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¿Ha empezado Colau la «reforma» del mercado de la vivienda?

29/09/2018 | España

La noticia municipal de este fin de semana es que el 30% de las nuevas promociones privadas de vivienda que se hagan en Barcelona deberán ser destinadas a «vivienda asequible». El partido de gobierno municipal ha sacado pecho rápidamente de lo que para ellos es un logro rutilante, y han recibido calurosos vítores de plataformas y grupos diversos de afectados por la carestía de la vivienda en la ciudad. Barcelona y Madrid están viviendo una verdadera explosión de los precios del alquiler, alentada por el nuevo modelo especulativo del sector inmobiliario.

Pensando ya en las elecciones municipales Colau afirmaba hace unos días que con esta medida «decimos al sector privado que no puede enriquecerse sin límites». Y la izquierda nos insiste en que no se trata de un brindis al sol, sino de un verdadero avance de la clase «popular», de una entre varias «reformas».

¿Está comenzando Colau una verdadera reforma de la vivienda?

Imaginemos que el movimiento de Colau no es un brindis al Sol. Imaginemos que se convierte en algo con peso de ley: el 30% de la nueva vivienda tendrá que ser «asequible». ¿Producirá éso una transformación real de las condiciones de vida de los trabajadores? ¿Podremos tener casas que podamos pagar sin dejar la vida en ello? Dicho de otra manera: ¿será una auténtica reforma?

El nuevo modelo especulativo del mercado de la vivienda nacido de la crisis significa la entrada masiva de capitales financieros a colocarse en un ramal relativamente predecible del sector servicios, el alquiler. La afluencia de capitales está tomando unas dimensiones tales que anima la construcción de nueva vivienda pensada ya directamente para ser alquilada. La razón: la rentabilidad de la inversión en alquiler hoy es del 6%.

¿Cómo funciona el mercado? Como ya sabemos, lo que determina los precios y las ganancias concretas de los distintos sectores y unidades productivas es el mercado de capitales. Estos se moverán entre sectores hasta igualar la ‎tasa de ganancia‎. Con unas tasas de ganancia crónicamente bajas como las del capitalismo actual, el mercado de vivienda todavía tiene mucho recorrido. Del 6% al 3% aproximadamente significa que todavía puede absorber masas brutales de capital. ¿Qué pasa si se añade una restricción legal como la que se propone imponer Colau?

En primer lugar afectará solo a la vivienda nueva. En un 30% de ellas los márgenes estarían regulados y serían menores. La reacción inmediata de los promotores será reducir calidades en las «asequibles» y subir el precio del 70% de viviendas restantes dentro de cada promoción. Pero aunque consiguiera mantener los márgenes, el ‎valor‎ habría cambiado y las consecuencias se verían a nivel de sector como una reducción de la ‎tasa de ganancia‎. En poco tiempo además, pues al concentrarse y financiarizarse la vivienda son los bancos y fondos de capital los que reaccionan, no un «mercado» tal y como lo imaginan los «modelos» de las facultades de economía.

Como sector o incluso ya en el nivel de alguno de los grandes consorcios monopolistas de bancos y constructoras, la primera reacción sería presionar a los ayuntamientos para que les permitan aumentar la altura de las torres. Es la estrategia básica y bien conocida del capital para aumentar la tasa de ganancia en la construcción, gracias a ella vivimos concentrados en hormigueros aunque incluso en países de alta densidad poblacional como España toquemos a casi un campo de fútbol por persona aun dejando de lado ríos, pantanos y montañas y sin necesidad de construir ni una sola planta en altura.

Pero no acabarían aquí los efectos. Ante los movimientos en la tasa de ganancia algunos capitales se moverían al mercado de inversión más cercano, es decir querría poner en producción -alquiler- bajo el mismo modelo de fondos a la vivienda rehabilitada... ¡pero espera! ¡¡Ya lo están haciendo y empujando al estado a cubrirles costes y riesgos en la operación!!. ¡Qué curioso!

Desde el punto de vista del precio, por supuesto aumentarían los del 70% no regulado, los de las viviendas de segunda mano -que van a la zaga de las rehabilitadas- y aun más rápidamente el alquiler de las de las casas que la ‎pequeña burguesía‎ atesoró durante la crisis. Es decir, aun si el 30% no tuviera trampa y no se viera muy mermado por la repartija entre los sectores inferiores de la burguesía de estado, la gran mayoría de los trabajadores tendría que pagar más por una casa, los barrios serían aun más agobiantes con torres un poquito más altas y el capital como tal no limitaría en absoluto la ‎acumulación‎. Al revés aceleraría sus planes para expandir el parque de viviendas que comienza a monopolizar.

¿Hay una solución para el problema de la vivienda?

La moraleja no puede ser «no hay nada que hacer, ellos siempre ganan». Debería ser «las reformas no sirven», no hay manera de incentivar o corregir al capital para que sirva a los trabajadores a los que explota y a los que necesita explotar ‎ cada vez‎ más para mantenerse con vida. No cabe reforma. Solo cabe imponer nuestras necesidades, las necesidades humanas. En la vivienda y en ‎ todo lo demás‎. Por eso no hay opción si pretendemos que un partido del ‎capitalismo de estado‎ resuelva los problemas por nosotros. No hay salida en el voto. Hay que organizarse.


Apéndice: Qué eran las reformas y el reformismo

En la tradición socialista, las «reformas» eran ataques legales a la base de la ‎acumulación‎ de capital, la ponían en cuestión forzando a un ‎ capitalismo todavía joven y vigoroso‎ a adaptarse, impulsar cambios tecnológicos y expandirse por el mundo expandiendo consigo al ‎proletariado‎ como primera clase universal. Los resultados eran tan tangibles, tan inmediatos en primer lugar para la representación del ‎proletariado‎ como sujeto político, como clase organizada que imponía sus condiciones aboliendo miserias y discriminaciones; y en segundo lugar para su bienestar material, que una parte del movimiento -especialmente los ‎ sindicatos‎- empezó a decir que lo importante era ese movimiento y no la expectativa de que llegaría un ‎ momento en el que el capitalismo podría y debería ser superado de a una‎. Los que decían «el movimiento lo es todo, el objetivo no es nada», no dejaban de creer en la necesidad de que los trabajadores destruyeran el capitalismo, no dejaban de ver el ‎socialismo‎ delante de sí. Simplemente pretendían que el movimiento podría conseguirlo sin necesidad de una revolución, dirigiendo con certeza y determinación todas las luchas de masas hacia reformas legales que ahogarían a un capital que iría esquivando sus contradicciones y sometiéndose. Esa tendencia, esa ilusión evidentemente utópica, que la historia demostró pronto como falsa, es lo que se llamó «‎reformismo‎». No era consecuencia de una «tendencia innata» de la clase explotada, era el resultado de su impresionante éxito al convertirse en una fuerza política organizada que demostraba ser capaz de transformar la realidad social... bajo un capitalismo que todavía no había culminado su expansión.

El ‎reformismo‎ es una ilusión producto de un ‎ momento de la historia‎ en que las reformas son posibles, funcionan y transforman de manera efectiva la vida de millones de personas, organizando y dando un protagonismo político a los trabajadores en un capitalismo que no deja de crecer, aumentar las ‎fuerzas productivas‎ y ampliar el proletariado por el mundo, y que en todo este proceso no produce grandes desastres bélicos ni crisis económicas de largo aliento1. Dicho de otro modo, el «reformismo» es una ilusión que se produce y sustenta en la situación opuesta a la que vivimos hoy, situación que, por cierto, no volverá. Hoy el reformismo como tendencia política organizada de los trabajadores ni existe ni puede existir2. No nos venden que el capitalismo pueda convertirse en otra cosa, sino que es posible un mundo utópico donde el capitalismo «funcione».

Notas

1. Tanto es así que la extensión de la ilusión reformista servirá de base a la idea de que el marxismo ha de ser revisado para «reconocer» que el capitalismo estaba superando de manera efectiva sus contradicciones en parte gracias a la presión obrera, la doctrina conocida como «‎revisionismo‎». Por supuesto los marxistas de la época criticaron estas teorías entre otras cosas porque los revisionistas querían ignorar que el tal crecimiento daba síntomas de no ser indefinido -arrancaba el ‎imperialismo‎. En cualquier caso, más allá del debate teórico, las ilusiones reformistas y la teoría revisionista fueron desmentidas en los hechos nada más y nada menos que por dos guerras mundiales y no pocas crisis económicas hecatómbicas... la última la actual.

2. Otra cosa es el ‎oportunismo‎. Pero aquí también hay que aclarar. No hay partidos burgueses o pequeñoburgueses «oportunistas» en el sentido marxista. El oportunismo es una enfermedad del ‎partido‎ de clase cuyos síntomas se dan en la táctica, no en la discusión del programa ni la estrategia. ‎Oportunismo‎ es la idea de que con tal de ir más rápido, sin poner en cuestión la estrategia ni los principios, cabe hacer cosas «que arrastran gente», con tal de ganar fuerzas para la organización o el movimiento. Lo malo es que la táctica pone en cuestión necesariamente la estrategia y finalmente el programa. Perderse en seguir las modas políticas impuestas generalmente por las derivas de la pequeña burguesía, por «críticamente» que se haga, acaba comprometiendo el programa y destrozando la organización en un «ir a ninguna parte». Pero en cualquier caso destaquemos que no es solo que no podamos hablar de la izquierda burguesa como oportunista, es que tampoco cabe el término para describir a los partidos socialistas, el ‎stalinismo‎ o el ‎trotskismo‎. Simplemente son fuerzas de otra clase, no son «oportunistas», hacen lo que deben hacer para cumplir su función conservando las relaciones económicas capitalistas que defienden abiertamente en sus programas.