Historia del Palacio Yanxi
La serie más buscada en Google en el mundo es china. Consiguió 15.600 millones de visualizaciones en iQiyi, el Netflix chino, y se convirtió en el estandarte del «poder blando» de China sobre Hong Kong, Taiwan e incluso Japón y EEUU. Pero el PCCh mandó una señal... y la serie desapareció este mes de la televisión en abierto. ¿Qué tiene que temer la burocracia china de hoy de la vieja ciudad prohibida?
El método elegido para hacerlo fue el habitual en toda purga stalinista: un dirigente del partido encargó un artículo a la revista «Teoría Semanal», ésta publico una nota asegurando que los dramas históricos, lejos de promover los valores de «la frugalidad y el trabajo duro», invitaban al lujo, la admiración por el modo de vida de la época imperial y diseminaban valores disolventes en la sociedad... y los programadores tomaron nota inmediatamente.
La trama de «Historias del palacio Yanxi» se desarrolla en la Ciudad prohibida de Pekín durante el siglo XVIII. Wei Jingluo entra a servir en palacio como una simple bordadora con el objetivo oculto de descubrir cómo murió su hermana y vengarse de los culpables. En el camino hasta conseguirlo conocerá al emperador Qianlong, participará de las mil intrigas y conspiraciones de sus concubinas y familias ministeriales, ganará habilidades, se enamorará, tendrá desengaños y todas esas cosas que pasan en los culebrones. Eso sí, con el atrezzo más cuidado del mundo y rodeada de artesanías y bordados exquisitos.
La serie en sí es una exaltación del poder burocrático y la importancia de no distraer al emperador y la emperatriz, que tanto trabajan por el bien común. Todo vestido de pasiones palaciegas, con un punto de reivindicación de igualdad ante la ley de los plebeyos y mucho aderezo neoconfuciano. Entretenimiento agradable y sin pretensiones con una base ideológica tan manida que casi resulta inocua y que propone admirar la moral de un poder calculador para el que lo más importante es la autoperpetuación y el «no hay nada que mirar»... como en todos lados.
Nada que debiera procurar grandes preocupaciones a la burguesía de estado china actual... si no se vieran ciertos paralelismos con excesiva transparencia. No es solo que la primera consorte imperial -inmediatamente por debajo de la emperatriz en la cadena trófica- haya sido cantante de ópera -como la esposa de Xi Jin Ping- o que el emperador haya purgado los altos cargos y esté empeñado en recuperar la frugalidad y apego a las tradiciones de gobierno de la élite... es que el ambiente conspirativo y burocrático de la ciudad prohibida de la dinastía manchu Qing es demasiado parecido al del poder del estado de hoy. Y si nos ponemos a buscar paralelismos, el emperador Qianglong, aun pretendiéndolo, no fue precisamente el comienzo de un «ascenso pacífico» de China como el que pretende abanderar Xi sino más bien el principio de la descomposición interna y de la penetración europea que acabó en el colapso del viejo régimen feudal. Aunque el mandarinato actual del capitalismo de estado chino se identifique con el imperial, no quiere hacerlo con su destino, tan ineludible entonces como ahora.