¿Ha iniciado Biden una guerra comercial contra la UE?

Después de impulsar una guerra y una política de sanciones contra su principal proveedor energético que ha dejado fuera de la competencia global a la industria europea, EEUU inicia una guerra comercial abierta contra la UE y azuza el conflicto imperialista entre Francia y Alemania.
¿Qué es la «IRA»?
Fábrica de Volkswagen en Querétaro, México
La IRA -Inflation Reduction Act 2022- es la ley, promovida por Biden, que materializa el nuevo consenso proteccionista impulsado en su día por Trump.
La ley reparte fondos y ventajas entre empresas nacionales con la excusa de reducir la inflación, reduciendo la competitividad de los productos de empresas extranjeras e incluso norteamericanas manufacturados en Asia, Europa o América de Sur.
Por ejemplo, los coches eléctricos ensamblados en las fábricas estadounidenses, canadienses y mexicanas, por ejemplo, disfrutarán de una exención de impuestos de hasta 7.500 dólares.
En principio, vistas las inversiones de la industria automotriz alemana y su industria auxiar -en parte española- en Querétaro, no debería tener un gran impacto negativo. Pero al incluir esas cadenas partes pre-ensambladas en la UE, el resultado final queda explícitamente fuera de las ventajas fiscales.
¿Es la «IRA» el punto de arranque de una guerra comercial entre EEUU y la UE?
Todo apunta a eso. EEUU es muy consciente de que la IRA viola las reglas de la OMC. Según The Economist «se está gestando una ruptura comercial transatlántica» porque los estadounidenses están decididos a seguir adelante y «entienden la frustración de Europa, pero no se disculpan».
Las consecuencias son graves para los europeos. El nuevo CEO de VolksWagen ha sido contundente: el capital europeo en general y el alemán en particular están perdiendo la carrera del coche eléctrico y, sintiéndolo mucho, tendrán que mover capitales que originalmente pensaban invertir en el continente hacia los mercados protegidos de Norteamérica y Asia.
En las últimas semanas, varios gigantes industriales europeos han revelado planes para invertir en Estados Unidos, en lugar de en casa. ¿Quién puede culparlos?
La energía se ha vuelto mucho más costosa en Europa , especialmente desde que los tanques rusos entraron en Ucrania en febrero. Una de las razones es que Europa ha acordado con Estados Unidos imponer duras sanciones al régimen de Vladimir Putin, lo que ha llevado a Rusia a cortar casi todas las entregas de gas.
Europa sufre mucho más por esto que la tierra de los libres y el hogar de los frackers. A los políticos europeos les irrita que las fábricas europeas estén amenazadas no solo por el revanchismo ruso sino también por los subsidios del Tío Sam. Estados Unidos y Europa son aliados cercanos geopolíticamente. Económicamente se ven cada vez más como enemigos.
¿Qué respuesta dieron las potencias UE?
Bruselas respondió inmediatamente. El Comisario de Mercado Interior, el francés, Thierry Breton, amenazó con «acudir a la OMC» y proponer «medidas de represalia». El ministro francés de finanzas, Bruno Le Maire, propuso responder con «medidas preferenciales europeas o que acelerara el uso de instrumentos de reciprocidad» contra los productos norteamericanos. Remató afirmando que Francia quiere que «Europa, y no solo Estados Unidos, salga fortalecida» de la crisis en el continente, es decir... de la guerra contra Rusia, telón de fondo innegable de todo ésto.
Pero Alemania, como hemos visto principal víctima de IRA, se desmarcó pronto de la indignación francesa.
Tras sumarse a las tesis francesas, el Gobierno de Olaf Scholz ha girado y ha dejado al de Emmanuel Macron solo. La razón de ese cambio es, precisamente, la guerra de Ucrania. Según Berlín, con Europa sumida en su peor conflicto bélico desde la Segunda Guerra Mundial, y más dependiente de la ayuda militar estadounidense que nunca en las últimas tres décadas, buscar un agravamiento de las tensiones comerciales trasatlánticas es un acto de irresponsabilidad.
¿A qué juega Alemania?
Scholz expone en Praga este agosto sus planes de expansión y reforma de la UE
La pregunta es obvia: ¿qué espera ganar Alemania de EEUU que está dispuesta a sacrificar un buen bocado de su industria automotriz y sus capitales disponibles?
Ya en octubre, que se postergara la cumbre bilateral con Francia mandaba señales de que Alemania estaba lanzándose a una apuesta que consideraba decisiva con la sutileza de un elefante corriendo al galope por un bazar. El desespero es comprensible: Alemania es la gran perdedora de la guerra de Ucrania.
1. Una estructura de mercados internos UE supeditada al capital alemán
Su resistencia a intervenir el mercado de gas después de haberse cubierto con un plan de 200.000 millones y reorganizado la estructura energética de todo el continente de la noche a la mañana para asegurar la solidaridad del resto de países europeos en caso de agotar reservas, hablaban a las claras de por dónde iban los tiros: reordenar la UE de cabeza a pies a medida de las necesidades directas del capital alemán.
2. Una estrategia militar europea supeditada a EEUU
La germanización de la economía continental sin embargo iría acompañada de una supeditación mayor del alineamiento militar a EEUU como se vio con la propuesta alemana de financiar un escudo antimisiles europeo dentro de la OTAN... que acabaría definitivamente con el proyecto de ejército europeo promovido por Francia.
De hecho, no sólo abortaría definitivamente la famosa autonomía europea: Alemania se plantea comprar la tecnología a Israel y ya está realizando compras de aviones de combate y misiles Patriot a EEUU. Es decir, Alemania está socavando el proyecto de una Europa de la Defensa, es decir el objetivo de crear, mano a mano con Francia y con Italia y España como secundarios, un circuito de acumulación sobre una industria armamentística compartida.
3. Una ampliación de la UE que acabe con el contrapeso francés y la capacidad de veto y por tanto de negociación de los estados «rebeldes»
El cuadro se completa con una ampliación supeditada a la reforma de los tratados UE que acabaría con el derecho a veto en el Consejo en cuestiones clave. El fin del requisito de unanimidad significaría la hegemonía casi automática alemana sobre la política exterior, la energía o la posibilidad de disciplinar a los estados miembro.
Obviamente no es un un plan del gusto de nadie, salvo la propia Alemania. Pero los países del Este, salvo Hungría y tal vez Polonia, podrían aceptar perder buena parte de su poder de negociación a cambio de una ampliación que consideran vital para asegurar una belicosidad permanente contra Rusia. O eso espera Scholz.
¿Por qué choca con Francia?
Para la clase dirigente francesa el desarrollo de esta estrategia significaría el definitivo «secuestro de Europa» por Alemania. Una versión acabada de lo que supuso la ampliación al este de 1996. Alemania quedaría como potencia delegada de EEUU para Europa.
En Francia queda claro que significaría la «demolición final del gaullismo», es decir, la idea de una política exterior y militar (es decir, una orientación imperialista) autónoma para Francia (y por ende a cualquier otro capital nacional). Y de hecho, incluso en Gran Bretaña está clara la idea de que una ampliación hacia el Este significaría hoy una mayor supeditación de la UE a EEUU y no sólo un mayor poder regional alemán.
Tratando de suavizar la resistencia del Eliseo, Alemania ha aceptado poner en marcha proyectos conjuntos de armamento y una cierta apuesta europea por la carrera militar-espacial. Pero consciente de que a estas alturas el único árbitro posible es ya Biden, Macron y la prensa francesa están jugando a explotar el único argumento que les queda: las reticencias alemanas a aislar a China.
¿Qué pinta el viaje de Macron a Washington en todo ésto?
Este era el verdadero objetivo de la visita de Macron a EEUU: dejar claro, especialmente ante el resto de la UE, que EEUU no apoyará los planes alemanes mientras cuenten con la oposición frontal de Francia. Su discurso afirmando que «aliados no significa alineados» y que su objetivo era «resincronizar agendas», preparaba el camino para ello. Especialmente porque Macron sabía perfectamente que no podía esperar ninguna reforma sustancial del IRA favorable a Europa de su visita a Biden.
EEUU sabe que no puede confiar Europa a Alemania y esperar un alineamiento cerrado contra China como el que espera obtener, así que, evidentemente va a jugar la política de la cizaña. Por eso el Departamento de Estado insistió que la recepción de Macron en Washington es «un honor que se le hace a Francia más que a cualquier otro país europeo».
Porque si Biden ha dado a Macron el honor de una visita de Estado es porque Estados Unidos considera a Francia el líder de Europa. Es un movimiento tectónico geopolítico, que no se debe solo a la personalidad del presidente francés, sino, también, a la percepción que en Washington se tiene del Viejo Continente. Gran Bretaña se ha marginado ella sola al salir de la Unión Europea y, hasta que se produzca la Segunda Venida de la Reina Victoria esperada por los partidarios del Brexit, que permita la restitución del Imperio Británico, Londres deberá asumir que su capacidad de influencia en EEUU, aunque grande, no es la que era.
Y luego está Alemania, un país con un papel económico mucho más grande que el político, pero que ha visto su estatura disminuir con las constantes vacilaciones y pasos adelante y atrás del canciller Olaf Scholz en la guerra de Ucrania.
Macron respondió, como era esperable al regalo de Biden con unas declaraciones sobre el desafío de China al orden internacional que han escandalizado en Pekín, incomodado en Berlín y deleitado en Washington. En el triángulo entre Francia, Alemania y EEUU cada uno intenta sembrar la cizaña entre los otros dos.
¿Qué Europa quiere EEUU?
EEUU está haciendo recapitalizando su economía a cuenta de la guerra ucraniana y sus consecuencias. Berlín y París, que sufren lo contrario, lo saben. Y de hecho, la prensa francesa destacaba a raíz de la visita de Macron y a pesar de que nadie hubiera insinuado siquiera lo contrario que:
El gobierno Biden rechaza las falsas afirmaciones de que Estados Unidos es el especulador de la guerra en Ucrania, particularmente en el campo energético.
Podríamos conformarnos con un Excusatio non petita, acusatio manifesta. Pero la estrategia de Biden tiene todo el aspecto de ser mucho más ambiciosa. Desde el principio, EEUU parece estar conduciendo esta guerra más contra Europa -a la que está haciendo cada vez más dependiente y mientras la elimina como competidor- que contra una Rusia a la que ha echado en brazos de China sin mayores preocupaciones.
Es difícil no ver la continuidad entre el impulso estadounidense a una guerra con Rusia -negándose a negociar que Ucrania permaneciera al margen de la OTAN sin nuclearizarse-, su insistencia en arrastrar a sus socios europeos a una política de sanciones suicida para la industria europea y la IRA.
- EEUU quiere una Europa dependiente militar y económicamente que no pueda actuar como un competidor en su propio mercado ni juegue a desplazar a sus capitales en Iberoamérica, Asia y, en menor medida, África. Y no va a parar. La guerra comercial está en marcha y es imparable.
- La pregunta es ¿cuánto podrá sobrevivir a los zarandeos de EEUU una UE que vive en un conflicto interno perpetuo, que está en guerra con sus principales proveedores y que se enfrenta a una desindustrialización masiva?
- Para los trabajadores la cuestión no es tomar partido. Ni los trabajadores estadounidenses van a «ver volver los buenos empleos» como promete Biden, ni los europeos tienen nada que ganar con una UE que coordina el ataque sistemático a sus condiciones de vida más básicas
- La verdadera cuestión es cómo defender las necesidades de los trabajadores, que son las mismas en EEUU, la UE, Ucrania, Rusia y todo el mundo, de un sistema que está cada vez más abiertamente orientado a la guerra. Y para eso, lo primero es organizarnos para defendernos de los ataques a nuestras condiciones de vida más básicas que cada día, país tras país, caen sobre nosotros.