Bolsonaro y el autogolpe de estado
Las noticias alertan sobre la supuesta inminencia de un autogolpe de estado en Brasil. La realidad es aún más compleja y peligrosa. La división en el seno de la clase dirigente brasileña está llegando a un punto crítico en el que no puede descartarse siquiera la ruptura del ejército entre facciones rivales.
Bolsonaro amenaza auto-golpe de estado
En su batalla contra las instituciones Bolsonaro está cada vez más enrocado. En una versión aún más delirante del guión Trump anuncia que el voto electrónico -instaurado hace 25 años- producirá un fraude en las próximas elecciones y amenaza con no convocarlas... lo que ha llevado a que el Tribunal Supremo abra una nueva causa contra él. Causa que se suma a la ya vieja investigación de corrupción familiar y al escándalo de que, cuando menos, hizo la vista gorda en un intento de corrupción de varios senadores de su bandada en la compra de vacunas.
Mientras, crece la violencia política bolsonarista en todos los ámbitos, alentada por el propio Presidente, que ha llegado incluso a prohibir por ley que las redes sociales expulsen a sus trolls.
Y en ese ambiente enrarecido, Bolsonaro había convocado ayer, en el día de la independencia, marchas de apoyo a su presidencia que por lo mismo eran también contra el Tribunal Supremo y el Congreso levantando las alarmas golpistas dentro y fuera del país.
Fue prudente. A último momento renunció a una movilización total de sus seguidores y tan solo se sumaron 125.000 en Sao Paulo de los dos millones que se esperaban en caso de movilización golpista abierta. Igualmente no faltó el espectáculo: proclamó que «sólo saldría muerto» de la Presidencia, alentó la desobediencia a los jueces y amenazó al Tribunal Supremo con un auto-golpe.
De hecho, ha convocado el Consejo de la República, un órgano que puede decidir el estado de sitio, la intervención federal de cualquier jurisdicción o declarar el estado de conmoción nacional. Solo se ha puesto en marcha una vez hasta ahora, en 2018, cuando el presidente Temer intervino militarmente Rio de Janeiro y lo puso bajo las órdenes del actual ministro de Defensa y jefe político de la cúpula militar: Walter Braga Neto. Los jueces federales se lo toman en serio y no se muerden la lengua ante quien quiera escucharles. «O echamos a Bolsonaro o implanta la dictadura», sentenciaba hoy uno de ellos.
El autogolpe de estado es un escenario, el conflicto armado entre facciones del poder, otro
Simultáneamente, la oposición movilizó marchas en 160 ciudades. Ausencia significativa: Lula. El expresidente trabalhista dobla en expectativas de voto a Bolsonaro y es el beneficiario directo del malestar que producen en amplios sectores sociales las veleidades golpistas del presidente. Pero se puso de perfil, según varias fuentes, después de consultar a los militares, verdadero poder bajo el gobierno. Teme una ruptura de las fuerzas armadas y un «golpe duro», incluso un enfrentamiento armado entre facciones militares.
Porque el hecho es que los militares están divididos también. No quieren a Lula en el gobierno, pero se dan cuenta de que la burguesía financiera e industrial lleva tiempo decidida a sacar del poder a todo precio a Bolsonaro y que para eso ha colocado al ex-presidente socialista Fernando Henrique Cardoso junto al viejo sindicalista y movilizado a los muchos caciques locales en el embrión de una candidatura «anti-golpista».
Esta facción de la burguesía brasileña, históricamente dominante y muy imbricada en el corazón judicial del estado y la alta burocracia, cuenta con el apoyo abierto de EEUU, que ha mandado un mensaje claro a los militares. La influencia histórica de los EEUU en el ejército brasileño es bien conocida, especialmente en algunas armas, sin embargo, hay razones estratégicas de fondo por las que una parte -que parece mayoritaria- de la cúpula militar sigue apegada a Bolsonaro.
La lucha de clases en el seno de la clase dominante y el futuro de la Amazonia
En realidad bajo conflictos políticos que agitan al estado y los militares hay contradicciones de clase en el seno de las clases dirigentes. Los continuos bandazos en el posicionamiento imperialista brasileño de estos años y la caída sostenida de las expectativas del sector industrial que tanto molestan en los grandes centros del poder económico de Sao Paulo son el resultado del poder que ejerce la burguesía latifundista y la industria agroexportadora, principal apoyo del presidente e inspiración de su primario anticomunismo macartista.
La burguesía agroexportadora brasileña, principal apoyo de las tendencias al autogolpe de estado, es la que ha contenido a Bolsonaro en sus tendencias anti-chinas. Pekín es su principal cliente.
También la que anima al equipo económico, dirigido por el ministro Guedes, a desmontar unilateralmente el arancel común que es la base del Mercosur. Quiere poder negociar acuerdos comerciales con nuevos países aun a costa de la sempiterna protección arancelaria de la industria local, reveladora del carácter semicolonial de la economía brasileña. Por eso cada enfriamiento en el discurso anti-proteccionista hay que verlo en clave de correlación de fuerzas entre capital financiero y burguesía agroexportadora antes que en los equilibrios dentro del Mercosur.
Pero lo que acerca a «coroneles» y ganaderos al sector dominante en el ejército no es ni meramente ideológico, ni una sintonía articulada sobre el régimen arancelario o la orientación imperialista del capital brasileño. La clave está en la Amazonia.
Si los militares brasileños se han convertido en una verdadera policía ambiental en la Amazonia es, ante todo, para cortar de raíz el discurso de que la Amazonia debe convertirse en un protectorado climático internacional porque «los incendios agotan la utilidad del concepto de ciudadanía».
Este discurso no es una ocurrencia de ecologistas más o menos extremistas ni un delirio fantasmal del nacionalismo brasileño. La ex-presidenta trabalhista Dilma Rouseff lo ha enfrentado sin ambages, consciente de que buena parte del gobierno Biden lo hace suyo y Macron e incluso Merkel lo han «considerado» abiertamente más de una vez. Hasta Pekín se lo toma en serio. Rechazarlo para afirmar la soberanía brasileña ha sido reiteradamente la forma en que China se ha postulado como aliado estratégico internacional de los intereses brasileños.
Alentado y alertado por la presión internacional, el ejército brasileño se considera el guardián de la Amazonia. De hecho, ahora mismo, a cuenta de la prevención de incendios, la gigantesca región selvática está bajo control militar. Pero eso no significa que el dominio del territorio sea real, por mucho que el ejército brasileño sea el mayor del continente sudamericano. Y el esfuerzo presupuestario necesario para que lo fuera supondría una escalada de gasto difícilmente sostenible para el estado federal... por el que los militares luchan en Brasilia pieza a pieza.
La ocupación del Amazonas es una de las llamadas tesis estratégicas del Ejército de Tierra. [...] Pero la agencia militarizada solo sería el buque insignia del Ejército. Detrás vendría lo que consiste en el proyecto real: no solo el monitoreo, sino el control absoluto del Amazonas por parte del Ejército. Un gran territorio militar, soñado como una forma efectiva de neutralizar la supuesta codicia de uno u otro poder sobre la posesión de la Amazonía.
Mourão defende agência para centralizar imagens de satélite na Amazônia, Follha de Sao Paulo, 27/9/2020
Esto es lo que les une en primer lugar a Bolsonaro, pero también a los latifundistas, ganaderos y madereros. En la práctica, la única forma asequible a día de hoy de controlar la región es aumentar la población y desarrollar las comunicaciones... lo que es impensable sin aumentar la explotación económica aun a costa de reducir la superficie forestal y, paradójicamente, avivar la tendencia de las potencias imperialistas externas al continente de poner en cuestión la soberanía brasileña sobre la región.
El horizonte político y la situación de los trabajadores
Al estado y las relaciones en el seno de la clase dominante brasileña le espera un viaje turbulento hasta las elecciones de 2022. Desde luego no puede descartarse el autogolpe antes, durante o después de las elecciones. Y aunque la burguesía financiera y la oposición política a ella ligada -Lula y Cardoso- se contengan, tampoco se puede descartar completamente una ruptura del ejército y con ella el peligro de un conflicto armado.
Pero mientras las clases dirigentes pelean a cara de perro entre sí y se insinúa un agravamiento de las tensiones imperialistas en toda América del Sur -que comentaremos en un próximo artículo- la precarización avanza a zancadas a pesar de que, supuestamente, el grueso del programa bolsonarista -reforma de pensiones, reducciones salariales, anulación de leyes laborales- esté ya completado.
De hecho estamos ante una segunda oleda de reformas precarizadoras que si no ha avanzado aun más rápido es porque el Senado teme que de aprobar la nueva «mini-reforma laboral» presentada por Guedes los trabajadores puedan llegar a romper el control de los sindicatos, alineados con la operación Lula, y abrir una alternativa fuera de la falsa dicotomía Bolsonaro-Lula. Prefieren poner en suspenso las reformas más agresivas cargando al gobierno con una derrota política que puede vestirse de «triunfo democrático de los trabajadores» y ganar temporalmente un poco de «paz social».
Porque el hecho es que las huelgas están al alza desde agosto, impulsadas por el transporte y la industria. El problema para los trabajadores es que cuanto más tarden en romper el control sindical mayor es el peligro de que sean vaciadas de objetivos propios y re-encauzadas para reforzar el frente Lula-Cardoso... en el que no tienen nada que ganar.
La experiencia de los años de gobierno PT, incluso en un contexto favorable para los países semicoloniales con precios internacionales al alza como fue el famoso «boom de las commodities», es significativa.
A pesar de toda la propaganda petista, la participación de los salarios en la renta nacional bajó, colocándose por debajo del 30%. Solo en los últimos años de la dictadura militar, la relación capital-trabajo en el reparto de la riqueza había sido tan nefasta para los trabajadores.
Si ese fue el resultado de la política petista en una época de bonanza, lo esperable en una de crisis general del capitalismo y en particular de las condiciones del capital nacional brasileño, es una pérdida directa y brutal en términos absolutos y no solo relativos. El PT no viene a «revertir» los ataques bolsonaristas sino a culminarlos.
Y si esa es toda la perspectiva que puede ofrecer un gobierno petista, el camino es aun más peligroso porque a estas alturas están abiertas las posibilidades de guerra en el continente e incluso de conflicto armado entre facciones del poder.
Renunciar a los objetivos propios de las huelgas, al programa inmediato que reclaman y con el que se enfrentan a la precarización, la pobreza forzada y la matanza Covid, no es optar por «el mal menor» entre dos males (Bolsonaro y Lula). Es el primer paso hacia quedar enganchados en un tren que conduce irremediablemente a un frente en el que los trabajadores solo pueden ser carne de cañón a sacrificar por el bien del capital nacional sea como ultraprecarizados o como soldados.