Fractalización
Como hemos visto en América del Sur, los conflictos inter-imperialistas se proyectan en líneas de fractura de las burguesías nacionales, hasta el punto de convertirse en la clave de interpretación hasta de las más modestas elecciones locales.
Lo hemos visto en Uruguay, donde el Partido Nacional, viejo cachivache de las clases terratenientes y la burguesía agraria católica, ganó finalmente por unos pocos votos al candidato del Frente Amplio y ex-alcalde de Montevideo. La interpretación clásica hubiera hablado de las diferencias entre «el interior» y la capital, de la emergencia de una ultraderecha urbana más allá del tradicional partido colorado o del peso creciente de las iglesias evangélicas. Sin embargo, como si estos temas no dieran ya bastantes pistas por sí mismos sobre la tensión de fondo entre Argentina y Brasil, lo que ocupa titulares es la afirmación de Bolsonaro de que «Brasil y Uruguay serán cada vez más socios» y que el primer saludo de Lacalle Pou fuera para el triste Guaidó.
No podía ser de otra manera. Es la carencia crónica de mercados y destinos de inversión suficientes -eso que llamamos imperialismo- lo que marca la situación global y la impulsa hacia un conflicto generalizado entre capitales. Y ese conflicto se reproduce, de manera menos sutil cuanto más estratégica sea la región y más débil su capital nacional, en el interior de cada burguesía. Pero América del Sur está lejos de ser la principal línea de fractura a día de hoy.
Las fallas de una nueva tectónica de bloques
Esta misma semana ha quedado claro que la estrategia de EEUU pasa por no dar un día de tregua a la unidad del estado chino, alimentando sus elementos centrifugos desde Xinjiang a Hong Kong al mismo tiempo que alimenta sin esconderse los roces con Filipinas, Vietnam y Tailandia, convertidas en la nueva frontera caliente entre las dos potencias. El punto de solapamiento de esta estrategia es el estrecho de Taiwan a día de hoy más explosivo que Corea del Norte y sus progresos misilísticos.
En Europa el Brexit sigue siendo el vector los principales movimientos. En cuanto hace a la burguesía británica, la campaña electoral giró hacia la discusión directa de las consecuencias de un realineamiento del capital nacional hacia EEUU con la acusación a los brexiters de estar vendiendo en secreto el NHS al capital estadounidense. La ruptura por Corbyn de un tabú que a estas alturas hacía más al volumen que al contenido, ha abierto una fase de «todo vale» que revela hasta qué punto la burguesía británica está lejos de haber empezado siquiera a curar sus heridas internas.
Pero el Brexit no es solo una divisoria interna británica; ni siquiera se limita a una divisoria entre el continente y Gran Bretaña. Como recordaba hoy mismo el nuevo presidente del Consejo Europeo, de su desarrollo no cabe esperar otra cosa que un mayor enfrentamiento entre los estados y burguesías de la UE. Y es que aunque Alemania y Francia hayan presentado un acuerdo de mínimos para la reforma de la Unión, las divergencias no hacen sino crecer, llevadas por perspectivas estratégicas opuestas. Frente a la tendencia a una polarización del escenario imperialista entre China y EEUU, Francia apuesta cada vez más abiertamente por una «apertura a Rusia» en lo regional y un frente común con China en la guerra comercial.
Para Francia la inclusión en el eje Moscú-Pekín de Sudáfrica -escenificado en unas primeras maniobras conjuntas esta semana- añaden urgencia a esta estrategia, vistos el desastre saheliano y la costosa retirada de la metropolis de la «Françafrique». A Alemania, que llega tarde a la carrera por colocar capitales en Africa y cuyos intereses chocan con los de China en el continente con cada vez más violencia, el juego imperialista africano le impulsa en sentido contrario, a pesar de los esfuerzos franceses por «europeizar» su propio intervencionismo militar.
En ese marco de verdadera «guerra de posiciones» con Francia, la cercanía de la cumbre de la OTAN está dando ocasión a Alemania a un movimiento hacia EEUU que va más allá del tira y afloja de la guerra comercial. Alemania no quiere perder su «protección nuclear» frente a Rusia y no quiere depender de Francia en una estrategia de disuasión atómica frente a Moscú.
Es más, con el traslado a Madrid de la Cumbre del Clima de Santiago está aprovechando el impulso del discurso verde -declaración de «emergencia climática» incluida- para disparar contra la expansión china en Europa, presentada ahora como un peligro ecológico.
En el cuadro europeo, además, no faltan líneas de fractura aun más «calientes». La principal: el Egeo y el Mediterráneo oriental. Esta misma semana, mientras se cerraba el acuerdo entre Grecia e Italia para dar salida al gas de Chipre, Israel, Gaza y Egipto hacia Europa, la tensión con Turquía volvía a subir un peldaño. Y hoy mismo se convertía en un problema de reconocimiento de fronteras entre Libia-Turquía por un lado y Grecia por otro. El Mediterráneo oriental es el estrecho de Taiwan de esta parte del mundo.
https://youtu.be/0Wops-J-Y54?t=12582
Esta multiplicación de roces, amenazas y tomas de posición a la gresca cruza todo el continente, alentando conflictos que, aunque muchas veces permanecen relativamente acallados, evidencian las dificultades crecientes para encontrar equilibrios estables entre estados en un marco general de realineamiento imperialista y crisis capitalista global. Ejemplo: España y Portugal.
Tradicionalmente dependiente del capital británico, la burguesía portuguesa es una de las que más ha sufrido con el Brexit. La larga crisis ha fortalecido el papel del capital español y su intento de equilibrarlo con capital chino ha resultado, cuando menos contraproducente. Sin embargo, la crisis política creada en España por la deriva independentista de la pequeña burguesía catalana llevó, en principio a los estrategas conservadores, tradicionalmente hispanófobos, a plantear abiertamente si no sería posible ayudar al «estallido» de su vecino:
Si bien es cierto que España hará todo lo posible para evitar la internacionalización del conflicto y para evitar su dimensión internacional, la evidencia conocida muestra su incapacidad para abordar el problema. Inevitablemente, caerá en la esfera internacional. Y sería bueno, en ese momento, que Portugal tuviera una doctrina firme sobre el tema. Para nosotros, como estado y nación, no debería ser indiferente tener un solo vecino en Iberia o tener ese mismo vecino en un proceso acelerado de descomposición. Definitivamente no es lo mismo.
Mientras, desde el referendum de independencia fake, se sucedieron los manifiestos de «personalidades» y políticos en apoyo a los independentistas, impulsados generalmente por el Bloco de Esquerda y el PCP stalinista. Las televisiones y periódicos, sin importar su signo partidario, machacaron durante estos años contra «la violencia usada contra las urnas» por el gobierno español y otros temas queridos de los independentistas, creando un consenso social que reflejaba lo que se había venido cocinando en la clase dirigente.
Bastó que la incompetencia de la administración española estancara las aguas del Tajo, un problema fronterizo típico y cada vez más recurrente, para que «la cuestión catalana» saltara de los manifiestos privados a las declaraciones institucionales de la mano del Ayuntamiento de Lisboa. Hoy el PSOE hacía una queja formal a los socialistas portugueses. En España ningún medio nacional le daba especial relevancia, una forma de quitar hierro y tratar de aparentar una normalidad ya inexistente.
Fallas y terremotos
No es que estemos ante la inminencia de una guerra entre Brasil y Argentina, EEUU y China, ni siquiera entre Turquía y Grecia, menos aun entre España y Portugal. Pero el recurso al militarismo, las guerras informativas, los consensos mediáticos... están acompañando y reflejando un agravamiento de los conflictos inter-imperialistas en todo el globo que normalizan nuevos «puntos calientes» y «fronteras». En la medida en que los conflictos inter-imperialistas se apoyan y reproducen en conflictos internos de cada burguesía, el lenguaje de las amenazas y las injerencias no debe infravalorarse. El escenario que se está dibujando es el de una generalización de los roces entre estados alimentando «conflictos civiles» internos, generalmente protagonizados por sectores de la pequeña burguesía descontenta o en deriva (Hong Kong, Cataluña, Chile, Líbano...). Para los trabajadores esto significa que las «revueltas populares» son cada vez más un terreno minado. Si ante una de ellas no consiguen afirmarse prontamente, su dinámica interna les llevará «espontáneamente» a verse encuadrados en el conflicto imperialista (como vemos en Irak).