¿Hay un verdadero peligro de guerra en Corea?
Después de la tensa visita de Trump a Corea del Sur y la cumbre asiática, China comenzó a presionar a Kim y la situación en la península entró en un impasse. Nadie parecía echar de menos las peroratas de Trump y Kim.
Pero hace unos días, informado por los servicios de inteligencia de que el ejército Norcoreano preparaba un nuevo lanzamiento, el Presidente de EEUU tensó un poco más la cuerda. Kim siguió adelante y para sorpresa de los observadores esta vez consiguió un verdadero éxito: los misiles norcoreanos podrían efectivamente volar hasta prácticamente cualquier punto de los EEUU. Acto seguido se declaró potencia nuclear y aguardó. La primera respuesta de Trump fue señalar a China como base de la solución. Y lo que ayer la Casa Blanca, Pentágono, CIA y demás agencias transmitieron a los medios fue uno de esos «mensajes de tranquilidad» que preocupan casi más que una amenaza de guerra: EEUU reconoce que Corea del Norte es una potencia nuclear, da por sentado que la presión china y los embargos no van a cambiar la beligerancia del régimen pero, nos aseguran, «será excéntrico pero no irracional», así que «no comenzará una guerra»... pero al mismo tiempo vuelven los simulacros de ataque nuclear y conminan a los aliados a aislar diplomáticamente a Corea del Norte.
Después de ver a las muy racionales y democráticas burguesías de EEUU y Europa propagar la guerra desde Afganistán a Mali y desde Ucrania a Rwanda, después de ver ayer mismo al mismísimo Papa de Roma, a los venerabilísimos monjes budistas y a la supuesta «nueva Ghandi» jaeando un genocidio, digamos que lo que parece insensato es jugarse nada a la «racionalidad» de las burguesías norcoreana y americana. Si algo nos muestra la situación coreana es que el capitalismo es lo «irracional».
En primer lugar porque lo «racional» desde el punto de vista del capital norteamericano es pensar ya en el negocio de la reconstrucción surcoreana. Y en segundo porque desde el punto de vista de Kim no es menos racional llevarse todo por delante antes de permitir la descomposición final de su régimen. Las estructuras del estado coreano se mantienen cohesionadas sobre la paranoia del conflicto y la promesa de que el envite nuclear acabará con un apaño con EEUU, China, Corea del Sur y hasta Rusia, en los términos que sueña la miserable burguesía de estado juche.
El régimen norcoreano ha suplido su debilidad e incompetencia económica con una mezcla orwelliana de represión sin escrúpulos y lavado de cerebro sistemático de los trabajadores, sumergidos en una gimnasia bélica interminable y constante. El proletariado norteamericano, aunque empieza a dar señales de vida, no va representar probablemente una resistencia directa e inmediata al estallido de una guerra distante que, según pretenden los estrategas americanos, verán solo como un video-relato. Cada vez que una de estas combinaciones es posible -en Yugoslavia, en Iraq, en Siria o incluso en Ucrania- la burguesía organiza una carnicería. La guerra es, desde este punto de vista, posible y por eso los «expertos» militares americanos le dan hasta un 50% de probabilidades en los próximos meses.
Sin embargo, los trabajadores no somos en tanto que clase la mera suma de una serie de «proletariados» nacionales. La experiencia de la I Guerra Mundial en Rusia, Alemania, Francia, Austria... e incluso de los conatos al final de la Segunda en varias regiones europeas, han enseñado a la burguesía que la tendencia inevitable a la extensión de las guerras que persigue bien puede despertar al único gigante dormido que puede derribarla. La burguesía no teme guerras localizadas y breves pero también sabe que no puede confiar en la capacidad de «autocontención» de sus rivales y que si esta no se produce y puede ver su orden en jaque.
Es de ese doble y frágil equilibrio, entre las hienas imperialistas por un lado y entre las dos grandes clases mundiales, del que depende el futuro. Por eso, no es en los hipócritas cantos y manifestaciones por «la Paz» donde reside la esperanza de la civilización humana, sino en cada pequeña nueva forma de resistencia, en cada huelga, en cada nuevo joven trabajador que abre los ojos. Somos la clase negada e invisibilizada, pero tras cada paso que avanzamos, tras cada ocasión en la resistimos con éxito los cantos de sirena de apoyar a una parte de la burguesía contra otra, se esconde la hidra de la Revolución.