¿Huelga «feminista»?
Este próximo 8 de marzo está convocada una «huelga feminista». Feminismo no es defender la igualdad entre hombres y mujeres, feminismo es una ideología muy concreta que defiende la existencia de un sujeto político, «las mujeres», que trasciende las clases sociales.
Por eso, cuando nació, el feminismo encontró una crítica radical de los marxistas con Rosa Luxemburgo a la cabeza. La celebración del 8 de marzo como un día universal de lucha y fraternidad de toda la clase trabajadora poniendo a la mujer obrera en el centro nació precisamente de esa batalla del ala izquierda de la Internacional contra el feminismo. Se trataba entonces de celebrar un día de manifestaciones y reivindicaciones del conjunto de la clase a nivel mundial tomando como bandera aquello en lo que se veía más clara la unidad de intereses de hombres y mujeres trabajadores: la consecución del sufragio universal para hombres y mujeres (las feministas pedían tan solo el acceso de las mujeres de clases acomodadas al sufragio censitario) y la igualdad salarial para el mismo trabajo.
Hoy nos llaman a una huelga feminista, jugando con la ambigüedad entre el feminismo como pura reivindicación de la igualdad y el feminismo como ideología política. La cantidad y diversidad de grupos y plataformas convocantes tampoco permite con claridad saber de qué pretende ser esta «huelga feminista». Así que debemos preguntarnos algunas cosas:
¿Es una huelga de mujeres? Igual de mujeres son las consejeras del Ibex que las trabajadoras de una fábrica o una oficina, las juezas, las antidisturbios, las altas funcionarias del estado o las profesoras de universidad. Una huelga «de mujeres» sería una actividad interclasista cuyo único objetivo posible sería afirmar un sujeto político, «las mujeres», por encima y al margen de las clases sociales. Esta sería obviamente la apuesta coherente con lo que significa el feminismo como ideología: una plataforma de «intereses comunes» a las explotadoras y las explotadas sobre la base de su común opresión en tanto que mujeres. El problema es que tales «intereses comunes» están rotos por la situación de clase. El interés de la burguesía como clase hoy, lleva a la sociedad a la miseria y a la guerra. Buscar elementos en común con esta o aquella parte, sobre opresiones del tipo que sea, nos coloca bajo unas banderas que a medio plazo servirán para llevarnos al matadero social y a largo al nada metafórico matadero de las guerras imperialistas.
¿Es una huelga de trabajadoras? La primera pregunta es si realmente las trabajadoras mujeres tienen intereses específicos distintos de los de la clase trabajadora en su conjunto. Y la verdad es que no podemos imaginar cuales son. Todos somos lo mismo a ojos del capital que nos crea como clase: pedazos de carne útiles para generar plusvalía, nada más. El interés de la clase en su conjunto es acabar con el trabajo asalariado y el camino se hace enfrentándose a las formas concretas de explotación y a toda desigualdad u opresión derivada de él. Desde la precariedad al trato discriminatorio de cualquier tipo pasando por las jornadas interminables y la cultura de segregación, acabar con toda esa mierda es interés concreto y directo del conjunto de la clase. Siempre lo ha sido, siempre lo será.
¿Tienen los trabajadores precarios intereses específicos distintos de los trabajadores fijos? ¿Y los trabajadores de diferentes razas? ¿De diferentes pasaportes? Por supuesto que la existencia de distintas condiciones físicas o administrativas es usada por el capital para intentar dividirnos cargando con una opresión extra a unos u a otros. Pero solo para el cristianismo lo que define al sujeto es el sufrimiento, cuánto más, mejor. Admitir que la clase es en realidad un mosaico de «identidades» es dar por hecha esa división y eternizarla. Porque... ¿Es una huelga de precarios la mejor forma de enfrentar la precariedad? ¿Una huelga exclusiva de personas de una raza la mejor forma de luchar contra el racismo? No la forma más efectiva de luchar por los intereses de clase es luchar como clase, no por «destacamentos» o divisiones impuestas artificialmente por el sistema que se pretende combatir.
¿Es una huelga de todos los trabajadores protagonizada por trabajadoras? A la burguesía le encanta ver las clases como un conjunto de individuos atomizados porque es de esa atomización de la que depende para mantener su sistema. La evolución del feminismo en EEUU (la «segunda» y «tercera ola» feminista) le ha servido para construir una ideología muy sofisticada que destruye la idea de clase redefiniéndola como un mosaico de «identidades», muchas veces contradictorias entre sí, «transversales» y siempre tendentes al interclasismo.
Dividir hombres y mujeres en los cortejos, dar a cada uno un rol diferente, hacer «clases en la clase» genera una fractura por la que se cuela toda la estrategia burguesa del «divide y vencerás». Inevitablemente, como hemos visto en EEUU, esta concepción de la clase como «suma o superposición de identidades», nacida en el mundo académico que siempre nos miró como un entomólogo mira a una colonia de insectos, abre la puerta a la creación de mitologías y culpabilizaciones que fomentan esa división en una espiral infernal. Por ejemplo, en EEUU culpabilizar al obrero más común, redefinido como «hombre blanco sin estudios e ingresos medios y bajos», de todos los horrores y discriminaciones sobre los que la burguesía americana asentó su dominio, ha servido para empujar a un buen sector de la clase -harto de una izquierda que la despreciaba abiertamente- a los brazos del nacionalismo trumpista.
¿Es una «lucha parcial»? La verdad es que no hay tal cosa como «luchas parciales». En el proletariado no hay una oposición, una contradicción entre el «objetivo inmediato» y el «objetivo final». Todas sus manifestaciones políticas, desde la huelga más pequeña a la revolución, están unidas por un hilo visible a quien quiera descubrirlo: la afirmación de las necesidades humanas sobre la lógica del capital, última forma posible de explotación. Por eso, el comunismo no es una organización alternativa de la división del trabajo, es el fin de la división del trabajo; no es el intento de sustituir una clase dominante por otra, es el fin de las clases sociales; no es una mera reorganización del trabajo, sino el fin del trabajo esclavo de la necesidad... y por eso la clase no es la sustitución de las viejas identidades nacidas de las necesidades de una sociedad escindida -como la nación, el género, la raza o la profesión- sino su disolución en una única identidad humana genérica.
Lo que el izquierdismo llama una y otra vez luchas «parciales» no son tal cosa. Una lucha de clase tiende a romper y disolver todas las falsas fronteras que sirven de excusa para dividirnos mediante opresiones diferenciales. Una lucha de clase no va a separar por sexos ni por nacionalidades ni por ninguna otra cosa a los trabajadores. Cuando se afirman, cuando se ponen por delante banderas nacionales o de cualquier otro tipo, se está diluyendo la clase y con ella la única oportunidad de mandar de una vez a este sistema decadente, con todas sus opresiones y barbaries, al basurero de la Historia.