Las fuerzas que empujan hacia nuevos bloques
En los medios internacionales la semana ha estado marcada por la crisis bielorrusa... aunque se han cuidado mucho de contarnos la aparición en escena de los trabajadores. Sin embargo, la escalada militar en el Mediterráneo ha pasado discretamente en casi todos los países a páginas interiores. Y fue difícil encontrar referencias a los movimientos de fondo que están reordenando el mapa de alianzas imperialistas globales, a pesar de que esta semana ha estado llena de hitos relevantes desde Iberoamérica hasta las costas chinas.
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El cada vez más violento ajedrez mediterráneo
Después de cumplir su misión, imponer por un momento el mapa de la Patria Azul erdoganista, el Oruç Reis se retiró a puerto. La primera reacción del gobierno turco pareció casi conciliadora, apaciguada después de haberse afirmado por la fuerza. Pero duró poco. Al día siguiente anunciaron que otorgarían en breve licencias de extracción de hidrocarburos en las aguas en disputa.
La seguridad con la que Ankara presiona para imponer una nueva delimitación de aguas a griegos, chipriotas y egipcios no es una mera baladronada. Se sienten relativamente a cubierto de una oleada de sanciones UE. Por un lado Alemania no puede romper el juego si quiere resucitar su mesa de negociación sobre Libia, rescatada por Erdogan para zafar de la amenaza de invasión egipcia de invadir el país africano. Por otro, la diplomacia turca ganó este verano dos bazas importantes: la primera, Malta, que ha pasado a apoyar al gobierno de Trípoli y que ya ha comenzado a hacer de freno a las propuestas de represalia francesas, chipriotas y griegas en Bruselas.
Y sobre todo... EEUU: hoy mismo, se hizo público que EEUU y Turquía están negociando el establecimiento de una zona desmilitarizada en el centro de Libia que vendría acompañada de la vuelta a la producción petrolera y la retirada de las tropas mercenarias llevadas por la propia Turquía... y por Rusia.
La actitud estadounidense no podía sino enfurecer a los principales rivales europeos de Turquía. Esta mañana, Nathalie Loiseau, ex-ministra francesa de asuntos europeos y asesora en cuestiones geoestratégicas de Macron se quejaba de la perpectiva de...
una partición de Libia entre un área controlada por Rusia y otra controlada por Turquía (...)Tal resultado significaría que Turquía, un miembro de la OTAN, se asociaría con Rusia y compartiría el botín de otro país debilitado y devastado por la guerra en la vecindad de Europa. (...)
Los europeos, sin embargo, están sorprendidos por el continuo silencio de Washington sobre Turquía. Las provocaciones de Ankara contra otros miembros de la OTAN como Grecia o Francia pasan desapercibidas, al igual que sus violaciones de un embargo de armas de la ONU y los obstáculos que ha puesto en la lucha contra el terrorismo. Incluso la compra por parte de Turquía de un sistema ruso de defensa antimisiles no cruzó una línea roja para la administración Trump: no hace mucho, el Pentágono anunció que continuaría comprando piezas del F-35 de fabricación turca hasta 2022.
Sin líneas rojas, solo luces verdes: esta es la forma en que la administración Trump ha manejado su relación con Erdogan hasta ahora. El enfoque solo ha envalentonado a un régimen antiliberal y ha aumentado los riesgos para Oriente Medio, el Mediterráneo y la alianza transatlántica. Con amigos como estos, la negligencia benigna no es una opción.
El artículo, que por supuesto no menciona ni la batalla interna del estado francés contra los Hermanos Musulmanes apadrinados por Turquía, ni el valor económico de los yacimientos gasísticos en disputa y del que la francesa Total sería parcialmente beneficiaria, sirve para dar legitimidad a la movilización de recursos militares franceses a Creta, donde reforzarán al ejército griego.
Pero no nos engañemos, no es un juego a dos. De hecho, el cambio que ha rebajado la presión de Erdogan en estos días viene de un frente completamente distinto. EEUU ha propiciado el reconocimiento de Israel por Emiratos a cambio del abandono de todo plan de expansión en Cisjordania. El acuerdo consolida la formación de un bloque regional alineado con EEUU entre Arabia Saudí, Emiratos, Jordania, Egipto e Israel. Llamarle «bloque» es evidentemente exagerado cuando el principal elemento cohesionador no es otro que la común rivalidad de sus miembros con Irán y Turquía. Pero lo cierto es que si a la presión francesa unimos la de la coalición árabo-israelí, el margen de maniobra de Erdogan se achica mucho... y en todos los frentes. Incluso Qatar, tradicional pivote entre Teherán y Ankara ha tenido que plegarse esta misma semana y firmar una declaración del Consejo de Cooperación del Golfo apoyando la prolongación de sanciones ONU contra Irán.
Reforzado por el mapa de alianzas emergentes, poco ha tardado Egipto en involucrar a Marruecos y Argelia en una estrategia conjunta para expulsar a los Hermanos Musulmanes del gobierno de Trípoli y a Turquía del Norte de Africa. Y no ha parado ahí. Esta semana anunció que establecerá una base militar en Somalilandia, país no reconocido surgido de la descomposición de Somalia. Etiopía lo ve como una amenaza directa a su seguridad en medio de las tensiones sobre la presa del Renacimiento. Pero Turquía también, porque sería una amenaza directa a sus bases en Sudán y Somalia... abiertas a su vez para pinzar al ejército saudí con ayuda de Qatar.
En conjunto, estamos viendo cómo las fuerzas que impulsan la formación de bloques imperialistas empujan a las viejas potencias regionales que intentan afirmar una política imperialista propia (Turquía, Irán, Qatar, la misma Rusia) a buscar acomodo entre sí a corto plazo. A medio plazo sin embargo no bastará y tendrán que colocarse bajo el ala de China. País que, por otro lado, ya ha dado los primeros pasos hacia un bloque al hacer partícipe a Rusia de su acuerdo con Irán.
Los países semicoloniales en un mundo fracturado: el ejemplo de Argentina
Estas tendencias hacia la formación de bloques no son meramente políticas ni político-militares. La guerra comercial ha modificado ya la división internacional del trabajo profundamente. El presidente de Foxconn afirmaba el otro día a la prensa india que los días en que China era la fábrica del mundo son ya cosa del pasado. Y avanzaba que en un futuro inmediato habría ecosistenas de fabricación en cada region... y bloque.
Un mundo en el que el capital global no solo está en crisis sino que se fractura y se hace menos interdependiente, es un mundo en el que los mecanismos financieros internacionales están menos interesados en rescatar estados en quiebra. Y ese es el nuevo discurso que vemos en ascenso para el FMI. Los portavoces de los fondos especulativos critican la etapa Lagarde por empeorar el fiasco de la deuda y reclaman a su nueva presidenta que, en adelante, sea menos generosa.
Esto significa que si la guerra comercial había empujado ya a intentar compensar con ventas en China a no pocos capitales nacionales, esta tendencia se moverá cada vez más hacia la financiación. La batalla entre Argentina y EEUU por la elección del nuevo director del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) es un desarrollo colateral de ésto. El BID es la rama americana del Banco Mundial; financia grandes proyectos de infraestructuras y buena parte del tejido de ongs y organizaciones de desarrollo local, turismo, etc... Un BID más avaro con los proyectos de desarrollo de los estados, como quiere EEUU, empujaría aun más hacia China a prácticamente toda Sudamérica... y les colocaría en peor posición negociadora en un momento en el que la crisis económica y social se han acelerado salvajemente, los gobiernos van hacia más recortes y ataques directos a los trabajadores y los capitales nacionales necesitan más que nunca que impulsen grandes obras para tomar respiro.
A estas alturas China ya es el primer socio comercial de Argentina. Y la soja cada vez pesa menos en la cesta. Los limones y -para horror de la prensa británica- los cerdos y sus derivados, están tomando un protagonismo que se mide en miles de millones de inversión. Y claro China ahora quiere entrar en obra pública... y financiarla, terreno histórico del BID.
Por supuesto el capital argentino no quiere pasar a la órbita china a cambio de unos cuantos miles de millones en ventas. Pero las fuerzas que llevan hacia la formación de bloques no van a dejar de operar por eso. La consigna es buscar clientes a toda costa entre los todavía llamados emergentes y por eso el cambio de orientación sobre los nuevos acuerdos comerciales de Mercosur, pero la realidad es que en un mundo en el que los mercados se cierran y fracturan en proto-bloques, la parte del león de lo accesible a capitales nacionales como el argentino, acaba pasando por Pekín.
Eso no quiere decir que, en el largo camino que queda por delante, no aparezcan como reacción conexiones insólitas de capitales que se traduzcan políticamente. Esta misma semana Argentina y México anunciaron el acuerdo para producir en ambos países la vacuna del covid de Astra Zeneca (la llamada vacuna Oxford). Lo que hay detrás de este gigantesco negocio -solo Argentina encargó ya 22 millones de dosis a 4 dólares cada una- entre dos capitales que están a la misma distancia geográfica que Washington y Moscú, no es ninguna afinidad ideológica especial. El eje de las vacunas Ciudad de México-Buenos Aires es en realidad el eje Sigman-Slim. Y son esas connivencias entre grupos de capital de sobra conocidos en telecomunicaciones, cementos, laboratorios, automoción o hidrocarburos las que animan lo que de sostenido hay bajo el «grupo de Puebla» y otras iniciativas continentales. Si Argentina se suma ahora, de la mano de México, al grupo de contacto de la UE sobre Venezuela, no es solo por tomar distancia de la implosión del chavismo -su opositor el grupo de Lima de Piñera y Bolsonaro tampoco está para dar ejemplo- sino porque salvar el tratado Mercosur-UE resulta más vital que nunca para el capital argentino.
¿Y los nuestros?
Esta semana el canal @huelga ha dado noticias casi diarias de nuevas huelgas en Irán y, en los últimos dos días, en Bielorrusia. Pero no han sido ni mucho menos focos aislados. Seguimos en la tendencia al desarrollo de luchas de trabajadores en todo el mundo que ya constatamos en junio y julio. Y agosto tiene todavía mucho que dar de sí. La aceleración en los movimientos y tensiones imperialistas que estamos viendo, sigue teniendo un contrapeso potencial en el desarrollo de la respuesta de los trabajadores.