«Huelga fake» en Cataluña
Los trabajadores despertaremos hoy en Cataluña con la enésima llamada a la movilización de la pequeña burguesía catalana en rebelión. El sindicato independentista CSC-Intersindical, convoca una nueva demostración de «fuerza», esta vez, al igual que el 3 de Octubre de 2017, en forma de «huelga general» o «paro nacional». La convocatoria pretendía coincidir con el inicio del juicio del «procés», pero ante el evidente desinterés en los centros de trabajo decidieron posponer la convocatoria hasta hoy. Todo parece indicar que la incidencia será mínima. ¿A qué aspira y a quién representa en realidad el independentismo? ¿Para qué esta «huelga fake»?
¿Qué quiere y de dónde sale el independentismo?
No hay duda hoy de que la burguesía catalana es parte de la burguesía española. Pero la burguesía catalana no es la que está al mando de las principales estructuras del estado español en Cataluña (la «Generalitat»), sino sus primos de la pequeña burguesía.
Estos llevaban tiempo (recordemos a Pujol y Banca Catalana, o los orígenes de «Omnium» durante el franquismo) intentando constituirse como burguesía nacional al margen de los otros liderando una pequeña burguesía nutrida y muy distribuida por el territorio. El fracaso de Banca Catalana y la incorporación del Banco de Sabadell a la burguesía española por sus propias necesidades de crecimiento, marcaron hasta la crisis los límites de la «radicalidad» y alcance de semejante alianza.
El «contrato social» significó en la interna, eso sí, una política activa de negación de la clase trabajadora, muy etnificada por efecto de las migraciones masivas de la posguerra, a la que se negaron sus derechos culturales básicos (como la educación en lengua materna) y a la que ostentosamente se le cerró el ascensor social pues se reservaba, a través de la política lingüística, la exclusión cultural y el juego de los apellidos, para los hijos de la pequeña burguesía catalanoparlante.
Esta pequeña burguesía, mayoritariamente de los entornos rurales, mediante una ley electoral que duplicaba el valor de sus votos respecto al de las provincias industriales, aseguró casi 30 años de hegemonía nacionalista en el Parlament.
El proyecto sin embargo dio tres décadas de felicidad y «paz social» a los tres protagonistas de ésto: burguesía española -con su rama catalana incluida- burguesía industrial mediana y pequeña burguesía nacionalista.
La crisis económica y la austeridad presupuestaria no produjeron un divorcio entre la burguesía catalana y la española, por el contrario, dirigían el proceso al alimón. Pero la crisis precipitó cambios sociales y políticos profundos.
La pequeña burguesía industrial, la más cercana a una burguesía «clásica», ha ido desapareciendo como tal, siendo absorbidas sus empresas por fondos y grupos financieros. El efecto político fue inmediato: las expresiones políticas de la pequeña burguesía y los intereses del aparato político catalán como tal, ya no tenían el «efecto moderador» de los capitalistas industriales.
Al mismo tiempo, la pequeña burguesía comenzó a divorciarse del aparato de la Generalitat, que ahora le negaba rentas y le recortaba servicios básicos.
El alienante velo de la «superioridad cultural» y la diferenciación social trenzado durante años por las políticas identitarias nacionalistas amenazaba romperse, acercando a las clases medias de la «Catalunya interior» a una clase trabajadora a la que se había invitado a despreciar y cuyo más tímido despertar era temido por todos.
El resultado es bien conocido. La Generalitat pujolista (Artur Mas) buscaba nuevas rentas que repartir pero para conseguirlas tenía que enfrentarse a un gobierno central al que la austeridad había convertido en el croupier de un juego de suma negativa: cada nuevo reparto había menos para todos.
Así que Mas aumentó una y otra vez las apuestas hasta amenazar con la independencia... y poner en marcha un proceso «como si» realmente lo quisiera... hasta encontrarse con que la base social de la pequeña burguesía realmente lo quiso...
En su ilusión, la pequeña burguesía catalana piensa que dotándose de un estado propio podrá optar a más rentas estatales, mejores opciones de acumulación y mayor control social. No se puede decir que sea un proyecto muy atractivo para los trabajadores: poner el cuerpo para darle un estado a una pequeña burguesía contra las cuerdas que no ha hecho un solo gesto de ser portadora de otra cosa que «sacrificios».
Ignorada por los trabajadores en los momentos claves del reto al estado, el resultado de la masiva agitación independentista ha sido un año y medio de extenuante impotencia política en espera de un aliado imperialista que no acaba de llegar.
¿Para qué esta huelga fake?
La estrategia del nacionalismo no ha cambiado desde hace dos años. Saben perfectamente que no cuentan, ni contarán a medio plazo, con el apoyo mayoritario de la clase trabajadora, por mucho que lo intenten mediáticamente y lancen campañas inclusivas que irremediablemente acaban demostrando su racismo intrínseco.
El plan pasa por forzar un golpe de mano, crear una situación lo suficientemente violenta o tumultuaria que lleve al estado español a reprimir con cierta violencia, dando oportunidad así a un padrino imperialista a actuar o a forzar, al menos, una mediación. Este ha sido el plan, la «vía eslovena». El 3-O del 2017 con el «paro nacional» se trató de llevar a cabo ese «golpe de mano» obteniendo un absoluto fracaso. La clase no obedeció al nacionalismo ni secundó su «vaga nacional«, pues vinculaba dicha movilización a la defensa de una clase y de unos políticos que llevan años despreciándoles, y que ahora intentan utilizarlos de carnada.
Actualmente, con el agotamiento de las opciones internas, las brechas en la base de la pequeña burguesía se estaban haciendo mayores. El juicio ha llegado como un verdadero bálsamo para los dirigentes nacionalistas, que se veían impotentes ante unas bases radicalizadas y un estado español sólido con una Europa tras él. El juicio está operando como un calmante, como un relajante muscular: por una parte aporta la épica del victimismo, y por otra, hace ganar tiempo a Torra, a Puigdemont y los suyos. Esta huelga fake llega en un momento de impasse para el nacionalismo, entre la crisis interna que se avecinaba, y la inminencia de una sentencia condenatoria de un aparato judicial que, en esta cuestión se ha sentido y ha actuado como sustento último del estado. La estrategia de la pequeña burguesía indepe sigue siendo la misma, y no puede ser otra, apostar por el enfrentamiento, por el encuadramiento de la clase y por la concurrencia de un imperialismo. Hay que leer a esta falsa huelga como un intento estoico de mantener viva la estrategia eslovena.
Nos convocan en realidad a un cierre patronal, a encuadrarnos bajo banderas nacionales para ejercitarnos en poner el cuerpo para proclamar un estado que promete... explotarnos aún más. Pocos ejemplos más claros de hasta qué punto caminar de la mano de una facción de la burguesía frente a otra nos lleva a ser víctimas de todas las maneras posibles. Hoy no podemos sino enfrentarnos a los que vienen a encuadrarnos. Cualquier movilización nacionalista es incompatible con nuestros intereses.