaria, sino el hecho de ser la clase explotada de un sistema que ha llevado la explotación a sus últimas consecuencias, eliminando la exacción directa, abstrayéndola en la negación máxima de toda humanidad que representa el régimen del salariado.

Si los autores socialistas atribuyen al proletariado ese papel mundial, no es debido, como la crítica afecta creerlo, porque consideren a los proletarios como a dioses. Es más bien lo contrario.

En el proletariado plenamente desarrollado se hace abstracción de toda humanidad, hasta de la apariencia de la humanidad; en las condiciones de existencia del proletariado se condensan, en su forma más inhumana, todas las condiciones de existencia de la sociedad actual; el hombre se ha perdido a sí mismo, pero, al mismo tiempo, no sólo ha adquirido conciencia teórica de esa pérdida, sino que se ha visto constreñido directamente, por la miseria en adelante ineluctable, imposible de paliar, absolutamente imperiosa -por la expresión práctica de la necesidad-, a rebelarse contra esa inhumanidad; y es por todo esto que el proletariado puede libertarse a sí mismo.

Pero no puede él liberarse sin suprimir sus propias condiciones de existencia. No puede suprimir sus propias condiciones de existencia sin suprimir todas las condiciones de existencia inhumanas de la sociedad actual que se condensan en su situación. No en vano pasa por la escuela ruda, pero fortificante, del trabajo.

Marx y Engels. La Sagrada Familia, 1844

Es decir, lo que hace al proletariado clase revolucionaria es lo que ha de hacer para sacar adelante la lucha por las necesidades humanas universales, las únicas que su posición le permite reivindicar. Dicho de otro modo, el proletariado es revolucionario no por lo que haga o piense en un momento dado, sino por llevar en sí, como negación de todo aquello con lo que el capitalismo la define, la necesidad del comunismo, el salto a una sociedad de trabajo liberado y abundancia regida por las necesidades humanas universales.

Es su reivindicación en la práctica de un mundo organizado para la satisfacción directa de las necesidades humanas, lo que hace a la clase trabajadora clase histórica, sujeto político. No su presente y su pasado de explotación expresado en una cultura de resistencia.

La exaltación de una «cultura obrera», su identificación con la conciencia de clase «realmente existente», es mucho más que un error miope y una excusa para «nacionalizar» a la clase trabajadora. Si toda «cultura» cumple siempre un papel conservador porque limita a aquellos que participan de ella, reproduciendo las condiciones que le dieron lugar, identificar a la clase revolucionaria con la cultura de la que participó en tanto que clase explotada es sencillamente reaccionario. La «cultura obrera» ata los trabajadores a su pasado -la explotación- distanciándoles de su futuro -el comunismo.

El Proletkult

Esta tendencia reaccionaria apareció ya durante la Revolución Rusa bajo la forma de una inversión vulgar del método marxista de análisis de la ideología. Ante una reivindicación dada, el marxismo busca qué situación representa y qué intereses promueve, buscando unir las ideas analizadas con aquello que define a una clase social concreta y sus expectativas. Estemos hablando del «animalismo», de la resistencia al cambio de horarios comerciales o del auge de un partido político, los interpretaremos como resultado de las aspiraciones y conflictos de clase presentes en la sociedad en la que emergen.

En la Revolución Rusa, el movimiento «Proletkult» (por una «cultura proletaria») hizo justamente lo contrario para inventar una «identidad obrera». Se trataba de tomar rasgos contingentes de la situación de la clase, condiciones de trabajo determinadas por la tecnología del momento por ejemplo, para extraer de ellas reglas, comportamientos normativos que permitieran clasificar qué era y qué no, «cultura proletaria». Podemos encontrar un ejemplo en algunos textos de Alexander Bogdanov. Aunque Bogdanov no fue ni mucho menos el más «obrerista» dentro del Proletkult, sí fue uno de sus teóricos principales.

Desde el comienzo, nuestra poesía obrera manifestó una tendencia hacia los versos de ritmo regular, con rimas simples. En la actualidad, manifiesta una inclinación mayor por los ritmos libres, los versos que se entrelazan de una manera compleja, las rimas nuevas y a menudo inesperadas.
La influencia de la poesía intelectual más reciente se hace sentir con más claridad; es poco probable que se pueda dar la bienvenida a esta influencia. Las muevas formas son más difíciles; luchar contra ellas significa un gasto inútil de energía que nos aparta de lo más importante, de la elaboración y del desarrollo del contenido artístico.

Que haya incluso cierta monotonía en lo que es justo, es algo que se desprende de la vida misma. En la fábrica, el obrero vive bajo el reinado de ritmos graves y de rimas simples y elementales. En medio del «estrépito de acero», de telares y de máquinas en movimiento, se entrelazan olas de ritmos diferentes, pero en general mecánicamente regulares. Además, la continuidad de los ritmos más breves y más frecuentes se ve atravesada por ritmos menos frecuentes y más pesados, tales como la cesura o la rima en el verso. Estos sonidos, con sus golpes que se repiten sin fin, forjan por su medida imágenes verbales en las que trata de verter sus emociones un trabajador con aptitudes para la tarea artística.

En consecuencia, cuando los ritmos de la naturaleza viva se vuelvan accesibles para el trabajador, allí donde hay menos repetición mecánica y regularidad, esta monotonía desaparecerá por sí misma. Pero remontarla por la imitación de poetas pertenecientes a un medio y a una situación ajenas es un trabajo inútil que perpetúa las dificultades con un ámbito en el que ya hay suficientes.

Alexander Bogdanov. El Arte y la clase obrera, 1918

El Proletkult tuvo un desarrollo amplísimo entre 1917 y 1920, involucrando, se calcula, a dos millones de personas. En parte porque uno de sus instigadores, Lunacharski, se había convertido en Octubre en «Comisario del Pueblo para la Instrucción Pública», posición desde la que financió a cuenta de los soviets sus actividades. Pero en 1920 Lenin, horrorizado por el discurso de apertura de Lunacharski en el Congreso de la organización, escribe unas tesis que manda para su aprobación de urgencia al comité central del Partido para que las defienda la «fracción bolchevique del Proletkult» en su último día de Congreso.

Son solo cinco tesis. En la primera de ellas parte de una afirmación de principio: «lo proletario» no es otra cosa que el programa comunista, «el derrocamiento de la burguesía, la abolición de las clases y la supresión de toda explotación del hombre por el hombre».

1. En la República Soviética Obrera y Campesina toda la enseñanza tanto en la esfera de la educación política en general como, específicamente, en la del arte, debe estar impregnada del espíritu de la lucha de clase del proletariado por la exitosa realización de los objetivos de su dictadura, es decir, por el derrocamiento de la burguesía, la abolición de las clases y la supresión de toda explotación del hombre por el hombre.

Es su proximidad y alineamiento real con esos objetivos lo que definen la naturaleza de clase de cualquier organización y por tanto los que han de guiar la política educativa y cultural de los comunistas.

2. Por consiguiente, el proletariado, tanto por medio de su vanguardia, el Partido Comunista, como por medio del conjunto de las organizaciones proletarias en general, debe tomar la más activa y descollante participación en todo el dominio de la instrucción pública.

Y por si hubiera dudas, deja claro que la forma de entender y desarrollar ese programa no es la participación en una «cultura» sino el marxismo, entendido como primer atisbo de un pensamiento humano unificado, producto y parte del proyecto revolucionario y ciencia a la vez, que solo tiene sentido en la lucha por ese programa de clase.

3. Toda la experiencia de la historia moderna y, en particular, más de medio siglo de lucha revolucionaria del proletariado de todos los países del mundo, desde la aparición del Manifiesto Comunista, han demostrado, en forma indiscutible, que la concepción marxista del mundo es la única expresión correcta de los intereses, los puntos de vista y la cultura del proletariado revolucionario.

4. El marxismo se ha ganado la importancia histórica universal como ideología del proletariado revolucionario merced a que, lejos de desechar las más valiosas realizaciones de la época burguesa, por el contrario, asimiló y reelaboró todo lo que había de valioso en el desarrollo del pensamiento y la cultura humanos a lo largo de más de dos milenios. Solo la labor que se realice sobre esta base y en este sentido, inspirada por la experiencia práctica de la dictadura del proletariado, que es la etapa última de la lucha de éste contra toda explotación, puede ser considerada como el desarrollo de una cultura verdaderamente proletaria.

El comunismo no es el proyecto de creación de una sociedad y un modo de producción «proletarios», sino el fin de la división de clases y por ello el «verdadero comienzo de la historia humana», el arranque de una Humanidad reunificada. En esa perspectiva el conjunto de la creación y el conocimiento humanos le pertenecen. El proletariado, en la medida en que desarrolla su programa que significa su propia disolución como clase, en la medida en que se convierte en Humanidad genérica, va apropiándose, a lo largo de su dictadura, de toda la creación humana. Algo que ya está en el marxismo también en tanto que expresión más alta de la conciencia de clase y por tanto adelanto, atisbo, de la conciencia humana genérica que solo puede surgir durante el comunismo, sociedad que ya no es «de clase» sino del género humano todo. Por eso, como afirmaría Trotski, «nosotros, marxistas, siempre hemos vivido en la tradición y no por eso hemos dejado de ser revolucionarios».

La resolución concluye, como no podía ser de otra manera, rechazando «en la forma más categórica, como teóricamente falsos y prácticamente nocivos, todos los intentos de inventar una cultura particular» y «de encerrarse en organizaciones especializadas».

5. Ateniéndose rigurosamente a esta posición de principio, el Congreso de toda Rusia del Proletkult rechaza en la forma más categórica, como teóricamente falsos y prácticamente nocivos, todos los intentos de inventar una cultura particular, de encerrarse en organizaciones especializadas, de deslindar los campos de acción del Comisariado del Pueblo de Instrucción y del Proletkult o de establecer la «autonomía» del Proletkult dentro de las instituciones del Comisariado del Pueblo de Instrucción, etc. Muy por el contrario, el Congreso impone como obligación absoluta a todas las organizaciones del Proletkult que se consideren en todo sentido como organismos auxiliares en la red de instituciones del Comisariado del Pueblo de Instrucción y que realicen sus tareas bajo la dirección general del Poder soviético (y, en especial, del Comisariado del Pueblo de Instrucción) y del Partido Comunista de Rusia, como parte de las tareas de la dictadura proletaria.

«Identidad obrera» contra conciencia de clase

Vivimos un momento en el que la clase trabajadora tiene problemas indudables para extender su conciencia de clase. La última gran oleada de luchas, durante los 70 y 80, acabó en desmoralización y desmovilización globales. Las luchas más extensas que hemos vivido este año, aunque prometedoras, muestran una falta de confianza en las propias fuerzas que sin duda es el principal problema de la Humanidad en medio de una espiral que solo conduce a más crisis y guerras. En ese contexto, con una tremenda presión identitarista por derecha e izquierda, la idea de convertir a la clase en una «identidad» más, ya empieza a insinuarse desde los aparatos políticos de la burguesía. Como hemos visto, nada hay más contrario a la conciencia de clase que el identitarismo de clase y el chovinismo de estética obrera. Y precisamente por eso, la próxima batalla contra las ideologías de la «identidad», bien podría jugarse en nuestra propia cancha.