Greta y el «juvenalismo»
La esperada «Marcha por el clima», primero de los eventos de COP25 con Greta Thunberg, solo congregó 15.000 personas. No solo son pocas comparadas con los cientos de miles en las manifestaciones de «las mareas» o los jubilados que recorrieron Madrid. Eran pocas incluso en comparación con los 25.000 participantes oficiales de COP25 a los que se suponía interesados en su éxito.
La reacción ha sido interesante. Greta convocó a los medios para «dar la palabra» a sus «country managers» y representarse así como la cabeza de un movimiento juvenil mundial que, según ella al contrario que «los políticos», no está comprometido por el poder y sabe percibir «la emergencia» de la situación actual.
La respuesta obvia al llanto de hoy de Greta es que desde luego los políticos -y los banqueros que intervinieron tras ella y firmaron un acuerdo de «descarbonización» de inversiones- tienen todo el interés en conseguir hacernos tragar como producto de la «emergencia climática» la mayor redistribución de rentas a favor del capital que se haya visto desde la segunda guerra imperialista mundial. Tanto que, en algunos países como Dinamarca, ni siquiera han podido esperar a que se de en el marco de un acuerdo global.
Pero seguramente lo más interesante del argumentario de Greta, reafirmado y refrescado tras su numerito en la cumbre de Nueva York y el fracaso de la manifestación del otro día es su «juvenalismo». El juvenalismo es la ideología según la cual, ante una situación de crisis y «emergencia» histórica, los jóvenes son los más adecuados para aportar dirección porque sus ideas son «nuevas» y no están marcadas ni constreñidas por el peso de intereses inmediatos. Los jóvenes hablarían así «en nombre del futuro».
Paradójicamente esta idea no tiene nada de nuevo. El juvenalismo es una vieja ideología romántica que dejó una profunda huella en el siglo XX... otra cosa es que pueda considerarse positiva.
Aunque aparecieran ya discursos juvenalistas en algunas sectas cristianas de la descomposición de la feudalidad, el juvenalismo moderno es un movimiento muy tardío que acompaña la entrada del capitalismo en fase de decadencia.
En 1896 aparece el primer núcleo de los Wandervogel. En principio son una expresión del descontento de la pequeña burguesía alemana en plena expansión del imperialismo. Recuperan el romanticismo alemán con una ideología de «vuelta a la naturaleza» y un ambiguo discurso de «emancipación» que lo mismo servía para dar trazas anticapitalistas que para criticar los modelos familiares y educativos de la época.
El rechazo de la vida urbana y su «artificialidad» se oponían a la «sencillez» de la vida excursionista y el descubrimiento del paisaje se hacía equivaler al de la Naturaleza. Los Wandervogel inauguran pronto el uniforme montañero -pantalones cortos, pañuelo, botas de clavos, impermeable, sombrero o gorra- y el amor al «fuego de campamento», creando un cancionero para guitarra y laud que se considera el comienzo del folk alemán.
Con el desarrollo del movimiento irán apareciendo las ideas juvenalistas: los jóvenes, «limpios» del viejo mundo, son los que están llamados a traer «las nuevas ideas» que han de emancipar a la sociedad superando las tensiones, la violencia y las crisis de un mundo que es ya viejo.
¿Suena bien? La combinación de esencialismo romántico, anticapitalismo estético y exaltación del paisaje condujeron de forma «espontánea» a la exaltación del liderazgo y el nacionalismo. Los Wandervogel se jerarquizaron pronto y se conviertieron en una suerte de grupos paramilitares desarmados y populistas.
No solo excluyen a las mujeres, tampoco aceptan a muchachos judíos o extranjeros. Poco a poco el naturalismo se convierte en paganizante generando una mitología germanista propia.
Sí, es lo que parece: el pastiche ideológico nazi ya estaba, en boceto, antes de la primera guerra imperialista mundial dando forma al imaginario de miles de muchachos de la pequeña burguesía.
Tanto que en 1912 uno de los grupos más influyentes del movimiento, «Vortrupp» (Vanguardia), tomara la eugenesia por bandera y comenzara un discurso de «higiene racial» prohibiendo el tabaco -otra obsesión posterior de Hitler-, la cerveza, etc. Cuando en 1933 los nazis lleguen al poder y disuelvan las organizaciones juveniles independientes, la mayoría de grupos se integrarán en las Juventudes Hitlerianas por propia voluntad.
Los que no, se convertirán en «piratas del Edelweiss», bandas errantes de jóvenes dedicados a la pelea callejera con sus ex-compañeros hitlerianos que desfogaron su rabia sin encontrar nunca un norte político ni servir de otra cosa que de disolventes de las luchas en las fábricas.
Pero no fueron esas las únicas derivadas. En 1920, jóvenes cristianos con la misma lógica formaron la primera comunidad Bruderhof, un movimiento que vive en comunidad de bienes y que perdura aun hoy. Perseguidos por el estado durante el gobierno nazi acabarán exiliándose en Gran Bretaña, Paraguay, EEUU... e intentado unirse a los hutteritas, viejos comunalistas anabaptistas de la época de las revoluciones campesinas alemanas (siglo XVI). Una curiosa conclusión -que además salió mal- a su juvenalismo cristiano original.
Y algo parecido ocurrió con los movimientos juveniles judíos creados a semejanza de los Wandervogel. Pasaron de la «búsqueda de sentido» al descubrimiento y rechazo del kibutz primero y de ahí a su «reinvención» ultranacionalista después.
De hecho el discurso de los Hashomer Hatzair, el grupo más influyente y numeroso de los movimientos juveniles que organizaron migraciones a Palestina en los años 20 y 30, lindaba con el antisemitismo: según ellos solo la nueva juventud, emancipada de sus familias y de la cultura secular de sometimiento y opresión que era la cultura judía, podía crear un nuevo tipo moral e incluso físico y dirigir a las masas trabajadoras de la Palestina colonial.
A mediados de los cuarenta ya estaban integrados plenamente en el stalinismo que, durante las dos décadas anteriores, había masacrado al corazón del partido bolchevique. Fueron ellos los que, vía Checoslovaquia, armaron en 1948 al primer ejército israelí con los fusiles enviados por Stalin.
Podríamos seguir, pero por hacerlo breve: el juvenalismo, la ideología según la cual las ideas de los jóvenes son de alguna manera «más honestas» y mejores por no estar «manchados» por la sociedad de la que nacen como lo están los adultos, nunca ha conducido a nada que no sea la glorificación del totalitarismo y la regresión idealista y antihistórica.
¿Podía ser de otro modo? No. La juventud es un atributo, no una categoría social al margen de las clases sociales y sus intereses. No es un sujeto político, sino un discurso de enganche.
Cuando Greta habla en nombre del futuro habla en realidad de unos determinados intereses de futuro que ella hace suyos y pretende que hagamos nuestros. Pero ¿de quiénes son realmente esos intereses? La mayor o menor juventud de los portavoces no va a hacer más o menos universal su objetivo.