Huelga de aceiteros y desmotadores
Desde hace 20 días los puertos argentinos del sector agroexportador están paralizados y con ellos las exportaciones que sostienen toda la acumulación en un país semicolonial como Argentina. La razón: la huelga de los trabajadores aceiteros y desmotadores que no aceptan que la bajada de sus sueldos reales impuesta por la inflación sea compensada en menos de un 70% por las empresas.
La lucha se da en el contexto de un incremento de las huelgas en todo el mundo que llega también a Argentina. Ha ganado la simpatía de trabajadores de todos los gremios de los puertos y se ha expandido de unos a otros, pero siempre bajo el control del sindicalismo. Sindicalismo cuyas organizaciones y cuadros reflejan sobradamente en sus trayectorias su inutilidad para los trabajadores. En la vieja lógica del sindicalista la aspiración máxima consiste en empujar al gobierno a entrar como mediador en las negociaciones -lo que está ocurriendo en este mismo momento- porque, según Reguera, portavoz de los sindicatos alineados en el conflicto, nadie quiere pasar fin de año quemando gomas.
Los sindicatos han entendido bien que este conflicto va a marcar una cuestión decisiva: la relación entre subidas salariales e inflación. En el modelo clásico de crisis de los países coloniales, las tensiones monetarias y la inflación van de la mano. Es el momento en el que estamos ahora. Las empresas intentan recuperar márgenes jugando en la paritaria (los convenios) a retrasar pagos y discutir al máximo las subidas automáticas parejas a la inflación. Pero más temprano que tarde, y así ha sido en todas las crisis anteriores de este modelo en todo el mundo, intentará cortar en seco la inflación desindexando salarios. Es decir, generalizando la bajada de salarios reales hasta que los precios se estabilicen. En estas circunstancias, el papel de los sindicatos en todo el mundo siempre ha sido el mismo: propiciar grandes acuerdos con el estado y las patronales para articularlo de una manera homogénea y vendiéndolo como una unión sagrada nacional con supuestos sacrificios por parte de todos contra la crisis, por la democracia, etc.
Pocos casos como este permiten ver hasta qué punto los sindicatos en la decadencia capitalista no son solo ya mayoristas de fuerza de trabajo, unos monopolios más del capitalismo de estado, sino que su perspectiva y sus preocupaciones son los propios de los compradores de fuerza de trabajo. Su misión es homogeneizar las condiciones de competencia entre las aplicaciones de capital. Su objetivo primero es asegurar la rentabilidad de las inversiones, no maximizar el ingreso dada la supervivencia competitiva del capital. Dicho de otro modo, los sindicatos son gestores de compra de fuerza trabajo a cuenta de las empresas más que comisionistas de su venta por cuenta de los trabajadores. No es que necesiten mantener la rentabilidad de la empresa para que les siga comprando, es que no necesitan de la fuerza de trabajo para su comercio.
Por eso, las huelgas llevadas por los sindicatos no llevan a nada que no sea posible sin su concurso. Y sin embargo toda lucha que se plantee llegar más allá de la disputa de los beneficios extradordinarios para cuestionar el beneficio esperado a favor de las necesidades de los trabajadores, solo encontrará en ellos una traba. Sean combativos o burocráticos, peronistas o de izquierda, los sindicatos son una institución participativa del estado, que nos entretiene quemando gomas y devora en su estructura cuanta buena voluntad se le confíe. No es con ellos que avanzaremos, sino tomando las luchas en nuestras propias manos, con asambleas vinculantes, soberanas y abiertas a cuantos trabajadores quieran unirse de cuantas empresas nos rodeen.