Gambito de rey
Juan Carlos I abandona España. La respuesta de los partidos, especialmente de los partidos de estado, queda muy lejos de la que fue cantinela oficial de la Transición. Hoy todos los medios insisten en que en poco más de seis años, la monarquía prescindió de su fundador legal y el nuevo rey refundó de facto la casa real al apartar a las infantas y los reyes eméritos, esforzándose en dar a la institución una apariencia y unas cuentas públicas lo más funcionariales posible. ¿Estamos ante una crisis institucional? ¿Qué fuerzas la precipitan? ¿A qué reacciona la burguesía y el estado español y con qué horizonte?
Ahora nos lo pintan como la escena final de una estrategia del rey Felipe para salvar a una institución tocada por el discurso anti-corrupción de una generación en ascenso y en cólera por la crisis. Es decir, la abdicación de Juan Carlos I habría sido en última instancia el producto de la revuelta de la pequeña burguesía abierta con el 15M y consagrada electoralmente por Podemos. Aunque se negaba hace seis años y ahora parece ser parte del discurso oficial, como explicación se queda muy corta. Deja fuera al menos tres factores determinantes.
1 La corte empresarial de Juan Carlos I. Cuando se habla de las comisiones del AVE a la Meca la prueba acusatoria es una transferencia del rey de Arabia Saudí a una cuenta panameña del rey Juan Carlos. Los fiscales suizos dicen sospechar que se trata de comisiones.
Pero ¿comisiones pagadas por quién? ¿Cuándo el comprador pagó comisiones al mediador directamente si no es para encubrir a los verdaderos pagadores, es decir a los beneficiarios de una adjudicación?
Lo que el desarrollo de la investigación ha mostrado no es que el rey tuviera cuentas en paraísos fiscales como repiten los medios españoles, sino el funcionamiento del entramado de grandes empresas e instituciones políticas que acompañaban al rey en aquellos viajes oficiales de los que mágicamente volvían siempre con miles de millones en contratos. Era común escuchar a los responsables de las grandes empresas españolas hablar del rey como el mejor comercial del mundo. Y todos los comerciales de altos vuelos llevan alrededor un irremediable cortejo de Corinnas y comisionistas menores. Todos cobran comisión.
Lo llamativo de aquellas cortes itinerantes de los viajes oficiales españoles que precedieron a prácticamente todas las grandes adjudicaciones y privatizaciones sudamericanas desde finales de los ochenta, era su funcionamiento rutinario, maquinal, casi burocrático. La corte empresarial de Juan Carlos I era una UTE del gran capital y el estado para conseguir contratos y licitaciones. Son todas esas grandes empresas, de dentro y fuera del IBEX, las joyitas del capital español, las que ahora borbonean a Juan Carlos cuando temen verse al descubierto.
2 Que el caso que ha dado la puntilla al rey emérito sea el AVE a la Meca no es ninguna casualidad. Desde el principio, los distintos grupos competidores, en particular alemanes y británicos intentaron poner en cuestión la oferta de los dos grupos españoles. Se llegó a hablar por entonces de subvenciones ocultas e incluso de demandas ante la UE.
Son estos grupos de capital competidor los que no han perdonado la adjudicación final en un momento crítico. Poco después, la batalla entre Sacyr y Panamá por las obras de ampliación del canal daría una primera señal de que en el nuevo escenario de crisis y guerra feroz por mercados, no cabía esperar de la competencia internacional ningún espíritu deportivo.
3 El tercer elemento es Suiza. ¿Por qué tanto interés investigador de un aparato judicial que, a fin de cuentas, vive para proteger el secreto bancario?
La respuesta tiene nombre propio: [Hervé Falciani](https://es.wikipedia.org/wiki/Herv%C3%A9_Falciani Falciani). Falciani, informático en HSBC, punta de lanza del capital anglosajón en Asia y principal banco británico, filtró una importante masa de datos sobre cuentas secretas. La justicia suiza, lejos de utilizar la información, le persiguió por revelación del secreto bancario. Y Falciani, con ayuda de EEUU, acabó recalando en España bajo la protección de la Audiencia Nacional, a quién en ese momento interesaba especialmente por los casos Pujol y Gurtel.
Y no fue solo un tribunal. El Supremo cambió su doctrina de un modo cuando menos polémico para poder usar la información provista por Falciani. Claramente era una cuestión de estado. El Judicial enarbolaba entonces sus primeras armas contra el giro independentista de la pequeña burguesía catalana atacando donde más dolía, la red de financiación familiar y política de la familia del presidente catalán y su partido. Pura lógica de estado.
Nadie pareció contar con la respuesta del poder judicial suizo ni con en resentimiento de los grupos de capital británicos alrededor de HSBC que ya venían calientes con las adjudicaciones internacionales.
La nueva monarquía de Felipe VI
El capital español está entrando en una fase recesiva, el aparato político del régimen del 78 está hecho unos zorros y en un marco global en el que el acceso a mercados internacionales le es cada vez tan difícil como necesario.
Viene, como hemos visto, de haber levantado las iras -y esto solo es una parte- de no pocos competidores en sus andanzas por el mundo. Tiene claro que Juan Carlos I es, a estas alturas, una pieza prescindible en la interna, un peón, y una pieza que ansían cobrarse sus rivales. Concederla, hacer un gambito de rey, es un precio aceptable. Aunque, como en la jugada de ajedrez, no deje de ser peligroso.
La apuesta: dar por cerrada la época de la corte empresarial y reforzar el papel político, cohesionador del estado, que vimos en la crisis catalana. Y venderlo todo como renovación, como refundación. Incluso comenzarán a contarnos, antes de que nos demos cuenta, las maravillas de una nueva monarquía en la figura de Felipe VI.
¿Qué aprendimos sobre la Monarquía en la crisis catalana?
1. El rey y la casa real no son instituciones vacías, meramente decorativas, no son cuerpos superpuestos al estado. Están plenamente integrados en el capitalismo de estado español. Cumplen una función cohesiva de «último recurso» cuando los aparatos políticos se tornan incompetentes y quedan sin iniciativa para movilizar al estado como un todo.
2. Esta función cohesiva fue la que jugó el mensaje de Navidad real. Si la crisis del aparato político de la burguesía española sigue desarrollándose, si, como parece, se extiende incluso a las facciones dentro de la maquinaria estatal, el papel del rey solo puede ser cada vez más activo y relevante. Es decir, más útil al capitalismo de estado español en su conjunto.
¿Y de la República?
1. El mito de la IIª República da un modelo de la «revolución» soñada por el ala izquierda de la pequeña burguesía española, cambiar la jefatura del estado para escenificar una «democratización», esto es, la entrada en masa de una nueva generación de la pequeña burguesía en el estado y el aparato ideológico de éste. Su nueva situación social -una versión escalada del cambio en la vida de los dirigentes podemitas de hoy- acompañado del cambio simbólico -la franja morada en la bandera- les permitiría hacer gala de nacionalismo y demostrar al capital nacional que no tiene mejor defensor posible. Y es que la IIª República no fue ese paraíso imposible de la conciliación de clases que nos pintan con fotos románticas y mentiras abominables. Desde su primer día nació como una forma de reforzar al entonces joven capitalismo de estado español para ganar cohesión frente al ascenso de las luchas de los trabajadores. A Azaña, «no le tembló el pulso» ante un Casas Viejas, y los gobiernos republicanos de izquierda tanto como de derecha llevaron la represión al último pueblo para asentar a balazos una «concordia social» imposible. El papel del gobierno republicano y el PCE stalinista durante la guerra, no ofrece dudas tampoco. República significa defensa del capital nacional, ante todo, frente a los trabajadores. Y solo eso podría significar una IIIª República.
2. La burguesía española guarda siempre la carta republicana. Como recalcan siempre los monárquicos, el «sacrificio» político de la institución en una crisis grave, es la función final de la monarquía. La burguesía española siempre mantuvo y mantendrá una puerta abierta a proclamar la República ante una crisis existencial, especialmente si eso le garantiza la fidelidad de la pequeña burguesía. La cuestión es que a día de hoy, como ha demostrado la cuestión catalana, la pequeña burguesía llega a molesto palo en la rueda del poder, pero no puede llegar más allá. (...) Solo la aparición de luchas masivas de trabajadores podría llevar a la burguesía a un movimiento tan arriesgado, y si fuera así, no sería desde luego para «ceder» en nada a los trabajadores sino para hacernos descarrilar y enfrentarnos con más fuerzas y más contundencia, como en 1931.
«¿Abolición de la monarquía?», 27/10/2018