¿Hacia un nuevo despertar de luchas en EEUU?

En la madrugada del 15 de septiembre, comenzó una huelga de tres de las principales fábricas del automóvil. Las plantas de Ford, General Motors y Stellantis eran las tres primeras del sector en las que se vivía la huelga anunciada por Shawn Fain, burócrata dirigente del sindicato UAW. La huelga había sido apoyada por el 97% de los miembros de UAW, así que el ambiente en el sector que no dejaba otra salida que la huelga. Pero en la misma convocatoria del sindicato se evidenciaba la estrategia de la burocracia sindical. El creciente descontento de los trabajadores del automóvil es una muestra de la actual situación de la clase obrera en Estados Unidos. Las direcciones sindicales y políticas demuestran qué respuesta le quieren dar.
Contexto de la huelga
La huelga del automóvil es una respuesta a la situación precaria de un sector en el que los trabajadores han visto sus condiciones congeladas desde la crisis de 2008. Los despidos masivos y la crisis industrial fueron la justificación de la patronal para subordinar a sus plantillas a un régimen laboral insoportable. Por otra parte, la inflación sigue y las condiciones de vida de los trabajadores no han dejado de deteriorarse. La patronal, demostrando sus intereses, anunciaba unos beneficios record. En 2022 el sector aumentaba sus ganancias en un 20%, a pesar de que las matriculaciones habían caído un 2%.
El descontento creciente entre los obreros amenazaba con estallar ante la no renovación de unos convenios colectivos insuficientes. En julio, las negociaciones de la patronal y el sindicato UAW habían llegado a punto muerto. La base sindical del sector, alrededor de 150.000 trabajadores, empujaba a una huelga hasta que se impusieran una nuevas condiciones. Quedaba patente un malestar generalizado de las plantillas ante una situación inaceptable.
Una huelga limitada
El 14 de este mes concluían las negociaciones entre la patronal y el sindicato. La noche de ese mismo mes, Shawn Fain anunciaba una huelga que seguiría una «nueva táctica»; comenzar una huelga limitada a tres plantas del sector, movilizando a 12.700 obreros. Este movimiento se justificaba como un medio para reducir los costes que sufrirían los trabajadores y plantear una mayor incertidumbre para la patronal. La realidad parece indicar que este movimiento obedece más bien a la intención de reducir los costes de la huelga para las empresas. Una muestra de que, como era previsible la burocracia sindical busca limitar abiertamente la huelga y como el propio Fain ha declarado, posicionarse de la mejor forma para la negociación.
Los efectos de dicha táctica eran previsibles y ya se han producido. Las empresas han tenido espacio y tiempo para organizar la represión y por el momento ha despedido a 600 trabajadores. Limitar la huelga a un puñado de focos busca el aislamiento de una plantillas a las que proceder a castigar. El sindicato UAW, aún reconociendo la posibilidad de movilizar 150.000 miembros, se autoimpone unos servicios mínimos que debilitan la huelga. Queda claro que el sindicato llegaba a la huelga bajo presión y que ha fingido apoyarla, para proceder después a limitarla en todo lo posible.
Los objetivos anunciados de la huelga por parte de la UAW son el incremento salarial en torno al 40% en cuatro años, una semana laboral de 32 horas con 40 horas de salario, el restablecimiento del derecho a una pensión para los nuevos contratados y la fijación de compensaciones por la inflación. Unas condiciones base que seguramente sean papel mojado en mano de un sindicato veterano en traiciones y corruptelas insertado desde hace muchas décadas en el capital estadounidense. La burocracia sindical de la UAW ha llegado a estar integrada formalmente en los consejos de administración de la industria, con su Presidente Douglas Fraser como consjero de Chrysler.
Por otra parte, es innegable el potencial de una huelga que en gran parte obedece al enorme descontento entre los obreros del sector. Una potencialidad que pasa por la organización propia y autónoma respecto a la burocracia sindical y los políticos demócratas, que no han tardado en acercarse para sacar rédito político y disciplinar razonable y democráticamente a los trabajadores. Una potencialidad que pasa por extenderse tanto localmente a lo largo de la cadena de subcontratas y proveedores como a nivel internacional, llegando a los países cercanos como Canadá y México, a cuyas líneas de producción están directamente vinculado el sector automovilístico estadounidense.
Un verano caliente de huelgas
Este verano pasado ha sido etiquetado por la prensa como el «hot strike summer», el verano caliente de las huelgas. Entre enero y agosto estallaron 252 huelgas en todo EEUU. Aunque sólo 16 de ellas involucraron a más de 1.000 trabajadores, el número durante sólo ocho meses estaba ya por encima de las medias anuales desde 2006 cuyo máximo fue de 25 en 2019. No es una oleada de huelgas y combatividad masiva, pero refleja un ambiente en maduración.
Hay evidencias incluso culturales en este sentido. El hit musical del final del verano en EEUU era una´ canción poco usual. Un tema alejado de las grandes discográficas y los géneros habituales. Una canción de un obrero de Virginia, Oliver Anthony, que lanza un grito de desesperación. Aunque la letra recoge argumentos claramente influidos por el discurso trumpista, plasma en cualquier caso el enfado y la confusión ante un entorno laboral humillante y una vida precarizada. La repercusión de la canción fue general y sonada. Políticos y voceros del republicanismo vieron la posibilidad de agarrar un tema con el que poder movilizar al «redneck» descontento, que no encuentra sentido en boca de los políticos del régimen social que le empobrece, sea azul o rojo el color del gobierno de la Casa Blanca.
La prensa habla de que la nueva generación busca integrarse a la organización de los trabajadores, aunque de momento sólo encuentre a los sindicatos. La izquierda del capital ha sabido ver en el descontento y la necesidad de los trabajadores de organizarse un filón para crear organización subordinada a la izquierda del Partido Demócrata. El interés del aparato político demócrata se demostró en el pasado mes de diciembre, cuando el gobierno Biden, apoyado por los líderes de la izquierda de su partido, ilegalizó una posible huelga en el transporte ferroviario. La política del palo y la zanahoria queda clara ante el devenir de los acontecimientos.
Pero en EEUU nuestra clase muestra una creciente oposición a su situación en una sociedad que solo le devuelve más precariedad y pobreza, y sólo ofrece la perspectiva de una matanza sea bajo la forma de una epidemia de drogas o de la guerra.
Como en todos lados, ante ese horizonte de barbarie, de nada van a servir los sindicatos o los partidos de izquierda. La alternativa pasa por la organización independiente de los trabajadores, con perspectivas abiertamente de clase y en todos los frentes posibles.